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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Morir para contar: Elías Maluco, el asesino del periodista Tim Lopes

Elías Pereira da Silva se ganó el apodo de Elías Maluco (el loco) por la desmesura, la crueldad y la barbarie que siempre mostró hacia sus enemigos como traficante en las favelas del norte de Río de Janeiro.

Amo y señor del negocio de la droga en el complexo do Alemao, saltó a la fama en todo Brasil cuando el 2 de junio de 2002 mató al periodista Tim Lopes, de la TV Globo, con una katana que se había hecho traer de Japón. A partir de ese momento se puso en marcha una vasta operación policial para tratar de detenerlo.

De su vida personal poco se sabe. Tiene cinco hermanos, sin relación alguna con el mundo del crimen, uno de los cuales apareció en las portadas de todos los periódicos cuando en 2005 ganó en la lotería el mayor premio de la historia de Brasil: cincuenta millones de reales.

Elías Maluco fue durante años uno de los máximos líder del Comando Vermelho junto a su socio, Luiz Fernando da Costa, alias Fernandinho Beira-Mar, uno de los mayores narcotraficantes de América Latina.

Acerca de la peripecia vital de Fernandinho Beira-Mar sí existen abundantes datos. Nació en la favela de Beira-Mar. No conoció a su padre, y Zelina, su madre, una mujer muy humilde, murió atropellada.

Entre los 18 y los 20 años, Fernandinho cometió sus primeros delitos: asaltos a bancos y tiendas. El robo de un arsenal militar lo llevó a la cárcel. Al salir regresó a Beira Mar.

Entre 1990 y 1995 se erigió como uno de los máximos dirigentes de la facción armada al abrir sus propios canales de distribución de droga y conquistar favelas como Rocinha, Vidigal y Borel.

Se hizo popular entre los moradores de los barrios marginales al repartir ropa, comida y medicamentos. Fue tal la fortuna que amasó que la policía lo acosaba constantemente en busca de «propinas», hecho éste del que dicen que se quejaba Fernandinho. Dos de sus hermanas, Débora y Alessandra, se hicieron gerentes de la «firma», como se conoce al negocio del tráfico en las favelas.

En 1996 entró a la cárcel, donde no permaneció demasiado tiempo ya que logró huir por la puerta principal (se cree que en connivencia con la policía). A partir de ese momento fue cambiando de «residencia». Vivió en Paraguay, Bolivia, Uruguay y Colombia. Además de traficante de droga a nivel continental, pasó a ser un importante contrabandista de armamento pesado proveniente de Rusia.

En Colombia estableció vínculos con las FARC hasta que el Ejército colombiano, en coordinación con efectivos estadounidenses, lo capturó el 21 de abril de 2001. De regreso en Brasil, organizó en la prisión de Bangu I una rebelión para asesinar a Ernaldo Pinto Medeiros, jefe del Tercero Comando, facción rival.

Desde entonces es cambiado de cárcel con regularidad, y se encuentra aislado ya que inclusive en prisión siguió ejerciendo su poder. En buena medida esto se explica porque el Comando Vermelho fue en su orígenes una organización nacida en el seno mismo de las instituciones penitenciarias brasileras.

En los años 70 el gobierno militar de Brasil decidió mezclar a los presos políticos con los comunes. Estos últimos aprendieron de los guerrilleros de izquierda a organizarse. Nació el comando Vermelho, que tuvo durante años un curioso discurso salpicado de reivindicaciones sociales, y cuyas acciones se caracterizaron no sólo por la brutalidad sino por un cierto fanatismo que hacía que sus miembros parecieran desprovistos de miedo a la muerte.

La noche del 2 de junio de 2002, el periodista Tim Lopes entró a la favela Vila Cruzeiro para filmar con una cámara oculta un baile funky en el que se suponía que tenían lugar abusos sexuales a menores. Lo primero que hicieron los traficantes al descrubrilo fue pegarlo un tiro en el pie para que no pudiera escapar.

Después lo llevaron a la favela Grota, dentro del complexo do Alemao, en el maletero de un coche. Allí los delincuentes hicieron una suerte de juicio. Después lo torturaron. Según los vecinos, los desgarradores gritos de Tim se escuchaban en medio de la noche. Finalmente, el propio Elías Maluco le dio varios golpes con una katana y le prendió fuego colocándole un neumático alrededor de la cabeza en lo que se conoce como “microondas”, método utilizado para que los cuerpos de los muertos no puedan ser identificados.

De los nueve traficantes que participaron en el asesinato, dos murieron: André da Cruz Barbosa y Maurício de Lima Matias. Los restantes fueron apresados progresivamente gracias al empeño de la policía y a la presión que ejercieron los medios de comunicación.

El último en caer en manos de la policía fue el propio Elías Maluco. La detención tuvo lugar el 19 de septiembre de 2002 en la favela de Grota. En el marco de la Operación Sofoco, las fuerzas de seguridad del estado se habían entregado a una verdadera cacería humana organizando asaltos a los barrios marginales, sitiando los lugares más conflictivos.

El 24 de mayo de 2005, Elías Maluco fue condenado a 28 años de prisión por la muerte de Tim Lopes. Los cargos fueron asesinato, ocultación de cadáver y asociación ilícita.

El Comando Vermelho: tortura y mutilación en las favelas

La favela a la que fui hoy, conocida como Sapucai, está dominada por la facción Tercer Comando, enemiga acérrima del Comando Vermelho (Rojo), al que pertenecía Janaina.

Fernando, un joven al que entrevisté esta mañana me contó que su mejor amigo, de 20 años de edad, fue hace dos meses a una favela del Comando Rojo porque salía con una chica que vivía allí. Los traficantes lo cogieron, lo torturaron y lo cortaron en pedazos. Sus restos aparecieron días más tarde en la playa.

Fernando aún está afectado por la muerte de su amigo. No pudo contener las lágrimas cuando me contó la historia. Y me dijo que el Comando Rojo es la más brutal y despiadada de todas las facciones. La única que veja de semajante manera a quienes considera sus enemigos.

Mientras volvía de las favelas, hace unos minutos, atrapado en el lento y desordenado tráfico de entrada al centro de Río de Janeiro, pensaba en Janaina. Observaba su narración desde otra perspectiva.

Retomo la entrevista donde la dejé ayer:

¿Cuál fue el puesto máximo que alcanzaste en la organización?

Llegué a gerente de «boca» [puesto de venta de droga] cuando tenía 20 años, pero sin dejar de ser soldado del «dueño» de la favela. Me gustaba trabajar para él.

¿Tus padres a que se dedican?

Están jubilados. Mi padre era cobrador en la rueda de la fortuna de un parque de diversiones de Río de Janeiro y mi madre, costurera.

¿Tienes hermanos?

Mi madre adoptó a un niño hace diez años. Era de una vecina que no lo quería. Tengo tatuada su inicial en la mano.

Es una buena persona tu madre, generosa.

Una mujer maravillosa.

¿Sabía a qué te dedicabas?

Al principio no. Apenas entré en el tráfico abandoné la escuela y me fui a vivir sola.

¿Cuándo se enteró?

Tenía sospechas pero yo lo negaba. Un día, caminando por la calle, me vio con el fusil en la mano. Cuando fui a su casa me miró de una forma que me hizo sentir muy triste.

¿Ganaste mucho dinero?

Sí, ganaba mucho dinero, pero la policía me lo sacaba. Al final sentía que trabajaba para la policía, por eso empecé a pensar en cambiar de vida.

¿Cómo te lo sacaban?

La primera vez aparecieron en mi casa en medio de la noche. Me encañonaron y me llevaron a un lugar que no conocía. Pensé que me iban a matar. Tú no sabes lo que es despertarse con fusiles que te apuntan a la cara.

¿Te condujeron a una estación de policía?

No, a una casa. Me tuvieron hasta la madrugada mientras sus compañeros se llevaban todo lo que yo tenía: el televisor, las armas, el dinero. Me dejaron si nada.

¿Te maltrataron?

Esa vez no. Al contrario, hasta me preguntaron si quería comer algo. La segunda vez en la que me robaron, unos meses más tarde, me pegaron porque yo no tenía nada para darles. No me habían dado tiempo.

¿Vivías con miedo?

Mucho miedo. Cada dos o tres días me cambiaba de casa. Ya al final estaba muy cansada. Me seguían a todas partes, hasta iban a lo de mi madre para ver si estaba allí.

¿Cómo te sentías en ese mundo de hombres?

Bien, porque me cuidaban, al ser la única mujer entre cuarenta chicos, siempre se preocupaban por mí. Si huíamos de la policía, alguno me ayudaba a subir por los muros, me esperaba, cogía mis cosas.

¿Tuviste novios entre los traficantes?

No porque veía que tenían muchas mujeres. Son muy populares entre las chicas del barrio por el dinero y las armas. Mis novios eran jóvenes de fuera, trabajadores.

¿Hace cuánto que los has abandonado el tráfico?

Cuatro años.

¿Te dejaron hacerlo?

Algunos compañeros me preguntaban «¿por qué te vas?», «¿qué vas a hacer?», pero el dueño de la favela me apoyó. Él me dijo que esta vida no es para nadie.

¿Fue difícil?

Sí, empecé a trabajar como recepcionista y me pagaban al mes 200 reales, lo que ganaba antes en unos días. Tuve algunas recaídas, pero al final abandoné por completo la vida del tráfico. Ya no tengo más contacto ni me interesa saber qué pasa entre las facciones. También tardé un tiempo en convencer a la policía de que me había salido del negocio, si me veían por la calle me metían en el coche y me pedían dinero.

¿Qué opinas de que haya cada día más niños pequeños en el tráfico?

Es muy malo, porque ellos no tienen conciencia del bien y del mal.

¿Vosotros la teníais?

Se dice que «el corazón del bandido está en las plantas de sus pies», pero no es así. Yo sabía distinguir entre el bien y el mal. Tengo miedo de Dios. Te aseguro que si hubiese matado a alguien no estaría hablando aquí contigo. Muchos de los que están en el tráfico van a la iglesia, creen en Dios.

Al principio tu te sentías orgullosa de tu trabajo, de algún modo te gustaba, ¿era así para todos?

No, había muchos chicos que sufrían y tenían miedo. Lo hacían sólo por dinero. No tenían para comer, se habían quedado sin padres. Lo pasaban muy mal.

¿Fallecieron amigos tuyos en los enfrentamientos con otras bandas o con la policía?

Del grupo con el que empecé, sólo uno sigue con vida. Los demás murieron.

¿Qué esperas hacer en el futuro?

Estoy preparando el vestibular (examen de ingreso a la universidad). Quiero estudiar informática.

¿Te arrepientes de lo que has vivido?

Si estuviera en las mismas condiciones, lo volvería a hacer. No me arrepiento.

Janaina sigue trabajando como recepcionista. Tiene 28 años. Vive en una pequeña caseta que se construyó junto a la casa de sus padres. Por las noches estudia. Dice que no le gusta mucho, pero que se esfuerza. Alta, delgada, de cabello negro, es muy atractiva aunque tiene algo inquietante, insondable, en la mirada.

Fotos: Hernán Zin

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Encuentro con Janaina, una joven traficante de la favela

En este tercer día de visita a la favela Maré, una de las más grandes de Río de Janeiro, finalmente comienzo a encontrar algunas de las historias que he venido a buscar. Y la perspectiva para los próximos días no podría ser mejor: he conseguido contactos para entrar a uno de los lugares más asolados por la violencia en estos momentos, hacia donde me dirigiré mañana al amanecer.

La verdad es que estaba bastante ansioso y frustrado. Gente que faltaba a las citas, hermetismo, entrevistas fallidas, impedimentos a la hora de sacar fotos. Varias jornadas de zozobra e incertidumbre. Pero como sucede siempre en la vida, hay un instante en que la suerte cambia y el viento empieza a soplar a favor.

El encuentro de esta tarde con Janaina ha sido sumamente revelador con respecto al mundo de los niños que integran los grupos armados en las favelas. Ella entró a formar parte del «tráfico» [como aquí se conoce a la venta de droga] cuando tenía 16 años, y fue subiendo escalones hasta llegar a ser una de las primeras mujeres gerentes del negocio.

Tomamos un café y conversamos durante varias horas en la favela. Janaina habla de forma honesta, frontal. No elude las preguntas incómodas ni vacila a la hora de responder. Tiene un vocabulario mucho más rico del que hubiera imaginado. Es simpática, extrovertida. Desea luchar para alcanzar una vida mejor y progresar, aunque no se arrepiente de lo vivido: si regresase atrás en el tiempo, y estuviera en circunstancias similares, volvería a hacer lo mismo.

Mientras hablamos pasan los helicópteros de la policía militar. A lo lejos se escucha el sonido de disparos. Si cierro los ojos, estoy de regreso en Gaza. Como es tarde, ya los jóvenes han salido a patrullar armados las calles. Las favelas de Río de Janeiro están en guerra, sin dudas.

¿Cómo fue que entraste en el negocio de la venta de drogas?

Mis amigos del barrio se fueron metiendo en el tráfico, y yo hice lo mismo. Era dinero fácil, no hacía más que recados. Iba a comprar comida, y, cuando volvía, el gerente me decía que me quedara con el vuelto.

¿Hubo alguna otra razón además del dinero?

Siempre me gustaron las armas. De pequeña vi a una mujer que iba con los traficantes con una pistola y pensé que quería ser como ella. No sé, imaginaba que todo el mundo me iba a respetar, que iba a tener prestigio. Pensaba que la gente iba a decir: “Caramba, mira esa garota que va con un arma”.

¿Sucedió así?

Sí, cuando había una fiesta «funky» [música que se escucha en las favelas principalmente, de letras explícitas, sexuales, violentas] yo iba con mi arma y todos me miraban. Venía gente de otros barrios. Eso me gustaba, me hacía sentir poderosa. Sabes cómo son los adolescentes, que necesitan esas cosas, que los demás los observen para sentirse bien.

¿Cuándo conseguiste tu primera arma?

Estuve trabajando un tiempo como ayudante, pero no era bastante para mí, así que dije que yo también quería ser “vapor” [en la jerga de las favelas quiere decir “vendedor”], y ellos me aceptaron. Entonces me dieron mi primera pistola.

¿Cuál fue el arma más grande que has tenido?

Un fusil 762, de los que usa el ejército. También tuve muchas pistolas.

¿Quién te enseñó a usar el fusil?

Mis compañeros. Ellos me enseñaron todo. También a conducir moto, auto. No tuve que ir a la autoescuela.

¿Tenían un lugar para practicar?

No, disparábamos al aire para probar las armas nuevas. Y las usábamos cuando venían las otras facciones.

¿Has matado a alguien?

No, nunca maté a nadie. Nosotros sólo nos defendíamos cuando venían para tratar de echarnos y quedarse con el negocio.

¿En qué facción estabas? [En las favelas de Río de Janeiro hay tres facciones: Comando Rojo, Tercer Comando y ADA, que es el acrónimo de “Amigos de los amigos”. Suelen estar enfrentadas, aunque también establecen alianzas].

Estaba en el Comando Vermelho [Rojo], que es el que domina la favela Maré.

¿Cómo eran los enfrentamientos?

Terribles. En el año 2002 un día entraron y mataron a nueve personas. Dos de ellos «bandidos» [traficantes] y siete inocentes que estaban en la calle. Venían en camiones.

¿Y el «dueño» [jefe principal del comando en la favela] cómo era?

Después de vapor yo pasé a ser «soldado» [jóvenes encargados de la seguridad]. Trabajaba para él. Tenía mucha confianza en mí. Me decía, “vamos, que hay una operación”, y yo lo acompañaba con los otros «soldados». Tenía 22 años y era el hombre más poderoso de la favela. Los vecinos lo respetaban porque no se metía en los asuntos familiares, aunque todas las decisiones importantes tenían que tener su aprobación.

Conmigo era bueno, pero a veces podía ser un hombre muy cruel. Cuando descubría a algún delator le arrancaba los brazos, y lo paseaba por la favela. A los ladrones les cortaba un dedo del pie o de la mano.

¿Tú has visto eso?

Sí, pero nadie dice nada. Es el castigo a los delatores y a los violadores.

¿Sigue vivo el «dueño» de la favela?

No, murió hace dos años, lo mató la policía.

Continúa…

Fotos: Hernán Zin

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