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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Morir para contar: encuentro con el hijo de Tim Lopes

Tras haber estado en dos ocasiones en la favela en que perdió la vida el periodista Tim Lopes, y tras haber recogido numerosos testimonios sobre los trágicos acontecimientos que lo llevaron a la muerte, finalmente me dirijo a ver a su hijo, Bruno Quintella.

Nos encontramos en el restaurante Garota da Gávea, donde solía comer con su padre cada domingo. Bruno es un joven de estatura mediana, fornido, con los brazos tatuados. El rostro es calcado al de Tim, ancho, cordial, aunque con unos grandes ojos verdes, heredados seguramente de su madre.

Por momentos me habla de forma atropellada, abusando de la jerga local, lo que me obliga a pedirle que me repita las respuestas. Eso sí, se expresa con generosidad, sin eludir ni una sola de las preguntas aunque se trata indudablemente de un tema doloroso.

«Tenía 18 años cuando mi padre desapareció. Acababa de regresar de EEUU, donde había estado estudiando durante un año, y me estaba preparando para dar el examen de entrada a la universidad de periodismo», me explica. «Trabajaba en una tienda de ropa para ganar dinero. Cuando salía, los domingos, me encontraba aquí para comer con él».

Recuerda que el viernes que precedió a la muerte de Tim conversaron sobre el reportaje que estaba filmando, también en una mesa de Garota da Gávea. Le dijo que tenía que volver a la favela porque necesitaba captar una imagen más para poder terminar.

“Era conciente del riesgo que corría, pero quería denunciar los abusos a menores en los bailes funkies y la ausencia del estado en las favelas. Los propios moradores, preocupados por sus hijos, lo habían llamado”. Según la TV Globo, Tim ya había estado allí en cuatro oportunidades. Dos de ellas con la cámara oculta.

Al día siguiente, sábado 2 de junio de 2002, se volvieron a encontrar. Su padre le llevó el cheque para que pagara la cuota de la academia en la que preparaba el examen a la universidad. Fue la última vez que se vieron.

Horas después Tim Lopes se subió a un coche de la TV Globo que lo llevó a la favela Vila Cruzeiro para asistir al baile organizado por los narcotraficantes. Vestía unas bermudas, una vieja camisa amarilla y sandalias. Llevaba el equipo de filmación escondido en una riñonera. Entró pasadas las ocho de la tarde. Se suponía que debía salir dos horas más tarde. El conductor lo aguardaba en la entrada a la favela.

“El domingo jugaba Brasil contra Turquía en el Mundial de Corea y Japón. El partido era a las seis de la mañana. Lo vi con unos amigos y volví a casa a las nueve de la mañana. Todo el mundo celebraba que habíamos ganado”, afirma Bruno. “Me levanté a las siete de la tarde. Salí de la habitación y descubrí que en casa había mucha gente. Durante un instante me alegré de que estos amigos estuvieran allí, pero luego comprendí que algo malo debía haber sucedido. Cuando llegué al salón justo estaban pasando en el telediario la imagen de mi padre, decían que había desaparecido”.

Lo primero que pensaron fue que lo habían secuestrado, o que por alguna razón Tim se había quedado escondido en la favela. Marcelo Moreira, jefe de reportaje de la TV Globo en Río de Janeiro, declaró que cuando el conductor del coche llamó a la redacción para avisar de la ausencia de Tim le dijeron que esperara hasta las doce de la noche. Y fue recién a las cuatro de la mañana, cuando Moreira se dirigió a la emisora para ver el partido, que dio la voz de alarma sobre lo que había sucedido.

La opinión pública brasilera se conmocionó ante la desaparición de Tim. Bruno no quiso dar entrevistas pero sí escribió una carta dirigida a su padre “como si aún estuviera vivo”.

“El presentador del telediario la leyó al aire. Cuando estaba terminando la cámara se abrió y detrás de él estaban todos sus compañeros vestidos de negro, con una foto enorme de mi padre al fondo”, me dice. “Me emocioné más por eso, por ver cómo lo quería la gente, que porque leyeran la carta”.

Tras una semana de intensa búsqueda en la favela, durante la cual las autoridades nacionales y locales se acusaron de ineficiencia, la policía anunció que Tim Lopes había sido asesinado.

Las declaraciones de dos traficantes detenidos, Fernando Sátiro da Silva, alias “Frei”, y Reinaldo Amaral de Jesus, alias “Cabê”, resultaron decisivas. Según ellos, Tim fue identificado como el autor del reportaje “Feirao do Po”, en el que denunciaba con cámara oculta cómo se vendía abiertamente droga en la favela, y por el que varios criminales entraron en prisión.

La coautora del reportaje, que les valió el premio Esso, Cristina Guimaraes, vive ahora escondida. Según ella “el asesinato de Tim Lopes fue una muerte anunciada”. Cristina, que tiene 38 años, pidió la baja en TV Globo alegando que la empresa no le ofreció protección cuando fue amenazada de muerte.

Ângelo Ferreira da Silva, arrestado el día 13 de junio, confesó que estaba en el coche que habría transportado a Tim de Vila Cruzeiro a la favela Grota, donde estaba Elías Maluco. Según dijo, el periodista se encontraba atado y herido de bala cuando fue subido al coche. Relató las escenas de tortura por la cual pasó el periodista, pero dijo que no estaba presente cuando murió.

Por su parte, Elizeu Felício de Souza, alias “Zeu”, detenido el 14 de junio, y considerado uno de los guardias de Elías Malucos, confesó que compró gasolina en una estación de servicio cerca a la entrada de la favela Nova Brasília, que integra el Complexo do Alemão. Zeu declaró haber entendido que un enemigo del Comando Vermelho iba a ser quemado.

“El cuerpo de mi padre tardó diez días en aparecer”, señala Bruno. “Cuando lo encontraron, el 12 de junio, tuve que ir al laboratorio para que me tomaran una muestra de ADN”.

La muerte de Tim Lopes creó una gran controversia en torno a la seguridad de los periodistas en Brasil. Se puso en juicio la decisión de TV Globo de enviarlo sin protección alguna a la favela. (Sus reporteros, con quienes he coincidido en varias ocasiones, ahora tienen prohibido entrar a las favelas).

“El error fue de los dos. Mi padre porque se podría haber negado pero aceptó. La TV Globo por haberlo enviado allí”, sentencia Bruno.

El verdadero nombre de Tim Lopes era Arcanjo Antonino Lopes do Nascimento. Samuel Wainar, propietario de la revista Domingo Ilustrada, donde Tim obtuvo su primer empleo, le cambió el nombre diciendo que lo encontraba parecido al músico Tim Maia.

Nacido en la ciudad de Pelotas, en el Estado de Río Grande do Sul, a los ocho años había venido con su madre a Río de Janeiro, donde vivió de niño en Mangueira, una de las favelas más populosas de esta ciudad. Tenía ocho hermanos.

Con gran esfuerzo consiguió estudiar, salir de la favela y acceder al mundo que tanto lo apasionaba: el periodismo. Trabajó en la revista Placar, en los periódicos Jornal do Brasil y O Dia. En 1996 entró a la TV Globo, donde empezó como reportero del famoso programa “Fantástico”. Su primera pieza la hizo vestido de Papa Noel en navidad.

Mi padre tenía el pasaporte para entrar a la favela. Era mulato, tenía la voz, la forma de hablar. Y se había criado en el morro. También conocía la calle, se movía bien en ambientes marginales”, afirma Bruno. “Cuando había un incidente en la favela, él siempre subía por otro lado, andaba solo, así conseguía su propia información. Después salía por donde estaban todos los periodistas, que siempre le preguntaba: ¿de dónde has salido?”.

El trabajo de Tim deslumbra tanto por la creatividad como por su hondo compromiso social. “Siempre se ponía del lado de los pobres. Una vez fue a hacer una investigación sobre personas sin hogar y durmió dos noches en la calle”, dice su hijo.

Desde hacía algún tiempo Tim deseaba salir del telediario y dedicarse a hacer reportajes de factura más prolongada. Había hablado con los productores de Globo Reporter (el programa de investigación periodística más prestigioso de Brasil, una suerte de Informe Semanal) y le habían aprovado un proyecto que consistía en viajar con camioneros durante un mes por las rutas brasileras para contar su vida. El siguiente paso que tenía en mente era ir a África.

“Mi padre era muy respetado en la profesión. Siempre su reportaje abría o cerraba el telediario, que son las piezas más importantes. La primera, que es la que atrapa a los televidentes, y la última que siempre es más de color, más social”, señala Bruno para matizar a continuación: “Su insatisfacción venía por el lado del dinero. Sentía que no estaba siendo reconocido. A los 51 años no había ganado lo suficiente aún para comprarse su propia casa, tenía que alquilar”.

Más allá del descontento con la profesión por el escaso rédito económico que había conseguido, lo cierto es que Tim era un apasionado del periodismo y había insistido para que Bruno siguiera sus pasos. De adolescente, un díaéeste le dijo que quería estudiar derecho. “¿Te has visto la cara?”, le preguntó riendo. “Tú no pareces abogado, tú eres periodista”.

Eso sí, le aconsejó que se preparara a conciencia y que estudiara idiomas para poder llegar más lejos. Tras terminar la carrera, Bruno recibió el ofrecimiento de Marcelo Moreira, antiguo jefe de su padre, para entrar a trabajar en TV Globo. Está en el área de policiales y se dedica a la producción desde los estudios.

“Ahora que yo soy periodista, lamentablemente no está aquí para aconsejarme. Muchas veces me pregunto qué haría mi padre en tal o cual situación”, me dice.

Bruno tiene la ventaja de que conoce la trastienda de la profesión desde niño, ya su padre solía llevarlo a los periódicos en que trabajaba. También aquí mismo, en la Garota da Gavea, fue testigo de innumerables conversaciones de su padre con compañeros de profesión, pues es el lugar en que se suelen reunir los trabajadores de TV Globo. Hacía años que Tim se había separado de la madre de Bruno y se había vuelto a casar.

Mientras nos sirven la cena, le pregunto si la forma tan brutal en que murió su padre lo dejó marcado. “Tuve la suerte de no ver el cuerpo. Hace poco se murió el padre de un amigo y fui al velorio. La última imagen que tiene de su padre es allí, sin vida. Yo, no. Sí es cierto que lo que le pasó fue más duro. Pero mi padre murió haciendo lo que le gustaba, los padres de mis amigos de un infarto. Y la repercusión de la historia y el apoyo de la gente me ayudaron salir adelante”.

Otra reflexión que hace Bruno es que, al menos, la muerte de su padre sirvió para que Brasil pensara por unos días sobre la violencia, justamente lo que Tim buscaba con su trabajo. “Mi padre no fue el único que murió descuartizado y quemado. Mucha otra gente inocente muere y nadie se entera”, dice.

Para terminar la entrevista le pregunto por Elías Maluco. Qué sintió en el 2005 al verlo en la televisión durante el juicio. “Si te digo la verdad, no lo odio”, me responde. “Seguramente no sabía lo buena persona que era mi padre. Además, Elías Maluco no tuvo madre ni padre. No lo puedo juzgar. Yo tuve siempre amor, nunca me drogué, no viví en una favela. Mi única venganza es ser feliz”.

Antes de guardar el cuaderno y la grabadora, le pido que me deje sacarle una foto para el blog. Me dice que por razones de seguridad prefiere que su imagen no sea conocida. Pero sí me promete que la próxima vez que nos veamos me traerá un retrato de cuando era adolescente, junto a su padre. La semana siguiente volvemos a cenar en la Garota da Gavea. Cumple su palabra:

Morir para contar: Elías Maluco, el asesino del periodista Tim Lopes

Elías Pereira da Silva se ganó el apodo de Elías Maluco (el loco) por la desmesura, la crueldad y la barbarie que siempre mostró hacia sus enemigos como traficante en las favelas del norte de Río de Janeiro.

Amo y señor del negocio de la droga en el complexo do Alemao, saltó a la fama en todo Brasil cuando el 2 de junio de 2002 mató al periodista Tim Lopes, de la TV Globo, con una katana que se había hecho traer de Japón. A partir de ese momento se puso en marcha una vasta operación policial para tratar de detenerlo.

De su vida personal poco se sabe. Tiene cinco hermanos, sin relación alguna con el mundo del crimen, uno de los cuales apareció en las portadas de todos los periódicos cuando en 2005 ganó en la lotería el mayor premio de la historia de Brasil: cincuenta millones de reales.

Elías Maluco fue durante años uno de los máximos líder del Comando Vermelho junto a su socio, Luiz Fernando da Costa, alias Fernandinho Beira-Mar, uno de los mayores narcotraficantes de América Latina.

Acerca de la peripecia vital de Fernandinho Beira-Mar sí existen abundantes datos. Nació en la favela de Beira-Mar. No conoció a su padre, y Zelina, su madre, una mujer muy humilde, murió atropellada.

Entre los 18 y los 20 años, Fernandinho cometió sus primeros delitos: asaltos a bancos y tiendas. El robo de un arsenal militar lo llevó a la cárcel. Al salir regresó a Beira Mar.

Entre 1990 y 1995 se erigió como uno de los máximos dirigentes de la facción armada al abrir sus propios canales de distribución de droga y conquistar favelas como Rocinha, Vidigal y Borel.

Se hizo popular entre los moradores de los barrios marginales al repartir ropa, comida y medicamentos. Fue tal la fortuna que amasó que la policía lo acosaba constantemente en busca de «propinas», hecho éste del que dicen que se quejaba Fernandinho. Dos de sus hermanas, Débora y Alessandra, se hicieron gerentes de la «firma», como se conoce al negocio del tráfico en las favelas.

En 1996 entró a la cárcel, donde no permaneció demasiado tiempo ya que logró huir por la puerta principal (se cree que en connivencia con la policía). A partir de ese momento fue cambiando de «residencia». Vivió en Paraguay, Bolivia, Uruguay y Colombia. Además de traficante de droga a nivel continental, pasó a ser un importante contrabandista de armamento pesado proveniente de Rusia.

En Colombia estableció vínculos con las FARC hasta que el Ejército colombiano, en coordinación con efectivos estadounidenses, lo capturó el 21 de abril de 2001. De regreso en Brasil, organizó en la prisión de Bangu I una rebelión para asesinar a Ernaldo Pinto Medeiros, jefe del Tercero Comando, facción rival.

Desde entonces es cambiado de cárcel con regularidad, y se encuentra aislado ya que inclusive en prisión siguió ejerciendo su poder. En buena medida esto se explica porque el Comando Vermelho fue en su orígenes una organización nacida en el seno mismo de las instituciones penitenciarias brasileras.

En los años 70 el gobierno militar de Brasil decidió mezclar a los presos políticos con los comunes. Estos últimos aprendieron de los guerrilleros de izquierda a organizarse. Nació el comando Vermelho, que tuvo durante años un curioso discurso salpicado de reivindicaciones sociales, y cuyas acciones se caracterizaron no sólo por la brutalidad sino por un cierto fanatismo que hacía que sus miembros parecieran desprovistos de miedo a la muerte.

La noche del 2 de junio de 2002, el periodista Tim Lopes entró a la favela Vila Cruzeiro para filmar con una cámara oculta un baile funky en el que se suponía que tenían lugar abusos sexuales a menores. Lo primero que hicieron los traficantes al descrubrilo fue pegarlo un tiro en el pie para que no pudiera escapar.

Después lo llevaron a la favela Grota, dentro del complexo do Alemao, en el maletero de un coche. Allí los delincuentes hicieron una suerte de juicio. Después lo torturaron. Según los vecinos, los desgarradores gritos de Tim se escuchaban en medio de la noche. Finalmente, el propio Elías Maluco le dio varios golpes con una katana y le prendió fuego colocándole un neumático alrededor de la cabeza en lo que se conoce como “microondas”, método utilizado para que los cuerpos de los muertos no puedan ser identificados.

De los nueve traficantes que participaron en el asesinato, dos murieron: André da Cruz Barbosa y Maurício de Lima Matias. Los restantes fueron apresados progresivamente gracias al empeño de la policía y a la presión que ejercieron los medios de comunicación.

El último en caer en manos de la policía fue el propio Elías Maluco. La detención tuvo lugar el 19 de septiembre de 2002 en la favela de Grota. En el marco de la Operación Sofoco, las fuerzas de seguridad del estado se habían entregado a una verdadera cacería humana organizando asaltos a los barrios marginales, sitiando los lugares más conflictivos.

El 24 de mayo de 2005, Elías Maluco fue condenado a 28 años de prisión por la muerte de Tim Lopes. Los cargos fueron asesinato, ocultación de cadáver y asociación ilícita.

Morir para contar: Tim Lopes, asesinado en las favelas

Era el mejor periodista de investigación de Brasil. No sólo por el ingenio y la valentía que empleaba a la hora de denunciar situaciones injustas, sino por la empatía que mostraba hacia el sufrimiento ajeno, por la calidad humana y la sensibilidad de la mirada con que describía la realidad.

A lo largo del mes que llevo en Río de Janeiro, me han hablado de él en numerosas ocasiones, tanto gente de la calle como colegas que lo conocieron, que lo vieron trabajar.

Siempre me sucede lo mismo. En Gaza fue James Miller. En el Cuerno de África, hace ya un par de años, Dan Eldon. Cada vez que me dirijo a una zona en conflicto no faltan las personas que, para prevenirme sobre los peligros que puede llegar a encontrar, recuerdan a periodistas que han perdido la vida en ese mismo lugar. Y así surgió esta sección en el blog, Morir para Contar, que es un homenaje a esos reporteros que han quedado en el imaginario colectivo y con cuyos recuerdos me encuentro en los viajes.

La primera persona que me habló de Tim fue Sheila Dunaevits, responsable de comunicación de las escuelas de informática de Rodrigo Baggio. Se conocieron cuando estudiaban periodismo en la universidad. En aquellos tiempos eran novios.

«Entró a la TV Globo de mayor. De joven colaboraba en el periódico Movimiento. Era de izquierdas, contestatario, antisistema. Tenía una honda preocupación por la gente más humilde porque él mismo se había criado en una favela y sabía lo que es ser pobre», me dijo Sheila.

«Y siempre fue un fuera de serie en la profesión, con una enorme capacidad para captar la riqueza de los detalles. Hacía un periodismo comprometido, algo que ya casi nadie hace. Ahora tenemos un periodismo de gabinete y teléfono. Él era como un detective, se metía hasta el fondo».

Domingo Peixoto, brillante fotógrafo del periódico O Globo, me contó también acerca de Tim. «Un tipo único, genial. Una navidades se disfrazó de Papá Noel y salió a la calle para hacer un reportaje sobre cómo pasaban las fiestas los niños sin hogar».

Esos eran los dos ejes en que se articulaba la labor de Tim Lopes: la narrativa social, centrada en los colectivos más desfavorecidos, y la capacidad que tenía para camuflarse, para cambiar de aspecto, y sumergirse así en los mundos más sórdidos y desconocidos para sacar a la luz sus denuncias.

En una ocasión se hizo pasar por un adicto y se internó en una clínica de desintoxicación para mostrar la negligencia de los médicos que la dirigían. En otra se transformó en obrero para exponer las precarias condiciones laborales de quienes estaban construyendo el metro. Para mostrar casos de soborno, se disfrazó una vez de policía. Y para seguir a las mafias que operaban en la Estación Central de Brasil, pretendió ser un vendedor de agua.

En el año 2001 recorrió distintas favelas para desvelar la impunidad con que los traficantes ofrecían las drogas en la calle y a plena luz del día. El reportaje, titulado «Feirão do Pó» (mercado del polvo), le valió el premio Esso de periodismo.

Fue aquel trabajo el que, un año más tarde le costaría la vida. El 2 de junio de 2002, Tim entró a la favela Vila Cruzeiro, que forma parte del complexo do Alemao, para grabar un baile funky, donde sabía que las drogas corrían libremente y en donde los traficantes organizaban orgías en las que muchas veces participaban jóvenes menores de edad. Habían sido algunos vecinos, preocupados por el destino de sus hijos, los que le habían hablado de estas fiestas.

La banda del narco Elías Maluco lo atrapó y, tras torturarlo, lo quemó vivo. Un hecho terrible, brutal, que conmocionó a Brasil provocando manifestaciones en las calles, instalando en la opinión pública nuevamente el debate sobre cómo terminar con la violencia.

En próximas entradas del blog escribiré sobre Elías Maluco, y las terribles circunstancias en las que perdió la vida Tim, que tenía 51 años. También analizaré la polémica que se creó en torno al medio para el que trabaja, la TV Globo: ¿por qué lo dejaron ir sólo sabiendo que estaba amenazado? ¿No podrían haber tomado medidas de seguridad?

Pero lo más importante será la conversación que tuve con su hijo, Bruno, de 23 años, que hoy sigue los pasos de su padre como periodista en TV Globo. Con el tuve la oportunidad de cenar en dos oportunidades. Justamente en el lugar al que solía ir cn su padre, y con el que estuvo conversando sobre los peligros que estaba enfrentando por realizar aquel reportaje con cámara oculta en la favela.

Os dejo ahora un vídeo de la televisión pública en homenaje al gran Tim Lopes. En él lo podéis ver en acción en sus reportajes. El legado de un periodista extraordinario.

Balas perdidas: la muerte de Vanessa Calixto

A las nueve de la mañana se pone en contacto conmigo un colega del periódico O Globo para decirme que hay un tiroteo en la Ciudad de Dios. Dejo lo que estoy haciendo, llamo por teléfono a Cícero, el taxista con el que siempre trabajo, y parto hacia allí. Como es hora punta avanzamos lentamente. Con irreprimible impaciencia pasamos por Gávea, por la Barra da Tijuca. Centros comerciales, autopistas, casas de lujo… por momentos resulta impensable que nos estemos dirigiendo hacia una favela.

Al salir de la autopista nos encontramos con las primeras edificaciones de la Ciudad de Dios, una serie de chabolas de dos plantas, construidas junto a un canal de aguas hediondas, que nos confirman que vamos en el camino correcto.

Más adelante, en la entrada a este barrio marginal situado en la región oeste de Río de Janeiro, nos cruzamos con ambulancias y coches de policía. Según me confirma un colega, el tiroteo ha terminado. Tres traficantes resultaron heridos, y una joven mujer que regresaba de dejar a su hijo en la escuela recibió un tiro en el pecho. Otra víctima de bala perdida.

En la estación de policía número 32 de Taquara están expuestas las armas y municiones abandonadas por los delincuentes. Me llama la atención que el fusil AK 47 haya sido pintado de rojo. Pregunto a los policías si tiene algo que ver con que la facción que domina la favela Ciudad de Dios sea el Comando Vermelho (Rojo). Me responden que es la primera vez que ven un arma de este color.

Vamos al hospital Lourenco Jorge, donde está hospitalizada la mujer herida. Su nombre es Vanessa Calitxo dos Santos. Tiene 23 años y cuatro hijos. De lo que no hay rastro aún es de los traficantes alcanzados por la munición de la policía, por lo que algunos periodistas comienzan a preguntarse si realmente fueron heridos, o si se trató de una suerte de justificación de las fuerzas de seguridad cariocas.

En los pasillos me encuentro con Valeria, la hermana de Vanessa, que espera acompañada por familiares y amigos a que los médicos terminen la intervención quirúrgica. Me dice que la bala entró por el pecho y salió por el abdomen, por lo que afectó a los pulmones, a los riñones, y destruyó el hígado de su hermana.

Hay instantes en los que no puede contener los nervios y rompe a llorar. Tiene 30 años y también trabaja como empleada doméstica en los barrios adinerados de la ciudad. «Todos los días hay tiroteos en la favela, hasta en el horario en que los niños van a la escuela. Tenemos las paredes de nuestras casas llenas de agujeros de bala. La policía entra siempre disparando, no les importa si se trata de traficantes o moradores, ellos disparan», me dice con rabia.

Durante horas hacemos guardia en la puerta del hospital. Cuando la luz empieza a mermar, los compañeros de la televisión graban las entradillas para las piezas. Escucho la introducción a sus crónicas. Dicen que el gobernador va a crear una lista de casos de bala perdida. Hablan de la impunidad que impera en Río de Janeiro, ya que un estudio publicado la semana pasada señala que más del 88% de los homicidios quedan sin resolver.

Cuando termina la intervención quirúrgica, los médicos permiten que la madre de Vanessa entre a la UCI. Al salir parece sumida en la más honda de las tristezas. En el mes que llevo en Brasil he escrito acerca de numerosas historias de balas perdidas, he estado en medio de tiroteos, pero ver las verdaderas y profundas connotaciones de este caso, aquí, en primera persona, frente al sufrimiento de los familiares, frente a su terrible e insoslayable angustia, resulta desgarrador.

Se hace de noche. En la puerta del hospital me espera Cícero que – no sé cómo lo hace – siempre tiene información sobre lo que sucede. Supongo que es porque, mientras aguarda conversa con la gente del lugar. En más de una ocasión me ha sorprendido a la salida del complexo do Alemao dándome datos que yo desconocía.

«La chica está destrozada, va a morir», sentencia mientras subimos al coche. Aunque su pronóstico contradice lo señalado por los médicos, lo cierto es que, dos días más tarde, el pasado domingo 11, a las 11.35 de la mañana, Vanessa perdió la vida. Se convertía así en la sexta víctima por balas perdidas en menos de una semana en Río de Janeiro. El lunes 12, a primera hora, en Ciudad de Dios, otras dos mujeres serían heridas por munición con destinatario equivocado: Aparecida Goncalves de Oliveira, de 32 años, y Cristiane Arcoverde Barbosa, de 19 años.

Como siempre, los pobres, atrapados en la miseria, sin recursos para escapar ni para protegerse, sin voz para que el poder los escuche, son los principales perjudicados por la violencia. Este es el retrato que Valeria me mostró de su hermana en el hospital, lo llevaba en la cartera:

Favela Tour (un polémico recorrido por la Rocinha)

Se trata de una de las visitas más polémicas en la ciudad de Río de Janeiro. Tanto es así que la agencia oficial de turismo, Rio Tour, la omite de su lista de recomendaciones. Sin embargo, los responsables de Favela Tour, que organizan dos recorridos diarios por los barrios marginales de la gran metrópoli carioca, afirman que debería ser un destino insoslayable para los turistas, ya que en estos barrios vive el 20% de la población de Río de Janeiro, más de un millón de personas.

Movido por la curiosidad, pago los 65 reales (23 euros) de rigor y me sumo a uno de estos tours. Mientras avanzamos hacia nuestro primer destino, la favela de Villa Canoas, el guía, Alberto, realiza en inglés una somera introducción a la cultura brasilera. Ofrece algunos datos interesantes: tasa de alfabetización, que es del 87%, salario mínimo, que no supera los 350 reales (126 euros – Lula ha prometido un aumento en breve). Nos comenta que en Río de Janeiro hay 750 favelas.

Después sigue por una serie de tópicos prescindibles pero que, ante la cara de fascinación de mis compañeros de viaje (un estaodunidense, un australiano, dos daneses y una pareja de franceses que no habla inglés, por lo que no se entera de nada), creo que tienen sentido. Estos tópicos van desde Pelé al Carnaval, a la alegría de los brasileros a pesar de la violencia y la miseria (lo cual es cierto).

También dedica buena parte del trayecto a hablar de fútbol, lo cual, dada mi supina ignorancia en materia deportiva, me parece muy interesante. Nos muestra el estadio del Flamengo, situado en el barrio de Gávea, y señala que este equipo local tiene nada más y nada menos que 30 millones de seguidores.

Villa Canoas es, con todo respeto, una favela «cinco estrellas». Nada que ver con el complexo de Alemao o con Acarí. Primero, porque no tiene traficantes. Segundo, porque sus casas presentan un aspecto humilde pero digno: paredes pintadas de colores, calles asfaltadas, bien señalizadas.

Villa Canoas se encuentra en São Corrado, una de las zonas más ricas de la urbe carioca. Nació cuando los trabajadores del lujoso campo de golf de la zona se comenzaron a radicar en los morros vecinos para no tener que viajar cada día hasta la periferia. En algunas partes conviven las austeras moradas de la favela con las mansiones de los ricos, separadas apenas por una calle.

De Villa Canoas nos dirigimos a la Rocinha, la favela más famosa de Brasil hasta que salió la película «Ciudad de Dios». Los datos oficiales señalan que cuenta con 60 mil habitantes, pero nuestro guía afirma que esta cifra podría ascender hasta 160 mil, por lo que contaría con el mismo número de residentes que el barrio de Copacabana.

La parte baja de Rocinha me sorprende por el desarrollo del que goza. Farmacias, bancos, tiendas de electrodomésticos. «La gente de la ciudad comprendió que podía invertir aquí también, que este es un mercado próspero para los negocios», nos explica Alberto.

Curiosamente, una de las principales calles comerciales se llama Via Apia, como la famosa calzada romana (via Appia). A pesar de la impresión de calma y normalidad, Alberto me dice que los traficantes están a la vuelta de la esquina, donde tienen una «boca de fumo» desde la que venden la droga tanto para los habitantes de la favela como para los que viven en las lujosas casas de São Corrado y la Barra da Tijuca. Estos últimos, no la vienen a comprar sino que llaman por teléfono. Y son los jóvenes conocidos como «aviones», quienes bajan del morro y se las llevan a sus domicilios. Un servicio eficiente, sin dudas.

En el camino nos encontramos con otros grupo de turistas. Estos van en un jeep, lo que da a su visita un aspecto de safari, como si estuviesen en una reserva natural masai de Kenia o algo por el estilo. Alberto saca pecho: “Somos el único operador turístico que trabaja con la comunidad”. Y es cierto, Favela Tour dedica un porcentaje de sus ganancias a la escuela Para Ti, que brinda aulas de día a los niños de la favela. Marcelo Armstrong, el joven de São Corrado que creó esta empresa en 1992, quizo desde el comienzo que así fuera, para diferenciarse de otras visitas, para demostrar su compromiso con la comunidad. Como dice en sus folletos: “No é voyeuristico”.

Subimos hacia lo alto del morro. Alberto muestra fotos de Juan Manuel Fangio, cuando corría en su coche de Formula Uno por esta carretera, que unía a São Corrado con el resto de Río de Janeiro, en los tiempos en que aún no existía la favela y esto no era más que selva. Omite un dato, que el quíntuple campeón de fórmula uno, cuyo nombre pronuncia con acento brasilero, era argentino.

Como toda visita turística, esta termina en un lugar de compra de souvenirs. Varios artesanos de la favela ofrecen sus obras a los visitantes. Converso con mis compañeros de viaje. Uno de ellos, el estadounidense, parece impresionado, no deja de tomar apuntes en su libreta. El resto, más bien indiferentes. Ya hablan de la playa a la que irán y de las fiestas que los esperan esta noche.

Alberto me explica que hace tres años tuvo aquí una cruel guerra entre los integrantes del Comando Vermelho (rojo), que dominaba la favela. Murieron docenas de personas. Y surgió entonces la tercera facción armada de Río de Janeiro, que poco a poco se ha ido extendiendo por otros barrios marginales: ADA (Amigos de los amigos).

El paisaje desde esta última parada es imponente. El Cristo, la Lagoa, algunos de los barrios más prósperos de Río de Janeiro como Gávea. Un rasgo llamativo de muchas favelas: sus extraordinarias vistas.

Una experiencia llena de contradicciones esta visita matinal a las favelas, que termina con devolución de cada uno de los turistas a su hotel. No entiendo la polémica y la oposición, cuando está organizada con criterio, información y buenas intenciones como lo hace Favela Tour.

Eso sí, tampoco hay que esperar demasiado. No es más que un vislumbre, superficial y fugaz del mundo de la pobreza y la marginación. Depende de cada uno después ahondar, sumergirse, como todo en la vida.

Ver para creer: Bush en las favelas

Lo primero que el presidente Bush ha visto esta mañana al levantarse y caminar hasta la ventana ha sido una favela. Porque el hotel en el que está alojado en la ciudad de Sao Paulo, el Hilton Morumbi, se erige magnífico, refulgente, en medio de un lóbrego mar de barrios de chabolas. Todo un símbolo de las diferencias sociales que asolan a este país desde su orígenes, y que tan íntima relación tienen con la violencia.

Las favelas crecen, avanzan, mutan, con la misma voracidad que tienen sus moradores de progresar, de encontrarse lo más cerca posible de los centros de poder. Tanto es así que parte de la favela de Espraiada, una de las que rodea el hotel Hilton, había reptado hasta la puerta misma del edificio en cuya última planta se ha parapetado Bush.

La policía evacuó esta semana todas las casetas que estaban allí, a pocos metros del hotel Hilton, por motivos de seguridad. Curioso destino el de María da Cruz, una vendedora ambulante que vivía en una de esas miserables chabolas desde hace 16 años: la visita del presidente de EEUU la ha dejado en la calle junto a sus dos hijos. Su testimonio ha ocupado los telediarios brasileros durante los últimos días, sin ninguna denuncia en concreto, pero sí con cierta incomodidad.

El programa de Bush aquí en Brasil incluye hoy la visita a Meninos de Morumbi, un proyecto para niños de origen humilde situado en la favela Paraisópolis. Nada original. Cada líder extranjero que pasa por Sao Paulo termina en la sede de esta ONG viendo cómo los pequeños desfavorecidos cantan y bailan para entretener al visitante. Es la «organización oficial» para dar un perfil social a toda visita política. Por su edificio han pasado Colin Powell, Bill Clinton…

Dicen aquí que Bush está realizando esta visita mejor tarde que nunca, porque siente que Hugo Chávez le está ganando la partida ideológica en el continente. Dicen que la obsesión del presidente de EEUU con Oriente Próximo lo distrajo de América Latina y sus problemas, lo que permitió el avance de su par venezolano, que ha aprovechado su retórica social y su poder derivado del petróleo (que justamente le compra EEUU), para afianzar cierta posición de liderazgo en la región.

Bush viene a la reconquista de América Latina. Lula parece dispuesto a desmarcarse de Chávez siempre y cuando EEUU termine con las trabas comerciales para la exportación de etanol brasilero.

Desde hace décadas, Brasil mueve sus vehículos, ocho de cada diez, con etanol, un combustible derivado de la caña de azúcar y que tiene un menor impacto en el medio ambiente. Por esta razón, a pesar de los atascos, el aire de sus ciudades aún resulta respirable (eso sí, tiene un sutil aroma afrutado).

Ahora que el mundo habla del cambio climático, Lula sabe que tiene una excelente oportunidad para exportar esta tecnología, ya que, inexplicablemente, pocos países la han replicado. (Esto podría generar dos reflexiones: la escasa capacidad comercial para proyectar sus logros de las naciones periféricas, o el enorme poder del lobby petrolífero. O ambas).

Chávez, del que tanto se mofa la derecha española y al que constantemente subestima, se ha movido rápidamente para firmar un acuerdo comercial con Argentina también relacionado con los combustibles, aunque fósiles. Y encabezará un acto en Buenos Aires contra Bush en compañía de las Madres de Plaza de Mayo.

Bush en las favelas. Chávez luchado contra él por la hegemonía económica e ideológica en el subcontinente. Ver para creer…

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Agregado a las 11:52 hora de Brasil: Bush y Lula acaban de dar un discurso frente a la planta de Petrobras donde se produce el etanol. Dicen que han firmado un «acuerdo histórico» de cooperación. Según Lula, esto permitirá no sólo luchar contra el cambio climático, sino que permitirá una distribución de la renta hacia países en desarrollo en América Central, América del Sur y África, que producen la caña de azúcar para el etanol. Se alabó a sí mismo al explicar que todo comenzó en el 2005, cuando convenció a Bush durante un almuerzo de la importancia del etanol como combustible del futuro.

Bush, por su parte, afirmó que desea desarrollar, en cooperación con Brasil, etanol procedente del maíz, de la soja, y puso el énfasis en que sería un motor para el progreso de América Central. Aseguró que EEUU reducirá su consumo de combustibles fósiles en un 20% en la próxima década. E invitó a China e India a seguir un camino similar y orientar sus vehículos hacia los biocombustibles.

Una vez más, escuchar estas palabras de una administración que negaba el calentamiento global, que se embarcó en una guerra infame para controlar las fuentes de petróleo… ver para creer.

Eso sí, Bush ha dicho que, por ahora, EEUU no terminará no con los aranceles ni con los subsidios que impiden que el etanol de Brasil ingrese a sus mercados de forma competitiva. Una vez más, la dualidad de las naciones ricas, que protegen sin pruritos ciertos sectores económicos, cuya liberalización podría beneficiar enormemente de los países pobres, mientras que dicen fomentar el libre mercado.

Otro día de guerra inútil en las favelas (vídeo)

Tres semanas más tarde, he regresado al complexo do Alemao para volver a ser testigo de los enfrentamientos entre la policía y los traficantes. En esta ocasión me animé a ir más adentro aún para conocer la situación de los habitantes de esta favela del norte de Río de Janeiro.

Malditas balas perdidas en Brasil

El pasado miércoles Brasil se conmovió al conocer la noticia de que una joven de 13 años, Priscila Aprígio Da Silva, había sido alcanzada por una bala perdida durante el asalto a una oficina del banco Itaú, en el sur de San Pablo. Ella se encontraba en la parada del autobús cuando el proyectil impactó contra su cuerpo. En ningún momento perdió la conciencia, por lo que pudo llamar a su madre para decirle que necesitaba ayuda. «Mamá, me han dado un disparo, estoy llena de sangre», llegó a decirle.

Al arribar al hospital los médicos descubrieron que la joven quedaría parapléjica a causa del disparo. Lo que conmovió a la gente fue la entereza de la adolescente, ya que dijo que no se sentía triste, y que estaba preparada «para afrontar lo que tuviera que afrontar».

En aquel mismo intercambio de disparos entre la policía y los asaltantes, un hombre que viajaba en un autobús fue alcanzado por una bala. Como consecuencia, perdió una pierna. Entre el miércoles y jueves de la semana pasada, siete personas sufrieron heridas de bala solamente en San Pablo.

Este lunes, en el acceso a la favela Morro dos Macacos, aquí en Río de Janeiro, una joven de 13 años moría al ser alcanzada por una bala con remitente equivocado. Como todos los días, Alana Ezequiel había salido de la favela para llevar a su hermana pequeña, de dos años, a la guardería. Cuando regresaba se encontró en el fuego cruzado entre la policía, que iba en un caveirão (carro blindado), y los traficantes. Del lado de estos últimos, dos delincuentes, de 16 y 17 años, que tenían en su poder una granada, dos revólveres 38 y una pistola 380, murieron.

Hoy he vuelto al Complexo do Alemao, donde hace dos semanas fui testigo de los enfrentamientos entre traficantes y policía. Como resultado de la acción que tuvo lugar a lo largo de este día, nueve personas resultaron heridas, de las que cuatro lo fueron por balas perdidas: una maestra de escuela, un barrendero, un motociclista que pasaba por la avenida… Esta noche montaré un vídeo para contaros mañana todo lo ocurrido.

Como ya imaginarán, antecedentes no faltan de balas perdidas que han terminado con la vida de niños, en este país en el que los jóvenes son los que se llevan la peor parte de la violencia, pues encabezan las cifras de muertos y heridos.

Uno de los casos más recientes tuvo lugar el pasado mes de noviembre, cuando un niño de nueve años, Adriele Medeiros Nobre, murió en el acceso de la favela do Jacarezinho, cuando jugaba junto a su padre. Un disparó lo alcanzó en la espalda.

Ese mismo mes, otro menor perdió la vida, en este caso una niña de seis años, Jessé Veríssimo Arribadlo, cuando andaba en bicicleta en Vigario Peral. El 1 de octubre, Rennan da Costa Ribeiro, de 3 años, murió en brazos de su abuelo durante un tiroteo entre policías y traficantes en la favela Nova Holanda, perteneciente al complexo Maré, el primer barrio marginal que visité al llegar a Río de Janeiro.

En Nova Holanda, cinco menores perecieron a lo largo de un mes. También en Maré, pero en julio de 2005, Carlos Enrique Ribeiro da Silva, de 11 años, cayó fulminado de un tiro en la cabeza mientras jugaba al fútbol. La policía acaba de entrar a la favela.

Quizás uno de los casos más recordados sea el de Gabriel Barros dos Santos, de 6 años, al que una bala fuera de control alcanzó en la cabeza cuando volvía de la escuela en el Morro do Zinco no Estácio, en agosto del año 2002, también en un intercambio de disparos. Los habitantes de la favela incendiaron dos autobuses movidos por la rabia. Un año después, la investigación confirmó que el proyectil había partido del arma de un miembro de la policía militar.

Las estadísticas señalan que un carioca es alcanzado por una bala perdida cada dos días. El 20% tienen menos de 13 años. Ahora que está saliendo los datos sobre exportaciones españolas de armas, creo que es importante recordar que hay ciertas empresas patrias a las que se les han perdido algunos cientos miles de balas en países pobres.

Sería nuestra humilde contribución a un mundo menos violento hacer todo lo posible para que esto no sea así, para que no haya gerentes y directores comerciales que por mejorar la cuenta de resultados, y ganar un par de millones más de euros al año, exporten armas y municiones a países donde corren el riesgo de caer en las manos equivocadas, desoyendo así las recomendaciones, por el momento no vinculantes, de la Unión Europea.

Nega Gizza: hip hop y solidaridad en las favelas (vídeo)

Un breve vídeo sobre la excelente labor que realiza la cantante Nega Gizza en las favelas de Río de Janeiro. Esta tarde tendremos un encuentro digital con ella. Contestará a vuestras preguntas desde la famosa Ciudad de Dios, donde comenzó a trabajar hace diez años.

Con respecto a la favela Acarí, en todo momento hay jóvenes armados por las calles, que se comunican entre sí con walkie talkies. Una experiencia muy estresante caminar por allí. No es poco mérito el de esta mujer, trabajar en semejante ambiente.

Apenas entramos al barrio, dos hombres armados con fusiles 762 nos detuvieron y se situaron a ambos lados del coche apuntándonos hasta que les confirmaron que podíamos pasar. La policía sólo ingresa en las favela en raras ocasiones. Los traficantes son los amos y señores del lugar.

Balas españolas, violencia en Brasil

Me encuentro con Pablo Dreyfus, uno de los mayores expertos en tráficos de armas que hay en Brasil. Trabajó en Ginebra para la prestigiosa organización Small Arms Survey, y ahora forma parte de la ONG Viva Rio, desde donde estudia la relación entre armamento y violencia.

“España llegó a inundar el mercado paraguayo de pistolas en la peor época de violencia en Río de Janeiro, a principios de los años noventa. Desde allí, muchas de estas armas eran traídas a Brasil. Eran básicamente tres empresas, que estaban alrededor de la ciudad de Guernica, y que se fundieron por exceso de producción”, me dice.

“Hoy España, en términos de exportación de armas, ya no es un problema. Si se recupera la industria, empresas como Gabilondo, deberíamos ver qué sucede. Aunque desde 1996 España está sujeta al Código de Conducta Europeo, por lo que no debería exportar a un país como Paraguay con serios problemas de desvío de armamentos”.

“Lo que sí exporta mucho España, y éste sí sigue siendo un problema, es munición. Principalmente calibre 12, de la marca SAGA. Con el agravante de que, en Paraguay, la compra de munición no está suficientemente reglamentada. Los civiles pueden ir y comprar toda la munición que quieran. Cosa que en Brasil se limitó, donde los civiles sólo pueden comprar 50 cartuchos al año. Así que, cuando quieren más, tienen que ir a Paraguay, donde hay mucha munición española”.

“La munición calibre 12 es muy potente, la más potente de escopeta. Y en eso la verdad es que en España se hacen los distraídos con esta clase de exportación”.

Pablo me explica cómo las armas son llevadas ilegalmente desde Parguay a Brasil. Me pasa varios estudios que han realizado en los que se analizan, entre otros, los flujos de armas y munición desde España.

Mi idea es recoger toda esta información, así como el testimonio de más expertos, y, al regresar a Madrid, encontrarme con los responsables de las empresas para saber qué opinan. También existen denuncias de munición española que se exporta a Ghana y que terminaba en países en conflicto, lo que podría llegar a sugerir un patrón similar de actuación.

Dejo los primeros pasos de esta investigación, y parto hacia la favela Acarí, uno de los lugares más conflictivos en estos momentos en Río de Janeiro, donde me esperan a las once de la mañana.