Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Los niños soldado del Congo

El acuerdo de paz firmado a principios de año en Goma ha dado un nuevo impulso a la desmovilización de los niños que luchan en la República Democrática del Congo.

“Al principio no es fácil, no han tenido infancia, se han criado en la violencia y se han vuelto muy violentos”, me explica Murhabazi Nachegabe, director de la organización congolesa BVES, que tiene en su hogar de Bukavu a más de 150 menores ex combatientes.

La labor que Nachegabe realiza con la ayuda de UNICEF, el PMA y la MONUC, consiste en recorrer los Kivus buscando grupos armados a los que les pide que le entreguen a los menores que engrosan sus filas.

Se reúne con unidades y comandantes de todas las facciones que asolan esta parte del mundo: los hutus del FDLR, los tutsis de Laurent Nkunda, los Mai Mai, los Pareco.

“Muchas veces, como se quieren quedar con los uniformes, nos dan a los niños casi desnudos”, explica. “Y así los metemos en el coche. Nos parece una forma de que empiecen a comprender que la vida militar ha quedado atrás, que ahora son civiles otra vez”.

Volver a la vida

La segunda parte del programa tiene lugar en el centro de Bukavu. En él reciben educación básica, cursos en cohabitación pacífica, en derechos humanos, en prevención de enfermedades, en el cuidado del medio ambiente. Un grupo de psicólogos y trabajadores sociales cuida de ellos, los acompaña en el proceso de regreso a la sociedad.

“Tenemos 150 niños que pasan tres meses en el centro. Nuestro personal está 24 horas con ellos. Como vienen de grupos distintos, que luchan entre sí, no son raras las peleas, los abusos”, continúa Nachegabe. “El otro día estaban jugando a las cartas. Unos chicos acusaron a ex soldados mai mai de usar sus poderes mágicos, el cri cri, para hacer trampa. Y tuvimos un gran pelea”.

El último estadio del programa consiste en conectar a los niños con sus familias, los que aún la tienen, gracias a la ayuda de la Cruz Roja. Y, además, buscarles los medios para que retomen sus estudios o para que consigan una forma de ganarse la vida.

“Desde que comenzamos a trabajar en 2002 hemos rescatado a más de dos mil niños. Según un estudio que hicimos el año pasado, el 67% no ha vuelto a las milicias”, afirma. “Pero mi mayor orgullo es poder decir que 27 de nuestro muchachos lograron pasar el examen nacional de ingreso a la universidad”.

La historia de Bahati

Nachegabe me presenta a los jóvenes. Les dice que soy periodista y les pregunta si alguno de ellos quiere hablar conmigo para contarme su historia. No faltan voluntarios. Es más, hacen cola, se empujan, para conversar con el “muzungu”.

Como es mejor que no se escuchen mutuamente, que no conozcan en profundidad lo que unos y otros han hecho en sus respectivas milicias, me consiguen un lugar resguardado, alejado de las aulas.

También Nachegabe me dice que la semana que viene saldrá nuevamente en misión a negociar con los comandantes locales y que quizás lo pueda acompañar. Por ahora, escucho los testimonios de los niños.

El que más me conmueve es el de Bahati, que lleva apenas dos semanas en el centro y cuyo retrato abre esta entrada del blog. Se unió a las filas de Nkunda cuando tenía 11 años porque su madrastra lo trataba mal. A los catorce años se pasó a los Mai Mai, tras haber trabajado una temporada en las minas de coltán.

Me muestra una herida de bala que tiene en la pierna. Me dice que por culpa de la guerra se ha hecho adicto a la marihuana. “¿No tienes alguna medicina que pueda tomar para curarme?”, quiere saber, mientras no para de moverse en el asiento de madera en el que conversamos