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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Errores y mentiras de EEUU en Irak 2

Los ciudadanos de los Estados Unidos dan la impresión de haber despertado de un largo sueño que los mantenía irremediablemente apartados de la realidad del mundo. Un sueño lóbrego, confuso, carente de asideros morales, desenfrenado, que comenzó el 11 de septiembre de 2001.

En vísperas de las elecciones que hoy tienen lugar en su país, parecen haber empezado a comprender lo que para cientos de millones de personas en todo el planeta era evidente hace ya tres años, que la guerra de Irak, además de estar basada en una serie de mentiras, provocaría más violencia y destrucción de la que pretendía evitar.

Como analizábamos ayer, la estrategia de la administración Bush para mantener a los estadounidenses ajenos a los problemas en Irak se fue modificando a lo largo del tiempo, y probó ser efectiva gracias al apoyo de la mayoría de los medios de comunicación – con las honrosas excepciones de espacios como Democracy Now! o The Daily Show -, pero hubo un momento en que la situación en la nación del Tigris y el Éufrates adquirió dimensiones tan brutales y sangrientas que resultó imposible de ocultar.

La pregunta que muchos se hacen es cómo fue que los EEUU cometieron tantos errores en Irak. ¿Cómo hicieron para llevar al país a la más absoluta indigencia económica y al abismo de la guerra civil?

Patrick Cockburn, en el extraordinario libro The Occupation, que acaba de publicar con la editorial Verso, describe la sucesión de desaciertos de la administración Bush.

Quizás hoy, si los demócratas logran la mayoría en alguna de las dos cámaras, puedan hacer que la situación cambie. Más allá de posibles rectificaciones, vale la pena recordar la unanimidad con que se defendió la invasión por parte de los partidos mayoritarios, y que el daño, estimado en 650 mil muertos, es irreparable.

Otro dato importante, y menos alentador: tanto Guantánamo, como las torturas y los centros de detención clandestinos en terceros países apenas han tenido mención en las campañas electorales. En este ámbito, los estadounidenses no dan la impresión de estar dispuestos a abrir los ojos.

Tal vez tengamos que esperar hasta las próximas elecciones para que se genere el nivel de conciencia colectiva que permita cerrar la infame cárcel caribeña y para que los EEUU dejen de subcontratar los servicios de otros estados, como si se tratase de la deslocalización de la producción de una fábrica, en las tareas de reclusión y tortura de supuestos miembros de redes terroristas, en esta suerte de Escuela de Mecánica de la Armada que han montado a nivel planetario.

Algunos intelectuales, como Bernard Henry Lévy, afirman que nos encontramos en los albores del declive de las tesis neoconservadoras, dada la vacuidad moral y la torpeza en la gestión que han mostrado sus impulsores.

Ojalá así sea. Aceptar y promover abiertamente la tortura, las detenciones ilegales y la guerra preventiva, han sido duros golpes a los pilares sobre los que se asienta nuestro sistema de vida. Más aún si se tiene en cuenta que estos abusos han sido perpetrados por el país en el que se inspiró Alexis de Tocqueville .

Una clase media inexistente

En los meses anteriores a la invasión de Irak se repitió hasta el hartazgo que el país se volvería a poner en pie tras cuatro décadas de dictadura gracias a la participación de la clase media.

Lo que los EEUU y sus aliados no fueron capaces de prever es que esa clase media había desaparecido como consecuencia de las sanciones que la ONU impuso a Irak en 1990.

Aquellos que no habían abandonado el país para buscar una vida mejor en el extranjero (sólo Nueva Zelanda recibió a 30 mil profesionales en la última década), irremediablemente se hundieron en las fauces de la miseria, como la mayoría de los iraquíes.

Las sanciones de la ONU hicieron que Irak pasara de tener un nivel de vida similar al de Grecia, a equipararse a Burundi en el índice de desarrollo humano del PNUD.

El dinar iraquí, que en 1990 valía tres dólares, cayó en picado. Cinco años más tarde, un dólar servía para comprar 2.500 dinares iraquíes.

Un estudio de 1998 demostró que el 9,1% de los niños iraquíes sufrían malnutrición grave, un 26,7% malnutrición crónica, y el 22,8% mostraban un peso inferior al recomendado para su edad.

Denis Halliday, el diplomático de la ONU encargado de supervisar el programa Petróleo por Alimentos, renunció a su puesto en 1998 al descubrir que entre 4.000 y 5.000 niños morían cada mes por las terribles condiciones de vida que habían provocado las sanciones económicas.

Según Cockburn, los Estados Unidos y el Reino Unido habían minusvalorado durante años el impacto de las sanciones, para que no se levantarán, y eso contribuyó a que no tuvieran una idea precisa de las condiciones de miseria en que se encontraba la mayor parte de la población iraquí.

La prepotencia de los vencedores

Para argumentar la necesidad de invadir Irak, los EEUU habían presentado a Sadam Husein como un peligro para la seguridad mundial, ya que tenía un poderoso ejército de más de un millón de soldados, y contaba con armas de destrucción masiva. Además de haberlo acusado de mantener relaciones con grupos terroristas.

Estas tres afirmaciones resultaron falsas. La capacidad militar de Husein demostró ser realmente pobre. Aunque las imágenes de televisión mostraban las columnas de humo de los bombardeos, Cockburn, que entró por el norte de Irak durante la guerra, afirma que los soldados rasos, en su mayoría chiíes desertaban sistemáticamente.

En primer lugar, porque no estaban dispuestos a morir por el hombre que durante tantos años los había oprimido. Después, porque era tal la precariedad de los medios de las tropas, que apenas tenían para comer.

Hasta la famosa Guardia Republicana de Husein, que en teoría iba a defender Bagdad, y que estaba compuesta por suníes, evitó el combate y se dispersó.

La Primera Guerra del Golfo causó 236 muertos en los ejércitos aliados. La segunda invasión de Irak terminó con la vida de 122 soldados estadounidenses.

Para Cockburn, este fácil triunfo produjo un estado de euforia en los vencedores, que los llevó a cometer errores decisivos a lo largo del primer año llevados por un sentimiento de invulnerabilidad.

En ningún momento se hizo caso a las voces que advertían de que aquello podía tener un desenlace tan negativo como las intervenciones en Líbano, Somalia o Vietnam.

Continúa…

Errores y mentiras de EEUU en Irak 1

Dicen que en los prolegómenos de la guerra de Irak, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, se mostró sorprendido cuando uno de sus asesores le explicó que en aquel país hay dos clases de musulmanes: los chiíes y los suníes. Seguramente por esta razón, aunque quizás porque él mismo no lo sabía, no le dijo que, además, estas dos grandes ramas del islam estaban divididas a su vez en infinidad de rivalidades y lealtades tribales y étnicas, sin contar, por supuesto, con la presencia de grupos minoritarios como los kurdos.

Esta anécdota la cuenta Patrick Cokburn en su libro The Occupation, que acaba de ser publicado en Inglaterra por la editorial Verso, y que en buena medida es una metáfora de la ignorancia, el mal hacer y la prepotencia que los EEUU han mostrado hasta el momento en Irak.

Conducta esta que ha sumido a la nación del Tigris y el Éufrates en la peor de sus crisis, con más de 650 mil muertos en tres años según The Lancet, una economía en absoluta banca rota y una guerra civil en ciernes.

Una habitación con vistas al horror

Patrickt Cockburn llegó a Irak por primera vez en 1978. Y desde entonces ha seguido de cerca la situación del país. Los años que precedieron a la invasión los pasó en la suite 106 del hotel Al Hamra, situado en el distrito bagdadí de Jradiyah, en la margen izquierda del río Tigris, no muy lejos del hotel Palestina, donde fuera asesinado el cámara de Telecinco José Couso.

Esta situación privilegiada le permitió ser testigo del progresivo deterioro de las condiciones de vida en Irak. Desde la ventana de su habitación observaba las columnas de humo que se elevaban cada vez con más frecuencia e intensidad como consecuencia de los atentados con coche bomba. En las calles recogía el testimonio de los iraquíes de a pie, cuya rabia hacia la ineptitud de las fuerzas de ocupación crecía por segundos.

Finalmente, Patrick Cokburn se tuvo que ir debido a que el círculo de la violencia se estrechó demasiado a su alrededor. Su compañera de habitación, Marla Ruzicka, que trabajaba en una ONG para tratar de ayudar a los iraquíes a cobrar indemnizaciones tras la guerra, murió asesinada. Lo mismo le sucedió a otra amiga, Margaret Hassan, la integrante de CARE que fue secuestrada cuando trataba de llevar ayuda humanitaria a Irak.

Tras cubrir el referendum sobre la constitución del 15 de octubre de 2005 partió hacia Inglaterra. Tres días más tarde, un coche bomba con mil kilos de explosivos entraba al estacionamiento del hotel Al Hamra y volaba por los aires matando a doce personas.

En su nueva obra, Patrick Cockburn, que es en este momento una de las voces más respetadas en lo referido a Irak – como su compañero en The Independent, Robert Fisk , lo es sobre Líbano – explica de forma exhaustiva los errores cometidos por la administración Bush, así como la sucesión de engaños y falacias que esgrimió a lo largo de los años para ocultar la verdad a los estadounidenses.

Mentiras y manipulación: los seguidores de Sadam Husein

Las mentiras de la posguerra en Irak se suceden de la siguiente manera. Durante el año de gobierno de Paul Bremer III, militar que escasa de información tenía del país al que acaba de ser enviado a dirigir, se argumentaba que los grupos insurgentes que comenzaron los primeros atentados en junio de 2003 – la guerra había terminado el 1 de mayo, con Bush declarando la victoria – no eran más que seguidores de Sadam Husein que peleaban para restaurar el poder del partido Baath, y cuya capacidad de acción en poco tiempo más sería mermada.

En todo momento, argumenta, la posibilidad de estar ante una guerra civil, la complejidad de las rivalidades étnicas y religiosas de Irak, fueron ocultadas a los estadounidenses. Se les decía, una y otra vez, que la situación estaba a punto de mejorar, que la violencia no era más que el coletazo del antiguo régimen.

Justamente fue durante ese primer año que los EEUU cometieron sus mayores errores. Mostraron una ineptitud y una corrupción pasmosas, lo que enfureció a la población local, además de una propensión al gatillo fácil y al uso indiscriminado de la fuerza. Pero lo que más llamaba la atención a Cockburn era el desprecio por la opinión de los iraquíes. Los estadounidenses estaban allí para mandar, para hacer las cosas a su manera, sin siquiera considerar la lógica y la idiosincrasia del país.

Por poner un ejemplo de la pésima gestión, los EEUU aún no han sido capaces de devolver el suministro normal de corriente eléctrica a Irak. Con Saddam Hussein los iraquíes contaban con 8000 megavatios por habitante, ahora tienen 4200 megavatios, por lo que pasan la mayor parte del día sin electricidad. Algo similar sucede con el agua, antes el 50% de la población tenía acceso a ella, ahora apenas el 32%(sobre estos temas volveré en la segunda parte del artículo).

Mentiras y manipulación: no es más que Al Qaeda

Tras la muerte de los vástagos de Husein en Mosul, y la captura del propio dictador, los EEUU se quedaron sin excusas sobre quién estaba desestabilizando al país, por lo que su estrategia se centró en Al Qaeda.

A partir de ese instante, uno de tantos «puntos de inflexión», los malos por antonomasia del mundo, que estaban detrás de los atentados, eran los islamistas fanáticos que llegaban de todo Oriente Próximo para colocarse artefactos explosivos.

Cockburn opina que deliberadamente se magnificó el accionar de la red de Bin Laden. El número de saudíes, sirios, jordanos y egipcios que llegaron a Irak fue relativamente bajo. Y sus acciones no hubiesen sido posible sin la colaboración de los propios suníes iraquíes que, en realidad, fueron los que perpetraron la mayoría de los ataques.

En ningún momento se habló del odio que la mala gestión de EEUU estaba generando. Esto se ocultó deliberadamente a los estadounidenses durante las elecciones presidenciales de 2004. Y, aunque el 11S comenzaba a quedar en el pasado, los medios de comunicación de este país no se atrevieron a decir la verdad por miedo a parecer «poco patrióticos».

Dentro de esta lógica, la muerte del jordano Al Zarqaui debía haber constituido un avance hacia la paz, pero no fue así. La violencia continuó aumentando, aunque en junio de 2005, Dick Cheney dijo que la insurgencia estaba en sus últimos días.

George Bush nunca explicó con claridad por qué la guerra, que había declarado terminada en mayo de 2003 había vuelto a comenzar (en realidad, la verdadera confrontación empezó en junio de 2003, esa guerra que cada día se parece más a Vietnam).

Tampoco ayudó mucho a conocer la verdad, según Cockburn, la tendencia que tienen muchos estadounidenses a entender la realidad como si fuera una película de Hollywood, en un proceso de comprensión basado en la dialéctica de buenos y malos, ya que Irak es mucho más complejo.

Ahora cabe preguntarse si la reciente condena a muerte de Sadam Husein, que llega dos días antes de unas elecciones que los republicanos parecían tener perdidas, podrá equilibrar la balanza en los votos. ¿Tendrá un golpe de efecto? ¿Seguirán la mayoría de los habitantes de Estados Unidos viendo la situación en Irak como un conflicto simple, en blanco y negro, de villanos y héroes? ¿O comenzarán, de una vez por todas, a apreciar la realidad del mundo con todos su matices y contradicciones?

Continúa…