Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

Volar para contarla: pinchazo y aterrizaje de emergencia en Somalia

El avión avanzó por la pista de tierra del aeropuerto de Galkayo con paso torpe, atropellado, balanceando aparatosamente las alas mientras luchaba por alcanzar velocidad. Según nos dirían más tarde los pasajeros, en algún momento del carreteo se escuchó una fuerte explosión que hizo que se miraran unos a otros atemorizados. Ni los pilotos, ni yo que iba con ellos en la cabina, percibimos el estruendo. Afortunadamente.

Pilotos kenianos tras doce horas de volar por Somalia. Foto: HERNÁN ZIN.

Lo que sí hicimos fue respirar con alivio cuando aquella ciudad perdida en el centro de Somalia, dada a los secuestros y a la violencia como pocas, comenzó a transformarse en apenas una lejana mancha contra un fondo árido, y frente a nosotros, en el horizonte, se fue perfilando el vasto continente africano.

Nos informó del pinchazo Peter, el ingeniero de vuelo. Me tuve que poner de pie para que pudiera entrar en la cabina. «El neumático quedó inservible. Habrá que cambiarlo cuando estemos en tierra», afirmó en inglés con acento keniano. «¿De qué lado está?», preguntó Charles Waruru, el capitán. «Del derecho».

Acto seguido, Waruru cogió el intercomunicador, carraspeó para aclararse la garganta y se dirigió al pasaje: «Señoras y señores, como muchos de ustedes ya han notado hemos sufrido un leve percance al despegar. No hay nada de lo cual preocuparse. Por razones de seguridad no volveremos a Galkayo sino que nos dirigiremos al aeropuerto de Wajir, donde cambiaremos el neumático averiado…»

Debo confesar que la alocución del piloto se me hizo eterna mientras trataba de vislumbrar si bajo aquel tono cordial, de profesional en control de la situación, había algo que debía inquietarme. Alguna sutil grieta de temor. Apenas concluyó, con el habitual «que tengan un buen viaje», se lo pregunté.

– Tenemos dos neumáticos – me dijo sonriente -. Dos de cada lado. Así que a menos que se pinche otro, todo debería ir bien.

Razones para confiar en Charles Waruru no me faltaban. Desde las siete de la mañana habíamos estado aterrizando, despegando y volando por buena parte de la geografía septentrional de Somalia: Hargeisa, Garowe, Bosaso, Galkayo, y ahora Wajir para luego seguir camino rumbo a Nairobi. Un trayecto que realizaba dos veces por semana arriesgándose a sufrir atentados o ataques en un territorio que lleva nada más que veinte años en guerra civil.

Morteros en Mogadiscio

De los ataques fue uno de los temas sobre los que más hablamos a lo largo de las doce horas que pasé en la cabina junto a él y a su copiloto, un corpulento sij keniano llamado Raju, que también desprendía calma y profesionalidad. En un momento pensé que, de sufrir un accidente, alguien tendría que sacar lo que quedase de mí de entre esos dos hombres con los que estaban encerrado en la cabina. En un espacio tan pequeño y entre medio de tanta palanca de metal y reloj, no iba a ser una labor sencilla.

– Estábamos aterrizando en Mogadiscio cuando el controlador aéreo nos empezó a gritar: “Marchaos, marchaos”. Y se quedó en silencio – se había arrancado a contar un par de horas antes Waruru, al poco tiempo de dejar atrás Bosaso, cuna de la piratería en Somalia -. Pero ya era muy tarde para remontar el vuelo, teníamos la ciudad enfrente, así que continuamos avanzando.

En ese avance les cayó primero un mortero a la derecha, y luego a la izquierda.

– Nos dirigimos rápidamente al aparcamiento para que subieran los pasajeros y otro disparo de mortero cayó en la pista. Pasamos mucho miedo. Todos corrían.
Cuando el pasaje estuvo completo cerramos la puerta y nos fuimos.

En Mogadiscio la pista corre paralela al océano y a la ciudad. Esto obliga a los aviones a tratar de permanecer el mayor tiempo posible sobre el agua antes de girar bruscamente para dirigirse al aeropuerto. Estrategia que hasta en un momento dejó de ser útil: cuando los insurgentes de Al Shabab comenzaron a aguardar en botes, con sus RPG en alto.

Waruru sostiene que les han disparado en docenas de ocasiones, pero que aquella fue sin dudas en la que más cerca estuvieron de no contar la historia. Raju asiente. Como precaución, lo que hacen es evitar volar por encima de pueblos y ciudades antes del aterrizaje, pero siempre hay un momento vulnerable por más maniobras que realicen.

– Que te dispare Al Shabab es una cosa, pero alló donde no está Al Shabab también te disparan. Yo creo que es por diversión. Jóvenes que ven pasar un avión y se retan a ver quién le da. ¿Puedes? Y quizás apuestan algo. Este un país salvaje, con muchas armas, muchos años de guerra y sin ley.

4 comentarios

  1. Dice ser Gonzalo

    Hernán,
    Como siempre muy interesante.

    Abrazo

    18 febrero 2012 | 13:54

  2. Dice ser porlajeta güeb

    A mi me pasa una de esas y tienen que bajar de golpe por el olor a «mierda»… literalmente me cago encima.

    Un saludo

    http://porlajeta.es/tecnologia/1838-david-hockney-pinta-con-el-ipad.html

    19 febrero 2012 | 13:48

  3. Dice ser Sonrisa Radiante

    Historias para no dormir……..abrazos.
    S.R.

    20 febrero 2012 | 21:08

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