Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Algunas historias de cambio (vídeo)

Acomodando y reacomodando la información en discos duros – que son las estanterías y despensas culturales del siglo XXI -, me encontré con un trailer que hice hace cinco años para un proyecto de serie documental que terminó por hacerse realidad aunque con algunos cambios con respecto al planteamiento inicial.

Comparto con vosotros este vídeo que hasta ahora nunca había hecho público – fue una herramienta que usamos para ir a presentar el proyecto a cadenas y productoras – porque está protagonizado por muchas personas que han pasado por estas páginas: desde Agnes Paregio en Kenia, pasando por Beky Kiser en Etiopía o David Earp en la India.

Quizás pueda dar la impresión que es un proyecto cargado de cierto «buenismo», pero no es así. Desde los tiempos en que vivía en Calcuta siempre he sido crítico con las formas de acercarse al otro, de atender sus problemas, desde una posición de superioridad como es la caridad o buena parte de la llamada cooperación internacional.

Una de las virtudes de este nuevo mundo, el de los «7.000 mil millones de habitantes» sobre el que tanto hemos reflexionado aquí, es que las ecuaciones de poder están cambiando y que están dejando en claro que si cientos de millones de personas en África, América Latina y Asia están saliendo de la miseria no es por la caridad o la cooperación al desarrollo sino que es porque finalmente les han dado la oportunidad de abrirse paso por sus propios medios, sin tutelas ni trabas, como parte de pleno derecho de este mundo globalizado.

No, de lo que hablan estas historias es de pasión, de superación personal, creatividad y emprendimiento. Virtudes de las que andamos bastante escasos últimamente en España.

Nepal Sarnakar y la estupidez de nuestro mundo

Este blog se centra principalmente en presentar reportajes tanto sobre las consecuencias de la guerra como de la miseria. Intenta dar voz a las víctimas de los atropellos del poder.

Pero también tiene otra faceta, la de diario de viaje, la de espejo colocado junto al camino. Por esta razón recupero la historia de Nepal Sarnakar, cuyo testimonio recogimos hace un mes en estas páginas.

Nepal nació y se crió en un barrio de chabolas del sur de Calcuta, situado junto a una vía de tren. Hace tres años, rumbo a la escuela, se cayó en la calle. A partir de ese momento su salud comenzó a declinar.

Su padre, Mongol, conductor de rickshaw, se gastó todos los ahorros en llevarlo al hospital sin poder conseguir diagnóstico acertado alguno.

El desprecio sistemático por los pobres, del que tantas veces he sido testigo en esa meca de la espiritualidad que es la India, tuvo mucho que ver en la indiferencia con la que fue tratado, con las puertas que encontró cerradas al tratar de buscar ayuda para su hijo.

En busca de ayuda

Hace unas semanas, al escuchar la historia de Nepal y ver sus fotografías, David Earp, que dirige en Calcuta un hogar para niños discapacitados, decidió que se haría cargo de conseguirle la mejor atención médica posible.

Esta mañana me escribe: “Lo siento, no son buenas noticias. Se está muriendo y no hay nada que podamos hacer… Lo mejor que podemos hacer es ayudar a su familia y traerlo aquí para que vea el Kali Puja y los fuegos artificiales. Y llevarlo al zoológico y otros lugares para que disfrute. Es un niño adorable. Esto es muy triste…”.

A continuación corta y pega el diagnóstico. Se trata de una infección crónica del sistema nervioso provocada por una forma alterada del virus del sarampión. “Desde el uso extendido de vacunas, el SSPE es muy raro. Sin embargo, hay estudios que señalan que el SSPE continúa teniendo alta incidencia en Oriente Próximo e India”.

Qué mundo maravilloso

Comparto esta historia con vosotros para poner nombre y apellido a esas cifras que tan bien conocemos. Diez millones de niños que mueren al año por enfermedades fácilmente prevenibles. Mil millones de personas atrapadas en barrios de chabolas.

Otra vida, como la de Dipti Porchas y como la de tantos que hemos conocido a lo largo de la ruta, que cae bajo las ruedas de este mundo tan estúpido que hemos construido. Con su infinita banalidad, sus nefastas guerras y sus millonarios gastos en armamentos. Un fracaso colectivo en toda regla cuando miramos al rostro de sus víctimas, por más que los políticos no digan que seamos pacientes, que estamos avanzando.

Este absurdo mundo que sale sin dudarlo al rescate de los especuladores, de los ejecutivos que cobran bonos multimillonarios, de todos aquellos que han estado jugando con la finanzas, pero no de Nepal.

Sumon, discapacitado y sin hogar en Calcuta

Hace dos semanas contábamos en este blog la historia de Nepal Sarnakar, un adolescente discapacitado que vive en un barrio de chabolas situado al sur de Calcuta. Hoy, gracias a la labor de David Earp, está recibiendo ayuda médica especializada.

Esto permitirá a sus padres saber al menos qué mal lo aqueja, y quizás dé la oportunidad al joven de comenzar a recorrer el camino hacia una existencia menos dura y terrible de la que padece en estos momentos.

Sumon fue uno de los primeros integrantes del hogar que David Earp creó en Calcuta hace diez años y que al que le puso de nombre Shuktara, que en bengalí quiere decir estrella de felicidad.

“Nos llamó una organización para decirnos que había un niño en la estación de tren de Howrah”, recuerda. “Fuimos a verlo. Nos explicó que su familia le había sacado la ropa, lo había cubierto de suciedad y le había atado diez rupias en un pañuelo antes de abandonarlo”.

Sumon es un adolescente sonriente, alegre, que, a pesar de la parálisis cerebral, cada día coge su mochila y parte hacia la escuela. “Al principio estaba tan traumatizado que nadie se le podía acercar. Con el tiempo se fue abriendo. No puedo juzgar a sus padres, la vida en la pobreza es muy difícil”.

“En Sumon verás una gran mejoría en la certeza de quién es, en el sentido de su independencia”, continúa David. “Está mucho más convencido de lo que quiere. Y creo que esa es una de las cosas más importantes de Shuktara, que les damos a los niños una sensación de apreció hacía sí mismos”.

Una familia

De los 16 integrantes que tiene Shuktara, algunos son sordomudos y otros sufren parálisis cerebral. Todos han sido niños de la calle, huérfanos o ignorados por sus familias.

Si hay algo que sorprende de Shuktara es que no parece una institución, sino una casa normal, en la que los niños juegan, ven la televisión, andan en bicicleta, van al cine. “Esa era una cosa muy específica que yo quería, que fuera una familia para los niños, que esta fuera su casa”, afirma David.

Los domingos por la tarde, la terraza del hogar se llena de jóvenes que compiten con sus cometas. Además de los integrantes del hogar, hay compañeros de escuela y vecinos del barrio.

“Existe una gran discriminación. Si se paran en una esquina y gesticulan con la mano, hay gente que se burla de ellos. Muchos piensan que los sordomudos son tontos. Este es un lugar seguro, donde se siente aceptados cómo son”, afirma David, que tiene 51 años.

Animarse a cambiar

Cuando mira hacia el pasado, David se siente satisfecho. “Lo más importante para mí es cuando recorro la ciudad a diario y veo a gente cómo mis niños que está en la calle. Cuando veo a tíos locos en la calle, gritando, con cosas atadas a sus cuellos. No comen nada, permanecen sentados en la calle sin hacer nada. Me digo que ese podría haber sido Sunnil o Anna”.

“Su seguridad lo es todo para mí, que siempre tiene este lugar para estar, siempre tiene este lugar para encontrarse seguros. Son gente joven indefensa. Aunque ahora se vean bien, son aún muy vulnerables”.

Con respecto al cambio de vida, sostiene que dejar su negocio de tienda en Portobelo y mudarse a Calcuta ha sido más fácil de lo que pensaba. “Desde Occidente parece muy difícil dejarlo todo, pero si hay algo que puedo decir a la gente es que se anime a hacer sus sueños realidad, que vale la pena”.

Rescatar a los niños discapacitados

Si ya es duro de por sí vivir en la pobreza, mucho más difícil resulta aún cuando se tiene una discapacidad. Historias como la de Nepal, que presentamos en este blog hace una semana, son un ejemplo de los numerosos obstáculos físicos y culturales, de la falta de atención médica, que sufren quienes tienen sus capacidades mermadas y se encuentran atrapados en la miseria.

Se trata de un ciclo ciertamente perverso. La vida en los barrios de chabolas, en las calles, de una ciudad como Calcuta, obliga a las mujeres a dar a luz sin asistencia profesional. Esto multiplica los casos de parálisis cerebral. Por otra parte, al carecer de diagnóstico y tratamiento, enfermedades como la epilepsia pueden provocar severos daños neuronales.

Cuando viajó por primera vez a la India, David Earp se sintió sumamente conmovido por la situación de los niños discapacitados. En especial, de aquellos que, al carecer del apoyo de sus familias, se ven obligados a subsistir en las aceras y en los andenes de las estaciones ferroviarias.

“Nací en Londres. Antes de llegar aquí, en 1995, tenía una tienda en Porto Bello. Vendía ropa de segunda mano, vestidos de época para películas y obras de teatro”, explica David.

“En aquel viaje trabajé como voluntario en la estación de Howrah. Vi que las organizaciones ayudaban a los niños pero que ninguna de ellas quería hacer algo por los discapacitados. Daban educación, ropa, comida y le encontraban un lugar para vivir a niños que estaban bien, pero no si eran sordos o discapacitados, quizás por falta de conocimiento, no hacían nada por ellos”.

Cuatro años más tarde, David lo dejó todo en Inglaterra y se mudó a la India, donde creó la organización Shuktara, que en bengalí quiere decir “estrella de felicidad”.

La historia de Raju

Tal era la demanda de organizaciones que acogieran a jóvenes discapacitados de las calles y estaciones de trenes, que David comenzó a recibir numerosas llamadas. Una de ellas le decía que había un niño que vivía junto a su abuela frente al templo de Kalighat.

“Raju dormía en el pavimento. Sus padres se habían muerto y la anciana se dedicaba a vender flores», explica. «Raju, que sufre de parálisis cerebral, mendigaba entre los peregrinos».

La abuela de Raju estuvo de acuerdo en que se lo llevaran a Shuktara. Y cada domingo, hasta que murió hace dos años, caminaba durante horas para ir a visitar a su nieto. Siempre con un regalo en las manos, por más humilde que fuera: una fruta, una flor.

Hoy, gracias a la ayuda de los médicos y fisioterapeutas, Raju ha ganado control sobre sus manos y piernas. Va a la escuela, donde saca excelentes notas. Domina el hindi, el bengalí y el inglés. En el hogar se lo ve feliz, jugando con los otros 15 niños que lo integran.

“Esa era una cosa muy específica que yo quería, que fuera una familia para los niños, que esta fuera su casa”, afirma David. «Por eso tienen sus bicicletas, ven la televisión, invitan a sus amigos de la escuela. Esta es su casa, no una institución. Y ellos lo saben».

Continúa…