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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Dar una mano a los que viven de la basura en Brasil

A la casa de Sheila le faltan buena parte de las paredes, de los cristales en las ventanas, carece de saneamientos, de agua corriente, pero es una vivienda al fin. Para esta mujer, madre soltera de dos hijos que vive en la favela da Palma, significa un gran avance, ya que antes subsistía juntos a sus pequeños en un lugar más precario aún: entre plásticos y cartones, junto a la puerta del vertedero de la ciudad de Fortaleza.

Sheila pudo comprarse un terreno y comenzar a construir su casa gracias al apoyo de Cristina Franca, la líder comunal que también ayuda a João Nacimento. «Desde que ella vino aquí nos juntamos todos los catadores y ahora defendemos nuestros derechos», me explica Sheila.

La unión de fuerzas de las personas que viven de la basura en la favela, les permitió en primer lugar tener un sitio propio en el que almacenar los desperdicios que recogen de la ciudad. Una nave donde funciona la cooperativa Santa Rosa, de la que todos son propietarios. Un salto cualitativo en sus condiciones de vida, ya que no se ven obligados, como hacían antes, a guardar los restos de plástico, lata y cartón en sus hogares.

Desde el desembarco de Cristina Franca en la favela, han alcanzado también otros logros que nunca hubieran imaginado: préstamos bancarios, donaciones, apoyos de otros movimientos sociales. Y quizás el más importante: al estar unidos son más fuertes ante los intermediarios, que se ven obligados a pagarles un precio justo por las materias primas.

Casada con un conocido sindicalista cristiano, Cristina Franca coordina doce cooperativas de catadores en todo el estado de Ceará. Una vez al mes establece reuniones con políticos, periodistas y empresarios, en que los recolectores de basura cuentan cómo viven y qué necesitan para progresar.

Cuando Cristina llega a la cooperativa Santa Rosa, para preparar la próxima reunión a la que van a asistir, los catadores la reciben con afecto y gratitud. Sentados en una sala de la nave, cada uno comenta cómo le ha ido a lo largo de la semana.

Continúa…

Los que viven de la basura en Brasil: João Nacimento, un cartonero ciego

A las personas que en Brasil viven de recoger basura se las conoce como catadores. La mayoría de quienes ejercen este trabajo en la ciudad nordestina de Fortaleza, residen en la favela da Palma, a donde me dirijo a los pocos días de haber terminado el Foro Social Mundial.

De las historias que encuentro entre los catadores, la que más me sorprende es la João Nacimento, cuya precaria vivienda está atiborrada de montañas de botellas de plástico, latas y cartones que se suceden entre los sillones apolillados y la televisión.

Los catadores que cada día salen con sus bolsas de arpillera y sus carros a recorrer las calles de Fortaleza, suelen quejarse de que parecen invisibles. Los conductores les pitan impacientes, los insultan, los rozan al pasar con sus coches. El gobierno poco hace por ayudarlos a realizar su labor.

En el caso de João Nacimento, la indiferencia es recíproca, ya que él no puede ver a los hombres y mujeres que caminan por las zonas más prósperas de la ciudad. Al frente de su carro de metal oxidado y madera, avanza entre los coches con la cabeza levantada y la mirada perdida, como si transitase por otro plano de la realidad, mientras su mujer, Albina, le va dando indicaciones: gira a la derecha, camina más rápido, no te apresures.

Cuando Albina le dice a João que se detenga, los dos hijos menores de la pareja saltan a la acera y abren las bolsas de basura que se apilan en las puertas de los edificios para buscar en su interior los envases de plástico, las latas, los restos de papel y cartón, que colocan en la parte trasera del carro.

João lleva tres décadas subsistiendo de recoger lo que tiran los demás. Los médicos dicen que perdió la capacidad de ver por la mala alimentación, por no haberse protegido de la luz solar y por el contacto prolongado con el polvo de los basurales.

Un cambio en la vida de João

En los últimos tres años, las condiciones de vida de João han mejorado notablemente. Antes dormía junto a su mujer y sus ocho hijos en una chabola de madera construida en la margen derecha del canal que lleva las aguas fecales de Fortaleza. Cuando tenía algún problema, no sabía a quién recurrir.

Hoy forma parte de una cooperativa en la que junto a otros catadores ha comprado una nave en la que clasifica y almacena la basura para luego poder venderla a mejor precio, lo que le ha permitido incrementar sus ingresos y ahorrar lo suficiente para comprarse, a los cincuenta y seis años de edad, su primera casa.

Esta transformación, que no es suficiente para liberarlo de tener que recoger basura, pero que sí le ha dado otra perspectiva desde la que enfrentarse a la adversidad, es consecuencia de la labor de Cristina Franca.

Una mujer que se dedica a tratar de sacar a los catadores de la marginación, que los organiza para que sumen fuerzas y para que su voz llegue a ser escuchada por la sociedad. Y cuya historia contaré en la próxima entrada.

Los que viven de la basura en Brasil: convertir la mierda en arte

Antes de desembarcar en La Chureca, sigo rescatando del tiempo los encuentros que he tenido con personas que viven de la basura. En esta ocasión vuelvo atrás el reloj casi tres años. Me sitúo en el último Foro Social Mundial que se celebró en la ciudad que lo vio nacer: Porto Alegre, bastión tradicional del Partido de los Trabajadores de Luis Ignacio «Lula» da Silva y hogar de los presupuestos participativos (en los que cada ciudadano decide en qué quiere que se gasten sus impuestos).

Cuando desembarco en Brasil, el evento acaba de comenzar. Dejo las cosas en la habitación de hotel que comparto con el enviado de la revista Time, corro a la sala de prensa, donde me acredito, y después me uno a la multitud que ha salido a abogar por la paz y la justicia social, en la primera de tantas marchas que se sucederán a lo largo de esta semana. Una manifestación que termina en el escenario donde por la noche toca Manu Chao.

El Foro Social Mundial (FSM) nació como respuesta a la reunión que cada año los empresarios, políticos y economistas celebran en la ciudad suiza de Davos. Es un encuentro de la sociedad civil más activa y comprometida, esa que trabaja desde abajo para transformar la actual repartición de poder. Por las salas de la conferencia en Brasil pasan intelectuales como Eduardo Galeano, Adolfo Pérez Esquivel, José Saramago, Ignacio Ramonet…Al mismo tiempo, miembros de grupos indígenas, ecologistas, sin tierra, debaten, intercambian ideas, en las decenas de tiendas que se han instalado por toda la ciudad gaucha.

Al terminar el FSM, me embarco en un largo viaje por Brasil que aprovecharé para realizar reportajes sobre la situación social del país tras el arribo al poder del Partido de los Trabajadores. Abandono Porto Alegre con algunos sentimientos encontrados, pero con la certeza absoluta de que ese otro mundo del que tanto se ha hablado será consecuencia de las acciones de la gente de a pie, de las bases, o no será.

Joaquim, creación en la basura

Aterrizo en Sao Paulo, donde ya en mi primer recorrido por el centro conozco a Joaquim, un hombre que desde hace ocho años vive debajo de un puente. Uno de los 30 mil sin techo de esta ciudad de brutales contrastes, en la que los altos ejecutivos van a sus trabajos en helicóptero para evitar los atascos.

El eje de la existencia cotidiana de Joaquim es la basura. Con muebles viejos y abandonados ha construido el refugio en el que pasa los días bajo el puente de esa autopista que a todas horas se mece y se sacude por el trasiego constante del tráfico. Y es también con los trozos de cartón y papel que encuentra entre los desperdicios, que crea cestas, sillas y elementos decorativos que vende para poder subsisitr.

Me maravilla el talento de Joaquim. En especial cuando me muestra algunas esculturas que ha hecho de papel. Lo felicito por el trabajo que realiza. Y le pregunto cómo ha terminado en las aceras.

Joaquim se expresa con propiedad. Me dice que es contable de profesión y que tenía una empresa. El punto de inflexión llegó cuando descubrió que su socio lo había estado estafando, y no sólo perdió el negocio sino que se deprimió tanto que terminó separándose. En un punto de la narración no puede seguir adelante por el peso del dolor, del recuerdo de su mujer y sus hijos, y comienza a llorar.

Indiferencia ante los problemas mentales

Lo cierto es que a medida que su discurso avanza, empieza a perder coherencia. Vislumbro que Joaquim padece alguna enfermedad mental, ya que de hablar de su vida anterior, ahora pasa a contarme historias inverosímiles de hombres que lo quieren matar, que le disparan desde coches en movimiento, y me explica que esa es la razón por la cual decidió esconderse debajo de un puente.

Paso varias horas con Joaquim, un hombre que me genera una honda empatía. Observo cómo hace sus esculturas, lo acompaño a recoger papel y cartón. Cuando nos despedimos, ya es tarde, está cansado. Sin haber cenado, se acuesta en su refugio. Allí, en medio del ruido, de las ratas, de la violencia.

Pienso en esa otra realidad posible de la que tanto he escuchado debatir en los últimos días. Me digo que tiene que ser una realidad donde las personas con problemas mentales reciban ayuda, medicación, compañía, y no terminen tiradas debajo de un puente. No sólo como sucede en Brasil, sino también en España, y en buena parte del planeta. Ya que parece que ahora, para este magnífico sistema de vida que hemos creado basado en la competencia, en la supremacía del más fuerte (o del que tiene más capital, que es lo mismo), aquellos que están en inferioridad de condiciones no cuentan.

Continúa…