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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Sí, así es, debe terminar la ocupación israelí de Palestina

Regreso de pasar el día rodando en uno de los barrios de chabolas más conflictivos de Buenos Aires. En la radio, las últimas informaciones:

El punto de partida para unas negociaciones permanentes parece claro: se debe terminar la ocupación que comenzó en 1967, aseveró el presidente norteamericano George Bush.

Oír para creer. Quizás el locutor se equivocó. Quizás estoy tan cansado que no he escuchado bien. Cambio de emisora. La noticia se repite .

Aunque resulte imposible de creer, George Bush, el presidente de EEUU, que tanto daño ha causado a la región, y que siempre aparece tan ajeno a la realidad, ha dado en el centro de la diana. ¡Ha dicho que la OCUPACIÓN debe terminar!

El cartel

Sigo adelante en el coche, y encuentro un cartel en una esquina porteña que me llama la atención, que me hace frenar. Resplandece ilusorio en la penumbra del atardecer porteño.

Me bajo, le saco una foto. ¿Una señal? ¿Una señal de que el mundo quizás empiece a comprender la verdad? De que no se trata de la «paz», como siempre se dice, de que palestinos e israelíes no puedan vivir codo a codo, sino de una ocupación que lleva ya 40 años y que no termina.

Una ocupación que tiene lugar desde 1967 del territorio en el que los palestinos deberían haber construido su Estado según lo estipulado por Naciones Unidas en su Resolución 181 de 1947, que daba el 55% del territorio del Antiguo Protectorado Británico a los judíos y el 45% a los árabes(A partir de 1967, el 22% le quedó de hecho a los palestinos mientras que el 78% fue otorgado a Israel. ¡Un magro 22% que le ha sido negado durante las últimas cuatro décadas! Y del que si algún día recibe algo será un 18 o 19% como mucho. ¿Por qué tanta ambición desmedida?).

Una ocupación que contraviene la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU. Una ocupación «colonial» en toda regla: con sus intereses económicos y militares, con ese componente mesiánico que hace que Dios “legitime” su permanencia en un territorio que no le pertenece, y con la constante demonización de los habitantes autóctonos – a los que se presenta como «salvajes» -, cuyas tierras fueron ocupadas aunque poseen títulos de propiedad legales sobre las mismas.

Una ocupación que al finalizar permitiría crear un Estado palestino viable, y no la serie de bantustantes escindidos en base a consideraciones raciales, por puestos de control y por una férrea vigilancia militar, que hacen imposible cualquier atisbo de un país palestino próspero, y que es lo que hoy existe, como quería Ariel Sharon.

Una ocupación que la prensa mundial ha ocultado sistemáticamente con toneladas de mentiras, de tergiversaciones, hablando de «paz», dando noticias de bandas de música mixtas entre palestinos e israelíes, como si la región estuviera biblícamente condenada a la violencia, cuando el mayor problema son los colonos israelíes que viven en territorio palestino, cuando ellos deberían ser el centro de la noticia.

Los colonos

Los 8 mil colonos de Gaza ya se han ido. Los 446 mil colonos que están en Cisjordania – muchos de ellos llegados desde EEUU, Argentina o Rusia – no se marchan por razones que ya han explicado en este blog israelíes tan lúcidos como Amira Hass, Gideon Levy y Meir Margalit.

Los colonos tienen que irse de Cisjordania para cerrar la afrenta histórica, la más profunda de la heridas, y para comenzar a construir un camino justo y transitable. Claro que para tomar una decisión de semejante dimensión política sería necesario un líder israelí fuerte y valiente, no como Ehud Olmert, que es despreciado por sus conciudadanos debido a la corrupción y al fracaso en la guerra del Líbano.

Porque aunque buena parte de la sociedad israelí esté a favor de terminar con la ocupación, lo cierto es que el poder de los colonos, de los extremistas religiosos, es tal, que juega en su contra.

Y es allí, en los intereses que colisionan dentro de la propia sociedad hebrea, donde sí se encuentra la complejidad de la cuestión, a la que hay que sumar la presión de una parte de la diáspora que se opone al final de la ocupación.

Así, el cartel que descubrí en Buenos Aires sería un símbolo del pasado, del momento en que el destino de dos pueblos se encontró, de forma violenta, plagada de mentiras, de bajos intereses que no los representan a uno y a otro, para luego separarse, para luego vivir, esperemos que sí, en PAZ.

Por cierto: ¿quién habrá sido el ingenioso miembro de la municipalidad que, entre las miles de arterias que surcan la ciudad de Buenos Aires, decidió que estas dos se debían cruzar?