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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Reencuentro con víctimas de la violencia sexual en Congo (2)

A pesar de la discapacidad que sufre, Jeanette continúa enfrentándose cada día las empinadas y serpenteantes cuestas de Kadutu, uno de los barrios de chabolas más vastos y multitudinarios de la República Democrática del Congo.

Progresa hacia el centro de la ciudad de Bukavu en busca de trabajo. “Nadie quiere contratar a una mujer a la que le falta una pierna”, se lamenta mientras avanza lentamente sobre el suelo de tierra.

Desde que conocimos a Jeanette Mabango hace un año, su situación económica ha empeorado. Explica que se le ha terminado la ayuda que le brindaba la ONG Women for Women, para la que confeccionaba no sin poco esmero y talento pequeñas muñecas de tela, alambre, lana y cartón.

Jeanette, que vive en una escueta chabola de paredes de adobe en Kadutu, ausente de luz y agua corriente, dice que lleva tres meses de retraso en el pago del alquiler. Una deuda que asciende a treinta dólares (20,68 euros) y que ha llevado al casero a ponerse en campaña para echarla, lo que genera a Jeanette no pocas tensiones con los vecinos.

“Ahora, cuando vean que unos hombres blancos han pasado a visitarme, pensarán que tengo muchísimo dinero y me vendrán a molestar”, afirma.

Bienvenida Noelle

El otro problema acuciante que tiene es el comienzo de las clases. Debe pagar la matriculación de sus cuatro hijas en la escuela y de la nueva integrante de la familia: Noelle. Una niña de nueve años que nos mira con timidez desde un rincón. La hija de una prima lejana que murió en la guerra, que acaba de llegar y que ha sido acogida sin quejas, quizás por aquello de que en África son las familias las que actúan como red de seguridad social.

No importan cuán lejanos y tenues sean los vínculos, parece haber siempre un plato más en la mesa, un espacio más en el suelo para dormir («Por más pobre que sea, un africano nunca rechaza al que viene de fuera. Es algo que tenemos en nuestro ADN», explica Selemani, que nos hace de guía y traductor).

“Lo que sufrí me ha arruinado la vida para siempre. No sólo en lo físico por la violación de los soldados hutus, también tuve que dejar mi casa, la tierra que cultivaba y con la que me ganaba la vida”, dice Jeanette. “El gobierno no hace nada para ayudarnos a las víctimas de la guerra”.

El cámara y el productor que me acompañan desde España se sienten profundamente conmovidos ante el relato de Jeanette. Le compran todas las muñecas que le han sobrado del pasado año. Una bolsa llena de pequeñas mujeres de labios prominentes y cabello rizado, que llevan cestas sobre la cabeza, que cargan a sus hijos a las espaldas.

(Fotografía: HZ)

Continúa…

Reencuentro con víctimas de la violencia sexual en Congo (1)

A lo largo de las últimas semanas nos hemos reencontrado con algunas de las mujeres, víctimas de la violación como arma de guerra, a las que conocimos el pasado año en la República Democrática del Congo. Una forma de tratar de comprender cómo los terribles crímenes que sufrieron condicionan sus existencias a lo largo del tiempo.

Jeanne Mukuninwa

Cuando conocimos a Jeanne le acababan de practicar la quinta operación para tratar de reconstruirle el sistema reproductor que los soldados le destruyeron con sus bayonetas después de violarla. Toda una demostración de la duración de los efectos, no sólo psicológicos sino también físicos, de la guerra que en la República Democrática del Congo se lleva a cabo contra las mujeres, con el telón de fondo de la lucha por recursos naturales como el coltán.

El pasado mes de julio la sometieron a una nueva intervención: la sexta. Según explica, no con poca desazón, aún le quedan dos pasos por el quirófano más: en octubre y en marzo.

«Llevo cuatro años de operaciones. Los médicos del hospital Panzi me dicen que la de marzo será la última, aunque no están del todo seguros», afirma. «Unas intervenciones se centran en la vagina y otras en el útero. Espero que el sufrimiento pueda terminar pronto».

El año pasado, Jeanne se dedicaba a vender golosinas, galletas y cigarrillos en la vía pública, si bien la mayor parte de la ayuda para subsistir la recibe del hospital Panzi. Ahora centra sus días en tejer guantes de lana que también ofrece en las calles y que la gente usa para lavarse. Dice que le gusta tejer, que la ayuda a no pensar, a relajarse, en especial después de las operaciones, cuando el dolor le impide caminar.

También se ha cambiado de casa. Antes compartía una habitación con otras mujeres. Su actual vivienda, que alquila, está en una zona un poco más apartada de la calle principal de Panzi, más tranquila. Se trata de una chabola de ladrillos de adobe y techo de zinc, que también comparte con otras mujeres. Jane se muestra contenta por el cambio.

Otra de las transformaciones recientes en su vida es que ha comenzado a ir a la escuela, desde cero, porque no sabe leer ni escribir. Se la ve entusiasmada con sus cuadernos y libros. Un universo nuevo por descubrir. Sólo lamenta que las intervenciones quirúrgicas la obliguen a faltar a clase de forma regular.

Con respecto al futuro, no se hace preguntas. Dice que prefiere no pensar qué ha sido de su familia desde que un equipo de MSF la recogió tras haber sido violada en la región de Shabunda, hace cuatro años, y la trajo a Bukavu.

«No sé cómo están. No tengo noticias. No sé si siguen vivos a no. Quizás, cuando esté recuperada físicamente y cuando se acabe la guerra, vuelva a buscarlos a Shabunda. Ahora, estoy sola. Mi familia son mis vecinas y los médicos del hospital Panzi».

(Fotografía: HZ)

Continúa…

La violación como arma de guerra: sin castigo en Bosnia

La semana pasada, Milan y Sredoje Lukic, dos primos serbobosnios que lideraban un grupo paramilitar autodenominado Beli Orlovi (Águilas Blancas), fueron condenados por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia.

Milan Lukic, que fue arrestado en Argentina en el verano de 2005, deberá pasar 41 años en prisión. La sentencia de Sredoje Lukic, que se entregó a la justicia aquel año también, establece una reclusión de 30 años, pues no se ha podido demostrar su presencia en uno de los escenarios de los crímenes por los que fueron juzgados.

En junio de 1992, en la localidad de Visegrado encerraron a 142 niños, mujeres y ancianos musulmanes en dos casas a las que luego prendieron fuego. La fiscalía calificó estos hechos de “limpieza étnica”. Las acusaciones contra Milan y Sredoje Lukic incluían asesinato, tortura, secuestro, robo y destrucción de propiedad.

Amnistía Internacional se lamenta de que no se sumaran a estos cargos los de violación. Según Nicola Duckworth, directora del Programa para Europa y Asia Central de Amnistía Internacional:

Las mujeres violadas en Visegrado merecen justicia también. Los responsables de esos delitos también deben rendir cuentas… Más de una década después de la guerra, estas mujeres se ven obligadas a vivir con el recuerdo de su sufrimiento, sin poder recibir reconocimiento y una compensación.

Tanto el Tribunal para la ex Yugoslavia como el Tribunal Estatal de Bosnia y Herzegovina han reunido pruebas fidedignas sobre el secuestro de jóvenes posteriormente recluidas, violadas y sometidas a otros delitos de violencia sexual en el hotel Vilina Vlas, cerca de Visegrado. Esas pruebas señalan la responsabilidad de Milan y Sredoje Lukic como autores de violación y otros delitos de violencia sexual. Más de 200 mujeres fueron violadas por los paramilitares en hotel Vilina Blas.

Bakira Hasecic, de la Asociación de Mujeres Víctimas de la Guerra, que fuera violada y expulsada de Visegrado, lleva años manifestando su insatisfacción ante la omisión de este delito entre las acusaciones contra los primos Lukic. También ha señalado el desinterés del Tribunal por el bienestar de las víctimas.

En 1992 fue llevada a una estación de policía en Vinegrado. Le ordenaron que se sacara la ropa y la violaron:

Había un sillón, una barra, algunas sillas y la mitad de la habitación estaba decorada con madera. Vi a Milan Lucik y Sredoje Lukic. Sabía muy bien quién era Milan. Con un cuchillo curvo me dijo que me sacara la ropa. Pensé que era una broma. Pero me di cuenta que de sostenía el cuchillo frente a mí.

Se estima que unas 40 mil mujeres sufrieron violaciones durante la guerra de Bosnia. A pesar de la resolución 1820 del Consejo de Seguridad de la ONU, que fue aprobada en 2008 para potenciar las propuestas de la 1325, y de las numerosas promesas de la Comunidad Internacional, la violación como arma de guerra sigue sin encontrar justicia para las víctimas. En este blog ya lo hemos visto de primera mano en la República Democrática del Congo, en Uganda y en Sudán.

Aumentan las violaciones en el Congo

Dos hechos que tuvieron lugar a lo largo del último medio año permitían albergar la esperanza de un cambio en la región oriental de la República Democrática del Congo, que lleva sumida en la violencia desde que millones de refugiados cruzaran la frontera tras el genocidio en Ruanda en 1994. Un conflicto que se ha cobrado la vida de más de cinco millones de personas y que se perpetúa en buena medida debido a minerales como el coltán.

1. El primero fue el arresto de Laurent Nkunda, líder de los tutsis banyamulenge. Un nuevo informe de la ONU, publicado en diciembre de 2008, volvía a señalar al gobierno de Ruanda como el principal beneficiario del expolio de los minerales congoleños. Hablaba claramente de la relación entre el presidente Paul Kagame, empresarios de su país y el estrafalario Nkunda, que siempre había dado como argumento de su lucha armada la protección de los tutsis en terreno congoleño.

El pasado mes de enero, las tropas ruandesas entraron al Congo con la venia del presidente Kabila para arrestar a Nkunda. El informe de la ONU parecía poner en riesgo el mayor recurso del País de las mil colinas, la ayuda internacional, que significan el 60% de sus ingresos, además de dejar en mal lugar a Paul Kagame, que una y otra vez ha negado su relación con Nkunda.

2. El segundo hecho vino a continuación, cuando las tropas ruandesas que se encontraban en territorio congoleño salieron a cazar a los rebeldes hutus del FDLR, que también son responsables del control de minerales y de cometer crímenes contra la población civil.

Más expolio

Sin embargo, las informaciones que llegan desde la zona no sólo mencionan que estas dos acciones no tuvieron el efecto previsto, sino que han empeorado aún más la situación.

El grupo de expertos de la ONU para la República Democrática del Congo remitió el 14 de mayo al Consejo de Seguridad un informe que señala el fracaso de la operación militar contra los hutus del FDLR. Así lo explican en la página de los Comités de Solidaridad con el África Negra:

Según el informe, a pesar de la operación ruandesa-congoleña de primeros de año, los rebeldes hutu ruandeses del las FDLR siguen siendo muy activos. Según los expertos, la operación militar conjunta “ha sufrido a causa de su brevedad, de los problemas logísticos y del desvío de fondos operativos destinados a su realización y “ha fracasado en su misión de quebrar la estructura de mando de las FDLR, que permanece intacta”.

Desde primeros de año, las FDLR han realizado contraataques de guerrilla en el Kivu Norte en coordinación con su jefe Ignace Murwanashyaka, que reside en Alemania Según el informe, Murwanashyaka, equipado con un teléfono-satélite, posee los medios para dar órdenes al general Silvestre Mudacumura del batallón Zodiac para recuperar los territorios perdidos. El comité ha podido verificarlo gracias a grabaciones telefónicas del general Mudacumura.

Con respecto a los tutsis del encarcelado Nkunda, el informe también resalta que siguen adelante con actividades extorsivas. En una visión más amplia habla de los fallos en el programa de desarme de las milicias, de administraciones paralelas en el control de los recursos minerales, de corrupción generalizada y de que continúa el reclutamiento de niños soldados.

Más violaciones

François Grignon, director para África del International Crisis Group, publicó un artículo esta semana en Der Spieguel en el que señala asimismo un aumento del número de violaciones a mujeres (como los que conocimos de primera mano hace un año en este blog).

La organización Médicos Sin Frontera informó de que el 75% de los casos mundiales de violación tienen lugar en el este del Congo. Un censo de UNICEF informaba de 18.505 personas tratadas por violencia sexual en los primeros diez meses de 2008, de las que el 30% eran niños. Este año la situación ha empeorado aún más, con la Oficina de Coordinación de Ayuda Humanitaria de Naciones Unidas señalando un aumento de la violencia sexual en el este del Congo.

Según una fuente contactada por este blog en la zona, como respuesta a los ataques de las tropas ruandesas de principios de año, los hutus del FDRL han lanzado una serie de brutales ataques contra la población civil, a la que acusan de haber colaborado con sus enemigos.

François Grignon también señala en su artículo otro elemento preocupante, que se suele dar con regularidad: la imitación por parte de los civiles de las conductas de los soldados. “El 90% de los menores que están en prisión en el este del Congo, lo están por haber cometido violaciones”.

La soledad de las mujeres que sufren violaciones en la guerra

Desde el primer desembarco en Sudán, pasando por Uganda y el reciente viaje al Congo, en este blog hemos conocido de primera mano los testimonios de mujeres que han sido víctimas de la violencia sexual en conflictos armados. Terrible realidad en la que volveremos a sumergirnos en próximos destinos como Chad, República Centroafricana y Sierra Leona.

Por otra parte, hemos realizado un repaso a la historia de la violación como arma de guerra, enfatizando el fracaso de la comunidad internacional que, después de los Balcanes y Ruanda, se había comprometido a evitar que el cuerpo de la mujer se convirtiese en campo de batalla.

«La violación de entre 20 mil y 50 mil mujeres en Bosnia a principios de los noventa se cree que formaba parte de una estrategia deliberada de limpieza étnica. Tras estas duras estimaciones de la ONU, el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia, establecido en La Haya en 1993, reconoció a la violencia sexual como un crimen contra la humanidad. Por primera vez en la historia, una persona por violación como crimen contra la humanidad en ese tribunal».

Esta explicación abre el informe Vidas destrozadas, que publicara la semana pasada Médicos sin fronteras (MSF). Uno de los documentos más exhaustivos realizados hasta el momento sobre una cuestión a la que se margina sistemáticamente de la agenda internacional.

«El informe sale de nuestra indignación», señala Meinie Nicolai, directora de operaciones de MSF en Bruselas. Nuestros equipos escuchan dolorosas historias de abusos cada día. Nos sentimos obligados de contarlo. No puede haber excusa para la violencia sexual, no importa cuán habitual sea el fenómeno en algunos de los lugares en los que trabajamos».

En el año 2007, los equipos de MSF atendieron a 12 mil víctimas de agresiones sexuales en todo el mundo. El informe describe la atención que deben recibir las mujeres, que podría resumirse en los siguientes pasos a seguir:

1. Prevención de la infección por VIH:

Si la víctima se ha visto expuesta al virus, un curso de tratamiento con antirretrovirales (ARV) conocido como PEP (post-exposure prophylaxis o profilaxis postexposición) puede impedir la infección. Este tratamiento sólo funciona si se inicia dentro de las primeras 72 horas tras la violación, aunque cuanto antes se empiece, más probabilidades hay de que sea efectivo.

2. Prevención de la hepatitis B:

El virus de la hepatitis B también puede transmitirse por vía sexual y es más contagioso que el VIH. La vacuna de la hepatitis B es efectiva como prevención si la primera dosis se administra dentro de los tres primeros meses de haberse producido el contacto.

3. Prevención y tratamiento de otras ITS:

Las infecciones de transmisión sexual (ITS) pueden prevenirse y tratarse con antibióticos. Siempre que se detecta un riesgo, la víctima de violación recibe antibióticos que pueden prevenir infecciones como la clamidia, la sífilis y la gonorrea, o tratarlas si ya se han desarrollado. Prevención del tétanos: En función de la naturaleza de la violencia, la víctima puede correr el riesgo de contraer el tétanos.

4. Contracepción de urgencia:

Si la víctima acude en busca de asistencia dentro de las primeras 120 horas de haberse producido la agresión, es posible impedir embarazos no deseados con la píldora del día siguiente. Ésta interrumpe la ovulación e inhibe la implantación del óvulo fertilizado en la matriz.

5. Tratamiento de heridas:

La presencia de heridas asociadas a la violación depende del nivel de violencia durante la agresión. Éstas requieren atención médica inmediata y los casos extremos, como las fístulas, cirugía.

6. Seguimiento:

Durante las consultas de seguimiento, los pacientes reciben las dosis restantes de vacunas del tétanos y de la hepatitis B, y pueden hacerse análisis del VIH. Incluso si se les ha administrado la PEP, todavía existe la posibilidad de infección. Debido al periodo de incubación del virus, las víctimas de violaciones deben esperar por lo menos tres meses para saber si han contraído el VIH a resultas Una niña de 8 años violada por su padre recibe tratamiento de la agresión.

7. Apoyo psicológico

El primer objetivo de la atención psicosocial a víctimas de violencia sexual es ayudarles a restituir la capacidad de continuar con sus vidas tras el traumático incidente. En algunos casos, cuando los pacientes llegan en estado de shock, el asesoramiento psicológico inicial ayuda a estabilizar sus síntomas y a prepararles para la consulta médica. Un asesoramiento a tiempo también puede impedir el desarrollo posterior de trastornos de estrés postraumático.

8. Certificado médico-legal

El certificado debe contener una descripción de lo que el profesional sanitario ha observado durante el examen clínico y el relato de la agresión sexual por parte de la víctima. Incluso en situaciones de conflicto, donde los sistemas judiciales están colapsados, los pacientes tienen derecho a solicitar un certificado médico-legal por si, una vez finalizado el conflicto, deciden emprender acciones legales.

9. Apoyo económico

Cuando estas personas son rechazadas por la comunidad o corren el riesgo de sufrir repetidas agresiones, pueden necesitar protección y apoyo adicionales. Si pierden su capacidad de trabajar a consecuencia de la violación, pueden necesitar medios alternativos para generar ingresos. Si desean presentar cargos, pueden necesitar asistencia legal.

Este extenso listado de ayudas sirve para tomar conciencia de la dimensión de los daños que provocan las violaciones. Aunque lo más terrible de toda esta historia es que, según señala MSF, la atención que necesitan las víctimas de violaciones «es muy difícil o imposible de encontrar en los países donde trabajamos».

A lo que se suma el estigma social y la marginación que implica admitir que se ha sido sufrido una agresión sexual. Lo que lleva a una de las conclusiones más contundentes del informe: «Así pues, tras un episodio de violencia sexual, muchos descubren que están completamente solos».

Los hijos del odio tribal en Kenia

Cuando un periodista desplazado a una zona de conflicto habla en sus crónicas de “anarquía”, o sólo sabe señalar como causas de la violencia a los “odios étnicos y tribales”, debemos tener la certeza de que no está haciendo bien su trabajo, de que sólo ve y comprende la epidermis de la barbarie, sin ir más allá, sin llegar a sus entrañas. O, al menos, esto es lo que afirma un libro que acabo de leer sobre crímenes de guerra.

Supongo que se refiere a que siempre hay un poder detrás del la supuesta anarquía. Un poder que la alienta y la potencia con la intención de sacarle rédito. Del mismo modo en que inflama los sentimientos tribales, étnicos, nacionalistas, para ganar beneficios.

También se podría afirmar que en aquellos conflictos en que el elemento tribal resulta relevante, la violación sistemática de mujeres siempre se encuentra presente, como una forma de humillar al enemigo, de echarlo de su territorio, de transformarlo étnicamente. Bosnia, Ruanda, Kosovo… y escenarios bélicos actuales cuyos testimonios de agresiones a mujeres hemos podido conocer de primera mano: Sudán, Uganda y el Congo.

Bebés no deseados

En los pasados meses han comenzado a nacer en Kenia los niños de las violaciones que se produjeron durante los meses de diciembre, enero y febrero, en los actos de violencia postelectoral que cubrimos en este blog desde el terreno y que ya denunciamos desde los mismos campos de desplazados.

Un aspecto del conflicto generado por el fraude electoral de Mwai Kibaki, que apenas ha encontrado eco en la prensa. Sí los 1.500 muertos, sí los 600 mil desplazados, pero poco o nada se hablado de las 900 mujeres violadas, en su mayoría por grupos de hombres armados.

Al Jazeera ha hecho el seguimiento a una de estas mujeres. Su nombre es Beatrice. Su hijo ha nacido hace pocas semanas. El hijo también de alguno de esos policías que además de violarla la convirtieron en portadora del VIH.

“Comencé a agonizar cuando descubrí que estaba embarazada. Me pregunté qué debía hacer con el bebé. Una amiga me dijo que no lo matara”, afirma Beatrice.

En estos momentos se ha abierto un debate en Kenia sobre la necesidad de llevar a la justicia a todos los hombres que cometieron violaciones. Los miembros de la coalición de gobierno parecen dispuestos a crear un tribunal especial, así como una unidad de policía integrada sólo por mujeres, aunque hasta el momento ni un solo hombre ha sido llevado a juicio. Y las víctimas como Beatrice no han recibido ayuda alguna.

La violación como arma de guerra: masacre japonesa en Nanking

La violación como arma de guerra es una triste realidad de nuestro tiempo. Aún tiene lugar en el Congo, Darfur, la República Centroafricana, Uganda y Somalia, más allá del compromiso esgrimido por la comunidad internacional para ponerle fin tras las agresiones sufridas por cientos de miles de mujeres en el genocidio de Ruanda y en el conflicto de Bosnia.

Publicados en este blog los testimonios de víctimas en el Congo y Uganda que padecen estos actos barbáricos – que van desde las violaciones en grupo y la mutilación, hasta la esclavitud – intentamos ahora ponerlas en su contexto histórico, como una forma de comprender la dimensión del sufrimiento que los enfrentamientos armados han causado en particular a las mujeres.

Atrocidades de Japón

Hay un hecho del siglo XX que surge constantemente en los textos dedicados a estudiar esta cuestión: la masacre de Nanking, uno de los más atroces crímenes contra la humanidad jamás registrados.

Tuvo lugar en 1937, durante la segunda guerra entre China y Japón. Frustrado por la resistencia de las fuerzas chinas, el Ejército del emperador Hiroito se dirigió a la ciudad de Nanking, en ese momento capital del país y refugio para miles de desplazados.

Lo que sucedió a partir del día 13 de diciembre, y durante las siguientes seis semanas, fue el asesinato sistemático de la población, empleando métodos terriblemente crueles. Más de 300 mil personas perdieron la vida. Y se estima que unas 80 mil mujeres fueron violadas.

Ninguna joven o mujer que se pudiera considerar atractiva dejaba de estar en riesgo. Ninguna mujer estaba a salvo de una violenta violación o la explotación sexual – algunos de estos fueron filmados como «souvenirs» – y el probable asesinato posterior.

Grupos de tres o cuatro soldados merodeadores comenzaban viajando alrededor de la ciudad y robando todo lo que consideraban de valor.

Continuaban violando a las mujeres y niñas y matando a cualquiera que intentara resistirse, huir, o simplemente a los que se encontraban en el lugar y momento equivocado. Había niñas menores de ocho años y ancianas mayores de 70 que fueron violadas en la forma más brutal posible, golpeándolas bestialmente.

Es el testimonio de John Rabe, un alemán adscrito al partido nazi que creó una zona de seguridad en la ciudad, como aparece en el libro The Rape of Nanking.

Esclavas sexuales

Según se registró en el Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio (1947), las violaciones tenían lugar en público. Varios soldados abusaban de las víctimas, muchas veces para matarlas a continuación o para mutilarlas (clavándoles bayonetas, varas de bambú y cuchillos en la vagina, o cortándoles los senos). Asimismo, como sucede aún hoy en el Congo, obligaban a los familiares masculinos también a violarlas. Padres y hermanos a madres e hijas.

No sé por dónde empezar ni dónde terminar. Nunca tuve que escuchar algo de tamaña brutalidad. Violada, violada, violada. Estimábamos al menos mil casos por noche y muchos en el día. La gente estaba histérica… Las mujeres eran traídas mañana tarde y noche. Parece que todo el ejército japonés era libre de ir donde quisiera y de hacer lo que quisiera».

Palabras del reverendo James Mc Allun, en su declaración frente al tribunal de Tokio, en el que se juzgó a 28 militares japoneses. Aunque fueron condenados a morir en la horca, en 1956 se los dejó en libertad. Japón nunca pidió perdón por estos crímenes.

Sí lo hizo – aunque en 2007 el primer ministro Shinzo Abe se retractaría – por otra conducta de opresión en base al género que comenzó en 1932 y que se extendió hasta el final de la segunda guerra mundial: el reclutamiento forzoso de unas 400 mil mujeres como esclavas sexuales para los soldados, la mayoría de las cuales eran chinas o coreanas.

Decenas de supervivientes de aquella barbarie aún luchan por conseguir indemnizaciones del gobierno de Tokio.

Pasado y presente de la violación como arma de guerra

Desde tiempos pretéritos, las mujeres han sido consideradas como un mero botín de guerra: violadas y raptadas de forma sistemática, obligadas a casarse no en pocas ocasiones con sus captores para sobrevivir.

En el Antiguo Testamento no faltan alusiones a los abusos sexuales perpetrados por las tribus conquistadoras:

«Mujeres violadas en Zion; vírgenes en Judea”, Lamentaciones 5:11.

“Yo (Dios) voy a congregar a todas las naciones para combatir contra Jerusalén, y la ciudad será tomada y las casas saqueadas y las mujeres violadas; la mitad de la ciudad se irá al exilio, pero el resto de la gente no lo hará”, Zacarías 14:2

Tanto los antiguos griegos como romanos tenían la costumbre de violar y raptar a las mujeres cada vez que conquistaban una ciudad.

Cambio de perspectiva

Como veíamos en la entrada de ayer, hace muy poco tiempo que la humanidad ha comenzado a comprender, y a tratar de actuar en consecuencia, que la violación no puede ser tolerada en los conflictos armados.

Tan postergada estaba la condición de la mujer en el pasado, que el abuso sexual se entendía principalmente como una ofensa a los hombres de la familia, sin contemplar siquiera el sufrimiento de las propias víctimas.

La resolución 1820 del Consejo de la ONU, aprobada en junio de este año, significa un importante avance en la lucha contra la impunidad. Dos aspectos del texto deben ser resaltados: la petición de que los crímenes de violencia sexual queden al margen de las amnistías, y el recordatorio a los Estados miembros de su obligación de enjuiciar a los responsables de tales actos.

Responsables que no sólo son los soldados, sino principalmente los hombres al mando de los ejércitos, aquellos que ordenan que los abusos tengan lugar como una forma de humillar al enemigo, de limpieza étnica. Porque es cuando se ejecuta de forma sistemática que la violación se convierte en una arma de guerra, en un crimen contra la humanidad.

Historia reciente

En la última mitad del pasado siglo, la violación se ha empleado en casi todos los conflictos. Desde Vietnam, Bangladesh y Camboya, pasando por Chipre, Perú, Liberia, Somalia, Uganda, Haití, Cachemira, Liberia y Afganistán, hasta Ruanda, Bosnia y Kosovo.

Durante la segunda guerra mundial, los nazis la articularon también en su expansión por Europa, y los soviéticos en su conquista de Berlín. Hechos que tienen un antecedente terrible, que narraré mañana: la conocida como masacre de Nanking, perpetrada por los japoneses en China a lo largo de seis semanas, en la que más de 80 mil mujeres fueron violadas.

Hoy, más allá de los esfuerzos de la comunidad internacional, el abuso sexual sigue siendo parte integral de la estrategia militar en Darfur, República Centroafricana, Uganda, Somalia y, por supuesto, en el peor de todos los escenarios: la República Democrática del Congo (el testimonio de cuyas víctimas hemos podido conocer recientemente en este blog).

De forma aislada, se han dado casos de violaciones en Irak, como el cometido por soldados de EEUU contra la adolescente Abeer Qasim Hamza.

La violación como arma de guerra y el fracaso de la comunidad internacional

A lo largo de la historia, el cuerpo de las mujeres ha sido empleado como campo de batalla por los hombres. Una forma de humillar al adversario, de cambiar el equilibro étnico de una región o de permitir meramente a los soldados emplearlas como esclavas sexuales.

En los años noventa tuvieron lugar dos conflictos que llamaron la atención del mundo sobre estos actos barbáricos e inhumanos:

* Durante el genocidio de Ruanda, más de medio millón de mujeres fueron violadas.

* En la guerra de Bosnia, unas 40 mil mujeres sufrieron abusos sexuales.

A partir de entonces, la comunidad internacional se propuso acabar de una vez por todas con esta práctica, que viola tantos los principios elementales del Derecho Humanitario como la Convención de los Derechos Humanos. Había terminado la guerra fría y estaba en pleno auge la globalización

Iniciativa y fracaso

En el año 2000, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó la resolución 1325 sobre las “Mujeres, la paz y la seguridad”. Elemento jurídico aplaudido por el mundo, visto como el comienzo de una nueva era de esfuerzo y compromiso para cambiar el curso de la historia.

Sin embargo, desde entonces, 64 mil mujeres padecieron violaciones en el conflicto por los diamantes de Sierra Leona. Y los abusos siguen al orden del día en Darfur, Somalia, la República Centroafricana, Uganda y el Congo.

Según afirmó Jan Egeland, Subsecretario General de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU, en 2005: “La cuestión de la violencia sexual es uno de los peores retos en la protección global debido a su escala, su prevalencia y su profundo impacto”. Un año más tarde admitió sentirse devastado ante su “completa incapacidad para enfrentare a esa lacra”.

En 2007, Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU, sostuvo que “en ninguna otra área nuestro fracaso para defender a los civiles parece más evidente… que en las masas de mujeres y niñas, pero también de niños y hombres, cuyas vidas son destruidas cada año por la violencia sexual que se perpetra en los conflictos armados”.

Un nuevo intento

El 19 de junio de este año, el Consejo de Seguridad aprobó una nueva resolución, la 1820, que pretende potenciar las propuestas de la 1325.

Este nuevo intento de la comunidad internacional de detener la violación como arma de guerra, cuenta con agenda más precisa de acciones y con una campaña Stop Rape Now, destinada a la sensibilización.

Se estima que en el conflicto de la República Democrática del Congo, del que en recientes entradas del blog hemos conocido el testimonio de sus víctimas, 40 mujeres son violadas cada día. Los especialistas coinciden en que es el peor escenario del mundo para las mujeres.

Con respecto al Congo, cabe señalar, quizás como un contrasentido, el limitado mandato que el Consejo de Seguridad ha dado a las fuerzas de paz de la MONUC, que les impide frenar cualquier ataque contra civiles, y, por otra parte, el interés de las grandes potencias en los recursos naturales del país, una de las raíces del conflicto.

Esclavas sexuales en el siglo XXI

Hay situaciones que, por más esfuerzos que hagamos, resultan casi imposibles de imaginar. Nuestra capacidad de empatizar con el sufrimiento ajeno tiene un límite. Existe una clase de dolor tan profundo, brutal y prolongado que se nos escapa, que no podemos siquiera atisbar. ¿Cómo sería nuestra vida si un grupo de guerrilleros hubiesen entrado a nuestra casa para secuestrarnos cuando éramos niños? ¿Cómo veríamos el mundo si hubiésemos pasado toda nuestra adolescencia como esclavos sexuales en manos de Joshep Kony y sus soldados del Ejército de Resistencia del Señor (LRA), en un sucio y decadente campamento militar perdido en el sur de Sudán?

Alice tiene la respuesta. “Una noche llegaron los guerrilleros a la aldea y me llevaron junto a otras niñas. Ya en el camino hacia Sudán mataron a varias delante nuestro para asustarnos. Al principio cualquier soldado tenía sexo conmigo. Sólo me agarraba y me llevaba a la choza. Hasta que tuve un hijo con un soldado. Y me hizo su mujer. Cuando él murió en combate, me casaron con un comandante muy viejo que tenía siete esposas. Con él tuve otro hijo. Era un hombre muy malo. Un día, aprovechando que nos estaban atacando las tropas del ejército, cogí a mis dos hijos y me escapé. Caminé cuatro días a través de la selva sin comer hasta que logré llegar a mi casa”.

La historia de Stella, que tiene 22 años, es similar. Fue raptada por los soldados del LRA. Durante años, en un campamento de esta milicia de fanáticos, que dicen querer imponer los Diez Mandamientos, se dedicó a cocinar, lavar la ropa y responder a los deseos sexuales de los guerrilleros. Al igual que Alice, un día logró escaparse. Y, cuando volvió a su casa, descubrió que el drama no había terminado: tanto su familia como sus vecinos la rechazaban por lo que le había sucedido. Llevaba el estigma de haber sido una esclava sexual del LRA.

Rosemary Nyrumbe es una monja abierta, progresista. Ugandesa de origen, estudió desarrollo en la universidad de Nairboi y defiende la utilización de profilácticos por parte de los jóvenes africanos para prevenir el sida.

Hace dos años, Rosemary llegó a la ciudad de Gulu, en el norte de Uganda, para hacerse cargo de un prestigioso colegio privado al que asisten las niñas de la alta sociedad local. Como la mitad de las aulas estaban vacías, decidió que pondría en marcha un proyecto para brindar asistencia a los jóvenes más postergados de una población terriblemente afectada por más de 20 años de guerra.

Poco tardó en comprobar que quienes más ayudan necesitaban eran las mujeres que habían sido esclavas sexuales del LRA, ya que sus familias las rechazaban, viéndose así obligadas a vivir en las calles y mendigar.

Más de cien jóvenes que han padecido situaciones análogas a las de Stella y Alice asisten cada día a los cursos que imparten Rosemary y las monjas que con ella colaboran. Aprenden a leer y escribir, reciben formación profesional en cocina y costura, para poder adquirir las herramientas que las permitan valerse por sí mismas en el futuro. Además, un psicólogo las ayuda a tratar de superar los traumas del pasado.

«Es extraordinaria la capacidad de lucha y superación de estas chicas. Siento un profundo respeto por ellas. Después de todo lo que han sufrido, tienen la fuerza para seguir adelante», me dice Rosemary.

Rosemary también ha creado una guardería y una escuela para los pequeños de estas jóvenes. La mayoría, hijos que tuvieron con los soldados del LRA. Esos niños que con tanto ahínco trabajan por hacer progresar, por darles una vida digna, aunque son también un constante recordatorio del horror que sufrieron.