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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Empotrado en Afganistán: luchar por las mentes y los corazones

Operación destinada a ganarse “los corazones y las mentes de los afganos”. Al tercer pelotón de la base le toca esta semana la labor de patrullar la zona. Sus integrantes, en su mayoría jóvenes que no superan los 24 años, se preparan. Cargan las armas en los humvees, coordinan las frecuencias de las radios. El sargento da las instrucciones. Comenta que hay amenaza de atentado suicida.

Seis vehículos blindados se detienen frente a un pueblo próximo a la base. Desde allí los soldados caminan. Es un pueblo colorido, con su gran bazar, su mercado de camellos, y al mismo tiempo miserable, ausente de luz, de agua corriente, como buena parte de Afganistán, anclado en la Edad Media.

La patrulla se dirige a la escuela local, que recibe ayuda económica de EEUU. Uno de los jóvenes militares se entrevista con el director. Habla del número de alumnos, de los turnos.

Aprovecho, salgo y converso con los estudiantes. “Con los talibán hay que negociar. Son nuestros hermanos musulmanes, no podemos pelear con ellos”, afirma uno de ellos.

Uno de los soldados que está escuchando, se acerca e interviene: “¿Te van a hacer escuelas, carreteras, los talibán?”, le pregunta. El joven estudiante, de 20 años, insiste en que hay que negociar con los integristas, la misma línea que defiende el presidente Karzai.

Continúa la operación, que no sin cierto nerviosismo se dirige al mercado de camellos, abarrotado de animales y vendedores a primera hora de la mañana, con el magnífico marco de las montañas como telón de fondo.

Converso con uno de los soldados. Tiene 22 años, entró al Ejército cuando tenía 18 porque ese siempre había sido su sueño. “Debía terminar en unos meses pero me han ordenado que me quede un año más”, explica.

Sirvió en Ramadi, Irak, cuando aún no era mayor de edad. “Podía ir a la guerra, pero en mi país no me podía tomar una cerveza«. Cuando finalmente lo den de baja espera poder acudir a la universidad para estudiar informática. En unas semanas lo ascienden a sargento. «Es un poco más de dinero, no mucho, 300 dólares».

Se suponía que la misión, de dos horas, terminaba en el bazar, donde los soldados harían compras como una forma de integrarse con la comunidad local. Tarjetas de teléfono, souvenirs, frutas. Sin embargo, recibimos un pedido de QRF (Quick Reaction Force) y volvemos a los blindados y nos marchamos a toda prisa. Son las ocho de la mañana.