Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Hoteles con encanto: entre soldados, guerrilleros y cooperantes

De la lectura adolescente de “La guerra del fin del mundo”, el gran libro de Mario Vargas Llosa sobre la insurrección de Canudos, suelo recordar un momento culminante en el que buena parte de los protagonistas principales de la trama confluyen en un mismo sitio y conversan, justo antes de que la narración progrese hacia la batalla final que termina con la rebelión promovida por Antonio Conselheiro. Un fragmento prodigiosamente escrito.

En estos años de Viaje a la guerra he tenido en no pocas ocasiones la sensación de encontrarme en un escenario semejante, en el que todos los protagonistas de la historia convergen de forma tan reveladora como sorprendente. Algo que me ha sucedido sobre todo en los hoteles de pueblos perdidos, atrapados por la guerra, en África.

La primera vez que noté esto fue en 2005, en el hotel Acholi Inn de Gulu, ciudad del norte de Uganda. Allí, en una mesa tenías a varios oficiales del Uganda People’s Defence Force (UPDF), en otras a guerrilleros retirados del LRA, y en el resto a miembros de organizaciones gubernamentales. Todos los integrantes del conflicto que sacudió al norte de Uganda durante 22 años, en la terraza del mismo alojamiento, compartiendo una cerveza Nile Special, Castle o Tusker.

También el hotel Gerda’s, con su mesa de billar, su rosario de estatuas de madera y su dueño de origen indio, tiene la extraña cualidad de ser el sitio de Bukavu en el que se suelen encontrar algunos de los principales actores de la guerra que desde hace 12 años asola al Congo. En la barra puedes encontrar una noche a mineros sudafricanos de Banro, en las mesas a miembros de la ONU, observadores internacionales, investigadores del International Crisis Group y militares del FARDC. La etiqueta de las cervezas en esta ocasión es Primus.

En Sudán

La semana pasada, en el Tourist Hotel, de la ciudad sudanesa de Yambio, volví a hallarme rodeado de casi todos los que están involucrados en el conflicto que la presencia del LRA en el Congo ha desatado desde 2006 en tierra de los asande. Por una parte lo trabajadores humanitarios de MSF, Coopi y World Vision; por otra los militares del ejército local, SPLA, y altos mandos de la tropas ugandesas llegadas por orden de Kampala para continuar la lucha contra Joseph Kony.

Al igual que el libro de Vargas Llosa nos permite a los lectores ver cómo se fragua y perfila el desenlace de la novela, las terrazas de estos hoteles extraviados en la guerra brindan al periodista una oportunidad valiosísima para acercarse y presentarse a personas que de otro modo estarían fuera de su alcance.

En este caso, los oficiales del UPDF, que desde que se rompieran las negociaciones de paz con el LRA, han luchado contra los hombres de Kony en Congo, Sudán y República Centroafricana. Una operación coordinada con los gobiernos de la región.

Un plato de pollo frito y una cerveza Guinnes sobre la mesa. El runrún del motor del generador eléctrico de fondo, que resuena como una flota de B52. Así describen la ofensiva los altos mandos ugandeses…

«Éste es el palo con el que el LRA asesinó a mi mujer»

Saludamos al reverendo Egbon Rute que, sin darnos tiempo a que le formulemos pregunta alguna, coge una lánguida rama de árbol, se inclina sobre la tierra y comienza a dibujar un mapa. “Aquí está Congo”, exclama con voz rota y elocuente, curtida en innumerables sermones dominicales.

“Aquí está Uganda, aquí Sudán y aquí la República Centroafricana”, prosigue febril, infatigable, a los 69 años (edad poco habitual en esta zona del mundo asolada por medio siglo de guerras y hambrunas).

“El LRA entró por aquí. En el camino mató a un joven que se llamaba John, de 22 años. Hirió a otro, Peter Mark, de 21 años. El tercero, Justice, logró salir corriendo. Tenía 22 años también”, se adentra en el relato con una pasión por los detalles y una precisión que narrativa que nos dejan perplejos.

“Nosotros estuvimos toda la mañana en casa. Cuando nos enteramos por la noche de que el LRA había entrado, nos ocultamos en la selva. Al día siguiente volvimos. El LRA nos estaba esperando. Yo pude huir, pero ellos cogieron a mi mujer y a mi nuera”, se detiene el reverendo, perteneciente a la diócesis de Nzara, y se mete en una choza de la que sale con un palo en la mano.

“Usaron a mi mujer y a mi nuera para que llevaran las cosas que habían robado de nuestra casa hasta el cuartel del LRA en Congo. Después quemaron mi casa y mi iglesia. A mi nuera la dejaron libre, pero a mi mujer la mataron con este palo. Le ordenaron que se recostara en el suelo y le pegaron en la cabeza. Aquí puedes ver las marcas de sus dientes”, nos dice blandiendo en el aire el trozo de madera.

* * *

A los dos días volvemos a las chozas de los familiares, situada en el mercado de Yambio, en la que vive el reverendo desde que el LRA quemara su casa y asesinase a su mujer el 7 de agosto de 2009. Lo encontramos sentado con el palo de madera en una mano y una biblia en la otra. Observa la lluvia que cae sobre la tierra.

Repite argumentos políticos que ya hemos escuchado en otros habitantes del sur de Sudán:

“El LRA recibe armas y dinero de Jartúm para desestabilizar al sur del país, para que en el 2011 no podamos votar en el referéndum de independencia. Siempre el norte nos ha estado oprimiendo. En 1965 nos querían imponer el Islam, por eso yo me fui a la selva a luchar con los rebeldes de Anyanya«.

“¿Qué le hemos hecho nosotros al LRA? ¿Qué problema tenemos los asande de Sudán con los acholi de Uganda? Ninguno. Los recibimos cuando Joseph Kony dijo que iba a firmar la paz. Nuestro presidente les dio dinero para comida, para pozos de agua. ¿Así nos pagan? ¿Matando a nuestra gente?”

Le preguntamos al reverendo Egbon Rute por el palo que guarda con tanto recelo. Queremos saber si no sería mejor meterlo en algún sitio y no seguir perpetuando el dolor por el asesinato de su mujer.

“Al contrario”, exclama. “Este palo es el símbolo del sacrificio de mi esposa, que era una gran mujer, con la que estuve casado cuarenta años y con la que tuve ocho hijos, por eso lo llevaré conmigo hasta la tumba, y luego lo tendrán sus nietos y sus bisnietos”.

Abre la Biblia y dice: “Este pasaje te ayudará a entender lo que quiero decir. Está en asande, pero lo traduzco al inglés. Pertenece al profeta Isaías, capítulo cuatro, versículos diez al trece”. Aclara la voz y la imposta, rabiosa y profunda: Don’t fear those how destroy the body. Fear those who can destroy the soul.

(Foto: HZ)

De patrulla junto a los “Arrow Boys” en el sur de Sudán

Los brutales asesinatos y mutilaciones que practica el Ejército de Resistencia del Señor (LRA) están destinados a aterrorizar a la población civil. Durante dos décadas, cientos de miles acholis del norte de Uganda prefirieron malvivir en miserables campos de desplazados que permanecer en sus casas expuestos a los crímenes de la guerrilla de Joseph Kony.

Desde que hace un año el LRA empezase a atentar contra los civiles en el Congo y en el sur de Sudán, la ola de terror se ha ido expandiendo. Ahora sus principales víctimas son los asande, tanto congoleños como sudaneses. Y son las aldeas y granjas a ambos lados de las fronteras las que están desiertas.

En los asande descubrimos hoy el mismo miedo atávico al LRA que en hace tres años conocimos en este blog en el norte de Uganda. Las familias de desplazados y refugiados que no se animan a abandonar los campamentos después del atardecer, que construyen sus tukuls en torno a los cuarteles militares del SPLA y del UPDF. Las mismas descripciones de cuerpos mutilados, torturados, que pasan de boca en boca potenciando la parálisis, el pavor.

Autodefensas

Como respuesta al LRA, en el sur de Sudán se han comenzado a organizar grupos de autodefensa conocidos como los “Arrow Boys”. Jóvenes que salen a patrullar las aldeas durante las noches, en su mayor parte con arcos y flechas, de allí su nombre (como los kisii a los que acompañamos en su lucha contra los kalenjin en Kenia durante los enfrentamientos postelectorales de 2008).

“Salimos por primera vez en el mes de abril”, nos dice Tambura Richard, el director de los Arrow Boys en la localidad de Kapoeta, en Nzara, a pocos kilómetros de la frontera con el Congo. “Ahora tenemos 70 integrantes y ya hay más de cien grupos de Arrow Boys en toda Ecuatoria Occidental”.

En Juba, donde hicimos escala un día antes de venir a Yambio, escuchamos no pocos comentarios de preocupación sobre los Arrow Boys, como una nueva fuerza armada en este país en el que sobran las armas y los grupos enfrentados, tanto sean dinka, nuer o murle.

«Apatrullando» Ecuatoria Occidental

Por esta razón decidimos acompañar el pasado sábado a los Arrow Boys en una de sus misiones nocturnas. La hora: seis de la tarde. El sitio: el solar que les donó la municipalidad para que se puedan reunir cada día. Las edades: de 18 a 30 años. Las armas: rifles caseros, cuchillos, arcos y flechas, machetes, lanzas, palos y un fusil. Aspecto: más que fiero. Efectividad: en apariencia escasa.

Tambura Richard, que aspira a poder estudiar algún día enfermería en Kampala, discute junto a los hombres las patrullas que realizaran hasta las cuatro de la mañana. Dibujan mapas sobre la tierra. “La gente confía en nosotros. Estamos cerca, en las calles, somos de la zona, no como el Ejército. Desde que formamos los Arrow Boys la gente se siente más confiada, tiene menos miedo”, señala.

Se arman varios grupos. En el que nos toca viene Everest, maestro de escuela, padre de dos hijos, que farda de haber matado con su fusil casero a un miembro del LRA, aunque admite que lo último que han hecho es arrestar a ladrones y mediar en disputas familiares. Pasan las horas. Cigarrillos «Sportsman», conversaciones a la luz de las linternas. Algún incauto que es detenido en la calle e interrogado para luego ser liberado. Algún borracho perdido.

Ni rastro de Joseph Kony, al que los últimos informes de inteligencia sitúan en el norte, camino a Chad y Darfur. Nuevas etapas en la carrera que emprendió hacia ninguna parte desde que el año pasado se negara a firmar la paz con Uganda.

(Foto: HZ)

“El LRA mató a nuestro padre y secuestró a nuestra madre”

El pueblo de Nzara, que pertenece a la provincia sudanesa de Ecuatoria Occidental, se encuentra a 16 kilómetros de la frontera con la República Democrática del Congo. Desde este último país, el antiguo Zaire, huyó Bagndaakia John, de 20 años de edad, junto a sus siete hermanos el pasado mes de agosto.

“Nuestro padre escuchó que el LRA se encontraba cerca de nuestra zona, Duru. Cuando se hizo de noche nos ordenó que nos ocultáramos en la selva”, explica Bagndaakia, bajo el techo de plástico del tukul (choza) en el que ahora pasa las horas. “Escuchamos sus gritos en la noche, pero nos animamos a salir hasta el día siguiente. Encontramos que los del LRA lo habían cortado en pedazos con sus pangas y que se habían llevado a mi madre”.

Al igual que miles de congoleños de la etnia asande, Bagndaakia emprendió la huida hacia Sudán. Según nos comenta Soter Byarugaba, oficial de terreno del ACNUR, hay registrados 6.775 refugiados que se encuentran en los campamentos de Makpandu, Ezo, Tambura, Naandi, Andari. Todos situados en la provincia de Ecuatoria Occidental.

“Caminamos durante dos días hasta llegar a Yambio. Ahí preguntamos por mi tío, que había huido del LRA a principios de año”, continúa su relato Bagndaakia. “Nos enteramos de que estaba en Nzara y vinimos hasta aquí. La hermana Giovanna nos dio comida, ropa y dinero”.

La hermana Giovanna se encuentra en Kampala, Uganda. A cargo de la orden de las combonianas en Nzara está la hermana Eugenia, también italiana.

“Sé que no está bien decir esto, pero Dios, llévate pronto a Joseph Kony. No dejes que siga haciendo daño a la gente”, expresa la monja, que es también de origen italiano, y que pasó parte de los últimos 25 años en Sudán. “Este país no conoce la paz”, prosigue. “¿Tú sabes lo que es la paz”, le pregunta a Bernadette, una de sus ayudantes, que niega con la cabeza. “Esta gente lleva desde 1955 sufriendo guerra tras guerra. Y ahora que parecía que todo iba a mejorar aparece Joseph Kony y el LRA”.

El LRA en Congo y Sudán

Sobre Joseph Kony y su delirante y brutal milicia de niños soldados hemos escrito en este blog desde Uganda hace tres años. También seguimos sus pasos por Juba, capital de Sudán del Sur, cuando pasó por aquí en 2006 para negociar el acuerdo de paz que nunca llegó a firmar (en próximas entradas explicaremos cómo llegó al Congo y dónde se encuentra en estos momentos. Asimismo, describiremos la situación de emergencia humanitaria que se está viviendo en la región y que escasa o nula repercusión está teniendo en la prensa).

“Vivimos con mi tío en la tienda de mío, que también es refugiado. Las monjas nos ayudan con lo que pueden pero no nos alcanza. No tenemos semillas, no tenemos ropa. Hay días que sólo comemos una vez. Y el agua aquí está contaminada”, sostiene Bagndaakia. “Mis padres eran agricultores. Yo estaba estudiando y mis hermanos también. Ahora no vamos a la escuela”.

El nombre de su tío es Gabriel Simon, tiene 28 años. Sus hermanos, de los que Bagndaakia ahora es responsable: Hipai John (18 años), Gimigu John (16 años), Misamative John (14 años), Ngambu John (12 años), Minapaite John (10 años), Ngbapail John (8 años) y Giminigu John (4 años).

La pregunta insoslayable es sobre el futuro. ¿Cuándo espera volver al Congo? ¿Piensa que volverá a encontrarse con su madre? “Creo que mi madre está muerta, que no la veremos nunca más. ¿LRA? Ojalá desaparezcan, ojalá se mueran todos”, afirma con amargura y rabia.

(Fotos: HZ)

De la guerra del Congo al sur de Sudán

Hay conflictos que sobre el terreno se simplifican, empujándolo a uno a salir de vacilaciones como sucede con la ocupación israelí de Palestina. Ser testigo del sufrimiento de la población de Gaza, del brutal bloqueo al que es sometida desde hace tres años; ver el muro que divide Cisjordania y conocer de primera mano el perverso sistema de puestos de control, de segregación racial, que imponen los jóvenes soldado; sirven para despejar las pocas dudas que se podrían tener sobre las mentiras, manipulaciones emotivas y argumentos sesgados que se vierten a diario en la prensa para negar lo que allí, entre las víctimas de sesenta años de ultraje y postergación, resulta tan evidente como hiriente.

Pero hay conflictos, como el de la República Democrática del Congo que, debido a la multitud de actores involucrados, a los constantes cambios de bando y a la escasa presencia de periodistas en el terreno, mientras más lo visitamos mayores son los interrogantes que nos asaltan, más complicados de aceptar resultan algunos de los mantras que repiten en sus cables las agencias de prensa. Por ejemplo, en nuestra accidentada visita a las minas de Maroc, en el territorio de Walungu, descubrimos no sólo el trabajo infantil sino la brutal lucha de las poblaciones locales por controlar los minerales (cuando siempre se acusa a los grupos armados de ser los únicos participes en la pugna por los recursos).

Ahora acabamos de desembarcar en el sur de Sudán (donde comenzamos la andadura de este blog en junio de 2006). Otro conflicto complejo, en el que se superponen diversos niveles de violencia: la potencial guerra con el Norte, con las elecciones del próximo abril y el referéndum de 2011 como fechas claves; las luchas tribales entre los dinka y los nuer, que cada día dejan mayores números de muertos (al punto de que esta zona del mundo supera ampliamente a Darfur en la cuantía de fallecidos); y la presencia del LRA en la provincia de Ecuatoria Occidental, que ha provocado hasta el momento 25 mil refugiados y varios centenares de muertos.

Yambio, capital de Ecuatoria Occidental, es la primera parada de nuestro recorrido por Sudán del Sur…

La guerra que se aproxima en Sudán

Hace ya un tiempo comentamos las preocupantes noticias sobre el aumento de las tensiones entre el norte y el sur de Sudán, que podría desembocar en un nuevo y sangriento conflicto armado.

Según informa la revista Kanwa Defense Review Monthly, el gobierno de Jartum, cuyo ministro de Defensa se encuentra de visita en Beijing, habría comprado a China un número aún no desvelado de lanzaderas de misiles WS-2. Información que habría sido confirmado por delegados africanos que viajaron a la feria internacional de armamentos de Abu Dhabi.

China dio a conocer el WS-2 en el año 2008, que fabrica especialmente para la exportación y que cuenta con capacidad simultánea para seis cohetes de 400 mm que pueden alcanzar una distancia de 200 kilómetros y que se activan en menos de 12 minutos. La revista de Defensa sostiene que “Sudán cuenta ahora con el sistema más poderoso de misiles de África”.

Sin embargo de China, Rusia y España

Esta venta viola abiertamente el embargo de armas impuesto por la resolución 1591 del Consejo de Seguridad de la ONU a Sudán como consecuencia del conflicto de Darfur. No sería la primera vez que China, el principal comprador del petróleo que exporta Jartum, antepone sus intereses comerciales al respeto por los derechos humanos y la legalidad internacional.

Amnistía Internacional denunció ya en varias ocasiones la violación del embargo por parte de Rusia, aportando fotografías como pruebas en 2007. En 2004, la acusada fue España. Según una investigación de la Escuela de Cultura de Paz, entre los años 2003 y 2004 vendió armas ligeras y munición a Jartum, contraviniendo el embargo acordado por la Unión Europea en 1994.

Desde el sur de Sudán también llega información sobre compra de armamentos. La publicación especializada Jane’s Defence Weekly sostiene que el Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA) ordenó un centenar de tanques ucranianos T-72. «El sur de Sudán se está armando para cualquier eventualidad que pueda surgir en su disputa con Jartum», afirma.

Las primeras noticias de los tanques se conocieron el pasado mes de septiembre, cuando se hizo pública la carga del buque ucraniano MV Faina tras ser secuestrado por piratas somalíes.

Aunque su momento las autoridades del sur de Sudán negaron que fueran las destinatarias de los blindados, lo cierto es que tras la liberación del buque, Jane’s Defence Weekly ha seguido el trayecto de los tanques, gracias a imágenes de un satélite comercial, que salieron desde el puerto keniano de Mombasa y se dirigieron hacia el norte, presumiblemente hacia Sudán.

En este sentido, recuerda a la exclusiva del periódico The News, que captó gracias a Google Earth fotografías de aviones no tripulados estadounidenses Predator en bases aéreas de Pakistán, al tiempo en que el gobierno de Islamabad criticaba los ataques de EEUU con estos ingenios robóticos.

Incertidumbre ante el 2011

El norte y el sur de Sudán protagonizaron una guerra de 17 años en la que murieron dos millones de personas y cuatro millones tuvieron que convertirse en refugiados (fue nuestro primer destino en este blog).

Según el acuerdo de paz firmado en 2005, dentro de dos años, los habitantes del sur, de rasgos subsaharianos y de religión cristiana, tendrán que votar si se separan de los del norte, musulmanes de influencia árabe, para dividir en dos estados a la antigua colonia británica.

A medida que se acerca la fecha, las tensiones no dejan de aumentar. Ya el año pasado tuvieron lugar enfrentamientos en Abyei (la semana que viene, un tribunal de La Haya deberá demarcar las fronteras, disputadas por ambas partes, de esta región rica en petróleo).

Justamente el petróleo, la injerencia China, el pedido de captura de la Corte Penal Internacional contra el presidente Omar Al Bashir y la contratación por parte de EEUU de la empresa militar privada USIS para que entrene a las fuerzas del sur, dibujan un panorama sumamente complejo para la prevención de un posible conflicto.

Piratas, tráfico de armas y nueva guerra en Sudán

Se trató de la primera zona de conflicto en la que desembarcamos en Viaje a la guerra, a principios de junio de 2006.

La violencia continuaba. Los dinka se enfrentaban a los nuer por las vacas. Las milicias ugandesas del LRA mataban civiles. Pero la gran contienda entre el norte y sur de Sudán acababa de llegar a su fin, y el optimismo se palpaba en el aire, sobre todo para los cientos de miles de refugiados que regresaban desde Kenia y Uganda a sus hogares.

Una guerra brutal y sangrienta, por la que murieron dos millones de personas y cuatro millones se tuvieron que exilar.

Tanques soviéticos

Las noticias que hoy llegan desde la región permiten vislumbra que el conflicto podría volver a comenzar, para sumarse al otro frente abierto en el país: Darfur.

El reciente secuestro del carguero ucraniano MV Faina, por parte de piratas somalíes que piden un rescate de 20 millones de dólares, ha disparado las alertas. La relación entregada por el capitán del barco indica que transportaba 33 tanques soviéticos modelo T 72 hacia el puerto keniano de Mombasa, pero con el gobierno del sur de Sudán como destinatario final.

Esto ha generado un escándalo en Kenia. Aunque el gobierno afirma que los tanques los ha comprado a título propio, pocas dudas caben de que tienen como destino Juba. Es más, según se asegura en Jane’s Defence Weekly, otro cien tanques T 72 y T 55 habrían llegado al sur de Sudán a través de Mombasa.

El origen

La gente del Norte de Sudán se llama a si misma árabe, aunque tiene la piel oscura. La del Sur se considera a sí misma africana, y tiene una complexión similar a la que prima en el África subsahariana. Los árabes, además de saquear los recursos naturales del Sur, mucho más rico que el Norte, capturaban a los africanos y los hacían esclavos.

Los británicos, que dominaron Sudán hasta 1955, planeaban dividirlo en dos, pero los árabes consiguieron que siguiera siendo un solo Estado, del que tomaron las riendas inmediatamente. Los habitantes del Sur no tardaron en comprender que esto perpetuaría el expolio y el subdesarrollo que padecían, y tomaron las armas para luchar contra el Norte en una guerra que duraría 17 años.

La segunda guerra, que comenzó en 1983, tuvo como factor añadido la lucha por el petróleo que se encontró en el Sur. La paz se firmó en enero de 2005. Establece que los beneficios del petróleo serán para el Sur, y que en el año 2011 tendrá lugar un referéndum para saber si los habitantes del Sur quieren tener su propio Estado.

¿Guerra en el 2011?

Todo hace indicar que el Sur se está preparando para enfrentarse al norte una vez más en caso de que no acepte el resultado del referéndum de autodeterminación establecido para el 2011.

Detrás de Sur estaría su viejo aliado, Uganda, y también Kenia, dado el paso de las armas. Hecho este que lo alinea con Occidente. Detrás de Jartum, se colocarían China y algunos países árabes (todavía se ven en el sur de Sudán los restos de los tanques que Saddam Hussein envío al país durante la guerra).

Pero lo cierto es que, si bien a baja escala, la guerra ya podría haber tenido sus primeros episodios. Aunque casi no tuvo eco en la prensa, en los últimos meses las fuerzas del Sur se enfrentaron a grupos armados supuestamente respaldados por Jartum, en la localidad fronteriza de Abyei, rica en petróleo y que ambas partes reclaman como propia.

Sudán, Chad y una guerra con fútbol

Recuerdo que me encontraba en Kenia cuando en el mes de febrero saltó la noticia de que grupos rebeles habían entrado a Yamena, la capital de Chad, matando a más de un centenar de personas y poniendo en jaque al régimen de Idriss Deby. Grupos rebeldes que se decía que estaban respaldados por Sudán.

El pasado sábado ha sucedido lo contrario unos 3.000 guerrilleros del Movimiento Justicia y Equidad (JEM), que se supone que cuenta con el respaldo de Chad, realizaron una ofensiva sin precedentes hasta situarse en las puertas mismas de Jartum, la capital de Sudán.

Los miembros del JEM, que desde el 2003 se enfrentan a las tropas gubernamentales y los janjaweed en Darfur, recorrieron 600 kilómetros a través del desierto y atacaron Omdurman, en una acción que fue repelida por Sudán pero que tiene un gran valor simbólico.

Omdurman sólo está separada de Jartum por el río Nilo. Allí se encuentra el aeropuerto desde el que salen los aviones que bombardean regularmente Darfur, a pesar de la presencia de las fuerzas de Naciones Unidas.

Se trató de una ofensiva sin precedentes. Ni siquiera durante los 20 años de guerra entre el norte y sur del país, que llegó a su fin en 2005, las tropas rebeldes se habían acercado tanto a la capital.

La respuesta de Omar al Bashir fue lanzar una recompensa de 125 mil dólares por la captura de Khalil Ibrahim, y romper relaciones con Chad. Decisión descrita como “apresurada” por el Ejecutivo de Yamena, aunque queda claro que ambos países están usando a los grupos armados que luchan en Darfur para hostigarse mutuamente.

Según la ONU, podrían encontrarse al borde de una guerra abierta. Un conflicto armado cuya gestación describe de forma exhaustiva Le Monde Diplomatique.

La última acción en la escalada ha sido cerrar ayer, por parte de Yamena, la frontera que separa a Chad de Sudán.

Una situación compleja

Sin embargo, la situación es mucho más compleja. El JEM no sólo tiene aspiraciones sobre Darfur, sino que busca un cambio de régimen en Sudán.

Su mentor es un personaje sombrío, Hassan al-Turabi, islamista radical, vinculado a los Hermanos Musulmanes y a Bin Laden, fundador del partido del Congreso Popular, que fue sacado del poder en Jartum en 1990 por Omar al Bashir.

Khalil Ibrahim, líder del JEM, era seguidor de Hassan al-Turabi, y mantiene su agenda islamista radical.

Por esta razón, el pasado lunes Hassan al-Turabi volvió a entrar en prisión así como varios dirigentes del Congreso Popular, a los que se culpa de estar detrás también del ataque del JEM.

Aunque también, si se abre un poco la lente, algunos expertos ven en el choque entre ambos países la mano de Francia e Inglaterra, que podrían estar apoyando a sus antiguas colonias en esta guerra no declarada.

La guerra del fútbol

Pero lo más curioso de toda esta historia, que apenas ha tenido eco en la prensa, es que el próximo 31 de mayo, Sudán y Chad deberán enfrentarse en la clasificación para el Mundial de Fútbol 2010.

La FIFA ya ha salido a decir que el partido no se suspende, aunque ambos contrincantes hayan roto relaciones diplomáticas y parezcan más cerca que nunca de encontrarse al borde de una guerra abierta.

Malí, Sudán, el Congo y Chad componen el Grupo 10 de la competición preliminar de la zona africana. Un grupo muy equilibrado, aunque malienses y sudaneses sean favoritos, los congoleños estarán al acecho.

Desde aquí, mi humilde sugerencia, que daría finalmente al fantástico negocio del fútbol una utilidad tangible: el que triunfe en el encuentro deportivo, gana la guerra.

Y así se ahorran el derroche en armas y municiones, estos dos Estados que se encuentran entre los más pobres el mundo, y la carnicería de vidas inocentes que podría tener lugar.

Si empatan, que lo definan por penaltis.

La guerra de la vacas (o sobre cómo me hubiese gustado tener un arma en Sudán)

Nos encontrábamos en una calle de Juba, ciudad del Sur de Sudán, retratando a un grupo de niños que jugaban junto a unas chozas, cuando un hombre vestido con uniforme militar se nos acercó y nos dijo en un inglés maltrecho y telegráfico: “¿Dónde está autorización para sacar fotos? Aquí no posible, fotos no”. Iba descalzo, tenía varios agujeros en la camisa y mientras se dirigía a nosotros nos apuntaba con un viejo y oxidado AK47.

Mi amiga, que tiene la mala leche de quien lleva años en la profesión, lo miró con desdén, guardó la cámara en su bolso Domke y se fue sin decir palabra.

Yo intenté razonar con aquel hombre. Le expliqué que estábamos allí para ayudar, que no intentábamos más que mostrar las consecuencias de cuarenta años de guerra en el sur de Sudán, y que eso los beneficiaba, pues los sacaba del aislamiento, de la reclusión y les abría las puertas al mundo.

Pero cuando vi que no entendía nada de lo que le decía, que lo suyo no era más que un acto de bravuconería, un intento por sentirse importante, poderoso, ante dos blancos, hice lo mismo: guardé la cámara en el bolso y me fui.

– Este lugar me saca de quicio. Te juro que hay días en los que me gustaría tener un arma para plantarle cara a estos hijos de puta – afirmó mi amiga, que avanzaba cabreada, dando grandes zancadas, pues es una mujer pequeña, enjuta, por el camino de tierra.

No se lo dije, pero yo había pensado lo mismo en varias ocasiones.

* * *

En casi todas las culturas del África subsahariana existen rituales que marcan el pasaje de la infancia a la edad adulta. Suelen durar varios días. Y en ellos participa toda la comunidad.

En su magnífica autobiografía, El largo camino hacia la libertad, Nelson Mandela relata cómo en la adolescencia lo llevaron junto a otros jóvenes hasta un río, le hicieron sacarse la ropa y lo circuncidaron con un cuchillo. Después, en una gran fiesta, celebró con los miembros de su tribu, los xhosas, aquel ritual que demostraba que había dejado de ser un niño, que formaba ya parte del mundo de los mayores.

Los masai suelen practicar la mutilación genital a sus niñas y circuncidar a sus niños. También, en medio de grandes celebraciones. A partir de ese momento, las jóvenes pueden ser entregadas en matrimonio. Siguiendo la tradición, a cambio de las vacas que aporta el futuro marido (que puede llegar a tener hasta cinco esposas).

En el sur de Sudán, la tribu más numerosa es la de los dinkas. Ellos realizan cortes con la punta de una lanza en la frente de sus jóvenes (son tan profundos que les dejan marcas en el cráneo). Si el chico llora durante el acto, la familia lo toma como un deshonor.

En la celebración el muchacho recibe también la lanza con la que defenderá el mayor patrimonio de un dinka: sus vacas. Desde hace siglos, los dinkas se enfrentan a los nuer y los maridis por la posesión del ganado.

Cuando comenzó la guerra entre el norte y el sur de Sudán, cientos de miles de armas llegaron al país desde Etiopía, Kenia y Uganda. El enfrentamiento entre los dinkas y sus rivales pasó del sutil equilibrio de las lanzas a lo que varios periódicos británicos bautizaron como «la guerra de las vacas». No se sabe cuál fue el primer grupo que tuvo armas de fuego en su poder, pero lo cierto es que todos se vieron obligados a adquirirlas para poder defenderse, para mantener así la correlación de fuerzas.

* * *

Con los años he aprendido que el tiempo es el mejor aliado del escritor. Mientras mayor es la distancia que te separa del evento que pretendes narrar, mejor sabes cómo debes hacerlo, qué descripciones y anécdotas tienes que utilizar. La memoria, más allá de su fragilidad, tiene la virtud de conservar los hechos más destacados, aquellos que seguramente serán más atractivos para tus lectores.

Ahora, mientras preparo mi inminente partida rumbo a Palestina, lo que más recuerdo de las dos semanas que pasé en Sudán son las difíciles condiciones de trabajo. La infinidad de ocasiones en las que algún hombre se me acercó con un fusil en las manos para increparme, para preguntarme qué estaba haciendo. La hostilidad que predomina en una sociedad en la que abundan las armas, en la que casi no hay ley ni Estado, en la que los traumas de cuatro décadas de guerra provocan constantes enfrentamientos en una gente que parece no saber relacionarse si no es a través de la violencia.

* * *

Conclusión: otra lección sobre la guerra

Cuando las armas desembarcan en una sociedad, tienen un efecto devastador. El que se ha hecho con un fusil, lo utiliza para sacar ventaja del que se encuentra desarmado. Y entonces, éste, para defenderse, y para proteger a los suyos, se ve en la obligación de conseguir para sí mismo un arma.

En cierta medida fue lo que sentí al estar en Sudán (y lo que experimentó también mi amiga). Sin un arma, carecía de posibilidad alguna de diálogo, era constantemente ninguneado por todo aquel que se me cruzaba en el camino.

Por supuesto que nunca tendría un fusil o una pistola, pues, de haberlo hecho, debería haber estado dispuesto a utilizarlo. Pero sí logré comprender por qué, en los momentos de caos y desesperación, la población civil se arma rápidamente. Y lo difícil que resulta, una vez que se firman los acuerdos de paz, desandar ese camino.

Por esta razón resulta fundamental que los países ricos, principales responsables de la producción y venta, pongan límites al comercio de las armas. La ambición desmedida de las empresas, que inundan los mercados mundiales con sus productos, ha hecho que los precios cayeran drásticamente en los últimos años. Hoy, en África, se consigue un AK47 al mismo precio que un par de gallinas.

(Justamente comienza hoy en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York, la segunda conferencia mundial sobre las armas ligeras. De sus buenos resultados depende que se ponga orden y control a este negocio. Requisito indispensable para que, de una vez por todas, empecemos a avanzar hacia un mundo más seguro y en paz. Si quieres hacer llegar tu voz a los gobiernos que hasta el 7 de julio debatirán sobre esta cuestión tan importante: pincha aquí).

Los grandes ojos de Lakho (y su pasión por los pelos de mis brazos)

En la puerta del hogar para huérfanos de guerra, situado en el centro de Juba, me recibe un niño con una gran sonrisa, que me toma de la mano y me lleva, a través de un polvoriento campo de fútbol, hacia el edificio principal. No habla. Sólo me mira y sonríe.

Nadie sabe cómo se llama ni cuántos años tienen. Lo encontró un grupo de soldados en una aldea que acababa de ser bombardeada por el ejército del Norte. Vagaba desnudo, solo, entre los escombros. Elías, el director del hogar, me dice que cree que el niño ha dejado de hablar como consecuencia del trauma que sufrió al ver morir a su familia bajo las bombas. Desde que llegó al centro, hace seis años, no ha dicho palabra alguna.

Mientras que Elías me presenta al resto de los integrantes del hogar, más de cincuenta, que al principio se muestran distantes, pero que, poco a poco, se van acercando a mí, pienso en el niño que ha dejado de hablar. Lo observo. Está sentado en una esquina, ajeno al resto, ausente. Supongo que su mente no pudo tolerar tanto dolor y que por ello decidió escindirse de la realidad, crear un universo paralelo, agradable, seguro, ante el que sonríe constantemente, negando toda la crueldad y la barbarie de esta guerra.

Las historias de los demás niños son similares: padres que murieron a causa de los disparos, de las bombas, o de las enfermedades y el hambre que provocaron durante cuarenta años los enfrentamientos entre las tropas del Norte y las del Sur, y que los dejaron solos en el mundo.

Como todos aquí, Elías agradece la reciente llegada de la paz. “Antes, casi no teníamos ropa ni comida para dar a los niños y el hogar estaba en ruinas”, me explica. “Ahora, un grupos de soldados de Naciones Unidas nos ha ayudado a reconstruir el hogar, y UNICEF nos ha dado cuadernos y bolígrafos para que los niños puedan ir a la escuela”.

Converso con Christine Milio. Tiene doce años y va al colegio St. Joseph. Es una niña algo tímida, pero dulce y entrañable. Dice que le gusta mucho ir a la escuela y jugar con sus amigas por la tarde. Como buena parte de sus compañeros de hogar, lleva varios años de retraso con respecto a los demás niños del colegio, pues durante la guerra no pudo asistir a clase. Su padre, soldado del Norte, desapareció en combate. Su madre murió como consecuencia de una enfermedad. La policía la encontró sola en su tukul (choza) junto al cadaver de su madre y la trajo al centro.

Paso todo el día en el orfanato. Veo cómo los niños juegan, realizan los deberes, lavan la ropa y preparan la comida. Me maravilla y me admira enormemente la alegría con la que hacen todo, el extraordinario deseo que tienen de progresar, de salir adelante.

En el hogar, las niñas mayores, como sucede en toda África, velan por las más pequeñas, las cuidan como si fueran sus propias hijas. Lakho, una de las más jóvenes, que debe tener dos o tres años, me toma de la mano y me sigue a todas partes. Es puro afecto, puro amor, no deja de observarme con una gran sonrisa.

En un momento en que el calor se hace difícil de tolerar, guardo la cámara de fotos en la bolsa y me siento en la galería del hogar. No hay luz, así que los ventiladores permanecen inmóviles. De fondo, se escucha el clamor de la radio a transistores de Elías. Está escuchando el Mundial.

Lakho parece fascinada por los pelos de mis brazos. Es algo que ya me ha pasado en muchas ocasiones en África, donde los hombres no suelen tener vello y a los niños les sorprende, les causa muchísima gracia, descubrir que mis brazos y mis manos están cubiertos por una suave estela de cabellos. Mil veces he estado conversando con alguien en un barrio de chabolas, en un campamento de refugiados o en la esquina de alguna ciudad, y un pequeño viene y comienza a acariciarme, riendo, llamando a sus amigos para que vengan a ver lo que ha encontrado (algunas veces, se entusiasman tanto que tiran de ellos, lo que no tiene tanta gracia).

Mi viaje a Sudán está por llegar a su fin. En pocas horas emprenderé el largo camino que me llevará a España. Siendo absolutamente sincero, no puedo decir que extrañaré este país. No resulta fácil trabajar aquí, entre tantas armas, bajo el escrutinio y la prepotencia de los soldados, entre tanta corrupción. Las guerras no terminan con la firma de los tratados de paz, perduran durante años en los traumas de quienes las sufrieron, en el comportamiento errático de sociedades que no saben relacionarse sino es a través del perverso lenguaje de la violencia.

Sí me llevo el recuerdo de esa gran parte de los sudaneses que desea superar las heridas del pasado, el horror de una guerra que ha provocado dos millones de muertos, y comenzar a vivir en paz. Me llevo en el recuerdo muchas historias conmovedoras, muchos gestos de grandeza. En situaciones como esta, sale a flote lo mejor y lo peor de la condición humana. Me llevo los grandes ojos de Lakho, cargados de esperanza, de luz.