Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

Entradas etiquetadas como ‘adictos opio’

Huir de los muertos vivientes de Kabul

Pocos lugares más lóbregos y dantescos he conocido en mi vida que el antiguo Museo Soviético de Kabul. Destruido durante la guerra civil, en la penumbra de sus antiguas salas de exposiciones cientos de jóvenes y adultos se acuclillan junto a las paredes manchadas de humo para inyectarse o para fumar opio, al tiempo en que otros yacen en el suelo, ovillados, recostados sobre la mierda que todo lo anega.

“No viven más que para drogarse”, me explica Salem, el traductor. “Roban, mendigan, venden todo lo que tienen. Y no comen. Muchos se mueren aquí mismo”.

Doble problema

En Afganistán hay 920 mil adictos al opio. Un problema de Estado si consideramos que la población del país alcanza los 26 millones de personas.

Y una cuestión también de vital importancia a nivel nacional debido a que la producción de la adormidera es una de las principales financiadoras de la violencia que asola al país (junto al dinero que llega desde diversos lugares del mundo, y en especial Pakistán, con el fin de armar y dar poder económico a la yihad. Recordemos que los talián llegaron al poder en 1996 sobre todo comprando la voluntad de los líderes locales, algo que parece que están volviendo a hacer).

La provincia donde más opio se produce es Helmand, bastión del movimiento de los talib, y el lugar donde las tropas extranjeras están teniendo un mayor número de bajas.

Según Naciones Unidas, el 100% de los cultivadores de la región declararon haber pagado impuestos a los grupos armados, cifra que alcanza el 72% en la parte oriental del país.

Aunque las fuerzas internacionales han tomado medidas para luchar contra la producción de droga, que van desde la persecución penal hasta el incentivo de cultivos alternativos, lo cierto es que el volumen del negocio no hace más que aumentar.

Creció en un 25% en el año 2006. Se superó en 2007. Y promete romper las marcas establecidas en 2008, haciendo que la superficie de territorio dedicada al opio sea mayor a la que en América Latina se emplea para el cultivo de la coca.

Los estadounidenses, tan dados a las medidas extremas, están presionando para que se les permita destruir los cultivos a través de la fumigación. Política que fracasó en Colombia. Y que es de esperar que en Afganitán tampoco tenga éxito, pues si los agricultores se decantan por la adormidera es porque les permite obtener diez veces más ganancias que con cualquier otro cultivo.

Los muertos vivientes

Recorro el antiguo Museo Soviético con la cámara. Filmo a los adictos que fuman, que se inyectan. Figuras lánguidas, algunas harapientas, sucias, en la penumbra, en los jardines, que se mueven vacilantes, escindidas de la realidad, que me dirigen palabras inconexas sobre su vida, sobre su día a día, que Samel traduce tratando de darles coherencia.

Cuando ya no estamos por ir, un grupo de adictos sale de entre las ruinas del edificio principal. Esqueléticos, parecen los protagonistas de una película de muertos vivientes. Poco a poco nos van rodeando.

Preocupado por los equipos, Salem me dice que vuelva al coche, que él se hace cargo de la situación. Apenas doy unos pasos, un hazara de más de dos metros de altura, pelirrojo y delgado como un palo, me detiene. “Paisa, paisa”, exige. Quiere dinero.

Me muevo para un lado, para otro, lo eludo, y a medida que me alejo veo por el rabillo del ojo que enfurecido se toma de la rama de un árbol, que intenta arrancarla.

Una vez en el coche, meto la cámara y los micrófonos en el maletero y descubro que la entrada del recinto se ha convertido en una suerte de campo de batalla.

Los adictos, que parecen haber resucitado y que muestran un estado atlético envidiable, corren infatigables. Un grupo se pelea, a golpe limpio, no sé bien por qué. Y el otro persigue a Salem.

Salem les gana la carrera, se mete en el coche y partimos a toda velocidad. El hazara alto y pelirrojo nos sigue por la carretera con una gran piedra en la mano.