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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Los que viven de la basura en Brasil: convertir la mierda en arte

Antes de desembarcar en La Chureca, sigo rescatando del tiempo los encuentros que he tenido con personas que viven de la basura. En esta ocasión vuelvo atrás el reloj casi tres años. Me sitúo en el último Foro Social Mundial que se celebró en la ciudad que lo vio nacer: Porto Alegre, bastión tradicional del Partido de los Trabajadores de Luis Ignacio «Lula» da Silva y hogar de los presupuestos participativos (en los que cada ciudadano decide en qué quiere que se gasten sus impuestos).

Cuando desembarco en Brasil, el evento acaba de comenzar. Dejo las cosas en la habitación de hotel que comparto con el enviado de la revista Time, corro a la sala de prensa, donde me acredito, y después me uno a la multitud que ha salido a abogar por la paz y la justicia social, en la primera de tantas marchas que se sucederán a lo largo de esta semana. Una manifestación que termina en el escenario donde por la noche toca Manu Chao.

El Foro Social Mundial (FSM) nació como respuesta a la reunión que cada año los empresarios, políticos y economistas celebran en la ciudad suiza de Davos. Es un encuentro de la sociedad civil más activa y comprometida, esa que trabaja desde abajo para transformar la actual repartición de poder. Por las salas de la conferencia en Brasil pasan intelectuales como Eduardo Galeano, Adolfo Pérez Esquivel, José Saramago, Ignacio Ramonet…Al mismo tiempo, miembros de grupos indígenas, ecologistas, sin tierra, debaten, intercambian ideas, en las decenas de tiendas que se han instalado por toda la ciudad gaucha.

Al terminar el FSM, me embarco en un largo viaje por Brasil que aprovecharé para realizar reportajes sobre la situación social del país tras el arribo al poder del Partido de los Trabajadores. Abandono Porto Alegre con algunos sentimientos encontrados, pero con la certeza absoluta de que ese otro mundo del que tanto se ha hablado será consecuencia de las acciones de la gente de a pie, de las bases, o no será.

Joaquim, creación en la basura

Aterrizo en Sao Paulo, donde ya en mi primer recorrido por el centro conozco a Joaquim, un hombre que desde hace ocho años vive debajo de un puente. Uno de los 30 mil sin techo de esta ciudad de brutales contrastes, en la que los altos ejecutivos van a sus trabajos en helicóptero para evitar los atascos.

El eje de la existencia cotidiana de Joaquim es la basura. Con muebles viejos y abandonados ha construido el refugio en el que pasa los días bajo el puente de esa autopista que a todas horas se mece y se sacude por el trasiego constante del tráfico. Y es también con los trozos de cartón y papel que encuentra entre los desperdicios, que crea cestas, sillas y elementos decorativos que vende para poder subsisitr.

Me maravilla el talento de Joaquim. En especial cuando me muestra algunas esculturas que ha hecho de papel. Lo felicito por el trabajo que realiza. Y le pregunto cómo ha terminado en las aceras.

Joaquim se expresa con propiedad. Me dice que es contable de profesión y que tenía una empresa. El punto de inflexión llegó cuando descubrió que su socio lo había estado estafando, y no sólo perdió el negocio sino que se deprimió tanto que terminó separándose. En un punto de la narración no puede seguir adelante por el peso del dolor, del recuerdo de su mujer y sus hijos, y comienza a llorar.

Indiferencia ante los problemas mentales

Lo cierto es que a medida que su discurso avanza, empieza a perder coherencia. Vislumbro que Joaquim padece alguna enfermedad mental, ya que de hablar de su vida anterior, ahora pasa a contarme historias inverosímiles de hombres que lo quieren matar, que le disparan desde coches en movimiento, y me explica que esa es la razón por la cual decidió esconderse debajo de un puente.

Paso varias horas con Joaquim, un hombre que me genera una honda empatía. Observo cómo hace sus esculturas, lo acompaño a recoger papel y cartón. Cuando nos despedimos, ya es tarde, está cansado. Sin haber cenado, se acuesta en su refugio. Allí, en medio del ruido, de las ratas, de la violencia.

Pienso en esa otra realidad posible de la que tanto he escuchado debatir en los últimos días. Me digo que tiene que ser una realidad donde las personas con problemas mentales reciban ayuda, medicación, compañía, y no terminen tiradas debajo de un puente. No sólo como sucede en Brasil, sino también en España, y en buena parte del planeta. Ya que parece que ahora, para este magnífico sistema de vida que hemos creado basado en la competencia, en la supremacía del más fuerte (o del que tiene más capital, que es lo mismo), aquellos que están en inferioridad de condiciones no cuentan.

Continúa…