Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Las últimas imágenes del fotógrafo João Silva

El fotógrafo portugués João Silva es uno de esos profesionales que ha mantenido constante a lo largo de los años su presencia en las zonas de guerra.

Alcanzó fama mundial al formar parte de aquel grupo de jóvenes periodistas al que se conoció como el Bang Bang Club (que, como ya contamos en estas páginas en más de una ocasión, retrataron con crudeza los últimos y violentos espasmos del régimen del apartheid en Sudáfrica).

Estuvo junto a Kevin Carter el día en que este sacó la fotografía del buitre y la niña en Sudán por la que ganaría el premio Pullitzer. De hecho, Silva capturó instantáneas similares.

Afirmar que la polémica en torno a esta foto siempre me ha parecido absurda, fruto de la mente ociosa de opinadores que nunca han pisado el terreno, es decir poco.

Pero por si quedan dudas, Silva, testigo directo de lo sucedido, termina con ellas en el libro del Bang Bang Club. Curioso quizás el destino de haber estado allí también y que la fortuna eligiera a su compañero para ser premiado.

De Soweto al mundo

Desde su base en Sudáfrica, Silva, que hoy tiene 44 años, cubrió la guerra de los Balcanes, Chechenia, Oriente Próximo y buena parte de África. En los años de mayor violencia en Irak sus imágenes no dejaban de aparecer en The New York Times.

Otro extraordinario fotógrafo luso, João Pina, me lo describía hace un año como un hombre “tranquilo y generoso”. Greg Marinovich, integrante del Bang Bang Club, escribía acerca de él: «Es un humanista, con una tranquila y callada empatía hacia cada persona que conoce, que fotografía. Generoso y divertido, hace fotografías cargadas de gracia, que son a su vez una elegía y un importante documento de vidas aventuradas, vidas atesoradas y vidas perdidas».

«Es el único con el que puede caminar por una calle en la que todo puede suceder mientras te hace reír», sostiene Franco Pagetti.

Tragedia afgana

El pasado 23 de octubre, Silva perdió las dos piernas al pisar una mina en Afganistán. Estaba realizando un reportaje junto a la Cuarta División de Infantería – parte del contingente de 30 mil soldados enviados por la administración de Obama – en el distrito de Arghandab, provincia de Kandahar. Lo acompañaba Carlota Gall, que salió indemne y que escribió un artículo en el NYT en el que describe el complejo escenario que el uso masivo de explosivos caseros está generando en el sur del país del Hindu Kush.

Si bien el NYT se ha hecho cargo de los costes de la rehabilitación de Silva en el hospital Walter Reed Army Medical Center de Washington- donde fue visitado recientemente por el fotógrafo andaluz Emilio Morenatti, que perdió la pierna izquierda en Afganistán-, Greg Marinovich y su mujer Leonie han creado un fondo para recaudar dinero para ayudarlo. Silva es padre de dos hijos: Gabriel e Isabel.

El periódico neoyorkino publicó recientemente en el blog Lens las imágenes que se encontraban en la tarjeta de Silva en el momento del accidente, además de un vídeo de cuando el propio fotógrafo hizo la selección en el hospital junto a Carlota Gall.

Sorprende que después de herido, ya en el suelo, siguiera tomando fotos. Pero para artisbar la filosofía de Silva, quizás lo más enriquecedor sea leer la entrevista que Michael Kamber le realizó hace un año. “Actuar a pesar del miedo”, se titula.

Fotografía: AP/Jerome Delay.

Diccionario del periodista empotrado (2)

En el mes de febrero, tras visitar algunas cárceles en Buenos Aires y descubrir el peculiar lenguaje de los internos, confeccionamos en este blog un breve “Diccionario tumbero-argentino”. Ahora que estamos preparando los próximos destinos para este cuarto año de Viaje a la guerra, repasamos los cuadernos del pasado y damos vida también a un escueto “Diccionario del periodista empotrado”.

¿Qué utilidad puede tener esta suerte de glosario de ese largo libro aún no escrito – o escrito de forma fragmentada por tantos autores – de las intervenciones militares de EEUU en Irak y Afganistán? No lo sé con seguridad…

Quizás tenga alguna para los jóvenes reporteros que deseen vivir esta experiencia, los espectadores que quieran ver películas o series como Generation Kill en versión original (sin dudas la mejor producción que se ha hecho sobre la lógica de la guerra actual, firmada por el maestro David Simon) y los lectores de obras como War, el último libro del reportero de Vanity Fair, Sebastian Junger.

Hogar dulce hogar

FOB: Acrónimo de Forward Operating Base, es el lugar donde suele comenzar la experiencia junto a los soldados: la base militar. Según señala justamente Sebastian Junger, el FOB más grande en Afganistán es Bagram, que se encuentra en la provincia de Parwan, a media hora en taxi desde Kabul.

Bagram tiene una larga y convulsa historia. Su pista aérea fue empleada por los soviéticos en los albores de la invasión del país en 1979 hasta la retirada en 1989. Durante la guerra civil, la Alianza del Norte la usó para lanzar ataques sobre Kabul.

Ya en los primeros tiempos de la ofensiva de EEUU, la cárcel de esta base militar se hizo famosa en el mundo por la muerte de dos prisioneros denunciada por Tim Golden en The New York Times y explorada en profundidad por el oscarizado documental Taxi To The Dark Side (título que hace referencia a uno de los fallecidos, el taxista Dilwar, de 22 años de edad, y que establece un vínculo directo con las torturas en Abu Ghraib).

Fobbies: En 2008 estuvimos en este blog en el FOB Kutschbach, en el valle del Tagab, junto a la 82 División Aerotransportada. En Afganistán hay más de cincuenta FOB y en Irak hay unos cuarenta. Los Main Operating Base (MOB) son bases permanentes de EEUU en el extranjero. Los Forward Operating Site (FOS) tiene menos personal estable y se encuentran en Honduras, Singapur, Bulgaria, Rumania, Gran Bretaña, Marruecos, Túnez y Yibuti.

Dentro de esta estructura, los conocidos como Outpost (OP) son los puestos de avanzada. Las condiciones de vida en ellos resultan más duras y precarias que en los FOB. Los miembros de las unidades destacadas en los OP se ven a sí mismos con orgullo, como los que realmente están luchando la guerra, y llaman fobbies a los soldados mejor abastecidos y protegidos de los FOB.

TIC: En los Outpost también son mayores las posibilidades de que sus ocupantes entre en “contacto”, en combate con el enemigo. En la jerga castrense se dice TIC («Troops in contact»).

Hesco: los FOB y los OP suelen surgir con un grupo de soldados que llegan y acampan en una zona determinada (el sargento Kutschbach murió en 2006 cuando estaban construyendo el FOB al que le pondrían su nombre y en el que estuvimos en 2008).

Para erigir las paredes de lo que será la base o puesto de avanzada emplean una vasta cestas de alambre forrada de plástico que recibe el nombre de hesco. Para darles peso y resistencia a la munición enemiga, los hesco se van rellenando en muchos casos con piedras que los soldados rompen con sus palas y levantan empleando cajas de municiones.

Foto: FOB Kutschbach, valle de Tagab, Afganistán (HZ)

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Más recursos para reporteros en guerra

No sólo el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) ofrece un número de teléfono de emergencia para periodistas en zonas de conflicto, también lo hace la organización Reporteros sin fronteras. El servicio se denomina “SOS Presse”, cuenta con el auspicio de American Express, funciona las 24 horas y acepta llamadas a cobro revertido. El número es (+33) 1 4777-7414.

Como vimos en la entrada anterior, la opción del CICR se basa en la Cuarta Convención de Ginebra y en el Protocolo Adicional 1 de 1977 (ordenamiento jurídico conocido como Derecho Internacional Humanitario que establece que el periodista en la guerra debe ser respetado y protegido a condición de que se abstenga de todo acto que afecte su estatuto de persona civil).

La organización Reporteros Sin Fronteras fue una de las promotoras de la Resolución 1738 del Consejo de Seguridad de la ONU, otra herramienta legal fundamental para esta profesión. Aprobada el 23 de diciembre de 2006, reafirma la necesidad de prevenir la violencia contra periodistas y de juzgar a los autores de agresiones a la prensa.

Seguros para empotramientos

Con meticulosidad suiza, el CICR explica al detalle quiénes pueden llamar, cuándo y qué contraprestaciones recibirán. En RSF se limitan a mostrar el número, sin decir mucho más. Lo que sí tienen en su web son una serie de recursos muy similares a los que se enseñan en los cursos para periodistas en conflictos como el que realizamos hace dos años en este blog de la mano de la empresa AKE y de antiguos SAS británicos.

El primero es un seguro, a través de la compañía Escapade Insurances, que cuesta 1,40 euros por día de trabajo en el terreno (sólo se puede contratar si se es free lance y socio de RSF). Cubre empotramientos y ofrece compensación por muerte accidental o pérdida de miembros. No resulta nada sencillo encontrar seguros que se adapten a las necesidades de los periodistas y que no cuesten millones, por lo que la oferta de RSF es muy interesante.

Universo Kevlar

Comprar un buen chaleco antibalas, categoría 3, implica una significativa inversión económica. RSF los presta a sus socios a cambio de un depósito de 900€ (300€ en la sección española de RSF). Lo mismo hace con los cascos, por los que pide 250€ de garantía, y con los dispositivos GPS que lanzan señales de emergencia.

Viajar con un chaleco antibalas de 14 kilogramos de peso es una tarea poco agradable (más ahora que compañías como Iberia han decidido cobrar por la segunda maleta). En algunos aeropuertos, como el de Dubai, es considerado un arma de guerra por sus placas de Kevlar, lo que genera bastantes problemas de papeleo y gestiones.

La opción más recomendable es alquilar, siempre que exista esta posibilidad, el chaleco en destino. La famosa Gandamack Lodge de Kabul tiene varios a disposición de los huéspedes, por unos 50 dólares al día. La oficina de prensa de Jerusalén también presenta anuncios de gente que alquila chalecos para ir a Gaza.

En la cabeza del reportero

Además de botiquines de primeros auxilio y cursos de entrenamiento, RSF pone a disposición el Manual del Periodista. Editado en 2007 junto a la UNESCO, realiza un exhaustivo repaso de la legislación, de medidas para preservar la salud, para la seguridad, de la relación que se debe mantener con el CICR, de los preceptos éticos de la labor en el terreno, en relación a las víctimas.

El último ítem de la lista es recursos de ayuda psicológica para reporteros que han pasado por conflictos armados. Entre estos recursos figura el Dart Center, cuya labor también hemos conocido de primera mano en este blog.

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Recursos para reporteros en conflictos armados

Hace un par de años analizamos y participamos en algunos de los cursos de preparación para periodistas en zona de conflictos. Cursos que van desde primeros auxilios y reconocimiento de armamentos hasta equipos de protección y estrategias de seguridad, y que suelen poner el énfasis en el aprendizaje de las normas del derecho internacional humanitario que en teoría protegen a los reporteros en las guerras.

Una buena amiga con la que tiempo atrás estuvimos investigando sobre este tema para tratar de organizar y mejorar el trabajo diario de los reporteros independientes que colaboran con medios españoles, me acaba de hacer llegar una serie de recursos que desconocía y que, además de ser útiles para aquellos que deseen ir a trabajar al ulu (como llamaban a la guerra los integrantes de la mítica agencia Frontline), aportan cierta luz sobre algunos debates que hemos tenido en la sección Morir para contar de este blog.

Teléfono rojo

El primero es una “Línea directa de asistencia para periodistas en misión peligrosa” que ofrece el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). El teléfono, que está activo las 24 horas, es el (+ 41) 79.217.3285. El correo electrónico del mismo servicio: press.gva@icrc.org

¿Cuándo puede recurrirse a este número? En el caso de desaparición o privación de la libertad. ¿Quiénes pueden hacerlo? Los familiares del periodista; los medios de comunicación que los emplean; las asociaciones profesionales de periodistas, tanto nacionales como internacionales.

¿Qué puede hacer el CICR a partir de esta información? Búsqueda activa de información ante las partes en conflicto y otras fuentes relevantes para dar con el paradero del reportero. Transmisión de las informaciones recogidas – lugar de detención, deceso – a la familia del periodista y, con el acuerdo de ésta, a las autoridades y asociaciones profesionales concernidas.

Visitas a periodistas privados de libertad – por parte de delegados y, en caso de necesidad, de médicos del CICR -. Intercambio de noticias entre periodistas privados de libertad y sus familias; eventualmente por medio de mensajes de Cruz Roja. Si no hay otro intermediario posible, repatriación del periodista

Base legal

Esta labor del Comité Internacional de la Cruz Roja se basa en una serie de elementos jurídicos que en numerosas ocasiones hemos visto en estas páginas: las cuatro Convenciones de Ginebra y el Protocolo adicional I de 1977. Elementos que sostienen que el periodista que realiza misiones profesionales en zonas de conflicto armado debe ser respetado y protegido a condición de que se abstenga de todo acto que afecte su estatuto de persona civil (como por ejemplo, portar armas).

En la próxima entrada veremos otra serie de recursos para reporteros, aún más completos, que se basan en la Resolución 1738 del Consejo de Seguridad de la ONU. Resolución aprobada el 23 de diciembre de 2006 que reafirma la necesidad de prevenir los actos de violencia contra periodistas y juzgar a los autores de estos actos de violencia cuando no han podido ser impedidos.

Foto: AFP

Diccionario del periodista empotrado (1)

La aparición del neologismo “empotrado” nos hace pensar que estamos frente a una práctica de nuevo cuño, sin precedentes. Pero lo cierto es que desde los albores del reporterismo de guerra los cronistas han acompañado a los ejércitos, han convivido codo a codo junto a los soldados durante las campañas militares.

El propio Robert Capa se sumó a los integrantes de la compañía E, pertenecientes al 16 Regimiento de la 1ª División de Infantería, en el arribo a la playa de Omaha el 6 de junio de 1944.

Lamentablemente, de las 106 fotografías que tomó con una cámara Rolleiflex y una Contax II coronada por una lente Zeiss Sonnar 5cm/1.5, sólo 11 sobrevivieron debido a la torpeza del técnico de laboratorio encargado de revelarlas en Londres. Imágenes en las que se basaría Steven Spielberg para recrear el desembarco en Normandía en la película Salvar al Soldado Ryan.

Es más, mientras esperaba la oportunidad de ser el primer fotoperiodista en poner pie en Francia aquel día D que terminó con la vida de diez mil soldados, Capa se hizo confeccionar en Londres un uniforme militar (además de organizar fiestas junto Ernest Hemingway, al que había conocido en Madrid durante la guerra civil).

Ya había acompañado a los aliados en la campaña contra Rommel del norte de África y en Italia. Al entrar a la París que años antes había abandonado huyendo del nazismo, lo hizo a lomos de un tanque estadounidense.

Inclusive el día de su muerte, que le llegó al pisar una mina en Indochina el 25 de mayo de 1954, se encontraba acompañando a un regimiento francés junto a los periodistas John Mecklin y Jim Lucas.

El cuerpo sin vida de Capa recibiría honores militares: secundado por soldados, avanzó en procesión cubierto por una bandera estadounidense y la Croix de Guerre avec Palme, uno de los máximos honores de las fuerzas armadas de Francia. Si no fue enterrado en el Arlington National Cemetery resultó por pedido de su madre, que dijo que su hijo “era un hombre de paz”.

Otra perspectiva

Aunque en este blog el punto de vista predominante es el de los civiles atrapados en los conflictos armados, el de las víctimas de la guerra, nunca hemos menospreciado ni hemos tachado de sesgada la posibilidad de acercarse a un conflicto armado “empotrado”.

Es una perspectiva más, que si se realiza con honestidad puede resultar enriquecedora (más aún en los tiempos de Internet, que nos brinda al instante tantas perspectivas para observar un mismo fenómeno: desde los cables de agencia, tan precisos en la cifras, hasta los reportajes clásicos de los grandes periódicos).

Algunas de las denuncias sobre abusos de soldados de EEUU en Irak vinieron de reporteros “empotrados”. El propio Capa, que pereció acompañando a soldados franceses, no dejaba de ser un abierto defensor de la causa libertaria de los vietnamitas, que poco tiempo después de su muerte terminarían ganando el conflicto.

Metalenguaje militar

A veces pensamos que creando neologismos generamos nuevas realidades, y organizamos infructuosos debates a su alrededor sin mirar al pasado, como si el mundo se hubiese gestado ayer mismo.

Y si hay un universo con que cuenta con un metalenguaje, con un vocabulario único y en constante evolución, ése es sin duda el de los militares, en el que todo parece tener un acrónimo, una expresión, como demuestra la sección del blog Danger Room dedicada a presentar y mofarse de las peores siglas castrenses.

Como hice hace unos meses en las cárceles de Buenos Aires, con aquel diccionario “Tumbero-Argentino”, aprovecho estos días en Nueva York para repasar los apuntes tomados junto a la 101 División Aerotransportada en Afganistán y la relectura de algunos libros, para preparar otra suerte de diccionario, en esta ocasión dedicado al argot militar.

Interesante por todo lo que dice de la idiosincrasia y lógica de la fuerzas que ahora luchan en el país del Hindu Kush. Y quizás útil para algún joven reportero que quiera vivir esta experiencia. En la próxima entrada…

Foto: Robert Capa

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Morir para contar en Afganistán: Rupert Hamer y Michelle Lang

Rupert Hamer, corresponsal de defensa del dominical británico Sunday Mirror, se convirtió ayer en el segundo periodista extranjero en perder la vida en Afganistán en menos de 10 días. El pasado 30 de diciembre, Michelle Lang, reportera del periódico canadiense Calgary Herald, fallecía en circunstancias parecidas a las de Hamer: como consecuencia de una bomba colocada por los talibanes en la carretera.

Se trataba del quinto viaje de Rupert Hamer a Afganistán, donde se acababa de empotrar con los marines de EEUU en la provincia de Ghazni. Lo acompañaba el fotógrafo Philip Coburn, que resultó herido por la explosión. En el mismo incidente, un soldado afgano y un estadounidense murieron también. Según el Foreign Office se trata del primer periodista británico en fallecer en Afganistán.

Rupert Hamer tenía 39 años de edad. Era padre de tres hijos. Llevaba 12 años trabajando en el Sunday Mirror.

Tenía planeado estar un mes en Afganistán para seguir de cerca la gran apuesta de Barack Obama: el envío de 30 mil nuevos soldados, su surge particular, similar a la que George Bush aplicó en 2007 en Irak. La otra percha mediática era la conferencia que el 28 de enero se realizará en Londres sobre el futuro del país del Hindu Kush.

Reporteras, islamistas y locales

Con respecto a la canadiense Michelle Lang, era la primera vez que viajaba a Afganistán. Tenía 34 años. Su misión no implicaba tanto riesgo como la de Rupert Hamer, pues iba a seguir a un PRT (Provincial Reconstruction Team), aunque Kandahar es ya de por sí un destino nada fácil. Se desplazaba junto a cuatro soldados canadienses cuando los alcanzó la bomba.

Recordemos que de esta forma resultó herido el fotógrafo andaluz Emilio Morenatti, también en Kandahar, del que recientemente apareció un alentador vídeo en Internet de su recuperación, y que fuera secuestrado en Gaza hace poco más de tres años.

Según RSF, suman 19 los periodistas que perdieron la vida en Afganistán desde septiembre de 2001. De estos, 11 eran extranjeros. Y cinco eran mujeres, entre las que se encuentran la afgana Zakia Zaki y la francesa Johanne Sutton. En 2009 fueron 3 los reporteros que murieron en ese país.

La proporción que muestra Afganistán no suele ser la habitual: quienes se llevan la peor parte de la violencia son los reporteros locales, cuyas muertes apenas encuentran resonancia en los grandes medios de comunicación.

En el año 2009, el número de periodistas asesinados mientras hacían su trabajo fue de 77. De estos, siete eran mujeres. Los islamistas radicales, a nivel mundial, son considerados responsables de al menos 16 muertos de profesionales de la información en el mismo período.

Fotos: Sunday Mirror/AP

Velar por la salud mental de los periodistas

En este blog ya hemos recorrido en alguna ocasión la peripecia vital de Paul Watson, reportero canadiense que ganó el premio Pulitzer por su foto del soldado Cleveland arrastrado y linchado por una multitud a través de las calles de Mogadiscio.

En su biografía, Where war lives, Watson da cuenta de las consecuencias psicológicas de su cobertura de la guerra en Somalia, así como de posteriores conflictos como el genocidio de Ruanda.

Se encontraba en su base en Sudáfrica. Llevaba semanas sintiendo una creciente necesidad de aislamiento. Abusaba de las drogas y el alcohol. Lo perseguían los recuerdos de los cadáveres flotando en las márgenes del lago Kivu.

Una mañana, mientras conducía por una calle de Johannesburgo, comenzó a experimentar alucinaciones. Creía que quienes iban en los demás vehículos eran guerrilleros armados. No pudo continuar al volante.

El psiquiatra le diagnosticó estrés postraumático. Watson seguiría cubriendo conflictos, ya que en ellos se volvía a sentir en forma. Sería uno de los pocos reporteros en quedarse en Kosovo durante los bombardeos de la OTAN.

En la invasión de Irak de 2003 estaría entre los primeros en llegar a Mosul. Lo que hizo que una multitud enfurecida lo comenzase a linchar, hasta que un iraquí que se apiadó de él lo metió en una tienda y lo protegió a tiros de sus atacantes.

Sin embargo, su vida nunca volvería a ser igual. Confiesa que aún hoy experimenta una acusada tendencia a esta solo. Y que su vida oscila entre su mujer, su hijo y los destinos que cubre como periodista principalmente en Asia.

El estrés postraumático

El pasado fin de semana, la universidad de Navarra y el periodista David Beriain organizaron un encuentro en Pamplona sobre estrés postraumático y periodismo. Encuentro con escasos precedentes en España.

Asistieron compañeros como el magnífico fotógrafo Sergio Caro, Mikel Ayestaran, David Álvarez, Marc Marginedas, Xosé Antón García Ferreiro. La voz cantante la llevó Mark Brayne, del Dart Centre, que en una clase magistral fue explicando tantos los síntomas de este mal como los medios para prevenirlos. También se debatió sobre la mejor manera de acercarse a las víctimas y entrevistarlas en situaciones de conflicto.

Información valiosísima para los alumnos, que a uno le gustaría haber podido tener hace quince años, y que contó también con las aportaciones de Gavin Rees, coordinador del Dart Centre en Europa, y del psiquiatra Francisco Orengo.

Medios como el periódico noruego VG exigen a los periodistas que vuelven de la guerra una semana de reposo y una visita obligatoria al médico, que si lo cree conveniente los puede derivar a un psiquiatra. En casi todo el resto del mundo, y en España también, semejantes medidas de prevención no existen.

Si ni siquiera en lo más evidente, que es lo físico, se actúa muchas veces con eficacia, del modo en que lo recuerdan los casos de compañeros fallecidos como Julio Anguita Parrado, Ricardo Ortega o José Couso, mucho menos aún en lo referido a los traumas ocultos.

La iniciativa que salió de Pamplona es comenzar a abogar el próximo año en España, a través del Dart Centre, por un cambio de mentalidad en la profesión. Para ello se organizarán charlas y conferencias que pondrán estos recursos en manos de las organizaciones de noticias y de los propios profesionales.

La falta de compresión de tantos editores de lo que significa estar en un conflicto, así como la irresponsabilidad de los propios periodistas – a los que muchas veces nos puede la pasión por el trabajo – hacia su propia salud mental, son realidades que se deberían comenzar a transformar.

Libros en guerra: El Bang Bang Club

Decía el ya desaparecido Norman Mailer que resulta más sencillo escribir no ficción que novela porque “el argumento lo da Dios”. Y lo cierto es que la trama del libro The Bang Bang Club resulta tan compleja, profunda e inesperada en su descripción de la naturaleza humana, que parece más bien la creación de un autor que una obra basada en hechos históricos tan desgraciados como cercanos en el tiempo.

El Bang Bang Club era el nombre bajo el cual se conocía a cuatro jóvenes fotoperiodistas sudafricanos blancos que tomaron enormes riesgos para denunciar al mundo las atrocidades del régimen del apartheid.

Particularmente, a principios de los años noventa, cuando ya se sentían los vientos de cambio y cuando el país se sumió en un violencia sin precedentes. De este grupo formaban parte Joao Silva, Kevin Carter, Greg Marinovich y Ken Oosterbroek. A su alrededor gravitaban otros grandes fotógrafos de guerra como Gary Bernard y James Natchwey (la labor de este último la retrata el documental War Photographer, nominado a un Oscar).

Aunque debido a la censura del gobierno de Partido Nacional su trabajo apenas salía publicado en Sudáfrica, fue un artículo publicado en la revista local Living el que les puso nombre. Los llamó los “Bang Bang Paparazzi”.

Por razones evidentes, el nombre “paparazzi” se cambió por el de “club”, ya que no se puede comparar la labor de estos jóvenes que se jugaban la vida para meterse en los townships con el trabajo de quienes cazan imágenes de Britney Spears o Paris Hilton.

Violencia orquestada

Corrían tiempos duros para Sudáfrica. Cada día se contaban decenas de muertes en los enfrentamientos entre los seguidores del Congreso Nacional Africano de Mandela (ANC), y los zulúes separatistas del Inkatha, dirigidos por Mangosuthu Buthelezi.

Se perpetraban masacres en trenes, en las calles, pero sobre todo en los albergues para trabajadores y estudiantes de los barrios negros. Se mataba a gente al azar.

Con el tiempo se descubrió que los zulúes, más allá de sus disputas ancestrales con los xhosas, estaban siendo alentados por las fuerzas blancas a luchar contra su propia gente con la intención de demostrar al mundo que los negros no se podían gobernar a sí mismos, y que el partido de Mandela no estaba preparado para tomar el poder.

La Comisión Goldstone demostraría más adelante que no pocos de los que asesinaba a la gente en los trenes eran extranjeros a sueldo, llegados desde Angola o Namibia, y que trabajaban a sueldo de grupos extremistas blancos.

Morir para contar

Si el mundo llegó a saber la verdad, como afirma Desmond Tutu en la introducción del libro, fue gracias a la labor de estos cuatro fotógrafos, dos de los cuales acabaron su vida de forma trágica.

Ken Oosterbroek murió durante las luchas en Tokoza, un township situado al sur de Johannesburgo. Tenía 28 años. Y el hecho sucedió el 18 de abril de 1994, apenas unos días antes de esas primeras elecciones democráticas y no racistas que los miembros del Bang bang club habían luchado por que tuvieran lugar.

Kevin Carter, que sufría de adicción a las drogas, se suicidó dos meses más tardes. Había recibido el premio Pullitzer por sus imágenes de una niña y un buitre en Sudán. Fotografía por la que también se puso en duda su integridad moral, en un debate que al menos a quien escribe estas palabras le ha parecido siempre estúpido, y propio de quien no ha estado en nunca en el terreno o de articulistas ociosos sentados a miles de kilómetros en la comodidad de sus redacciones (como sucedió a nivel nacional con Arcadi Espada, cuyas críticas a la obra de Javier Bauluz fueron igual de estúpidas, o quizás más…).

Sacas la foto y acto seguido espantas al buitre. Ganas, a cambio, una imagen que sacudió millones de conciencias. El asunto no tiene más misterio, como sostiene Joao Silva, que estaba allí junto a su amigo y que captó la misma imagen. El niño no estaba abandonado, se encontraba junto su familia a un centro de alimentación de la ONU en el sur de Sudán.

Greg Marinovich ganó también el Pullitzer por su cobertura del asesinato de Lindsaye Tshabalala. Sigue en activo. Y es autor, junto a Joao Silva del libro The Bang Bang Club. Obra de prosa un poco deshilvanada, pero que no quita que estemos ante un documento histórico y humano tan fascinante como aleccionador.

Joao Silva, ganador del World Press Photo, continúa asimismo al pie del cañón. Me crucé con él en Kenia, durante los episodios de violencia post electoral del pasado mes de enero. Sus imágenes, desde conflictos como Irak, muestran su compromiso continuado con la denuncia de la barbarie.

Morir para contar en Birmania: un año del asesinato de Kenji Nagai

Al volver a observar la imagen de los últimos momentos de vida del reportero japonés Kenji Nagai, me sorprendo al descubrir que, a pesar del impacto de bala que lo había dejado en el suelo, insistía en seguir grabando, levantaba con obstinación la cámara al paso de los soldados y policías. Un último gesto de coraje y profesionalidad que define en buena medida su compromiso vital con el periodismo.

Nagai llevaba 20 años cubriendo conflictos armados. Había avanzado junto a la Alianza Norte en Afganistán en diciembre de 2001. Había estado a los pies de la estatua de Sadam Hussein en Bagdad cuando fue derribada el 9 de abril de 2003. Se había encontrado en Gaza en el momento del asesinato por parte de fuerzas israelíes de la familia Galia en la playa de Yabalia.

El fotógrafo japonés Aika Kano, que trabajó con él en Irak, asegura que era una persona “con un fuerte sentido de la justicia y a la que le preocupaban especialmente los derechos humanos».

El hecho de que se dirigiera desde Bangkok a Birmania por iniciativa propia, haciéndose pasar por turista – lo que explica las pequeñas dimensiones de su cámara y el atuendo informal que llevaba en el momento de ser asesinado -, también da testimonio de la forma en que realizaba su labor de reportero.

Protesta y recuerdo

El pasado lunes, amigos, familiares y compañeros del periodista japonés se dirigieron a la embajada de Myanmar en Tokio para entregar más de 100 mil firmas. Al frente de la comitiva estaba Noriko Ogawa, su hermana, que dos días antes, en la fecha exacta del aniversario de su muerte, le había rendido tributo en Imabari, el pueblo que lo vio nacer, junto a cientos de personas.

Además de exigir que se castigue a los responsables del asesinato, pidieron a las autoridades de Rangún que les devuelvan la cámara que estaba empleando en el momento de su fallecimiento.

Aunque el asesinato del reportero japonés Kenji Nagai ha sido uno de los más abiertos y difundidos que ha sufrido el periodismo en los últimos años, nada se ha hecho aún para juzgar a los responsables.

Kenji Nagai, que el pasado 26 de agosto hubiese cumplido 51 años, se encontraba filmando las protestas populares lideradas por monjes budistas contra el gobierno dictatorial de Myanmar cuando recibió un disparo que hizo que muriera desangrado en la calle.

Hasta ahora el régimen de Rangún, que hace poco dejó en el libertad a más de nueve mil reclusos -entre los que el periodista U Win Tin, que llevaba 19 años en prisión –, no ha respondido a las presiones del gobierno de Japón y de las asociaciones de prensa de todo el mundo.

Y resulta muy probable que nunca lo haga. Ya en su momento el periódico oficialista The New Light of Burma afirmó que se trató de un accidente causado por la actitud temeraria del periodista japonés que «invitó al peligro» al decidir confundirse entre quienes protestaban.

Con la cámara en alto

El año pasado murieron 87 periodistas en el ejercicio de la profesión. Según algunos colegas de Nagai, éste solía repetir a menudo que “alguien tiene que ir a dónde nadie quiere”. Una suerte de mantra que empleaba para justificar los riesgos que tomaba.

Y así lo hizo, hasta el último día, cuando en lugar de quedarse atrincherado en el balcón del hotel salió para sumarse a la multitud con su pequeña videocámara y sus bermudas grises.

Esa decisión que critican los militares que desde 1989 no sólo mantienen bajo arresto a Aung San Suu Kyi, sino a toda una nación, pero que para nosotros no es más que una muestra del compromiso de un hombre, de su intento por convertir las cifras en nombre y apellidos, en rostros, voces y miradas, como ese último gesto de seguir con la lente en alto cuando ya se encontraba en el suelo.

Morir para contar en Georgia

Rusia esperaba el momento de poder devolver a Occidente el agravio supuestamente cometido al alentar y amparar la independencia de Kosovo.

El presidente georgiano Mijaíl Saakashviliy, al elevar el 8 de agosto el nivel de confrontación en la provincia separatista de Osetia del Sur, les brindó a Vladimir Putin y Dmitri Medvedev la oportunidad de tomarse la revancha.

Sin dudas, habrá un antes y un después de este conflicto, en el que el Kremlin ha dejado bien en claro su preeminencia en el Cáucaso. Es posible que desde la distancia temporal hasta se llegue a calificar como un punto de inflexión, como el surgimiento de un nuevo equilibrio planetario de poderes posterior a la guerra de Bush contra el terror.

Mucho se ha escrito sobre las motivaciones de Saakashviliy, aspirante a formar parte de la OTAN: que recibió luz verde de Washington, que sobrestimó el apoyo de Occidente más allá de que su ejército fuera entrenado y pertrechado por EEUU e Israel, que sus credenciales democráticas no son tan impecables como se ha hecho creer.

Si algo queda en claro es que no cosechó el éxito esperado, y que resulta posible que la población de su país le pase cuentas en un futuro cercano.

Tampoco se puede negar que, como siempre sucede, ha sido la gente de a pie – más allá de que pueda ser participe o no del espíritu gregario que está también la base de esta disputa – la que se llevó la peor parte, la que pagó el precio de unas estrategias de poder en las que el petróleo una vez más tiene un rol preponderante.

Ataques a la prensa

Entre las víctimas, cuyo número oscila tanto en fallecidos como desplazados, se cuentan tres periodistas muertos y más de diez heridos. Cifra extremadamente alta para un conflicto de tan corta duración y que habla a las claras del nivel de violencia que se sufrió.

En este sentido, no sólo recuerda a Bosnia y Kosovo por la ruptura étnica y por la presencia de algunos de los mismos actores, antes secundarios y ahora en primera fila, y viceversa, sino también por lo sangriento que ha resultado para la prensa.

Alexander Klimchuk, fotógrafo ruso de 27 años, fue encontrado sin vida en la capital de Osetia del Sur. Conocido como Sasha, estaba al frente de la agencia Caucasus Images y colaboraba con ITAR-TASS. Sus imágenes había sido publicadas por The New York Times, Newsweek y Le Monde.

Zaza Chachechiladze, editor del periódico The Messenger, lo recuerda como «un periodista talentoso, inteligente, arriesgado, que no eludía los desafíos».

Bombas de racimo

Giga Chikhladze apareció también muerto junto a Alexander. Era georgiano, colaboraba con la versión rusa de Newsweek y tenía 30 años. Dejó tras de sí a su mujer y a dos niños pequeños, Sophie y Luca.

Stan Storimans era mayor, había cumplido 39 años, y estaba planeando editar un libro con sus memorias tras dos décadas de cubrir conflictos armados desde Afganistán hasta el Congo. Trabajaba como cámara para la cadena holandesa RTL.

Falleció en Gori, bajo fuego de mortero. En un incidente en el que perdieron la vida cuatro civiles y resultaron heridos dos reporteros, uno también holandés y otro israelí. Según Human Rights Watch, entre la munición que mató a Storimans se encontraron evidencias de que se podrían haber tratado de bombas de racimo.

Nuevas amenazas

Expertos explican estas vidas perdidas y mermadas a la falta de un frente único, a la confusión que esto provoca, y a la profusión de grupos armados además de los ejércitos regulares. En el siguiente vídeo se ve cómo se dispara a dos periodistas turcos, cerca de la frontera con Rusia.

El mes de agosto ha sido el peor del año. Trece periodistas perdieron la vida, lo que asciende a 61 el número de fallecidos desde enero.

A pesar de que la violencia está decreciendo en Irak, aún sigue siendo el lugar más peligroso para la prensa, que en 2008 ha terminado con la existencia de una decena de profesionales. Pakistán, México y Filipinas se están perfilando como escenarios cada día más peligrosos para la profesión.

Quizás haya llegado el momento de que los gobiernos den vida a una nueva convención para la protección de los reporteros en conflictos armados. Objetivo por el que persigue la iniciativa Press Emblem Campaign, con base en Suiza.