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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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El carnaval como metáfora (vídeo)

El carnaval de Río de Janeiro como metáfora de los contrastes de nuestro mundo. Los que vivimos en la perpetua fiesta de la abundancia material, y los que miran desde fuera…

Alegría, sensualidad y decadencia: primer día en el Carnaval de Río

Los últimos enfrentamientos entre la policía militar y los narcos en el morro do Alemao tuvieron lugar el viernes por la mañana. A medida que la hora de comienzo de Carnaval se acercaba, progresivamente la violencia se iba atenuando.

Algunos periodistas ya me lo habían anticipado: la fiesta popular más famosa y multitudinaria del mundo llevaría tanto a las fuerzas del orden como a los “bandidos” a dejar los fusiles 762 y R15, los lanzagranadas y las bombas, para coger la lata de cerveza, el bañador y salir a la calle a sambar. “Ojalá tuviéramos carnaval todo el año, ojalá la vida fuera un perpetuo culto a la diversión, a la fraternidad, a la alegría”, pensé.

Como se ha terminado la confrontación durante estos días, no tengo más opción que sumarme a la fiesta. Un sacrificio, realmente, pero todo sea por la causa. Me pongo también el bañador, cojo la cámara y parto hacia la avenida Rio Branco, desde donde sale el bloco más importante de Río de Janeiro: Bola Preta. Nueve de la mañana del sábado, más de medio millón de personas congregadas en el centro de la ciudad.

He estado en el carnaval de Bahía, con sus tríos eletricos, y este no tiene nada que envidiarle. Llevada por la música, la multitud avanza a pasos cortos, sudada, pletórica de alegría, de risas, henchida de calor y cerveza. Atrás quedan los problemas del año, los miedos, las frustraciones, este es un momento para divertirse y gozar, para compartir con los amigos y la gente querida.

La fiesta sigue, no para, son las dos de la tarde, y el grupo continúa tocando infatigable en lo alto del camión, aunque los entendidos ya están partiendo hacia Ipanema, donde en unas horas dará comienzo otro de los blocos más famosos, organizado por la comunidad gay.

En el bloco de este maravilloso barrio que es Ipanema, los travestis son los principales protagonistas. Desenfadados, sonrientes, dueños de un hedonismo que parece imposible de superar – tal vez como compensación a tantos momentos difíciles de exclusión y rechazo – caminan por las calles moviendo las caderas, danzando, orgullosos, altivos.

Todos llevan fantasias (disfraces). El más colorido es un grupo de una veintena de “indias” con sus saris que hacen movimientos orientales y que insisten una y otra vez en que les haga fotos. Después, anotan la dirección para buscarlas en el periódico. Se las repito varias veces: www.20minutos.es.

Los camiones con los músicos paran y la multitud, hipnotizada por el ritmo, baila en el lugar, bebe.

Las mujeres, con una sensualidad insuperable, meciendo las caderas al compás de los tambores.

Entre la multitud hay niños que recogen latas vacías en bolsas de plástico, y moradores de las favelas cercanas que han bajado a tratar de ganarse unos reales. Dicen que el Carnaval es la fiesta que une a los ricos y los pobres, la fiesta de todos, pero en este caso, como en tantos otros, para la gente que más humilde es la oportunidad de ganar un poco de dinero.

Durante estos días acampan en las principales avenidas con sus hijos y sus chiringuitos dispuestos a vender lo que sea. No por ello dejan de sonreír, de sambar en el lugar.

Son las doce de la noche. Regreso a la avenida Rio Branco, centro de la ciudad, donde comenzó todo. La fiesta sigue, como en todos los barrios y favelas. Ahora desfilan las escolas menos famosas, que no calificaron para entrar al sambódromo (a dónde iré mañana en esta tan ardua tarea, por la que tantos sacrificios sigo realizando).

Tal vez sea porque la noche avanza, pero comienza a proyectarse una notable decadencia. Un turista, al que le robaron la cámara varios niños, grita indignado. Las montañas de basura se acumulan por doquier. Un policía le da un golpe a una mujer en medio de la turma. Ella lo insulta. Él la amenaza con su arma.

Un menino de la rua, de diez años, que ha fumado crack se sacude en una esquina, sobre el suelo. Todos los ignoran. La violencia resurge. La violencia de la miseria, la exclusión, el hambre, el abandono. Ni la música ni el baile parecen haberla hecho desaparecer. La ilusión del Carnaval no tiene tanto poder, el dolor sigue lantente, debajo de sus serpentinas y sus máscaras, dispuesto a salir ahora que el alcohol y el cansancio de este primer día de fiesta hacen mellan en la gente.

La fraternidad, la comunión, el encuentro de todos: un sueño efímero, que no tarda en desvanecerse, como si los seres humanos estuviéramos condenados a no poder encontrarnos, a no poder estar en paz, por más empeño que pongamos, por más grande que sea nuestro deseo de salir a la calle y bailar y ser felices.