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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Balas perdidas: la muerte de Vanessa Calixto

A las nueve de la mañana se pone en contacto conmigo un colega del periódico O Globo para decirme que hay un tiroteo en la Ciudad de Dios. Dejo lo que estoy haciendo, llamo por teléfono a Cícero, el taxista con el que siempre trabajo, y parto hacia allí. Como es hora punta avanzamos lentamente. Con irreprimible impaciencia pasamos por Gávea, por la Barra da Tijuca. Centros comerciales, autopistas, casas de lujo… por momentos resulta impensable que nos estemos dirigiendo hacia una favela.

Al salir de la autopista nos encontramos con las primeras edificaciones de la Ciudad de Dios, una serie de chabolas de dos plantas, construidas junto a un canal de aguas hediondas, que nos confirman que vamos en el camino correcto.

Más adelante, en la entrada a este barrio marginal situado en la región oeste de Río de Janeiro, nos cruzamos con ambulancias y coches de policía. Según me confirma un colega, el tiroteo ha terminado. Tres traficantes resultaron heridos, y una joven mujer que regresaba de dejar a su hijo en la escuela recibió un tiro en el pecho. Otra víctima de bala perdida.

En la estación de policía número 32 de Taquara están expuestas las armas y municiones abandonadas por los delincuentes. Me llama la atención que el fusil AK 47 haya sido pintado de rojo. Pregunto a los policías si tiene algo que ver con que la facción que domina la favela Ciudad de Dios sea el Comando Vermelho (Rojo). Me responden que es la primera vez que ven un arma de este color.

Vamos al hospital Lourenco Jorge, donde está hospitalizada la mujer herida. Su nombre es Vanessa Calitxo dos Santos. Tiene 23 años y cuatro hijos. De lo que no hay rastro aún es de los traficantes alcanzados por la munición de la policía, por lo que algunos periodistas comienzan a preguntarse si realmente fueron heridos, o si se trató de una suerte de justificación de las fuerzas de seguridad cariocas.

En los pasillos me encuentro con Valeria, la hermana de Vanessa, que espera acompañada por familiares y amigos a que los médicos terminen la intervención quirúrgica. Me dice que la bala entró por el pecho y salió por el abdomen, por lo que afectó a los pulmones, a los riñones, y destruyó el hígado de su hermana.

Hay instantes en los que no puede contener los nervios y rompe a llorar. Tiene 30 años y también trabaja como empleada doméstica en los barrios adinerados de la ciudad. «Todos los días hay tiroteos en la favela, hasta en el horario en que los niños van a la escuela. Tenemos las paredes de nuestras casas llenas de agujeros de bala. La policía entra siempre disparando, no les importa si se trata de traficantes o moradores, ellos disparan», me dice con rabia.

Durante horas hacemos guardia en la puerta del hospital. Cuando la luz empieza a mermar, los compañeros de la televisión graban las entradillas para las piezas. Escucho la introducción a sus crónicas. Dicen que el gobernador va a crear una lista de casos de bala perdida. Hablan de la impunidad que impera en Río de Janeiro, ya que un estudio publicado la semana pasada señala que más del 88% de los homicidios quedan sin resolver.

Cuando termina la intervención quirúrgica, los médicos permiten que la madre de Vanessa entre a la UCI. Al salir parece sumida en la más honda de las tristezas. En el mes que llevo en Brasil he escrito acerca de numerosas historias de balas perdidas, he estado en medio de tiroteos, pero ver las verdaderas y profundas connotaciones de este caso, aquí, en primera persona, frente al sufrimiento de los familiares, frente a su terrible e insoslayable angustia, resulta desgarrador.

Se hace de noche. En la puerta del hospital me espera Cícero que – no sé cómo lo hace – siempre tiene información sobre lo que sucede. Supongo que es porque, mientras aguarda conversa con la gente del lugar. En más de una ocasión me ha sorprendido a la salida del complexo do Alemao dándome datos que yo desconocía.

«La chica está destrozada, va a morir», sentencia mientras subimos al coche. Aunque su pronóstico contradice lo señalado por los médicos, lo cierto es que, dos días más tarde, el pasado domingo 11, a las 11.35 de la mañana, Vanessa perdió la vida. Se convertía así en la sexta víctima por balas perdidas en menos de una semana en Río de Janeiro. El lunes 12, a primera hora, en Ciudad de Dios, otras dos mujeres serían heridas por munición con destinatario equivocado: Aparecida Goncalves de Oliveira, de 32 años, y Cristiane Arcoverde Barbosa, de 19 años.

Como siempre, los pobres, atrapados en la miseria, sin recursos para escapar ni para protegerse, sin voz para que el poder los escuche, son los principales perjudicados por la violencia. Este es el retrato que Valeria me mostró de su hermana en el hospital, lo llevaba en la cartera:

Malditas balas perdidas en Brasil

El pasado miércoles Brasil se conmovió al conocer la noticia de que una joven de 13 años, Priscila Aprígio Da Silva, había sido alcanzada por una bala perdida durante el asalto a una oficina del banco Itaú, en el sur de San Pablo. Ella se encontraba en la parada del autobús cuando el proyectil impactó contra su cuerpo. En ningún momento perdió la conciencia, por lo que pudo llamar a su madre para decirle que necesitaba ayuda. «Mamá, me han dado un disparo, estoy llena de sangre», llegó a decirle.

Al arribar al hospital los médicos descubrieron que la joven quedaría parapléjica a causa del disparo. Lo que conmovió a la gente fue la entereza de la adolescente, ya que dijo que no se sentía triste, y que estaba preparada «para afrontar lo que tuviera que afrontar».

En aquel mismo intercambio de disparos entre la policía y los asaltantes, un hombre que viajaba en un autobús fue alcanzado por una bala. Como consecuencia, perdió una pierna. Entre el miércoles y jueves de la semana pasada, siete personas sufrieron heridas de bala solamente en San Pablo.

Este lunes, en el acceso a la favela Morro dos Macacos, aquí en Río de Janeiro, una joven de 13 años moría al ser alcanzada por una bala con remitente equivocado. Como todos los días, Alana Ezequiel había salido de la favela para llevar a su hermana pequeña, de dos años, a la guardería. Cuando regresaba se encontró en el fuego cruzado entre la policía, que iba en un caveirão (carro blindado), y los traficantes. Del lado de estos últimos, dos delincuentes, de 16 y 17 años, que tenían en su poder una granada, dos revólveres 38 y una pistola 380, murieron.

Hoy he vuelto al Complexo do Alemao, donde hace dos semanas fui testigo de los enfrentamientos entre traficantes y policía. Como resultado de la acción que tuvo lugar a lo largo de este día, nueve personas resultaron heridas, de las que cuatro lo fueron por balas perdidas: una maestra de escuela, un barrendero, un motociclista que pasaba por la avenida… Esta noche montaré un vídeo para contaros mañana todo lo ocurrido.

Como ya imaginarán, antecedentes no faltan de balas perdidas que han terminado con la vida de niños, en este país en el que los jóvenes son los que se llevan la peor parte de la violencia, pues encabezan las cifras de muertos y heridos.

Uno de los casos más recientes tuvo lugar el pasado mes de noviembre, cuando un niño de nueve años, Adriele Medeiros Nobre, murió en el acceso de la favela do Jacarezinho, cuando jugaba junto a su padre. Un disparó lo alcanzó en la espalda.

Ese mismo mes, otro menor perdió la vida, en este caso una niña de seis años, Jessé Veríssimo Arribadlo, cuando andaba en bicicleta en Vigario Peral. El 1 de octubre, Rennan da Costa Ribeiro, de 3 años, murió en brazos de su abuelo durante un tiroteo entre policías y traficantes en la favela Nova Holanda, perteneciente al complexo Maré, el primer barrio marginal que visité al llegar a Río de Janeiro.

En Nova Holanda, cinco menores perecieron a lo largo de un mes. También en Maré, pero en julio de 2005, Carlos Enrique Ribeiro da Silva, de 11 años, cayó fulminado de un tiro en la cabeza mientras jugaba al fútbol. La policía acaba de entrar a la favela.

Quizás uno de los casos más recordados sea el de Gabriel Barros dos Santos, de 6 años, al que una bala fuera de control alcanzó en la cabeza cuando volvía de la escuela en el Morro do Zinco no Estácio, en agosto del año 2002, también en un intercambio de disparos. Los habitantes de la favela incendiaron dos autobuses movidos por la rabia. Un año después, la investigación confirmó que el proyectil había partido del arma de un miembro de la policía militar.

Las estadísticas señalan que un carioca es alcanzado por una bala perdida cada dos días. El 20% tienen menos de 13 años. Ahora que está saliendo los datos sobre exportaciones españolas de armas, creo que es importante recordar que hay ciertas empresas patrias a las que se les han perdido algunos cientos miles de balas en países pobres.

Sería nuestra humilde contribución a un mundo menos violento hacer todo lo posible para que esto no sea así, para que no haya gerentes y directores comerciales que por mejorar la cuenta de resultados, y ganar un par de millones más de euros al año, exporten armas y municiones a países donde corren el riesgo de caer en las manos equivocadas, desoyendo así las recomendaciones, por el momento no vinculantes, de la Unión Europea.