Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

Uganda: 20 años de guerra olvidada

Es uno de los conflictos más largos, sangrientos e ignorados del continente africano. En casi dos décadas ha provocado dos millones de desplazados y más de 120 mil muertos.

El epicentro de esta tragedia es el norte de Uganda, donde las tropas del gobierno central se enfrentan al Ejército de Resistencia del Señor (LRA), el grupo de fanáticos acerca del que ya escribí hace unos días, y cuyo líder es Joseph Konny, uno de los hombres más buscados y perseguidos de toda África.

El LRA comenzó a luchar contra la admnistración de Kampala por motivos políticos, pero con el tiempo se fue convirtiendo en una suerte de secta mesiánica que dice querer imponer los Diez Mandamientos. Para ello corta los brazos, la nariz y los labios a los campesinos que encuentra en su camino, secuestra a niñas para convertirlas en esclavas sexuales y a niños para hacerlos soldados.

Cuando llegas a Gulu, la principal ciudad del norte del país, te encuentras con un panorama muy similar al de Juba, en el sur de Sudán. Calles de tierras, precarias casas de ladrillo, chozas; gente que se mueve principalmente en bicicleta, a pie; cabras, vacas; y cientos de camionetas blancas de organizaciones internacionales como Naciones Unidas, el ACNUR o UNICEF, y de más de cuarenta ONG que intentan paliar el sufrimiento de los habitantes de esta zona del mundo.

Como las acciones del LRA están dirigidas principalmente a aterrorizar a los campesinos, estos no cultivan sus tierras. Y el Programa Mundial de Alimentos (PAM) distribuye miles de toneladas de granos en los campos de desplazados a los que se ha ido a vivir la población civil. En Gulu hay grandes almacenes del PAM de los que salen asiduamente camiones protegidos por carros de combate para prevenir posibles ataques.

Varias organizaciones y periodistas han criticado al PAM por haber contratado a una empresa privada para realizar la distribución. Parece que la tendencia de privatizar la gestión de los conflictos armados se está haciendo cada día más extendida, y que no son pocas las personas que se están haciendo ricas a su costa, lo que merecería un amplio debate. (Por mi parte, haber sacado la siguiente foto, en la que se ve a un camión llegando a un campo de desplazados, me valió una reprimenda de un oficial local de Naciones Unidas. Me dijo que necesitaba permiso especial para poder sacar esas fotos y que, si no dejaba de hacerlo, me iban a quitar los equipos. «Sí, ya mismo llamo a Kofi Annan y se lo pido», le respondí y guardé la cámara, con un enorme cabreo, como es lógico, y sin entender por qué no puedo retratar una actividad humanitaria que se paga con nuestros impuestos).

El objetivo obligado de toda visita son los campos de desplazados en los que buscan refugio los campesinos que huyen aterrorizados de la violencia del LRA. Llegar a ellos no resulta sencillo. Antes de hacerlo, los miembros de la ONG que me llevan realizan diversas llamadas para ver las condiciones de las carreteras y asegurarse así de que no hay noticias de que el LRA se encuentre en la zona y nos pueda tender una emboscada.

Salimos, recorremos carreteras desiertas, pues aún es temprano y la gente no puede abandonar los campos de desplazados hasta las diez de la mañana. El panorama en el asentamiento de Bobby, que alberga a más de 40 mil personas, es desolador. El conflicto armado mantiene cautivos a quienes viven aquí. Los hombres pasan el día sentados, jugando a las cartas, sin nada que hacer. Son las ocho de la mañana y ya beben alcohol casero hecho con maíz, como el de Kibera (esta vez rechazo la invitación a sumarme a semejante desayuno).

Las mujeres y las niñas salen a buscar leña y agua, poniendo en riesgo su vida, en las horas en que se levanta el toque de queda. El LRA aprovecha estas incursiones para secuestrarlas, violarlas. Pero también dentro de los campos, las mujeres padecen abusos por parte del ejército ugandés, que aplica una política represiva cuestionada por muchas organizaciones de Derechos Humanos.

Me siento especialmente conmovido por las condiciones en que viven los más pequeños: no van a la escuela, habitan choza sucias, miserables, apenas tienen acceso a asistencia sanitaria, y pasan el día jugando sobre la tierra, sin nada más que hacer que esperar a que de una vez por todas se termine este absurdo conflicto del que nadie habla y que nadie parece realmente comprender.

Todos los niños han nacido y se han criado en los campos. No conocen otra realidad, otro mundo, otras fronteras, más que la reclusión y el miedo. Ahora que Joseph Konny se encuentra en el sur de Sudán negociando un hipotético acuerdo de paz, quizás la guerra se termine y ellos puedan volver a soñar con un futuro próspero.

51 comentarios

  1. Dice ser joven pero consciente

    en mi clase hemos visto videos sobre esta guerra…gente que contaba hechos que les habian sucedido y las cosas que decian aquellas personas me llenaban de tristeza…yo tan solo tengo 14 años pero pienso que los politicos deberian mandar ayuda a esa gente, a todos esos niños que no pueden dormir por miedo a ser secuestrados, por aquellos que han tenido que ver como su familia moria sin poder hacer nada.estas cosas deberian ser publicadas mas amenudo y asi la gente podria ayudar de alguna forma…son cosas importantes esa gente necesita nuestra ayuda !

    25 febrero 2010 | 17:09

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