Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Adelanto del documental «Barras bravas»

Un breve avance del reportaje que hemos rodado a lo largo de las últimas semanas en Buenos Aires sobre la violencia en el fútbol argentino (algunos de cuyos pormenores he ido contando en estas páginas). La fecha estimada de emisión es en el mes de junio, en Canal Plus y bajo la batuta de Jon Sistiaga.

La escuela de los barras bravas

“Desde chiquitos los pibes maman la pasión por el fútbol”, me dice un barra brava del club Colón de Santa Fé que ha venido a ver el partido ente Argentina y Uruguay de la Copa América enfundado en una abultada cazadora celeste de Hinchadas Unidas Argentinas. Frente a él, un grupo de niños toca los bombos y canta. “A veces nos copamos y dejamos que se suban al paravalanchas”, agrega orgulloso.

Niños en la previa del partido Argentina contra Uruguay de la Copa América. Santa Fé, 16 julio de 2011. (Hernán Zin)

La letra de la canción que entonan los niños poco tiene de cándida o infantil. Ni el Sapo Pepe ni Pipo Pescador. Ni autos nuevos ni tartas ni paseos. “Sólo le pido a Dios, que se mueran todos los ingleses. Que se mueran para siempre. Para toda la alegría de la gente”, entonan al unísono con los adultos que los rodean.

Un canto a la amistad y la fraternidad entre equipos rivales que no termino de entender bien ya que el inminente rival es Uruguay. Supongo que si cambias “ingleses” por “uruguayos” se rompe la rima. O que el clásico rioplatense no merece expresiones de deseo tan lóbregas más allá de sus tensiones ancestrales (en 1924, el hincha uruguayo Pedro Demby, de 22 años, murió asesinado por arma de fuego en Montevideo. Acababa de terminar el encuentro entre ambas selecciones que dio a Uruguay su cuarta Copa América. Se cree que el responsable del disparo fue Quique El Carnicero, líder de la barra de Boca Juniors).

Los pequeños imitan a los barras bravas no sólo en la lírica sino también en el lenguaje corporal. Y estoy seguro de que lo hacen, como buenos niños, sin entender plenamente las implicancias más profundas de sus gestos. Agitan los brazos en el aire, saltan en el lugar.

En lo que no imitan a los adultos es en los porros que estos se fuman y que inundan el ambiente de un olor dulzón y embriagador. Ni en las rayas de cocaína que un par de muchachos aspiran con absoluto desparpajo frente al patrullero que circula a paso lento junto a nosotros, frente al cordón policial a que a menos de cincuenta metros se sucede en la entrada del estadio de Colón de Santa Fé desde el que ya llega el rumor de la multitud que canta para animar a la selección Argentina.

Una historia que se repite

Como conté ayer, los barras bravas entrarán al estadio a último momento. Gorras, abultadas cazadoras, banderas, bombos. Se amontonarán y empujarán. La policía pedirá refuerzos, aunque la verdadera gestión de la entrada la harán los líderes de Hinchadas Unidas Argentinas, organización creada por el dirigente kirchnerista Marcelo Mallo de cara al Mundial de Sudáfrica.

Las malas lenguas dicen que detrás de la jugada estaban Néstor Kirchner y el actual jefe de gabinete Aníbal Fernández, que es también dirigente de Quilmes. Una forma de ganar ascendiente sobre los violentos, tan a menudo reclamados, empleados y amparados por la política en Argentina. Las mismas malas lenguas dicen que ahora las Hinchadas Unidas Argentinas responden al candidato opositor Francisco De Narváez.

Ayer leía el libro “La Doce”, del periodista Gustavo Grabia. En sus primeros capítulos señala que la violencia en el fútbol argentino comenzó a crecer exponencialmente a partir de 1931. Tiempo en el que Pepino El Camorrero estaba al frente de la barra brava de Boca Juniors.

Cita uno de los famosos «aguafuertes» escritos por Roberto Alrt para el periódico El Mundo, en el que el autor de “El juguete rabioso” traza una semblanza de los violentos no muy distante a la de nuestros días. Las primeras muertes en los estadios de este país llegarían en 1939, en el predio de Lanús. Serían Luis López, de 41 años, y Oscar Munitoli, un niño de apenas nueve años.

Desde entonces los fallecidos suman más de 200. Y, como de algún modo parecían mostrar esos niños con sus bombos y sus cánticos de afecto a los ingleses, la tradición pasa de generación en generación, y la violencia como instrumento del poder político y económico sigue siendo una lacra de la que Argentina no se ha podido librar.

¿Juicio y castigo a los barras bravas de River Plate?

Finalmente, el árbitro Sergio Pezzotta pudo declarar ante la justicia. Lo hizo ayer, en la fiscalía del porteño barrio de Saavedra, donde ratificó lo escrito en el informe a la Asociación del Fútbol Argentino (AFA): que los barras bravas de River Plate lo habían amenazado en el entretiempo del partido contra Belgrano de Córdoba.

“Si no marcas un penal te matamos”, le habían dicho en el ecuador del encuentro que haría perder al club millonario la categoría por primera vez en sus 110 años de historia. Y cuya posterior violencia seguimos desde las inmediaciones del estadio Monumental en este blog.

Guillermo Marconi a la salida de la declaración del árbitro Pezzotta ante el fiscal. Buenos Aires, 13 julio 2011 (Hernán Zin)

¿Qué diferencia hay entre esta causa y otras tantas que se están siguiendo contra los violentos del fútbol argentino? ¿Por qué tiene tanta relevancia? Según me explicó esta tarde Gustavo Grabia, el periodista que más sabe de estas cuestiones en Argentina, porque por primera vez los hechos quedaron registrados en vídeo. Unas imágenes que muestran cómo los barras bravas recorren el anillo del estadio y entran al vestuario del árbitro.

Pero eso no es todo. Además el vídeo enseña cómo los ultras son acompañados por varios directivos del club millonario y cómo los policías encargados de proteger al colegiado brillan por su ausencia. En este sentido, la denuncia de Pezzotta también sirve para exponer claramente la relación entre violentos, directivos y fuerzas de seguridad.

Algo que se comenta mucho en Argentina – así como la relación de las barras con la política -, pero que no resulta sencillo demostrar. En este caso sí, pues ha quedado grabado por la cámaras de seguridad y, milagrosamente, las cintas no desaparecieron como en tantas otras ocasiones.

Gustavo Gravia sostiene que el “apriete” de los hinchas al árbitro no responde simplemente a la pasión por los colores de su equipo, sino también al negocio del que son partícipes. “No van a recibir el mismo dinero si están en segunda que si están en primera”, me comentaba esta tarde.

Voluntad en duda

Con respecto a que la causa prospere y todos los señalados por el fiscal José María Campagnoli – seis barras brava, cuatro responsables del club y tres policías -, que lleva la causa, entren en prisión y sean juzgados, Grabia se muestra escéptico. De hecho, que varios jueces rechazaran el caso habla del desafío que implica meterse en un asunto sumamente espinoso, cuyas ramificaciones en el poder deportivo y político de este país podrían no ser pocas.

Guillermo Marconi, presidente de SADRA, el sindicato de árbitros – que asistió ayer a la fiscalía junto Pezzotta, los jueces de línea, Francisco Noguera y Javier Uziga, y el cuarto colegiado, Mauro Vigliano -, parecía señalar similares dudas cuando dijo a la salida de la fiscalía de Saavedra que el juez Rodolfo Cresseri tiene ya las pruebas y que está en sus manos decidir qué pasos tomar.

Algunos de los periodistas que aguardaban bajo la fría garúa porteña a que terminase la declaración de Pezzotta me dijeron que esperanzas albergan pocas de que el caso prospere. «Nadie se va a animar a hacer semejante quilombo en plena campaña electoral», sostuvo uno de ellos. Una auténtica pena, pues un caso con pruebas tan contundentes podría ser el punto de partida para empezar a luchar con seriedad contra la violencia en el deporte argentino.

Camino que sólo se puede recorrer con éxito si se apunta a lo más alto y se comienzan a desentrañar los verdaderos intereses que están detrás de este fenómeno que va mucho más allá de la mera pasión, de las meras disputas entre hinchadas, y que se trata de un negocio en toda regla.