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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Morir para contar: Bill Stewart, el comienzo del fin de Somoza

«Ese fue el gringo que nos cambió la vida», me dice Lola Ocón, antigua líder sandinista que hoy se ha pasado a la oposición de izquierdas a Daniel Ortega. «Después de que lo mataran, los Estados Unidos dejaron de apoyar a Somoza».

Y así sucedió. El brutal asesinato del periodista Bill Stewart, filmado por sus compañeros, conmocionó de tal forma a la opinión pública estadounidense que su gobierno no pudo seguir respaldando a la dinastía dictatorial y sanguinaria que había sometido y expoliado al pueblo nicaragüense durante cuarenta años.

Regreso a Managua tras diez días en la tierra de los miskitos. Mientras espero el avión que me llevará a Madrid – en uno de los tantos recorridos que realizo por esta ciudad apacible, desperdigada, latente de vegetación y rodeada de montañas que es la capital nica -, me detengo en el lugar donde Bill Stewart perdió la vida junto a su interprete, Juan Espinoza. Una placa, en el barrio de Reguero, próxima al mercado Roberto Huerbes, recuerda a los dos hombres que murieron de una forma que aún hoy resulta incomprensible.

Este asesinato, que desde que empecé la serie Morir para contar supe que alguna día relataría, ya que es uno de los más recordados de la profesión, tuvo lugar el 20 de junio de 1979. Bill Stewart, reportero de 37 años de edad y empleado de la cadena ABC, regresaba al hotel Interncontinental en una furgoneta junto a su traductor, al técnico de sonido Jim Céfalo y al veterano cámara Jack Clark. Volvían del norte de Nicaragua. El vehículo tenía escrito a un lado las palabras: Foreing Press.

Avanzaban por la avenida de los Mártires del Primero de Mayo cuando una patrulla de la Guardia Nacional les ordenó que se detuvieran. Acompañdo por su intérprete, Bill Stewart se dirigió hacia al soldado que estaba al frente al tiempo en que Céfalo y Clark se escondían entre la maleza. Llevaba en la mano su acreditación de prensa del gobierno de Nicaragua y una bandera blanca. Le dijo que no hablaba español y que era periodista estadounidense.

El guardia lo encañonó con su M16 y le gritó: «Ponte de rodillas hijoeputa, ponte de rodillas». Bill se arrodilló y le dijo suplicante: «No español, no español, yo periodista». Acto seguido el militar le ordenó que se tumbara sobre el suelo: «¡Acuéstate, hijoeputa!». Bill le hizo caso. Y el soldado le dio una patada en el costado derecho volviendo atrás unos pasos al tiempo en que Bill se retorcía de dolor.

«No español, yo periodista, yo periodista», le volvió a suplicar el reportero. A lo que el Guardia Nacional, que levantó en el aire su arma durante unos instantes, le contestó pegándole un tiro en la nuca. Del militar que disparó se sabe que se llamaba Álvarez, que tenía 18 años en el momento del asesinato y que lloró durante el juicio al que lo sometieron los sandinistas.

El primero en dar la noticia fue el corresponsal de EFE en Managua, Filadelfo Martínez. El cable de prensa conmocionó al resto de los periodistas extranjeros. Aunque el régimen de Anastacio «Tachito» Somoza intento evitar que se emitieran, Clark y Céfalo transmitieron las imágenes desde la habitación 307 del hotel Intercontinental. En poco tiempo dieron la vuelta al mundo. La televisión de los EEUU las repetían una y otra vez.

Los 97 periodistas extranjeros acreditados en Managua, que tenían el hotel Intercontinental como centro de operaciones, firmaron una carta de protesta que hicieron llegar al dictador. La prensa local, propiedad de la familia Somoza, afirmó que los corresponsales formaban parte de la «propaganda comunista».

La guerra civil de Nicaragua, en la que la guerrilla sandinista luchaba contra la dictadura, se llevaba por delante cientos de vidas inocentes. Bombardeos, francotiradores, fuego cruzado en las esquinas. Lo que le sucedió a Bill Stewart no era ajeno a los civiles nicaragüenses.

Nacido en West Virginia, Stewart llevaba un mes en Nicaragua cuando fue asesinado. Hasta ese momento el gobierno de Somoza había sido respaldado mayoritariamente por los republicanos, ya que argumentaban que era un baluarte en contra del comunismo. Casi cuatro semanas más tarde, el 19 de julio de 1979, sin el apoyo de EEUU, el dictador cayó.

El cuerpo de Bill Stewart llegó a EEUU gracias a la gestión de Alemania Occidental, pues el gobierno de Washington se negó a colaborar con la familia y con la cadena ABC en el traslado del féretro. Pero la traición llegó cuando Ronald Reagan comenzó a financiar a los Contra para que se enfrentaran al gobierno sandinista. La Guardia Nacional, de la que formaba parte el asesino de Stewart, fue la que encabezó la acción armada financiada por los contribuyentes norteamericanos que tiempo antes se habían horrorizado ante la violencia homicida de sus integrantes.