Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Entierro y despedida de las víctimas de la masacre de Srebrenica

Las decenas de miles de personas que se habían congregado al alba para participar en el funeral aguardaban con paciencia a que políticos y líderes religiosos acabaran sus farragosos discursos. El sol y el calor, que reverberaban y se potenciaban en las márgenes del río Drina, no hacían más fácil la espera.

Después de que el último de los imanes repitiera la idea expresada por cada uno de sus antecesores ante los micrófonos – que las víctimas de la masacre de Srebrenica no deben ser olvidadas para evitar que hechos semejantes se repitan en el futuro –, dando así por terminado el acto, la multitud se lanzó a levantar los ataúdes y llevarlos hasta las tumbas abiertas.

775 ataúdes verdes que flotaron entre las cabezas de la gente, pasando de mano en mano. Palas que empezaron a mover la tierra, a resplandecer en la límpida luz del mediodía. Nubes de tierra. Rostros sudados. Y una vez que el cuerpo sin vida desaparecía bajo la superficie, la familia que se acuclillaba junto a la lápida y pronunciaba una oración.

El último adiós a un ser querido cuyos restos estuvieron perdidos durante 15 años. El final de tantas incertidumbres, esperanzas truncadas y especulaciones. Un proceso de catarsis colectiva de las familias, amigos y conocidos de esos 775 asesinados en la masacre de Srebrenica que finalmente el domingo encontraron sepultura.

Entre la multitud coincido con el periodista Gervasio Sánchez, que me habla de un tema que poco hemos tratado en este blog: los desparecidos de la guerra. Cuestión que sigue desde los albores de su trabajo y que dentro de poco plasmará en una nueva exposición, cuyo epílogo serán los desaparecidos del franquismo. Dice que a estos últimos va a dedicar los próximos años de sus trabajo.

La entrevista completa a Gervasio Sánchez en el vídeo que viene a continuación y que la banda ancha bosnia lleva toda una noche subiendo…

El desfile de los muertos de Srebrenica

Esta mañana los sarajevitas paraban, dejaban de hablar y se volvían sobre sí mismos en actitud circunspecta y respetuosa ante el lento trajinar de los camiones que cargaban los féretros de las víctimas de Srebrenica. Otros 775 cadáveres, recuperados de fosas comunes a lo largo del pasado año, que este domingo se sumarán a los 3.749 que yacen en el memorial de Potocari.

El 11 de julio de 1995, unos ocho mil varones musulmanes fueron asesinados por las tropas serbobosnias del general Ratko Mladic. Srebrenica se convirtió así en el mayor de los crímenes cometidos en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Cada aniversario decenas de miles de personas marchan a la ciudad para honrar a los muertos. Este domingo el acto será más multitudinario aún, pues se cumplen 15 años de la masacre.

El Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY) trabaja con una lista de 21 militares serbobosnios a los que considera responsables de lo ocurrido. En 2004, Radislav Krstic, mano derecha de Ratko Mladic, fue sentenciado a 35 años de cárcel. En 2008, la justicia dio finalmente con Radovan Karadzic, considerado el planificador de la masacre. El pasado 10 de junio, otros dos militares fueron condenados a cadena perpetua por los hechos. Ratko Mladic continúa huido de la justicia.

Al recordatorio de las víctimas asistirán también los mandatarios de Turquía, Serbia y Croacia. Tras terminar la guerra, Bosnia Herzegovina se dividió en dos entidades según lo acordado en Dayton: la Federación de Bosnia-Herzegovina para musulmanes y croatas y la Republika Srpska para los serbios (lo que no implica que estas comunidades hayan dejado de convivir en los mismos territorios, se encuentren irremediablemente escindidas, como me pide que matice Ana Alba). El primer ministro de la administración serbia, Milorad Dodik, sostiene que las cifras se han exagerado y que los muertos no superan los 3.500.

Como una suerte de contrapartida a esta negación de la verdadera dimensión de la masacre, la asociación Mujeres de Negro lanzó el jueves en Belgrado la iniciativa «Un par de zapatos, una vida», cuyo objetivo es reunir 8.372 pares de zapatos, tantos como fueron las víctimas de la matanza, que serán utilizados para construir un monumento de homenaje en la capital serbia.

En apenas unas horas partiremos hacia Srebrenica, pues tan masiva será la afluencia que resultará difícil encontrar sitio para pasar la noche hasta el comienzo de los actos del día domingo. Compañeros que conocen tan bien la realidad de este país como Gervasio Sánchez y la ya mencionada Ana Alba- y cuyas crónicas podéis seguir en sus respectivos periódicos – estarán también allí. De lectura para el viaje: «Postales desde la tumba», de Emir Suljagic.

Foto: Getty Images.

Estar y no estar en Sarajevo

Esta profesión obliga a menudo a realizar piruetas físicas y emocionales de las que no resulta nada sencillo volver a recobrar el equilibrio. Ayer la euforia contenida del fútbol, el calor agobiante y el alborozado griterío de las piscinas en Madrid; y hoy el cielo encapotado de Sarajevo, las gélidas calles del barrio austrohúngaro y los desgarradores testimonios de los miembros de la Asociación de Supervivientes de los Campos de Concentración.

Desde primera hora de la mañana escucho y tomo apuntes. Algunas personas muestran reticencias más que comprensibles a evocar el pasado. No hay presión de mi parte. Ni siquiera hay preguntas. Escucho lo que quieran compartir. Ya bastante generosos son al recibirme.

Y más aún de la manera en que lo hacen: me entregan informes, me muestran fotos; mapas, entre tazas de café y bandejas de dulces según exige la tradición en estas latitudes.

Alisa, la directora de la organización, sostiene que no le gusta pensar en lo que padeció en el campo de concentración de Kula, que sólo quiere rodearse de gente alegre, que la haga reír. “Claro que trabajo aquí, y que tenemos más de 6.000 socios, y que hablamos muy a menudo de lo que nos pasó, pero cada vez que lo revivo después tengo que tomar pastillas para serenarme”, confiesa.

Asim, policía cuando estalló la guerra en 1992, trae una carpeta con recortes de periódico. «Soniboj Skiljevic fue el director del campo de Kulsa. El año pasado lo condenaron a ocho años de prisión», levanta una página del diario Oslobodenje – «libertad» en bosnio – en la que resalta una foto en blanco y negro. «Alisa lo conocía, era su vecino en el barrio. Yo también conocía al hombre que más daño me hice durante los 106 días que estuve encerrado. Era un serbio que trabajaba conmigo en la policía».

Otras personas, como Dina, llegan deseosas de hablar, de levantar la voz para que el mundo no olvide su sufrimiento. “Desde que me dijeron que venías llevo días pensando, y creo que este es el momento de que cuente lo que nunca he contado”, se explica inquieta sobre el sofá de terciopelo rojo del aula de informática de la asociación.

Un confesor de avión

A parte de malabarista, esta profesión tiene algo de confesor anónimo, eventual. Después de todo se trata de alguien dispuesto a escuchar a quien quizás no vuelvas a ver en tu vida, similar a esa persona con la que coincides en un hotel, en un avión, en un aeropuerto, y a la que le confías remordimientos, historias, transgresiones, miedos, que quizás a pocas personas de tu entorno contarías.

Dina habla con tanta pasión que Asmira, mi traductora, no se anima a detenerla. Tenía 20 años cuando la arrancaron de su casa junto a su bebé de 16 meses y la encerraron en el campo de concentración. Malvivía junto a un centenar de mujeres y niños en un antiguo almacén de harina. “Los soldados serbios nos gritaban que nos iban a violar. Yo me ensuciaba, me afeaba y me escondía debajo de una mesa con mi hijo. La única guardia mujer, Lyilya, te hacía una pregunta y si no le respondías te daba una paliza”.

Dina sigue adelante con su relato. Lucho por no perder la concentración pero aún no he llegado del todo a Bosnia Herzegovina. No he tenido suficiente tiempo ni horas de sueño para estar aquí en una pieza. Parte de mi se encuentra flotando entre Madrid y Sarajevo, mirando por la ventanilla los picos nevados que ascienden entre las nubes, quizás los Pirineos, quizás los Alpes. Más que nunca me siento como un escucha ocasional, de avión.

Ciudad sitiada

Las ideas dan vueltas en mi cabeza de las misma forma deshilvanada y confusa que en esta entrada del blog. Mi mirada se distrae en un mapa que cuelga detrás Dina. Un mapa de Sarajevo rodeada de tanques, cañones y morteros. “Sarajevo 1992, 1993, 1994, 1995”. La ciudad sitiada que describe Dzevad Karahasan en “Sarajevo, diario de un éxodo”, libro que empecé a leer en Barajas y que terminé cuando el vuelo de Lufthansa planeaba sobre los campos perfectamente recuadrados, delimitados, rasurados, de la periferia de Munich.

Una obra extraordinaria, ya que con una prosa racional hasta el paroxismo, desapegada y retórica, logra conmover profundamente. Mientras más contención verbal, mayor parece ser la hondura de los latigazos de emoción que atiza al lector.

Quizás el ensimismamiento que se apodera de mí mientras Dina no deja de hablar, y Asmira toma apuntes a la espera de poder reproducir sus palabras, no sólo se deba a la fatiga y al cambio de geografía, sino a que siempre que nos enfrentamos a nuevo paisaje humano lo hacemos desde nuestras experiencias pretéritas (de allí también el tono más íntimo de esta entrada, que dejaré atrás en los próximos días).

Y en este caso no puedo dejar de pensar que la Sarajevo cerrada a cal y canto que recrea Dzevad Karahasan es la franja de Gaza que conocimos en este blog en julio, agosto y septiembre de 2006, cuando las bombas caían desde la frontera, los tanques arrasaban los cultivos y nadie podía salir ni entrar de aquel territorio que aún hoy continúa sitiado.

Por muchas características, el sitio de Sarajevo recuerda a las guerras medievales y los asedios de las ciudades de entonces, mejor preparadas para aquel tipo de combate. Recuerda aquellas guerras no sólo por el cerco total de la ciudad y la táctica bélica de “tierra quemada”, sino también por los “medios de apoyo” con los que se lucha.

Esos medios indirectos de luchar acostumbran a poner en práctica el asesinato de la ciudad y de sus habitantes mediante el hambre, la sed y el expolio de las premisas existenciales básicas. En Sarajevo, desde el principio del sitio, el Ejército Popular Yugoslavo cortó el agua y la luz, impidió la llegada de alimentos y medicinas, de combustible o leña para las calefacciones y de los artículos más elementales para mantener la higiene.

Las brutales críticas de Dzevad Karahasan a la indiferencia de Europa, a la pobredumbre humana que esta actitud denota, también podría encontrar cierto paralelismo con la relación de este continente hacia el destino de los palestinos.

Dina parece no hacer pausa siquiera para respirar. Continúa cabalgando a lomos de las experiencias sufridas. Asmira no puede más, se emociona. Me visitan los recuerdos del primer día en Gaza. Los tanques Merkava israelíes se acababan de ir del campo de refugiados de Al Maghazy. Igual de confuso, de ensimismado que ahora – sin saber bien qué parte de mi estaba en qué sitio – saqué la libreta y comencé a tomar apuntes. Persona tras persona. Dueños de casas destruídas, de fábricas arrasadas, de cultivos pisoteados por las excavadoras. La única diferencia fue que aquella heridas acababan de ser abiertas.

Foto: Dina en la oficina de ACCTS, Sarajevo (HZ)

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Camino a Sarajevo

Sufrió un asedio sin precedentes en la historia de la guerra moderna europea. Más de 1.400 días bajo los disparos, las bombas y el bloqueo de las fuerzas serbias. Desde el 5 de abril de 1992 hasta el 29 de febrero de 1996.

Once mil personas perdieron la vida a pesar de la “protección” de las fuerzas de la ONU. Otras 50 mil resultaron heridas. El 85% de las bajas pertenecieron a civiles, entre los que se contaron 1.500 niños. El impacto promedio de proyectiles sobre la ciudad era de 329 cada día. El 22 de julio de 1993 se escucharon y sufrieron 3.777 detonaciones.

Morteros de 120 milímetros, los más cruentos, como los que el 5 de febrero de 1994 cayeron sobre el mercado de Markale matando a 68 personas. Se la llamó la primera masacre de Markale. Y al igual sucedió en la localidad libanesa de Qhana, tiempo después tuvo lugar una segunda masacre.

El 28 de agosto de 1995, otra ronda de munición serbia terminaba con otra ronda de vidas de musulmanes bosnios. Así como la primera matanza de Qhana obligó a Ariel Sharon a detener su avanzada sobre Líbano, la segunda masacre de Markale fue empleada por la OTAN para justificar su bombardeo de posiciones serbias. Después vendrían los acuerdos de paz de Dayton.

El 5 de diciembre de 2003, el oficial Stanislav Galić fue condenado a 20 años de cárcel – que el Tribunal de Apelación convertiría en cadena perpetua en 2006, que desde 2009 cumple en Alemania – por el Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia (TPIY) como consecuencia de los crímenes cometidos durante el asedio de Sarajevo, entre los que se incluyeron la primera masacre de Markale. Su sucesor, Dragomir Milošević, recibió una condena de 33 años por crímenes contra la humanidad y de guerra.

Pazite, Snajper! (¡Cuidado, francotirador!) , se escuchaba a menudo en esta ciudad que se llenó de «avenidas de francotiradores», que sufrió la limpieza étnica y la violación sistemática de mujeres, que si siguió vinculada de alguna forma al resto del mundo fue gracias a un túnel que servía para ingresar los alimentos, las medicinas y las municiones.

Cruce de carreteras entre Oriente y Occidente, Sarajevo forjó su identidad de las influencias de los imperios de Roma, Venecia y Viena; de Bizancio y del imperio Otomano. Supo hacer frente a los 1.400 días de asedio con un espíritu de superación y resistencia que sorprendió al mundo, y del que se convirtió en un ícono el chelista Vedran Smailović y la ganadora del concurso Miss Sarajevo, Inela Nogic. Si todo sale bien, mañana al mediodía estaremos allí.

Como compañeros en el avión, dos libros recomendados por Ramón Lobo: «Postales desde la Tumba», de Emir Suljagic y “Sarajevo, diario de un éxodo” de Dzevad Karahasan.

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