Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Secuestros «virtuales» y «pajaritos» en las cárceles de Argentina (3)

Otros tres presos con los que converso en la sección de máxima seguridad de la unidad penitenciaria número 24 de Florencio Varela, sostienen que son ciertos los episodios de violencia cotidiana descritos por Carlitos. Se llaman Diego, Dionisio y Carlos. Tienen, respectivamente, 24, 25 y 30 años.

Charlamos en el comedor del pabellón número seis, que está dedicado a los presos evangelistas, por lo que es un poco más tranquilo que otras estancias (desde el vecino pabellón número cinco llegan gritos, insultos, golpes. Se trata de un recinto “de población”. El pabellón que está en el otro flanco está dedicado al confinamiento solitario: «los buzones», es el nombre que usan los reos para referirse a él. También existen pabellones para homosexuales).

Los tres hombres están en prisión por una modalidad de delito que ha perdido vigencia en la Argentina y que tuvo su momento culminante hace cuatro o cinco años, con casos como el del joven Alex Blumberg: el secuestro exprés.

“A mí me agarraron en San Isidro siete meses después del hecho, cuando pensé que ya todo estaba tranquilo”, explica Diego, que tiene un enorme tatuaje de letras góticas en el abdomen. “Estoy en la cárcel desde el 2006”.

Tal vez se deba a la presencia en prisión de tantos antiguos miembros de bandas dedicadas al secuestro que en los últimos años haya surgido una modalidad llamada «secuestro virtual». Consiste en llamar al domicilio de alguien para decirle que una persona a la que conoce ha sido privada de su libertad y pedirle un rescate, con la esperanza de que quien recibe el mensaje no pueda comunicarse con la supuesta víctima y actúe movida por el miedo y la angustia, sin avisar a las autoridades. Los montos solicitados suelen ser bajos. Al tratarse de una pantomima, la legislación argentina la juzga como una estafa y no como un secuestro.

Esta práctica, que se articula no pocas veces desde las cárceles, ha llevado a que las tarjetas telefónicas tengan una alto costo entre los presos – las cambien por drogas o las vendan por dinero – y que las autoridades realicen controles exhaustivos en busca de teléfonos móviles.

Las familias

Diego, Dionisio y Carlos han conformado por propia iniciativa lo que en la jerga carcelaria se denomina un “rancho” o “familia”.

“Tu rancho es todo en la cárcel”, explica Carlos, que tiene tatuados hasta los dedos. “Si te tenés que pelear, que defender, para eso tenés a tu gente. Cuando te viene a visitar tu familia de afuera le presentás también a tu rancho”.

Fue en una de estos encuentros que Diego concibió a su segundo hijo, que ahora tiene dos años. “Se llaman visitas higiénicas. Te dan tres horas para que pases en una habitación con tu concubina”, afirma.

Una de las razones por las que pueden surgir peleas entre rejas es porque un preso observe a la pareja o a alguna de pariente mujer de otro interno durante las visitas, que tienen lugar los fines de semana. “Es un código de la cárcel. No se puede mirar a la mina del otro. El que lo rompe tiene que pagar”, sostiene Dionisio.

Otra razón de las peleas suele ser el robo. «La gente roba un DVD, unas zapatillas, para comprar droga. La droga se consigue en cualquier parte. La droga que quieras», explica Carlos. «También tenemos alcohol, que le decimos pajarito. Lo hacemos con fruta, agua y azúcar».

Los tatuajes

De los tres, el que primero saldrá es Carlos. El secuestro exprés por el que cayó preso tuvo lugar en Lanús. Lo atraparon en el acto, cuando intentaba detener a un empresario local.

Los irregulares tatuajes que tiene en los dedos se los han hecho en la cárcel con un pequeño motor y una aguja. Se ofrece a mostrarme una de las máquinas, pero el funcionario de prisiones que me acompaña lo impide (ya bastante ha tenido con la exhibición que Carlitos me hizo de sus armas).

Entonces se levanta la camiseta y me muestra el más impactante de sus tatuajes tumberos: el símbolo conocido como “El comisario muerto”. “Espero que cuando salga a la calle este país me dé una oportunidad”, dice Carlos tocándose los dedos marcados de tinta.

Fotos: HZ