Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

Archivo de septiembre, 2012

Sin paz para la prensa en Somalia: 17 periodistas asesinados en 2012

Hay posguerras que son inclusive más brutales que las propias guerras, en especial para la prensa. Los combates abiertos han cesado pero el lenguaje que predomina es el de las armas, en gran medida gracias a la impunidad que da la ausencia de un Estado eficiente. Y los periodistas que salen ávidos a contar historias chocan de frente con esa violencia que intenta acallar las denuncias de crímenes pretéritos, ajustar cuentas o mantener el silencio con respecto a estructuras corruptas.

Periodistas de Radio Mogadiscio siguen transmitiendo cada día a pesar de la violencia. Septiembre 2011, Somalia. (Foto: Hernán Zin)

Lo vimos en estas páginas en la República Democrática del Congo, con el cobarde asesinato de Didace Namujimbo, periodista de Radio Okapi, que tanto me ayudó en julio de 2008 cuando desembarqué en Bukavu para rodar el documental “La guerra contra las mujeres”.

Tres meses más tarde, varios hombres lo esperaban en la puerta de su casa para matarlo. Un destino similar al que había sufrido antes Serge Maheshe, otro reportero de la independiente Radio Okapi, auspiciada por Naciones Unidas.

Muertes que reflejan una realidad tantas veces ignorada: la mayoría de los periodistas asesinados son locales y no extranjeros, aunque la prensa preste mayor atención a estos últimos. En 2011, la relación fue de un 84% de reporteros nacionales muertos frente a un 16% de corresponsales, enviados especiales y free lance llegados desde otros países.

El 60% perdió la vida mientras cubría noticias políticas y apenas el 20% en conflictos armados. Un 33% era freelance. Un 98% eran hombres. Y el 100% de los casos, atención, ha quedado impune. Pakistán, Irak, Libia y México eran los lugares más peligrosos en 2011 para ejercer este oficio.

Mogadiscio, ciudad enemiga la prensa

Tras 21 años de muerte, anarquía y violencia endémica, la guerra en Somalia parece haber llegado a su fin esta semana con la toma de Kismayo – el gran bastión de los islamistas en el sur del país -, por parte de las tropas de la Unión Africana.

Como vimos en nuestros últimos viajes a Mogadiscio, la capital fue liberada de Al Shabab hace 13 meses. Llevaba años dividida en dos, con una clara línea separando a los bandos como Sarajevo en los 90 y Beirut en los 80.

La retirada de los fundamentalistas, que contamos con Jon Sistiaga para Canal Plus, resultó ser más letal para los periodistas que la propia guerra. En aquel reportaje conocimos a Abdi Aziz Mohamed, un periodista de Radio Mogadiscio apodado “África” al que varias veces Al Shabab puso precio a su cabeza. A pesar del final del conflicto abierto en la capital, “África” apenas abandonaba la emisora por miedo a lo que le pudiera pasar.

Desde entonces, en la misma medida en que la llegada de la paz y el fin de conflicto se hacían cada día más evidente, mayor era el número de periodistas somalíes asesinados, hasta el punto de que se ha convertido en el lugar más peligroso del mundo para la prensa. Este es el listado que me envían desde Moga de los compañeros que se han dejado la vida solo en lo que va de año:

. 28 de enero: Hassan Osman Abdi Fantastic (Director de Shabelle Media)

. 22 de febrero: Abukar Hassan Kadaf (Director de Radio Somaliweyn)

. 4 de marzo: Ali Ahmed Abdi (Radio Galkayo)

. 5 de abril: Mahad Salad Adan (Shabelle Media)

. 3 de mayo: Farhan Jeemis Abdulle (Radio Daljir)

. 24 de mayo: Ahmed Adow Anshur (Shabelle Media)

. 7 de julio: Abdiqadir Omar Abdulle (Universal TV)

. 13 de julio: Abdi Jeylani Malaq (periodista, comediante)

. 12 de agosto: Yusuf Ali Osman (veterano periodista del Ministerio de Información)

. 12 de agosto: Mohamud Ali (locutor de la radio Voice of Democracy)

. 16 de septiembre: Zakariye Mohamed Mohamud (cámara freelance)

. 20 de septiembre: Hassan Yusuf Absuge (Radio Maanta)

. 20 de septiembre: Liban Ali Nur (Somali National TV)

. 20 de septiembre: Abdisatar Dahir Sabriye (Somali National TV)

. 20 de septiembre: Abdirahman Yasin (Radio Voice of Democracy)

. 27 de septiembre: Abdirahman Mohamed Ali (Periodista deportivo de Ciyaaraha Maanta)

. 28 de septiembre: Ahmed Abdulahi Fanah (Agencia de Noticias de Yemen)

Desde aquí, nuestros respetos a sus familias y compañeros.

El último día de guerra en Somalia

Quizás este sea recordado en el futuro como un día histórico en Somalia. El día en el que se puso fin a 21 años de guerra civil, anarquía y muerte. Tras casi dos semanas de rumores sobre una ofensiva de las tropas de la Unión Africana contra Kismayo, el último bastión de los islamistas, las noticias que llegan desde el sur del país indican que ahora sí, la batalla decisiva por el control de esta ciudad portuaria de 180 mil habitantes, ha comenzado.

Soldado de la Unión Africana en la última trinchera del frente contra los islamistas de Al Shabab. (Foto: Hernán Zin)

Y lo ha hecho de manera épica, con el desembarco masivo de soldados de la Unión Africana a las 2 AM en unas playas situadas a cuatro kilómetros del centro de la ciudad. Una acción sorpresiva, una inesperada Normandía, que seguramente pocos vislumbraban en Al Shabab, ya que hasta ahora el Océano Índico solo les había traído los esporádicos bombardeos de barcos de guerra.

Una acción que confirmaba el Mayor Emmanuel Chirchir, portavoz del Ejército de Kenia, sobre cuyas pasiones tuiteras ya escribimos en estas páginas. Según ha declarado al NYT, el nombre de la ofensiva es Operación Martillo. Y se trataría de la primera operación militar anfibia de un ejército africano.

Reuters cita a testigos en la propia Kismayo que afirman que Al Shabab disparó a los buques de guerra con fuego antiaéreo, y que luego dirigió sus fuerzas hacia la playa para tratar de repeler el desembarco.

Las fuerzas de la misión de la Unión Africana, llamada AMISOM – con las que en 2010 estuvimos en este blog recorriendo las calles de Mogadiscio -, habrían también entrado por tierra desde las inmediaciones de Kismayo, desde las aldeas que en las que llevan semanas estacionadas, y también estarían atacando ahora mismo desde el aire con aviones no tripulados y helicópteros (como tantas veces han hecho en el pasado).

Cobertura occidental

No queda claro si los barcos de EEUU y Europa de la misión ATALANTA han brindado apoyo y cobertura a la Operación Martillo. De lo que no hay duda es de que esta ofensiva se ha planeado de forma conjunta con altos mandos castrenses estadounidenses y europeos, que son los que supervisan y codirigen la estrategia de las tropas de la Unión Africana en Somalia.

La ausencia de periodistas hace que se dependa para la información de fuentes oficiales y de testigos. Algunos hablan de la presencia de soldados occidentales en el desembarco, lo que resulta difícil de creer. Por su parte, los medios de comunicación de Al Shabab, tanto radio Al Andalus como su cuenta en twitter, continúan activos y minimizando la ofensiva.

Hace 13 meses, los islamistas de Al Shabab perdieron Mogadiscio (semanas más tarde viajamos en estas páginas a Somalia para describir la vida en la recién liberada capital). Desde entonces, el retroceso de Al Shabab ha resultado imparable, hasta el punto de que recientemente sus aliados de Hizbul Islam declararon estar dispuestos a dejar las armas y dialogar con el nuevo Gobierno que asumió el poder el pasado domingo.

Si se confirman las informaciones, la caída de Kismayo sería un golpe del que difícilmente se podría recuperar Al Shabab. Y para Somalia implicaría el final de 21 años de guerra civil. Una razón para el moderado optimismo, pues la salida del gran enemigo islamista implica volver a abrir la puerta a la lucha entre clanes y señores de la guerra.

Sí sería un alivio para la región, sobre todo para la vecina Kenia, que ya se está beneficiando de una espectacular declive en la piratería. La captura de Kismayo marcaría un punto de inflexión que permitiría volver a potenciar el desarrollo turístico y comercial de sus playas y de su puerto en Mombasa.

Algunas historias de cambio (vídeo)

Acomodando y reacomodando la información en discos duros – que son las estanterías y despensas culturales del siglo XXI -, me encontré con un trailer que hice hace cinco años para un proyecto de serie documental que terminó por hacerse realidad aunque con algunos cambios con respecto al planteamiento inicial.

Comparto con vosotros este vídeo que hasta ahora nunca había hecho público – fue una herramienta que usamos para ir a presentar el proyecto a cadenas y productoras – porque está protagonizado por muchas personas que han pasado por estas páginas: desde Agnes Paregio en Kenia, pasando por Beky Kiser en Etiopía o David Earp en la India.

Quizás pueda dar la impresión que es un proyecto cargado de cierto «buenismo», pero no es así. Desde los tiempos en que vivía en Calcuta siempre he sido crítico con las formas de acercarse al otro, de atender sus problemas, desde una posición de superioridad como es la caridad o buena parte de la llamada cooperación internacional.

Una de las virtudes de este nuevo mundo, el de los «7.000 mil millones de habitantes» sobre el que tanto hemos reflexionado aquí, es que las ecuaciones de poder están cambiando y que están dejando en claro que si cientos de millones de personas en África, América Latina y Asia están saliendo de la miseria no es por la caridad o la cooperación al desarrollo sino que es porque finalmente les han dado la oportunidad de abrirse paso por sus propios medios, sin tutelas ni trabas, como parte de pleno derecho de este mundo globalizado.

No, de lo que hablan estas historias es de pasión, de superación personal, creatividad y emprendimiento. Virtudes de las que andamos bastante escasos últimamente en España.

¿El final de 21 años de anarquía en Somalia?

En este blog hemos estado en Somalia en varias ocasiones a lo largo de los últimos años, lo que nos ha permitido seguir de cerca la evolución de unos acontecimientos que hoy parecen indicar que finalmente, tras 21 años de caos, anarquía y ausencia de Estado, la guerra civil que comenzó en 1991 tras la caída del dictador Siad Barre podría estar en sus últimos estertores.

La catedral de Mogadiscio da cuenta en su devastada fisonomía de las heridas dejadas por 21 años de guerra civil (Foto: Hernán Zin).

Hace ya unas semanas que sabíamos que, tras la liberación de la ciudad costera de Merca por parte de las tropas de la Unión Africana, la siguiente ficha en el dominó islamista iba a ser su gran cuartel general y puesto fuerte, Kismayo, que está situada a 582 kilómetros de Mogadiscio, también a orillas del Índico.

De mano en mano

Recordemos que los islamistas, bajo el amplio paraguas de la Unión de Cortes Islámicas (UCI), ganaron el control de Kismayo a principios de 2006. Meses más tarde dominaban buena parte del país. La tropas etíopes que en diciembre de ese mismo año invadieron Somalia con el apoyo de la administración Bush, arrebataron la ciudad a los islamistas. Acción que ayudó a encumbrar al ala más radical de la UCI, Al Shabab, que en árabe quiere decir “los jóvenes”.

Al Shabab logró recuperar su feudo el 22 de agosto de 2008, tras la que fuera conocida como Batalla de Kismayo, que en dos días dejó 89 muertos. Otra vez esta urbe portuaria de 180 mil habitantes fue el trampolín para la posterior dominación del país hasta el punto de que, como vimos en una de nuestras visitas, la propia Mogadiscio estaba dividida – al mejor estilo de la Beirut de los 80 o la Sarajevo de los 90 – entre las fuerzas del Gobierno de Transición y los islamistas radicales.

A punto de caer

Las noticias que desde hace unos días llegan desde el sur de Somalia hablan del avance de las tropas de la AMISOM y del Gobierno frente al retroceso de los combatientes Al Shabab. Finalmente, ayer las agencias de noticias se atrevían a anunciar la retirada de los radicales.

¿Se puede hablar ya con cierta certeza del final de la guerra civil? Todo parece indicar que dependerá de la gestión que haga el nuevo Gobierno de Somalia, que asumió el poder el pasado domingo. Si hace una gestión de los recursos públicos justa, eficiente, más allá de los clanes, que responda a las expectativas generales de la gente de a pie. Una fuerza insurgente como Al Shabab poco terreno podrá recobrar si no es con el apoyo de la población civil.

Quizás ahora, lo más interesante sea analizar cómo fue que los islamistas aliados de Al Qaeda perdieron en poco más de un año el férreo control que ostentaban sobre la mayor parte de Somalia. Repaso de acontecimientos que haremos en una próxima entrada.

Una carretera al infierno en Afganistán (2)

El enorme camión que yacía varado en medio de la carretera obligó al convoy en que viajábamos a detenerse. Durante unos minutos, el oficial al mando de los cuatro blindados MRAP en que nos desplazábamos habló a través del sistema de comunicación con sus subalternos para evaluar la situación.

Soldados de EEUU, Rumania y Afganistán cortan la Carretera Número 1, que une Kabul con Kandahar por la amenaza de una bomba casera. Los vehículos particulares aguardan durante horas bajo el sol (Foto: Hernán Zin).

Tras los cristales tintados, sumidos en el constante resoplar del aire acondicionado, todos observábamos al conductor de aquel transporte de mercancía, que se encontraba con medio cuerpo metido en el motor, sudado, manchado de grasa, tratando de arreglar el mecanismo averiado. Podría tratarse de un infortunado transportista o de un terrorista talibán esperando a nuestro paso para activar la carga explosiva y mandarnos a todos al carajo.

Cuando el comandante dio la orden de avanzar, lo hicimos a una velocidad sumamente lenta. Nos superaban las tortugas, con holgura. O al menos a mí me lo pareció así. No en vano, en un momento me descubrí apretando inconscientemente el suelo del blindado con las botas, como si fuera mi propio coche en Madrid y quisiera acelerar.

Paradójicamente, en otras zonas peligrosas, como lo cráteres dejados por previas bombas caseras (y que los terroristas suelen utilizar para colocar nuevos explosivos), el convoy apretaba más el paso y avanzábamos a la máxima velocidad. Mientras más rápido, mayor la posibilidad de que quien active el explosivo no logre reaccionar a tiempo.

Paciencia, mucha paciencia

Así viajan los militares del ISAF por la Carretera Número de Afganistán, que une las dos principales ciudades del país: Kandahar y Kabul. Como veíamos en la entrada anterior, todo un símbolo de lo que ha salido mal desde la invasión de 2001. La que se suponía que debía ser la espina dorsal de la prosperidad se ha convertido en una gran fosa a cielo abierto, en una ruleta rusa de pavimento, que sólo en 2012 ha engullido más de 200 vidas.

Si es complicado para los militares, con sus coches blindados, y el apoyo de zepelines de vigilancia, aviones no tripulados y helicópteros, para los civiles recorrer esta carretera es un infierno.

Cada bomba encontrada en el camino los obliga a pasar horas detenidos, bajo el implacable sol, esperando a que los desactivadores terminen su trabajo. Las filas de Toyotas Corolla de segunda mano – que al igual que en África es el coche más extendido en Afganistán – y de camiones pintados de colores se extienden a lo largo de kilómetros.

Durante los diversos recorridos que realizamos con Jon Sistiaga por esta carretera hace unas semanas, no en pocas ocasiones hemos visto a conductores enfadados, desesperados, que mandan todo a la mierda y se saltan los controles militares para detener el tráfico o que optan por ir por la banquina, levantando nubes de polvo, incluso a riesgo de llevarse por delante otra bomba.

Un día a día tan tedioso, absurdo y peligroso como la propia guerra que los condena a no poder desplazarse con normalidad.

Una carretera al infierno en Afganistán (1)

Como bien señalaba recientemente The Telegraph, es una carretera que representa todo lo que ha salido mal en Afganistán en la última década. A menos de dos años de la retirada de las tropas occidentales, la ruta que une Kabul con Kandahar representa una herida abierta en la estrategia de ISAF. Una vasta y multitudinaria tumba a cielo abierto que no pasa un solo día sin que reciba nuevas víctimas.

En la Autopista Número Uno de Afganistán, que une Kandahar con Kabul, esperando la desactivación de una bomba situada junto a la carretera (Foto: Jon Sistiaga)

Tras la invasión de noviembre de 2001, provocada por aquellos atentados del 11S de los que hoy cumplimos otro aniversario, se invirtieron millones de dólares para poner en condiciones a esta carretera conocida como la Autopista Número Uno.

¿Por qué tanta importancia? Porque une las dos principales urbes de Afganistán: Kabul y Kandahar. Vertebrarlas, comunicarlas, con su posterior conexión a Pakistán, tiene vital importancia para el despegue económico del país del Hindu Kush.

Además, Kandahar, la antigua Alejandría de Aracosia, es uno de los epicentros de la cultura pashtún y la cuna de los talibanes. Integrarla, abrirla a la capital, al resto del estado y al mundo, nunca fue un objetivo menor en la lucha contra la insurgencia.

Historia de un fracaso

Finalmente, a bombo y platillo, se inauguró renovada 2003. 480 kilómetros de pavimento recién estrenado que resonaban en aquellos tiempos a promesas de democracia, justicia y prosperidad. Y que hoy suenan invequívocamente a muerte y frustración.

Solo en lo que va de año, hubo 190 ataques con bombas improvisadas a lo largo de la Autopista Número Uno. Los ataques con fusiles y lanzagranadas han sido más aún: 284. Un ataque cada poco menos de dos kilómetros de pavimento.

En nuestro reciente paso por Afganistán recorrimos con Jon Sistiaga una parte significativa de la Autopista Número Uno. Como conté aquí hace unas semanas, lo hicimos en un vehículo blindado MRAP para acompañar a los artificieros del Ejército de EEUU que dedican sus días a tratar de desactivar las bombas que cada mañana amanecen a los costados de esta autopista acechando a nuevas víctimas. Un medio de transporte convencional, en la carretera más peligrosa del país, hubiese resultado una locura para dos extranjeros.

En la próxima entrada, algunas pinceladas del recorrido por esta auténtica Highway to Hell

Once años de guerra y un millón de niños hambrientos en Afganistán

“Los EEUU anuncian a bombo y platillo que han invertido 300 mil millones de dólares en Afganistán”, nos dice el legendario periodista británico Peter Jouvenal, que entre otros muchos méritos puede decir que fundó Frontline y entrevistó junto a Peter Bergen a Bin Laden para la CNN. “Ese dinero se ha ido principalmente a mantener la infraestructura de los americanos, a bases como la que ustedes han estado, Kandahar. No ha llegado a la gente”, sostiene.

Niño afgano que se encuentra con patrulla a pie de soldados de la 82 Aerotransportada en el valle del Tagab (Foto: Hernán Zin).

Es cierto que apenas dos días antes de volver a Kabul y alojarnos en la Gandamack Lodge, propiedad del mismo Jouvenal, habíamos estado en la base de Kandahar, llamada oficialmente Kandahar Air Field, y conocida, por esa costumbre castrense de hablar más en siglas y acrónimos que en cristiano, como KAF.

Al caminar por KAF durante la noche, mientras no dejan de despegar los F16, los drones y los helicópteros Chinook, Black Hawk, Apache – y tú te preguntas cómo consigue alguien dormir con semejante estruendo que no para hasta la madrugada – se tiene la impresión de que lo que allí de ningún modo ha faltado es dinero.

Se trata de una ciudad estadounidense, no en su versión más impoluta y prístina sino en lo que podríamos llamar un modelo Mad Max, pero una ciudad estadounidense al fin y al cabo, allí en medio de Kandahar, de la antigua Alejandría de Aracosia, y lo que es más extraordinario aún, en medio del desierto.

Niños víctimas de explotación laboral que fabrican ladrillos en el sur de Afganistán (Foto: Hernán Zin)

En versión Mad Max porque las grandes camionetas Ford F150 no llevan matrícula, aunque sí se detienen en los pasos de cebra para dejar pasar a los soldados y contratistas que desde que cae el sol deben llevar una cinta reflectante alrededor de la cintura o el pecho (a medida que pasan los días y que se multiplican los casos de soldados afganos que matan a sus pares occidentales, en lo que se conoce como en la jerga como green on blue, aumenta el nivel de alarma en KAF y más militares salen a pasear, cenar o hacer deporte, con sus fusiles y pistolas a cuesta).

Apaga el aire

Casas, iglesias, supermercados, comedores, gimnasio, tiendas, que se encuentran no en edificios con estructuras de hormigón sino en conjuntos de contenedores con ventanas y puertas y en casas prefabricadas. Todos, siempre y a cada instante, enfriados por un ejército de aires acondicionados cuyo estruendoso funcionar logra opacar por momentos el ruido procedente de la pista de aterrizaje de KAF.

Aquí y allá, por toda la base, y por todas las bases de EEUU en Afganistán, grandes pilas de botellas de agua, que yacen sin coste alguno, para que quien quiera pueda coger una y beberla. Montañas de líquido y plástico que te sorprenden en cada esquina y que garantizan de que en tu misión en e Hindu Kush podrás morir de cualquier cosa menos de sed.

A esas horas, decenas de hombres y mujeres se dirigen al centro de la base, al que llaman Boardwalk. Un paseo que tiene librerías, peluquerías y restaurantes tan célebres como Friday’s, y en cuyo centro hay campos de fútbol, hockey y baloncesto, y mesas de madera para cenar bajo la luz de las estrellas (que, por cierto, resplandecen en el cielo del desierto con absoluta rotundidad).

Robots vs burros

Más surrealista parece KAF cuando finalmente sales en patrulla con las fuerzas de EEUU y descubres que en los pueblos de Kandahar la gente sigue viviendo en casas de adobe, sin electricidad ni agua corriente.

Cuando te dicen que no puedes ir en determinado blindado porque en su interior hay ingenios tecnológicos de millones de dólares que cuya fisonomía no puede ser de conocimiento público pues eso beneficiaría al enemigo. Ese blindado que observas desde la ventanilla del tuyo del mismo modo en que los niños harapientos, con la cara llena de mocos y despeinados, lo observan al pasar desde sus casas, ya sin saludar como sí hacían una década.

Cuando vuelves a Madrid y descubres un informe respaldado por la ONU que sostiene que más de un millón de niños en Afganistán pasa hambre. Y que la mayoría de esos niños se encuentra en la provincias del sur de Afganistán: Helmand y Kandahar.