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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Libros en guerra: Los hombres mojados de Oriente Medio

No resulta sencillo vislumbrar la dimensión humana de las cifras sobre la guerra, la miseria o la marginación que a diario recibimos a través de la prensa. Números tan vastos que escapan a nuestra capacidad de empatía, de comprensión en toda su magnitud. ¿Cómo tomar plena conciencia de lo que significa que hay mil millones de personas que en el mundo pasan hambre?

Poner voz, rostro y sentimiento a los datos que nos llegan desde una región tan castigada como Oriente Próximo, parece ser uno de los objetivos fundamentales que persigue la periodista Olga Rodríguez en su estimulante libro El hombre mojado no teme la lluvia (ed. Debate).

Una sucesión de relatos estremecedores, escritos con prosa ágil y contenida, de personas que viven en Irak, Palestina, Líbano, Siria, Israel, Egipto y Afganistán. Voces que se suman hasta conformar un coro desolador de existencias truncadas por la violencia, por los intereses económicos y la mezquindad política, quizás en reflejo de aquella máxima esgrimida por Federico García Lorca que sostiene que “debajo las multiplicaciones hay una gota de sangre”.

Como Yamila Abbas, que fue torturada y vejada sin cargos por soldados estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib, y cuyo testimonio humaniza parte de esas estadísticas que manejamos sobre las consecuencias de estos seis años de ocupación del país del Tigris y el Éufrates: 92.500 mil civiles muertos, 2,6 millones de desplazados, 136 periodistas y 2.200 médicos asesinados.

“Irak es un país al que la ocupación ha dejado sin tejido social, sin infraestructuras, sin profesionales, sin identidad, que está viviendo un proceso de islamización de la mano de Irán y en el que las mujeres tienen cada día menos derechos. Las multinacionales se están repartiendo el botín del petróleo”, me explica Olga Rodríguez, que fue madre de una niña hace unos meses y que conjugó la escritura del libro con su trabajo en la cadena Cuatro y con su embarazo.

Perspectiva temporal

Otra carencia que hay en la prensa de hoy en día es la falta de contexto histórico. El «show de las noticias» resulta tan frenético y superficial que parece como si los conflictos hubiesen comenzado ayer mismo y por mera generación espontánea. Olga, ganadora entre otros permios del Ortega y Gasset en 2003, que estuvo junto a José Couso en el hotel Palestina de Bagdad cuando lo mataron, hace gala de su buen quehacer profesional y de su exhaustivo conocimiento de la zona al sintetizar momentos claves del pasado reciente de cada uno de estos países.

Pone en contexto temporal situaciones que parecen una constante en la región, como en Irak, donde los británicos prometieron paz y prosperidad cuando lo invadieron en 1917. En la página 29 del libro recoge una proclama distribuida en inglés y árabe a la población local:

Nuestro ejércitos no han entrado en vuestras ciudades y tierras como conquistadores o enemigos, sino como liberadores… Vosotros, pueblo de Bagdad, no debéis interpretar que el deseo del Gobierno británico sea imponeros unas instituciones ajenas…

Como bien señala a continuación, en un antecedente que nos puede ayudar a comprender la idiosincrasia del pueblo iraquí, las promesas no se cumplieron:

Pero aquella proclama eran solo palabras. Los hechos demostraron enseguida que, a pesar de lo que dijera el general Maude, Londres no tenía intención alguna de abandonar el control de Irak ni de otros territorios conquistados en la región. En 1916, Reino Unido había firmado con Francia el acuerdo secreto Sykes-Picot, por el que ambas potencias se repartían el control de la región en caso de una victoria militar: Francia ejercería su control sobre las actuales Siria y Líbano, y Reino Unido sobre Transjordania, Palestina e Irak… Parte de la población iraquí reaccionó con indignación: la proclama de Maude había sido una sarta de mentiras.

“Para entender lo que ocurre hoy hay que escarbar en el pasado de la región. Un pasado marcado por el colonialismo que ha dado lugar a un presente marcado por el neocolonialismo. La injerencia extranjera ha hecho mucho daño”, explica Olga. “Oriente Medio es un espejo en el que Occidente se tendría que mirar. Y te aseguro que no vería nada bueno de sí mismo”.

El compromiso

El tercer elemento fundamental de este libro que atrapa y que se lee rápidamente tanto por sus testimonios personales como la exposición de los hechos cronológicos que forjaron a estas naciones a lo largo de los últimos años, es el compromiso de la autora con la verdad de la que ha sido testigo, con la empatía hacia el sufrimiento ajeno, sin concesión alguna hacia la corrección política y los lugares comunes predominantes en parte de la prensa.

“La cuestión no es de cristianos y musulmanes. Es una cuestión de opresores y oprimidos, de explotadores y explotados”, sentencia Olga, que en relación a la desigualdad de poder entre Israel y Palestina recuerda la teoría de la “violencia de la abundancia” perfilada por la periodista judía Amira Hass.

Esta postura ética queda patente ante todo en el contundente epílogo de la obra, que quizás debería haber sido un prólogo, y en el que se lee en la página 343:

Vivimos en un mundo en el que impera el disimulo. Aparentemente estamos regidos por leyes que prohíben invadir un país, explotar sus riquezas, matar a civiles, torturar. Y sin embargo esas acciones prohibidas suceden a diario sin que sean juzgadas o castigadas.

Destaca entre todos los testimonios el de Yaser Alí, que dice la frase que da título al libro. Un «hombre mojado» que pasó del laicismo, de una vida convencional de clase media profesional centrada en la familia, a la resistencia armada y a orar cada viernes en la mezquita en buena medida empujado por la violencia, la arbitrariedad y la miseria generadas por la ocupación (en este sentido, es una de las pocas obras escritas desde la perspectiva de los iraquíes de a pie que atacan a las fuerzas extranjeras).

En la página 57 se lee: «La religión se convirtió para Yaser en un instrumento inseparable de la política y de la vida. En un modo de defender su amenazada identidad. Llegó a jurarse que si lograba salir de allí, no faltaría nunca a la mezquita«. El sitio en el que estaba era la cárcel, cuyas condiciones resultaban apabullantes. Al salir en libertad se reencontró con sus hijos: «Los cuatro niños rodearon a Yaser con sus pequeños brazos y besaron sus lágrimas”. Veinticuatro horas más tarde partirían hacia el exilio en Siria.

“Toda indiferencia es criminal”, sostiene Olga. “Creo en el compromiso, que puede ser a muchos niveles. Mirar hacia otra parte supone hacer que la injusticia se perpetúe”.