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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Ex combatientes de Malvinas, víctimas del olvido y la negación

En la Guerra de Malvinas perdieron la vida 649 soldados argentinos. El recuerdo de estos hombres, en especial de los jóvenes que estaban haciendo el servicio militar obligatorio, estuvo en el epicentro de los distintos actos públicos que han tenido lugar en todo el país a lo largo de los últimos días, así como de la avalancha de reportajes, crónicas y entrevistas que aún hoy siguen apareciendo en los medios de comunicación.

Con mucho menos “sentimiento patriótico” del que se podría esperar, con muchos menos gritos de “las Malvinas son argentinas” que en otras épocas, la sociedad argentina ha revivido aquellos 74 días funestos.

Nuevamente han salido a la superficie los datos que conmocionaron a esta nación hace 25 años, apenas terminó el conflicto armado. Los soldados habían padecido hambre y frío, estaban mal entrenados. Sobretodo los jóvenes conscriptos, que sumaron 256 muertos, habían sido utilizados, lisa y llanamente, como carne de cañón.

Se han recogido los testimonios de ex combatientes provenientes del norte del país, que fueron mayoría entre los que hacían el servicio militar, y que pasaron de vivir en zonas de calor extremo a encontrarse de pronto en las islas, padeciendo gélidas temperaturas, apenas con una muda de ropa. Esos soldaditos de provincias que fatigaban días y noches metidos en trincheras llenas de agua helada, que se veían obligados a dormir sentados, tiritando.

Esos adolescentes pobres, ya que los ricos casi siempre conseguían salvarse del servicio militar – tanto fuera por un contacto familiar o gracias a alguna falsa excusa médica –, que apenas recibían alimentos y que empujados por el hambre salían a robar las ovejas a los kelpers. Eso sí, enfrentándose a los castigos de los oficiales, que mandaban “estaquear” a los que cogían buscando alimentos. Mientras en las escuelas e iglesias de todo el país la gente recolectaba bolsas de arroz, de leche en polvo, que a causa de la desidia y la corrupción nunca alcanzaron a sus destinatarios.

Después, una vez terminada la guerra: el olvido, la negación colectiva. En primer lugar, por parte del Gobierno militar, que los obligó a firmar un documento en el que se comprometían a no hablar de lo sucedido.

Después, por parte de la sociedad argentina, que había apoyado mayoritariamente la guerra, y que ahora que la democracia comenzaba a despuntar en el horizonte quería mirar hacia el futuro. Quería dejar atrás la triste resaca de la dictadura que había secuestrado, torturado y asesinado a más de 30 mil personas; que entre medias había organizado un Mundial de Fútbol para desviar la atención, para cumplir con el ritual del pan y el circo; que había contraído una enorme deuda con los organismos financieros internacionales a través del Ministro de Economía Martínez de Hoz (en una suerte de ensayo del programa neoliberal que aplicaría Domingo Cavallo en los años 90 y que llevaría al país a la ruina); y que había tenido como colofón aquella confrontación bélica, símbolo de su arrogancia e ineptitud.

Manuel Alfaro

Proveniente del Chaco, llegó a Malvinas con 19 años de edad. La metralla de un obús británico lo alcanzó en la espalda. Dice que aún no se ha recuperado, que sufre pesadillas.

«Vi a muchos chicos de 18 o 19 años muertos en la nieve y el barro. En estos días es cuando más los recuerdo. Son días muy duros para nosotros», me explica Manuel.

Desde el final del conflicto, más de 300 combatientes se quitaron la vida. La mayoría lo hizo entre los meses de marzo y junio, justamente cuando los recuerdos la guerra se vuelven más acuciantes. Todo un símbolo del horror por el que pasaron estos muchachos, cautivos, como tantos muchachos en tantas otras guerras, en las estrategias del poder.

«Pinto para tratar de olvidar, porque no tengo nada que hacer, no consigo trabajo», agrega. «Si dices que eres ex combatiente nadie te quiere tomar. La guerra me arruinó la vida».

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En los actos conmemorativos de la Guerra de Malvinas

La Islas Malvinas, conocidas también como Falkland, son un resabio de aquel fabuloso imperio británico en el que el sol nunca se ponía, que dominaba urbi et orbi con afán supuestamente civilizador y decididamente mercantilista.

Aquel vasto conglomerado de tierras conquistadas a las que tantas veces cantó Kipling, el escriba imperial por antonomasia, que comenzó a desmembrarse tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque el golpe más acusado lo recibió en 1947, cuando perdió a la joya de la corona: la India.

Si se coge un mapa resulta lógico preguntarse qué impulsa a los británicos a mantener el poder sobre esas minúsculas islas situadas a más de once mil kilómetros de la metrópoli. Lo cierto es que esas áridas e inhóspitas porciones de tierra, aunque parezcan apenas un par de comillas desmembradas del territorio argentino, superan en extensión a Líbano o Puerto Rico, y están situadas en una zona abundante y generosa para la pesca.

Pero, además, siempre se ha especulado con la presencia de hidrocarburos en la región. Y cinco de los seis últimos estudios del lecho marino de la zona así lo demuestran, aunque aún no se sabe si la cantidad de petróleo que se irá a encontrar será suficiente para convertir a las Malvinas en una suerte de emirato austral, en el que los kelpers pasen de ser modestos pescadores, criadores de ovejas y vendedores de souvenirs a turistas para convertirse en magnates del negocio del combustible. Sí queda claro que el descuido de los británicos, que olvidaron devolver estas tierras a sus dueños legítimos, estaba motivado por razones que van más allá del ámbito de la mera nostalgia imperial.

Hoy, 2 de abril de 2007, se cumplen 25 años del día en que la junta militar encabezada por Leopoldo Galtieri decidió recuperarlas a través de una invasión armada. Y de la trágica guerra que Margaret Thatcher puso en marcha para dejar bien en claro que las islas seguirían siendo británicas.

Los actos de conmemoración tienen lugar en varios puntos de la ciudad de Buenos Aires, donde he recalado brevemente antes de volver a Madrid tras haber pasado 40 días en las favelas de Río de Janeiro.

Antiguos combatientes que se acercan al monumento a los caídos situado en Plaza San Martín, frente a la antigua Torre de los Ingleses (a la que se puso una bomba durante la guerra), tocan los nombres cincelados en la piedra para recordar a los compañeros desaparecidos durante los enfrentamientos.

Acaloradas marchas de organizaciones sindicales y piqueteras que, más allá del clamor de los bombos y los gritos contra «el imperialismo», sorprenden por la escasa cantidad de personas que se han sumado a ellas. Y eso que hoy es fiesta en la Argentina, ha salido el sol por primera vez en una semana y la gente no tiene nada que hacer.

Donde sí la Guerra de Malvinas ha estado presente ha sido en los medios de comunicación. Los debates y programas especiales se han sucedido en casi todas las cadenas. Por su parte, los periódicos analizan la decisión que anunció la semana pasada el presidente Néstor Kirchner de dar por terminado el acuerdo firmado en 1995 entre Carlos Menem y el premier John Major para la exploración y explotación conjunta de los potenciales recursos petroleros de la región. Un acuerdo que los británicos llevan años incumpliendo en algunas de sus cláusulas fundamentales.

El paso dado por Kirchner – que concluye así de forma definitiva la política de seducción internacional del presidente Menem y del desaparecido canciller Guido Di Tella – pone de manifiesto nuevamente el deseo de la Argentina de recuperar la soberanía sobre este territorio insular. En la mesa vuelve a situarse la resolución 2065 de Naciones Unidas, que en 1965 definió la situación de Malvinas como “colonial”, alentando a las partes a sentarse a negociar.

El gobierno británico, que siempre ha eludido cualquier debate directo sobre la soberanía de las Malvinas, desilusionado por la decisión de Kirchner ha salido a decir que esta medida «perjudica» cualquier posibilidad de diálogo sobre el futuro de las Falkland.

En Londres planean para el 14 de junio un espectacular acto de celebración de la capitulación argentina, con parada militar y todo. Algunos analistas señalan que es una estrategia de Tony Blair para reflotar honores pasado y hacer que se olvide, al menos durante unas horas, el fracaso de su aventura armada en Irak, en la que más de un centenar de hombres de su país ya han perdido la vida.

Acompaño a un grupo de ex combatientes a la ceremonia en la Catedral de Buenos Aires, donde se oficiará una misa en recuerdo a los caídos en combate. Lo primero que me dicen es que 435 soldados se han quitado la vida debido a los traumas de la guerra, pero también a la falta de reconocimiento por parte de los distintos gobiernos argentinos. Desde Bignone y Alfonsín, pasando por Menem, hasta De La Rúa, Duhalde y Kirchner.

Escucho con atención la historia de estos hombres que fueron enviados a las islas cuando no eran más que adolescentes, que se tuvieron que enfrentar mal pertrechados y entrenados a uno de los ejércitos más eficientes del mundo.

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