Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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La guerra de Somalia, también en Twitter

El primero en asomar el cañón del AK47 en Twitter fue el mayor Emmanuel Chirchir, portavoz del Ejército keniano. Y lo hizo al poco tiempo de que los soldados de su país invadieran a la vecina Somalia tras el secuestro de varios occidentales, allá por el mes de octubre, en el marco de la operación militar Linda Nchi (que en kisuajili quiere decir “Proteger la Nación”).

Soldados de Uganda, Burundi y Somalia en el frente norte de Mogadiscio, a 200 metros de las posiciones de Al Shabab. Septiembre 2011. (HERNÁN ZIN)

Una aparición en la red social de los 140 caracteres que fue todo menos sutil o comedida. El 1 de noviembre @MajorEChirchir lanzó el siguiente mensaje, que causó conmoción ya que adelantaba los nombres de las ciudades que iban a ser atacadas por los militares de Kenia (que entre sus estrategias de combate, la de sorprender al enemigo no debe ocupar un lugar predominante):

BAIDOA, BAADHEERE, BAYDHABO, DINSUR, AFGOOYE, BWALE, BARAWE, JILIB, KISMAYO and AFMADHOW will be under attack continuously.

Quizás fuera como respuesta a las críticas recibidas por haber anunciado a bombo y platillos por qué lugares iba a pasar la ofensiva, dando así tiempo a Al Shabab para preparar la defensa, pero lo cierto es que @MajorEChirchir pidió en el siguiente tuit que quien tuviera familiares en las mencionadas urbes les avisara del peligro. Al final, su mensaje iba a tener una finalidad humanitaria.

“The Kenya Defence Forces urges anyone with relatives and friends in the 10 towns to advise them accordingly”, escribió como si en la caótica y hambrienta Somalia cada casa tuviera teléfono, ADSL e inclusive corriente eléctrica, y la gente no hiciese más que comprobar cada media hora su cuenta de Twitter.

Tan surrealistas resultaron los mensajes iniciales del mayor Chirchir que se puso en duda que la cuenta @MajorEChirchir no fuese una tomadura de pelo. Sin embargo, periodistas locales y agencias de noticias la dieron por buena. Y, según señaló el propio @MajorEChirchir, ya pidió a Twitter que corroborara su identidad.

El rap de Al Qaeda

Sin embargo, la gran sorpresa para los que seguimos el conflicto en el Cuerno de África llegó cuando Danger Room anunció el pasado miércoles que Al Shabab acababa de crear una cuenta en Twitter: @HSMPress. Acrónimo de la oficina de prensa de Harakat Al-Shabaab Al Mujahideen, que es el nombre completo de Al Shabab, aunque hace poco planteara que iban a cambiar de denominación, pues lo de «Los jóvenes» era algo antiguo, de los tiempos de la Unión de Cortes Islámicas, que ya no se adapta a su realidad.

En apenas tres días la cuenta pasó de 400 a 2.475 seguidores, pero la cosa parece haberse estancado. En un principio no hacía más que responder a las críticas y pelearse con @MajorEChirchir: «50,000 Ethiopian troops couldn’t pacify Somalia; you think a few disillusioned & disinclined Kenyan boys are up to the task?».

En los últimos tuits han dado un vuelco, en primer lugar al dejar de responder a los ataques, y en segundo, al ofrecer a las familias de los soldados de Burundi desaparecidos información sobre su paradero. Una suerte de lavado de cara, de estrategia dialogante y civilizada si tomamos en cuenta que se trata de una organización que no duda en hacer volar por los aires a decenas de civiles inocentes, como vimos en nuestro último paso por Mogadiscio.

Ya Al Shabab, tan dada corta las manos de los ladrones y lapidar a adúlteros, había dado muestras de modernidad en la comunicación al colgar en You Tube los raps del llamado «Abu Mansour al-Amriki».

It all started out in Afghanistan / When we wiped the oppressor straight off the land / Uni crumbled / rumbled and tumbled / humbled and mumbled / made a power / withdraw and cower/ Land by land / and war by war / only gonna make our black flag soar / drip by drip / shot by shot / only gonna give us the death we sought

Aquellas insufribles canciones que el ciudadano estadounidense convertido en miembro de Al Qaeda entonaba mientras caminaba por Somalia con el AK-47 al hombro en un intento por captar voluntades a favor de su causa.

Canciones que, del mismo modo que los primeros mensajes de @MajorEChirchir, nos deja claro que el espíritu de Catch 22, MASH o Gila se perpetúa en la guerra contemporánea más allá del cambio de escenarios y contrincantes. #eldisparatearmadocontinúa

La guerra por un lugar llamado Jubalandia

En anteriores entradas hemos repasado los detonantes que llevaron a Kenia a invadir a Somalia: el secuestro de las cooperantes españolas de MSF en el campo de Dadaab y de varios turistas europeos en la isla de Lamu.

Sin embargo, resultaría inocente pensar que esta operación militar, llamada Linda Nchi – que en kisuajili quiere decir «Proteger la nación» -, surge de una decisión precipitada. Sabemos gracias a diversas fuentes que el gobierno de Nairobi comenzó en 2010 a preparar la incursión armada que finalmente lanzó el pasado mes de octubre.

Soldados de AMISOM en primera línea de combate contra los islamistas de Al Shabab. Mogadiscio, Somalia. Sept 2011 (HERNÁN ZIN).

Según Wikileaks, en enero de 2010 Kenia pidió apoyo directo a EEUU para la invasión. La idea era conquistar la región conocida como Jubalandia, bastión de Al Shabab. Una vez neutralizados los islamistas, poner allí un gobierno afín.

Entre los planes, que Washington no quiso respaldar directamente, se pretendía que el ataque militar lo llevasen a cabo unos dos mil somalíes reclutados de los campos de refugiados en territorio keniano.

Zona de seguridad

Jubalandia es una región autónoma del sur de Somalia también conocida como Azania, que está compuesta por los distritos de Gedo, Baja Juba y Media Juba. Al este limita con el océano Índico y al oeste con Kenia. Su nombre deriva de que es recorrida por el río Jubba. En 1924 fue cedida por los británicos a los italianos, que llamaron Oltre Giuba. A partir de 1960 pasó a ser parte integral de la Somalia independiente.

En 2006, los islamistas de la Unión de las Cortes Islámicas empezaron a controlarla. Tras la retirada de las tropas etíopes, fueron los radicales de Al Shabab quienes se hicieron con el poder en Jubalandia.

Hoy sabemos que Kenia realizó la operación militar con sus propios soldados, más de dos mil, y que cuenta con el respaldo de EEUU y en menor medida de Francia. En teoría, el momento para ejecutar el plan no podría ser mejor: como vimos en nuestro reciente paso por Mogadiscio, Al Shabab tuvo que abandonar la capital superada por las tropas de la AMISOM y de Ahlu Sunna, y el sur del país sufre una terrible hambruna, que sin dudas ha debilitado las posiciones de los islamistas además de restarles apoyo popular.

El futuro

Las noticias sobre el avance de las tropas kenianas en Somalia son escasas. Parecen aún encontrarse lejos de su principal objetivo, que han bombardeado a lo largo de los últimos días: el puerto de Kismayo, epicentro de Al Shabab, que se estima que deja más de 50 millones de dólares al año en beneficios a los islamistas.

Tampoco se sabe qué sucederá si Kenia logra el objetivo de controlar Jubalandia. Lo más lógico sería que sus hombres pasasen a formar parte de AMISOM, la fuerza de la Unión Africana integrada por soldados de Burundi, Uganda, Yibuti y, próximamente, Sierra Leona, que se encuentra en Mogadiscio.

En el ámbito de las especulaciones cae también la incógnita sobre quién controlará esta región autónoma, quién será el futuro «presidente de Azania». Algunos señalan al profesor Mohammed Abdi Gandi, que vive en Kenia y se formó en Francia. Otros a Ahmed Madobe, señor de la guerra del que ya hablamos en estas páginas.

Pero el principal interrogante es saber si la jugada le saldrá bien a Kenia. Un país que vive del turismo, que tiene una vasta población somalí en su territorio y que, como vimos hace unas semanas, desde su independencia había sabido mantenerse al margen de las trifulcas regionales.

Saber si Jubalandia puede ser su barrera para mantener alejados al islamismo radical y la guerra de su territorio. O, justamente, todo lo contrario: que Jubalandia termine siendo el puente que legitime y aliente el arribo del caos a Kenia.

Mogadiscio en vuestras pantallas

Ya está colgado el trailer del reportaje en el que trabajé a las órdenes de Jon Sistiaga en Mogadiscio, Somalia, y cuyo progreso fui narrando en las páginas de este blog.

Ya está en línea el breve vídeo que montamos en el hotel de Nairobi, mientras aguardábamos el vuelo de regreso a Madrid, con la ventaja de tener aún muy presentes las historias e imágenes que habíamos registrado, y con el cansancio acumulado a lo largo de semanas de poco sueño y la obligación de editar en un equipo portátil como contra.

Y ya tiene fecha de emisión en Canal Plus el reportaje completo: será el 17 de noviembre.

Si algo se puede destacar a priori es que se trata del primer reportaje en años que se sumerge en la vida “cotidiana” de la que es considera la ciudad más peligrosa del mundo.

Si tomamos en cuenta la factura del anterior reportaje en el que trabajé junto a Sistiaga – “Blancos de la ira”, sobre las matanzas de albinos en Tanzania, que podéis ver aquí – también podemos esperar cierta innovación y riesgo en el plano formal, en parte gracias a la labor creativa de La Caña Brothers.

Más aún porque en este reportaje me animé hacer un empleo mayor de la Canon Mark II – aunque la locura de Mogadiscio, con el polvo, el chaleco antibalas y las prisas, no es el mejor lugar para pelearse con su complicado foco – en detrimento de la Panasonic P2, quizás un 35-40% del material, y Jon llevaba a todas horas una Go Pro HD.

A modo de aperitivo, la semana que viene, reportaje en el EPS.

El origen de las armas en Somalia

En su extraordinario libro Me Against My Brother, Scott Peterson afirma con no poca ironía que «en Mogadiscio es más fácil comprar armas que alimentos». La impresión que tengo al recorrer las calles la capital de Somalia es que nada ha cambiado desde que el reportero británico escribiera esas palabras hace veinte años.

Soldado ugandés de la Unión Africana en el frente norte de Mogadiscio. Septiembre 2011. (HERNÁN ZIN)

A través de las armas de los jóvenes que me acompañan por seguridad, mientras recorremos Mogadiscio a velocidad de infarto por miedo a las emboscadas y los atentados con coche bomba, vislumbro entre los edificios, en los descampados, las improvisadas tiendas de las decenas de miles de familias que han llegado hasta aquí empujadas por esta hambruna que ha matado a 30 mil niños en apenas tres meses.

¿De dónde han salido estas armas que tanto dificultan la pacificación del país? ¿Estas armas que, sumadas a la falta de Estado, la división entre clanes, las luchas entre señores de la guerra, el islamismo radical y la interferencia de las potencias foráneas, permiten que cualquier grupo de jóvenes con unos cuantos AK 47 cruce la frontera y secuestre a extranjeros, como las cooperantes de MSF, para luego venderlos a otros grupos que las volverán a vender hasta llegar a las manos de quien tenga poder y contactos para negociar con el Ejecutivo español vía Nairobi, Dubai o Londres?

Un punto de partida es sin dudas la Conferencia de Berlín (1884-85), cuando las potencias europeas se dividen entre sí a la que es conocida como la Gran Somalia. Los cinco puntas de la estrella que se encuentra en la bandera del país representan justamente estos cinco territorios. Los colonizadores crearon milicias locales en su respectivos feudos.

EEUU y la Unión Soviética

Sin embargo, el arribo masivo de armas se produjo durante la guerra fría. En un principio, el dictador Siad Barre mantuvo estrechas relaciones con la Unión Soviética. De hecho, fue el primer país de la región en firmar un acuerdo de amistad con el Kremlin. Sucedió en 1974. Los soviéticos invirtieron 270 millones de dólares en armas para Somalia, desde cazabombarderos MIG hasta fusiles AK 47, y entrenaron a su ejército de 25 mil hombres en un campo militar de Berbera.

En 1977, Siad Barre, que persigue el sueño de reunificar a la Gran Somalia y de unir a los somalíes más allá de los clanes – que dice que serán los que «llevarán al país al infierno» – detrás de un mismo ideal político, invade parte de Etiopía, la región de Ogaden, una de las puntas de la estrella. Para su desilusión, los soviéticos apoyan a Addis Abeba. Es entonces cuando Siad Barre decide cambiarse de bando y pedir ayuda a Occidente, que rápidamente se la da.

En cierta medida la jugada le sale mal a Siad Barre, pues Jimmy Carter decide apoyarlo pero el Congreso de EEUU le exige primero que se retire de Ogaden (algo que finalmente hará un año más tarde, derrotado por tropas etíopes y cubanas en la frontera). Sin embargo, a lo largo de la siguiente década, Washington dará 800 millones de dólares en ayuda militar a Somalia. Italia, la antigua metrópoli colonial, pondrá sobre la mesa más de mil millones de dólares, que más de la mitad eran destinos a armamento. En poco tiempo, el ciudadano somalí se transformó en el que más «ayuda» extranjera recibió de toda África: 80 dólares por cabeza.

Embargo y caos

La caída de Siad Barre en 1991 abre la puerta a una brutal guerra civil que llevará al Consejo de Seguridad a declarar un embargo de armas a través de la resolución 751. Embargo de armas que, como ya vimos en este blog, ha sido violado de forma sistemática por todas las partes. Tema complejo al que ya dedicaremos una entrada.

Es interesante, y extensible a otros país de la región, la reflexión que hace en su libro Scott Peterson: cuando el arma era la lanza, entonces las disputas entre clanes tenían un efecto mortífero limitado. El arribo de las armas modernas, cambia de manera drástica ese equilibrio ancestral.

“Los somalíes no estaban preparados para la dimensión del caos que los iba a afectar”, escribe en Me Against My Brother. “Un peligroso cóctel al mismo tiempo moderno y antiguo, que mezcla las demandas de venganza del pasado con la perturbadora posibilidad actual de matar sin esfuerzo a un vasto número de personas”.

De armas y escoltas en Somalia

Así, como quien no quiere la cosa, el formulario de ingreso a Somalia te lanza esas dos últimas preguntas. Como si fuese lo más normal del mundo.

Inmerso en la muchedumbre de pasajeros que abarrota la terminal del aeropuerto Aden Adde, un poco escindido de la realidad debido al madrugón, el calor y el estrés acumulado a lo largo de los últimos días – desde que supiste a ciencia cierta que tu viaje no te conduciría a Benidorm sino Mogadiscio-, te acercas el papel a los ojos para comprobar si lo que has leído es lo que has leído.

Soldados del GFT recorren el frente norte de Mogadiscio, recientemente liberado de Al Shabab. Septiembre 2011. (HERNÁN ZIN)

Lo curioso es que el formulario arranca bien. Escudo de Somalia correctamente contrastado sobre fondo blanco. Nombre, línea de puntos. Apellido, línea de puntos. Sexo, línea de puntos. Nacionalidad. Número de pasaporte. Fecha de caducidad. Fecha de ingreso. Número de vuelo. Y en la línea final, las preguntas que te has visto obligado a releer: ¿Tipo de arma? ¿Calibre?

Si no fuera porque has estado antes en Somalia, te cuestionarías con perplejidad: ¿tanta gente lleva armas que el Gobierno ni siquiera molestan en hacer un formulario aparte para quien necesite declararlas? Pero como ya has estado aquí, tardas un tiempo pero al final comprendes que es lo más lógico, porque si algo hay que abunda en Somalia, son justamente armas.

Pueden escasear medicinas, alimentos, libros de textos, sin embargo, armas siempre hay. De todos los tamaños, calibres, colores y sabores. A tal punto que muchos estadounidenses del NRA estarían orgullosos de vivir en un lugar como Somalia. Di que es un país musulmán y, para más complicaciones, santuario de Al Qaeda, que sino habría migraciones en masa.

A la salida del aeropuerto Aden Adde – bautizado en honor al primer presidente del país, Aden Abdullah Osman Daar – nos espera nuestro guía, traductor y protector a tiempo completo: Bachir. No está sólo, lo acompañan seis jóvenes armados con fusiles AK 47, SAR 80 y ametralladoras ligeras M249, que se desplazan en la parte trasera de una pickup, a las que aquí llaman «technicals» (en una próxima entrada explicaré la razón de este sobrenombre).

Lamentablemente, en esta ciudad plagada de armas – en la que en 2001 se estimaba que había un millón de rifles de asalto para 1,5 millones de habitantes -, la única forma en la que un occidental se puede mover, ya sea periodista, diplomático o miembro de ONG, es con escolta armada. Como reportero, se trata de un incordio, de una importante limitación, pero peor sería no poder siquiera venir.

Contemplar la ciudad y sus armas desde un parapeto de armas o, como me sugirió un buen amigo a modo de segunda opción, pararnos un rato en una esquina y ver cuánto duramos. Con el empeño que uno pone en cultivar enemistades…

Su compañía de telefonía móvil le da la bienvenida a Mogadiscio

Otra vez, al bajar del avión en Mogadiscio, un mensaje me llega al teléfono móvil: “Ku soo dhowow SOMAFONE. Please call 101 for more help”.

No contrasta tanto como la última ocasión que lo recibí – en noviembre de 2010, cuando era tal el número de atentados suicidas y ataques con mortero contra el aeropuerto de la capital, que había que avanzar rápidamente con las maletas en la mano hacia la desierta terminal -, pero igual sigue resultando curioso.

Joven armado, milicia irregular. Mercado Bakara, Mogadiscio. Sept 2011 (HERNÁN ZIN)

Tras 20 años de guerra civil, nada funciona en Somalia. El Gobierno Federal de Transición, hasta la retirada de Al Shabab del 6 de agosto, con suerte y viento a favor apenas si tenía poder sobre Villa Somalia, la residencia presidencial.

El resto del país, archipiélago de feudos en manos de los integristas o de señores de la guerra. Realidad de la que dimos cuenta el año pasado en estas páginas, tras nuestro fugaz encuentro con Sharif Ahmed, que en aquellos tiempos se veía obligado a moverse por la ciudad en los blindados de la Unión Africana.

Nada funciona en Somalia. El Estado no existe ni vela por los ciudadanos. Más de 300 mil personas han perdido la vida por la guerra desde 1991. La hambruna ha matado a más de 30 mil niños en los últimos meses. Pero de todos modos, al bajarte del avión recibes un mensaje de bienvenida de una de las tantas empresas somalíes de móviles.

¿Cómo es posible? Varias personas en Mogadiscio me dicen que hay una suerte de pacto no escrito entre insurgentes, terroristas, señores de la guerra y demás gentes de paz que pululan por estas tierras, de no tocar las antenas de la telefonía móvil. Hospitales, aeropuertos, puestos de control, edificios gubernamentales, todo es susceptible de ser destruído menos las torres de comunicación.

Antes, para hacer la guerra, bastaba con un fusil. Un Ak47, para ser más exactos. El arma que más muertes ha provocado en el siglo XX.

Al realizar un repaso por todas las entradas que en este blog hemos dedicado a la telefonía en las zonas de conflicto – en estas guerras de guerrillas, asimétricas, que son las que hoy predominan -, quizás podamos decir que en el siglo XXI, para ir a la guerra se necesita un fusil, por supuesto, y un teléfono móvil.

Ni armas ni pasaportes falsos en Bakara, el corazón comercial de Mogadiscio

Hay lugares sobres los que uno ha leído y fantaseado en tantas ocasiones que llegan a alcanzar una dimensión casi mítica en la propia imaginación. Toman vida. Se transforman, modelan y remodelan mientras más se piensa en ellos. El momento de la verdad arriba cuando finalmente se pone los pies en alguno de estos lugares y se comprueba entonces cuán alejado está lo imaginado de lo real.

Calle principal del mercado de Bakara, Mogadiscio. Septiembre 2011 (Hernán Zin)

Llevo años vislumbrando el instante en el que tendría la posibilidad de caminar por Bakara, el mayor mercado de Mogascidio. Creado en 1973 por el gobierno de Siad Barre, saltó a la fama en los años 90 por la impunidad con la se vendían lanzagranadas, morteros de 80mm o 120mm y ametralladoras .30 en sus tiendas. El supermercado que abastecía a las milicias de los señores de la guerra en su lucha fratricida. Y que, por supuesto, probaban allí mismo, disparando al aire.

Otra de las peculiaridades de Bakara era que en cuestión de horas conseguía al visitante pasaporte falso somalí, keniano o etíope, además de certificado de nacimiento o diploma universitario. Negocio conocido popularmente como cabdalle shideeye por el nombre de la primera tienda que se dedicó a brindar estos servicios.

También fue el escenario en el que desplomaron los famosos Black Hawk en 1993. Enfrentamiento que terminaría con la vida de 18 militares de EEUU – el sargento Cleveland sería arrastrado por una furiosa turba por las calles de Bakara, como dejó constancia el fotógrafo Paul Watson – y más de mil somalíes.

Desde la retirada de las tropas etíopes en 2009, este mercado pasó a convertirse en el bastión de Al Shabab. Territorio vedado para las tropas del Gobierno de Transición, las fuerzas de la Unión Africana y, por supuesto, los periodistas occidentales.

Tras estos años de aislamiento, en los que soportó reiterados ataques de artillería y pugnas casa por casa, calle a calle, el pasado 6 de agosto Bakara volvió a estar en contacto con el mundo tras el abandono de los islamistas del centro de la ciudad.

Destruído y urbanizado

La primera impresión que tengo al recorrer sus arterias es de sorpresa con respecto a la fisonomía del lugar. No se trata del típico mercado árabe de callejuelas enrevesadas, como el que muestra la película Black Hawk Down, que se rodó en Marruecos, sino que está compuesto por manzanas perfectamente delineadas por amplias calles y bulevares. Más urbanismo europeo del siglo XX que zoco.

Atardecer en el mercado de Bakara, Mogadiscio. Septiembre 2011. (HERNÁN ZIN)

La segunda impresión – cuando digo «impresión» lo hago literalmente pues la falta de seguridad nos obliga a recorrer el mercado protegidos por personal armado y a no poder permanecer más de unos minutos en cada sitio en el que paramos – es de desolación ante la destrucción que ha sufrido Bakara.

Toda la ciudad está en ruinas, pero lo de Bakara es peor aún. Me recuerda a escenarios que hemos conocido de primera mano en este blog: Bint Jbeil tras la guerra entre Hezbolá e Israel en 2006 (ver vídeo), o Rafah, la castigada frontera de Gaza con Egipto, aquel mismo año en el que el gobierno de Ehud Olmert se dedicó a repartir bombas por doquier.

Bakara se encuentra en una zona elevada desde la que se contempla Villa Somalia, sede del gobierno, y buena parte del centro de la ciudad, lo que le concede su importancia estratégica, además de que permite recolectar impuestos al grupo armado que lo controla. También las rutas de acceso, con el fin de recaudar dinero y controlar el flujo de mercadería, han tenido numerosos puestos de control y dueños.

Mohamed Qanyare Afrah fue uno de los señores de la guerra que durante años mantuvo bajo su poder el acceso a Bakara. Cuando logró dominar el país en 2006, la Unión de Cortes Islámicas prohibió la venta de armas en el mercado.

Bajo el fuego de mortero

Como centro de poder económico, Bakara ha padecido innumerables ataques, altercados e incendios provocados y accidentales. Sin embargo, resulta innegable que nunca fue víctima de un acoso tan asfixiante como el que sufrió por parte de las tropas de la Unión Africana en los últimos meses (según cuentan compañeros periodistas, el mercado era un objetivo fijo de los morteros de la fuerza africana). El 12 de mayo, AMISOM lanzó una ofensiva junto a las tropas del Gobierno de Transición. Dos días más tarde, 14 civiles morían por fuego de mortero.

Las consecuencias de esta brutal ofensiva, que terminó por echar a los islamistas del mercado, están presente en cada pared, en cada puerta y cada ventana. Parece no haber fragmento de construcción que no tenga heridas de guerra. En una siguiente visita a Bakara junto a Abdulkadir Moallin Noor, líder de la milica sufí de Ahlu Sunna Waljama’a (ASWJ), sobre la que ya hablamos en este blog, conoceremos el interior de los combates.

Ahora, una tercera impresión. Quizás la más perturbadora de todas: las tiendas de Bakara se encuentran cerradas y apenas hay gente en la calle. No hay latido ni movimiento en el que fue desde su creación el corazón comercial de Mogadiscio.

En un hospital de Mogadiscio

En la sala de pediatría del hospital Benadir de Mogadiscio apenas se escuchan llantos. Tan devastador es el efecto del hambre en los niños que dan la impresión de poner todas sus energías en el más elemental y necesario de nuestros actos: respirar.

Sala de pediatría del hospital Benadir de Mogadiscio, Somalia. Septiembre 2011 (Hernán Zin)

Un niño se cae de la cama. Su padre lo abraza y lo levanta. La cabeza del pequeño cuelga como un peso muerto, como una marioneta a la que le han cortado los hilos.

Moscas. Ojos entrecerrados, con las pupilas en blanco. Bocas abiertas. Bolsas de suero de las que salen tubos que terminan en los brazos de los niños. Colchones de cuero agrietado. Más moscas.

Uno de los médicos del hospital, Abdul Hassan, nos dice que en aquella sala mueren cada día dos niños como consecuencia de la malnutrición. De barba larga y pelo cortado al raz, es un voluntario que ha llegado desde Jartum, Sudán. Utiliza un traductor, un joven estudiante de medicina somalí, para comunicarse con la gente.

Sala de pediatría del hospital Benadir de Mogadiscio, Somalia. Septiembre 2011 (Hernán Zin)

La mayor parte de los cooperantes que hemos encontrado estos días, y que venían en el avión desde Nairobi, son de países musulmanes. Los turcos dirigen el campo de desplazados próximo al aeropuerto. Azerbaiyán firma la ayuda que se entrega a las tiendas en Sayidka. Los egipcios reparten comida en los suburbios de la ciudad. Antes sólo veías a occidentales al frente de estas labores.

Tiene que ver con la seguridad, con el caos que impera en esta ciudad, pero quizás se trate de otro signo del cambio que está experimentando nuestro mundo, de esta nueva etapa multipolar, donde los países del sur ya están teniendo mucho que decir y que hacer en los asuntos globales, con Turquía como referente y modelo a seguir de los países árabes.

De España, como siempre destaca el trabajo de Médicos Sin Fronteras (MSF), que lleva años desarrollando una extraordinaria labor en Somalia, y que cuenta con su propio hospital en Mogadiscio.

Sala de pediatría del hospital Benadir de Mogadiscio, Somalia. Septiembre 2011 (Hernán Zin)

Los familiares que acompañan a los niños en la sala de pediatría del hospital también parecen absortos, extenuados. Nos cuentan que han tardado días para llegar desde las zonas controladas por Al Shabab hasta la capital en busca de ayuda.

Y sabemos bien, por lo que hemos visto en estas jornadas de rodaje en Mogadiscio, que inclusive el tránsito por la propia ciudad les debe haber sido muy complicado. Puestos de control, escaramuzas, hordas de militares y paramilitares armados que avanzan a toda velocidad en sus camionetas, ataques espóradicos con granadas, bombas caseras. No es un lugar fácil para recorrer por unos campesinos que lo han perdido todo como consecuencia de la sequía y que llevan a su hijo enfermo, moribundo, a cuestas.

Una ocasión no vana para recordar la obra del premio nobel Amartya Sen, que en sus estudios de las principales hambrunas del siglo XX demostró que en todas ellas había suficientes alimentos. El problema era el acceso de la gente a estos recursos, bloqueado como consecuencia de las luchas de poder. Los niños, los ancianos, los pobres, los marginados, los vulnerables, como víctimas al igual que hoy en el hospital Benadir.

De lo imaginario a lo real en Mogadiscio

Otra vez Nairobi como antesala, como preámbulo, del próximo destino. Esta ciudad que a lo largo de los cinco años de vida del blog en tantas ocasiones nos ha visto pasar rumbo a Uganda, Congo, Ruanda, Somalia o Sudán.

Familia de desplazados por el hambre y la guerra en el centro de Mogadiscio (HERNÁN ZIN)

Esta ciudad de casas de piedra, aceras de tierra roja y parques con acacias cuyas ramas miran al cielo como manos abiertas, a la que sólo empaña ese tráfico de vehículos que insiste en coagularse y demorarte hasta el hartazgo en las horas punta.

Esta urbe en la que también un día nos detuvimos: cuando los lúos y los kikuyus y los kanlenjin se enfrentaron a machetazos tras las elecciones presidenciales de 2007, y la avenida Kenyatta, que ahora observo desde mi habitación, estaba desierta como consecuencia del miedo y el desconcierto ante la violencia. Con una historia, la de Sharon Kayalo, como hilo conductor.

Sin diferencias

Unas pocas horas nos separan del vuelo que en la próxima madrugada nos llevará de regreso a Mogadiscio. Almuerzo al mediodía con corresponsales españoles en un Java House de Westland. Tarde de compra de libros, mapas, enchufes y alargadores en el Ya Ya Centre. Y ahora, de regreso en la habitación del hotel, unos minutos de tranquilidad antes de salir a cenar.

Ese momento en el que, con el chaleco antibalas en una esquina y los bolsos con las cámaras en otra, te imaginas en situaciones futuras decididamente lóbregas, y te haces preguntas sobre por qué y para qué has decidido emprender el viaje. Un momento fútil, incómodo, demasiado centrado en uno mismo como todo comienzo de travesía, que intentas evitar pues en el fondo sabes que una vez que llegas a destino todo fluye y no hay tiempo para dudas, miedos o cavilaciones.

Pero hay otra cuestión más importante aún – y estas palabras las escribo ya desde Mogadiscio, veinticuatro horas después, con el viaje en marcha y tras haber pasado la tarde en el campo de desplazados de Sayidka, donde los niños se peleaban y empujaban por rascar el fondo renegrido de una olla que minutos antes estaba rebosante de arroz -, ¿por qué ellos no y tú sí? ¿Qué diferencia hay?

Camino a Somalia: agentes de la CIA, mercenarios y señores de la guerra

Días previos a la partida hacia Mogadiscio. Somalia, como concepto, como geografía distante, va ganando horas en mi vida.

Milicianos Al Shabab (EFE)

Avanza lenta pero inexorablemente pletórica de nombres propios, datos estadísticos, recuerdos y vislumbres de escenarios futuros, hasta que el martes próximo pase de ser una idea cada vez más obsesiva y persistente a convertirse en la realidad que me rodea.

Días previos a la partida hacia Mogadiscio. Tiempo de maletas, pruebas de equipos, lecturas de informes de seguridad, artículos de prensa, y de encuentros con personas que conocen bien el país.

Golpear y correr

Los informes de seguridad muestran un escenario caótico pues tras retirarse de Mogadiscio, Al Shabab ha optado por una estrategia de hit and run (golpear y correr).

Colocación de bombas caseras en la línea que dividía los frentes antes del 5 de agosto; enfrentamientos armados con las tropas del Gobierno de Transición Federal en los suburbios de la capital; lanzamientos de granadas, sobre todo en las proximidades del famoso Kilómetro Cuatro.

Todo indica que es la clásica situación de post conflicto en la que la violencia se manifiesta más errática y esporádica que cuando las fuerzas de Al Shabab dominaban el norte de la ciudad, y las tropas del TFG y de la Unión Africana, los barrios del sur.

Señores de la guerra

Otro factor que hace aún más compleja e inestable la situación es el que mencionamos hace unos días en estas páginas: los señores de la guerra. El ascenso de la Unión de Cortes Islámicas primero, y luego de Al Shabab, fue proporcional a la retirada de los señores de la guerra. Responsables primeros, no lo olvidemos, del conflicto en Somalia.

Ahora que los islamistas radicales han abandonado la capital, las milicias irregulares de los líderes de clanes y sublances están ganando terreno. Arman puestos de control para cobrar impuestos en las calles, patrullan las zonas que dominan, estando siempre latente el choque con otros grupos o con las tropas del Gobierno y de la Unión Africana.

Mercenarios

El tercer ingrediente de este coctel que sacude Mogadiscio de forma más sutil que antes del 5 de agosto pero quizás con mayor peligro para los habitantes de la ciudad – pues al haberse borrado el frente de batalla, la violencia puede desatarse en cualquier momento o lugar –, lo constituyen las empresas militares privadas.

No son pocos los artículos de prensa que cuentan cómo están desembarcando en Mogadiscio legiones de “expertos” de empresas como Bancroft, Dyn Corp o Saracen. Como sucediera en Irak, Afganistán y Sudán, parece que ha llegado la temporada de repartir millonarios contratos de seguridad dadas las carencias del Gobierno de Sharif Ahmed.

En el New York Times, Jeffrey Gettleman traza un perfil de la labor en Mogadiscio de Richard Rouget, histórico mercenario en África y empleado hoy de Bancroft. Jeremy Scahill, en The Nation, habla de Southern Ace, una empresa de Hong Kong que podría haber violado el embargo de armas.

En la página dirigida por Robert Young Pelton, llamada Somalia Report, este excéntrico periodista da una lista de nombres de empresas y describe sus funciones.

Por último, y como la guinda del pastel, no debemos olvidar la presencia de la CIA, que en los últimos años ha financiado a los Señores de la guerra para que colaboraran en la lucha contra Al Shabab. Jeremy Scahill publicó recientemente que la organización estadounidense cuenta con una cárcel secreta en el aeropuerto Abu Adden.

55 mil millones

Otro tema que merece ser contando es lo complicada que resulta la gestión de la ayuda humanitaria, tan necesaria para las millones de personas que están sufriendo el hambre en Somalia. Las denuncias de corrupción, de que parte de los alimentos se quedan en las manos equivocadas, están a la orden del día.

Por otra parte, acaba de salir un informe que sostiene que desde 1991 se han invertido en Somalia nada más que 55 mil millones de dólares. No es por querer mostrarme sagaz, pero parece que algo no funciona.

Como escribía al principio, Somalia crece, gana terreno minuto a minuto mientras se acerca la hora de partir. Más allá de las propias obsesiones previas al viaje, queda claro que tiene mucho que decir.