Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Guerra y corresponsales en la Gran Vía de Madrid

Mañana se cumple un siglo de aquel 4 de abril de 1910 en que el rey Alfonso XIII diera el golpe de piqueta que inauguró la construcción de la Gran Vía de Madrid, materializando así finalmente el proyecto perfilado por el arquitecto Carlos Velasco en 1862. Una obra ejecutada en tres fases que abrió y cortó transversalmente el abigarrado centro urbano, obligando a la demolición de 312 viviendas, comunicando a los prósperos barrios de Argüelles y Salamanca, descongestionando la Puerta del Sol, y con la que el monarca borbón pretendía equiparar la Villa a las grandes capitales europeas.

Recibió oficialmente su denominación actual recién en 1981, aunque popularmente ya era llamada de esta forma desde 1886. Sus anteriores nombres reflejaron la cambiante situación política de España: desde Avenida de José Antonio, pasando por la republicana Avenida de la Unión Soviética, Avenida de la CNT, hasta los pretéritos y fraccionados Conde de Peñalver, Pi i Margall y Eduardo Dato, que fueron bautizando las tres fases de ejecución de la obra.

En sus horas más lóbregas los madrileños la apodaron la “Avenida del 15 y medio”, pues era el calibre de los proyectiles del bando nacional que la asolaban durante la Guerra Civil, y también la “Avenida de los obuses”.

Ayer por la noche, mientras caminaba tras salir del Costello por las cada día más pulcras y ordenadas aceras de la Gran Vía, me resultaba difícil imaginar que esta arteria en constante renovación, tan cosmopolita y atiborrada de turistas como todavía castiza y chulapa, escenario diurno de grandes comercios, hoteles y oficinas, de medios de comunicación como la Cadena Ser y de 20 Minutos cuando tenía su redacción en El Palacio de La Prensa, y hogar de arquitecturas tan reconocibles como el edificio Metrópolis con su negra cúpula angelada, el Palacio de la Música, el cine Callao, el Real Oratorio del Caballero de Gracia, el Casino Militar y el hotel Senator entre tantos otros, podría haber protagonizado una contienda bélica, por más que el escaparate de la exclusiva joyería Grassy aún presente impactos de bala.

Trataba de imaginar sin demasiado éxito en esta avenida que tantas veces me ha visto entrar a la Casa del Libro, encima de la cual tenía el despacho José Ortega y Gasset desde el que dirigía la Revista de Occidente y funcionó la redacción del ilustrado y liberal periódico El Sol, o comer un apresurado pincho de tortilla en el restaurante Zahara junto a compañeros de profesión, o mirar extrañado a los dos metaleros cenicientos y de pantalones prietos que siguen allí de pie, impertérritos, aunque Madrid Rock haya dado paso a una tienda de ropa, a los corresponsales extranjeros jugándose la vida bajo las bombas para cruzarla de los números impares a los pares con la intención de enviar sus crónicas desde el edificio que hoy pertenece a la Fundación Telefónica.

Esta multitudinaria columna vertebral madrileña de 1.316 metros de extensión, transitada por más de 50 mil vehículos por jornada, que lleva décadas aspirando a ser la Broadway ibérica pero sin alcanzar la pulsión de la avenida neoyorquina, y que tiene una contracara nocturna de obstinadas prostitutas nigerianas y rumanas a las que no desalientan las cámaras de seguridad, las protestas vecinales o la presencia policial, importadas sucesoras de aquellas chicas de alterne a las que durante la postguerra se llamaba “las sedientas”, y de siempre angustiados vendedores chinos de bocadillos y latas de cervezas, que un día fue campo de batalla.

Entre los numerosos reporteros que vinieron a España a cubrir la Guerra Civil, pues fue un conflicto que atrajo la atención del mundo y que logró generar más opiniones encontradas, pasiones y propaganda que la Segunda Guerra Mundual, destacaba Ernest Hemingway, que vivía en el hotel Florida, y que luego tanto se aficionaría al bar Chicote.

El hotel Florida, que se encontraba en la Plaza de Callao, solía sufrir también los embates de la artillería rebelde. En la habitación, Hemingway contaba con una abundante reserva de comida y whisky y gin que le proveía el torero estadounidense Sydney Franklikn, y que tantas voluntades le permitió ganar durante la contienda. Según escribió la periodista Josephine Herbst, que recorrió los frentes de la guerra invitada por los republicanos, los bombardeos dificultaban a tal extremo el sueño que los huéspedes no tenían más opción que sumarse a las fiestas que se organizaban en el patio del hotel.