Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Una carretera al infierno en Afganistán (2)

El enorme camión que yacía varado en medio de la carretera obligó al convoy en que viajábamos a detenerse. Durante unos minutos, el oficial al mando de los cuatro blindados MRAP en que nos desplazábamos habló a través del sistema de comunicación con sus subalternos para evaluar la situación.

Soldados de EEUU, Rumania y Afganistán cortan la Carretera Número 1, que une Kabul con Kandahar por la amenaza de una bomba casera. Los vehículos particulares aguardan durante horas bajo el sol (Foto: Hernán Zin).

Tras los cristales tintados, sumidos en el constante resoplar del aire acondicionado, todos observábamos al conductor de aquel transporte de mercancía, que se encontraba con medio cuerpo metido en el motor, sudado, manchado de grasa, tratando de arreglar el mecanismo averiado. Podría tratarse de un infortunado transportista o de un terrorista talibán esperando a nuestro paso para activar la carga explosiva y mandarnos a todos al carajo.

Cuando el comandante dio la orden de avanzar, lo hicimos a una velocidad sumamente lenta. Nos superaban las tortugas, con holgura. O al menos a mí me lo pareció así. No en vano, en un momento me descubrí apretando inconscientemente el suelo del blindado con las botas, como si fuera mi propio coche en Madrid y quisiera acelerar.

Paradójicamente, en otras zonas peligrosas, como lo cráteres dejados por previas bombas caseras (y que los terroristas suelen utilizar para colocar nuevos explosivos), el convoy apretaba más el paso y avanzábamos a la máxima velocidad. Mientras más rápido, mayor la posibilidad de que quien active el explosivo no logre reaccionar a tiempo.

Paciencia, mucha paciencia

Así viajan los militares del ISAF por la Carretera Número de Afganistán, que une las dos principales ciudades del país: Kandahar y Kabul. Como veíamos en la entrada anterior, todo un símbolo de lo que ha salido mal desde la invasión de 2001. La que se suponía que debía ser la espina dorsal de la prosperidad se ha convertido en una gran fosa a cielo abierto, en una ruleta rusa de pavimento, que sólo en 2012 ha engullido más de 200 vidas.

Si es complicado para los militares, con sus coches blindados, y el apoyo de zepelines de vigilancia, aviones no tripulados y helicópteros, para los civiles recorrer esta carretera es un infierno.

Cada bomba encontrada en el camino los obliga a pasar horas detenidos, bajo el implacable sol, esperando a que los desactivadores terminen su trabajo. Las filas de Toyotas Corolla de segunda mano – que al igual que en África es el coche más extendido en Afganistán – y de camiones pintados de colores se extienden a lo largo de kilómetros.

Durante los diversos recorridos que realizamos con Jon Sistiaga por esta carretera hace unas semanas, no en pocas ocasiones hemos visto a conductores enfadados, desesperados, que mandan todo a la mierda y se saltan los controles militares para detener el tráfico o que optan por ir por la banquina, levantando nubes de polvo, incluso a riesgo de llevarse por delante otra bomba.

Un día a día tan tedioso, absurdo y peligroso como la propia guerra que los condena a no poder desplazarse con normalidad.