Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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En la tierra de los pequeños mobutus

En la República Democrática del Congo dejas de llamarte Hernán, o como en suerte te haya tocado que te conozcan, para tener un solo nombre: muzungu. En las calles, en los edificios públicos, son escasos los que no se dirigen a ti de esta manera: hombre blanco.

Si bien es cierto que ahorra valioso tiempo en presentaciones y demás protocolos sociales, también puede llegar a resultar extenuante, pues te lo dicen a todas horas, en especial los niños, muzungu, muzungu, que corren detrás de ti como si te conocieran, como si fueses famoso, Michael Jackson o alguien por el estilo (cuya música, por cierto, hasta el momento ha sonado en cada uno de los taxis que hemos tomado en Kenia, Ruanda y Congo).

Kitu kidogo

Además de la palabra muzungu y la música de Michael Jackson – ayer unos niños cantaban en el lago Kivu, entre las nubes de gas metano, una versión de Thriller que sonaba más a kiswahili que a inglés -, lo que más escuchas en esta parte del mundo es la expresión kitu kidogo, o alguna derivación o versión próxima.

Kitu kidogo: algo pequeño, un pequeño soborno, una pequeña mordida, un pequeño regalo, una pequeña propina. Al principio sorprende el descaro y la constancia, la ausencia de disimulo o rubor, con el que tantas veces se formula el pedido, como demuestran los policías vestidos de amarillo – bautizados por quien escribe estas palabras como “los pollitos” – que se sitúan en la rotonda que delimita la península de Mumumba.

Intentan parar a cuanto vehículo pasa por allí (casi siempre modelo Toyota Corolla, que es el que impera en los Kivus). Le piden los papeles, le miran los neumáticos. Como la mayoría de los coches se caen a pedazos – dejando a un lado la flota de todoterrenos blancos de las ONG y de la ONU – el negocio está hecho.

A veces el descaro alcanza tales niveles que la situación se convierte en una suerte de juego: los coches aminoran la velocidad, los policías se paran delante, los coches maniobran para esquivarlos. Un día pasa un muzungu, se asoma por la ventana y les saca una fotografía a los pollitos, que empiezan a pitar furiosos mientras los potenciales sobornados aprovechan para huir.

Tres pollos tres

Fiesta de sábado por la noche en la que es conocida como “casa latina” de Bukavu, pues vivían en ella argentinos, uruguayos y españoles. Hace ya tiempo que «los latinos» se han ido. Sólo queda el mapa de América latina en la entrada y una bandera del Real Madrid en el cuarto de baño. Ahora sus inquilinos son cinco rumanos que forman para de un programa de la ONU para entrenar a la policía.

La fiesta no tiene excesivo éxito, han asistido los cinco rumanos en cuestión, un par de indios y una sueca entrada en carnes y años que pertenece a la misma unidad. Beben un orujo casero de receta rumana. Como no podía ser de otra manera, suena de fondo Michael Jackson. Sus chillidos se escapan de un reproductor de música tocado por luces de colores giratorias.

Entre copa y copa, Vali habla de los policías congoleños a los que le toca entrenar cada día. Vali ha perdido 20 kilos debido a un parásito, ha padecido cinco veces malaria. Tiene un aspecto lamentable, pálido, como la fiesta que ha organizado. No ve la hora de volver a Rumanía, pero aún le quedan ocho meses de misión. «Un policía en el Congo gana 20 dólares al mes. Con ese dinero, en el mercado te compras tres pollos, nada más», explica.

Continúa…

Guerra y corrupción en Israel

En un artículo titulado “¿Queda alguien que no sea corrupto?”, el analista político Sami Peretz repasaba hace uno días en el periódico Haaretz los numerosos escándalos de comisiones, tráfico de influencia y casos de acoso sexual que están sacudiendo a la clase política israelí desde la guerra contra Hezbolá. Al final del texto llegaba a una durísima conclusión: “Somos un país corrupto, podrido hasta la médula”.

El episodio que más titulares ha conseguido fue el del presidente de Israel, Moshe Katsav, en el cargo desde el año 2000. En julio, cinco mujeres denunciaron que había abusado de ellas.

Esto sucedía días después de que el Ministro de Justicia, Haim Ramon, fuera acusado de acosar sexualmente a una empleada. Horas antes había dicho a los medios de comunicación que “todo el mundo en el sur de Líbano es terrorista, de una u otra forma está conectado con Hezbolá”. El 18 de agosto, este hombre, que fue ministro también con Yitzhak Rabín y Shimon Peres, tuvo que renunciar.

El Comandante en jefe del Ejército, Dan Halutz, vendió sus acciones en bolsa después de que Hezbolá secuestrara a dos soldados, sabiendo ya que la guerra iba a comenzar. Se le exigieron explicaciones por haber utilizado información privilegiada para ganar dinero.

Hasta el mismo Ehud Olmert ha sido señalado por diversos casos de sobornos y tráficos de influencia. El primero de todos: la compra de un piso millonario en Jerusalén a un precio inferior al del mercado. La lista continúa, como el que publica hoy 20 Minutos.

La clase política que precedió a la actual administración, tampoco tuvo las manos limpias. El anterior presidente de Israel, Ezer Weizman, dimitió en el año 2000 tras ser investigado por recibir un soborno de unmillón de dólares. Benjamín Netanyahu también sufrió el escrutinio de la justicia, por numerosos casos, entre los que destaca el de Bar-On

Pero el gobernante que se lleva la palma, más allá de haber sido hallado responsable por las matanzas de Sabra y Chatila, es Ariel Sharón, que a través del Comité Central del Likud creó un poder autónomo dentro del Estado, gracias a la ayuda de sus dos hijos.

Hace unos meses, Meir Margelit decía en este blog que la política belicista y de ocupación que sigue Israel está carcomiendo los cimientos morales de su sociedad. Hablaba de los valores del judaísmo tradicional, de la diáspora, que habían sido abandonados. Una idea similar a la que expuso Gideon Levy.

Ahora que en Israel se debate con tanta pasión sobre la necesidad de atacar a Irán, cabe preguntarse si no habrá por parte del Ejecutivo de Olmert un deseo de silenciar las críticas a través una nueva aventura militar. La guerra acalla las voces disidentes, el patriotismo manda, hay que apoyar a los combatientes, no se puede debatir ni discrepar.

La amenaza del enemigo externo, real o inventada, sirve siempre a los dirigentes para distraer la atención, para justificar sus acciones. Por otra parte, sería, como siempre, un espaldarazo a la industria armamentística, gran generadora de riqueza y empleo en este país.

Quizás sean estos argumentos que Olmert maneje, ya que su popularidad se encuentra por los suelos. Una acción desesperada para encausar a un gobierno que poco ha tenido de bueno a lo largo de su año de mandato.

De lo que no queda duda, como reflexionamos en tantas ocasiones en este blog, es que la guerra corrompe a todos los niveles. E Israel lleva ya demasiados años recurriendo a la violencia para tratar de solucionar sus problemas.

Tal vez haya llegado la hora de un cambio, de sentarse a dialogar. Terminar de una vez por todas con la dialéctica del victimismo, de la amenaza, de la guerra preventiva, y comenzar a buscar puntos de encuentro para avanzar hacia la paz en Oriente Próximo.