Desinformación

14-02-26tele

6 comentarios

  1. Dice ser Mochilero

    Viene al pelo de la operacion Palace… si por algo la llaman la caja tonta…

    26 febrero 2014 | 13:31

  2. Dice ser SegoviAventura

    Muy buena Mochilero, mi padre dice lo mismo de la tele, jejeje, desde que eramos unos renacuajos.

    26 febrero 2014 | 13:35

  3. Dice ser Al Sur de Gomaranto

    Hay dos maneras de desinformar;
    omitiendo información
    o dando informaciones falsas,
    las dos hacen el mismo efecto
    y no es otro de que,
    el pueblo… no sepa nada
    de lo que acontece o pasa,
    y lo que llegue a saber
    sea el mínimo posible
    o una información trucada.
    Hay expertos en los gobiernos
    sean del signo que sean
    y que su misión consiste
    en alterar la información
    de tal manera que el pueblo
    poco o nada de ello sepa,
    y lo que llegue a sus oídos
    esté tan enrarecido
    que nunca la verdad sepan.
    Y tienen especialistas
    en lavados de cerebros,
    que con desinformaciones
    confunden a ciudadanos
    y a muchos, lo hacen adeptos
    incluso a regímenes tiranos.

    26 febrero 2014 | 13:59

  4. Dice ser Julian Martinez

    Nos encontramos tan adelantados que esta mas que comprobado que el saber y explicarse sabiendo, esto hoy como ayere te puede acarrear un gran disgustó perpetuo para tu vida, ya que automáticamente te clasificaran como persona sediciosa a la que hay que vigilar.
    La verdadera ciencia del saber, esta solo para esos pocos privilegiados que hoy dominan y engañan con ciencia tecnológica. El resto cultura controlada, falsa información con malabarismo, tele-tonta a tope que atonta un tanto, futbol y sus ligas entre otras múltiples de drogas modernas, etc. etc. Porque la coleta es muy larga.

    27 febrero 2014 | 02:10

  5. «Vemos a José K. inmerso en un trabajo que ahora conoceremos, más concentrado y afanoso que nunca, sin prestar atención a su emisora de siempre, rumor de fondo en su costroso transistor. Ha optado por quedarse en la mesa de la cocina —única, por otra parte— en el muy modesto tabuco en el que agota sus años de vejez. Íngrimo en su rincón, alejado de ruidos externos perturbadores, nuestro hombre avanza en su labor. José K., impactado por esta vuelta al siglo XX, o quizá al XIX, o al XVIII, o incluso al XVII o el XVI, a los que nos lleva el ministro Wert y su vuelta a la asignatura de religión, ha decidido preparar un esquema para un próximo libro sobre la materia que se podría dar, por ejemplo, en todos los centros de la Comunidad Autónoma de Madrid.

    Ya lleva pensados algunos capítulos. Tal que la Historia del Vaticano. Ha quedado para más adelante la descripción sobre algunas fruslerías recientes como la del banco Ambrosiano y el ahorcamiento de Roberto Calvi, que se ha quedado enredado José K. en aquellos memorables días en los que los cardenales, directamente, se asesinaban los unos a los otros mientras ponían al frente de la Iglesia a hijos, hijas, queridas y mantenidos. Otro capítulo entretenido podría tratar sobre la Santa Inquisición, métodos y utensilios de tortura, tan eficaces para arrancar senos, romper brazos o arrancar jirones de carne con el misericordioso fin de salvaguardar la fe verdadera: los aplastacabezas, la bota española, el cepo, la cuna de Judas, la silla del interrogatorio, el potro. Por último, está pensando en cómo explicar con detalle el impúdico apoyo de la jerarquía católica a la mugrienta cruzada de Francisco Franco, aquel glorioso general que tras fusilar a miles de españoles entraba en las catedrales bajo palio y al que los cardenales rendían pleitesía medieval. ¡Claro que es conveniente que nuestros infantes estudien tan piadosas gestas!.

    La sintonía del boletín informativo le saca de su ensimismamiento, cual perro de Pavlov, y presta oídos a la actualidad. En mala hora lo hiciera, que otra vez se le revuelven los higadillos y la pajarilla se le arrebola por los adentros. Porque quienes dirigen el mundo han acabado por robarnos, además, el juicio y hasta las palabras. Se divierten con ellas y nos subvierten su significado para que justicia siempre sea lo que les beneficia a ellos y delito lo que a ellos les perjudica. La misma piedra es una joya cuando sale de sus manos, y un simple pedrusco cuando llega a las tuyas. De su lado los campos feraces, del nuestro el barbecho. La culpa, finalmente, como el fracaso, son siempre nuestros, que la recompensa y el éxito siempre premian a los suyos.

    José K. quiere que la asignatura de religión incluya la Inquisición y el apoyo a Franco
    De Wert y la asignatura de Religión, verbigracia, hablábamos. ¿Es una muestra de arcaico y retrógrado clericalismo esa imposición? No, en absoluto. Es anticlericalismo rancio y añoso oponerse a ella. ¿Queda claro? Este malabarismo de conceptos, esta tergiversación de ideas, sujetos, verbos y predicados impregnan todo lo que tocamos. ¡Cómo será de obvio y manifiesto el hurto, la ratería, el latrocinio, que hasta una princesa —¡una princesa, allá en las alturas!— se ha dado cuenta de la existencia de tanto vampiro!

    Insta José K. a seguir el razonamiento de Slavoj Žižek a propósito de la condena en Rusia a las Pussy Riot: “Hay dos tipos de cinismo, el cinismo amargo de los oprimidos que desenmascara la hipocresía de aquellos en el poder, y el cinismo de los propios opresores que violan abiertamente sus propios principios proclamados”. ¿Piden ustedes muestras? Con gusto. Fíjense qué enorme violencia la de esas decenas de ciudadanos que se acercan —solo se acercan— a la vivienda del señor ministro de Justicia a pegarle cuatro gritos y enseñarle unas pancartas. Intolerable, claro: una terrible coacción a la libertad del ministro y de su familia. Por contra, cuánta paz encierra la decisión de Alberto Ruiz-Gallardón de negar a la madre que haga lo que crea conveniente con su vientre. Qué ausente de violencia se muestra la decisión del ministro y todo el Gobierno de obligar a esa madre a convivir —ya sea un día o 30 años— con un ser no querido, haya nacido o no con tal o cual enfermedad. ¿Esos católicos que tanto presumen de amar y respetar al prójimo, por qué obligan —sí, obligan con la violencia de la ley— a tener que aceptar sus creencias sobre algo tan alejado de las competencias de los obispos como la biología? Porque el adusto Antonio María Rouco Varela no parece ser un experto investigador de zigotos, mórulas, blástulas y embriones.

    ¿Cómo es posible que luzcan como grandes genios de las finanzas esos egresados de carísimas escuelas de negocios, que día sí y otro también inventan productos financieros a cuál más complejo para que los bancos que les pagan —con obscena generosidad— puedan engañar más y mejor a sus usuarios y guapear sus socaliñas? ¿Por qué la culpa es del incauto endeudado que se pringó de por vida, se pregunta José K. al borde de la apoplejía, y no del delincuente que vendía basura envuelta en papel dorado? Loado y listísimo quien vendió engaños; culpable, malquisto y bobón quien los compró. Con gran dolor ha observado nuestro hombre que los segundos andan ahora rebuscando yogures caducados en las basuras de los supermercados, mientras los primeros siguen mandando, dirigiendo y ordenando la circulación. Y además, insultan a los más angustiados y empobrecidos: manirrotos, les dicen. Imprudentes, les afean.

    Lucen como genios de las finanzas quienes inventan productos para engañar a los usuarios
    Así llegamos a que los jubilados sean unos insensatos que ponen en peligro el equilibrio financiero del mundo occidental porque piden, gentuza insolidaria, que no les bajen su ya magra pensión o, al menos, que se ajusten a la subida del IPC. Pero en cambio, qué injusto y disolvente —cosas de rojos irredentos— exigir, supongamos, una tasa a las operaciones financieras, una décima de más en las Sicav, o un mayor control fiscal a las grandes fortunas. ¿Qué tal si apretamos un poco las desorbitadas ganancias de ciertos empresarios textiles —espejos de emprendedores— que hacen blusitas en edificios infectos de Bangladesh? Ya sabe José K., ya, que es muy feo decir estas cosas. Una grosería, una muestra de intemperancia. Lo que le asombra es que sea mucho peor denunciar el crimen que cometerlo. Porque los culpables, no hay más que tener ojos, son quienes promueven o mantienen con su acción o falta de ella, tantas y tantas injusticias. Y no, en absoluto, los damnificados por ellas o quienes, adoloridos, claman contra tanta infamia.

    Y ahora, en medio de todos estos desmanes, surge un doloroso trabajo extra, que hay que ver lo acongojados que están Gobiernos y banqueros porque acaban de descubrir que en el mundo existen, qué sorpresa, ciertos lugares de nombres encantadores donde unos desaprensivos depositan miles de millones de euros, sin pagar por ellos ni un céntimo en impuestos ni cosa que se le asemeje. Los llaman, qué bonito, paraísos fiscales. Y es allí donde al parecer, los pobres del mundo guardan sus ahorros. ¡Cuánto trabajador, cuánto pequeño empresario, cuánto autónomo esconde sus miles de millones en las islas Jersey, por citar una simpática localización! Avariciosos y canallas que privan a sus conciudadanos de unos impuestos que permitirían, por lo menos, acabar con la pobreza.

    Porque quién va a creer —anatema— que son esos mismos banqueros y esos mismos gobernantes que tanto sufren —pobres— y que tanto se preocupan por nosotros, los culpables de esa infamia, de esa indecencia cósmica. Oh, no, de ninguna manera, se dice José K., sonrisa de hiena, que anoche, antes de poner término al detallado libro para Wert, había echado un vistazo, una vez más, a su muy querida Alicia:

    —Pero es que a mí no me gusta tratar a gente loca.

    —Oh, eso no lo puedes evitar. Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.

    -—¿Cómo sabes que yo estoy loca?

    —Tienes que estarlo, o no habrías venido aquí.

    (Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll)».

    por JOSÉ MARÍA IZQUIERDO
    28 MAY 2013
    LA CUARTA PÁGINA. EL PAÍS OPINIÓN

    27 febrero 2014 | 18:39

  6. «En España nos encontramos técnicamente en estado de secuestro en cuanto al ejercicio de los derechos civiles. No podemos obrar con libertad para cumplir nuestras inquietudes personales, ni podemos cambiar las condiciones del entorno para logar, finalmente, poder hacer lo primero.

    Como todo sujeto rehén de un secuestro, nuestra vida ha dejado de tener sentido propio y ya solo sigue el curso impuesto por terceros. Y dado que las cosas no son como siempre nos parecieron sino que ahora son como nuestros captores nos dicen que realmente son, hemos de encogernos de hombros y aceptar de buen grado lo que se nos dice, que hay que renunciar a principios y valores que siempre fueron sagrados, que interioricemos que realmente resulta necesaria una merma de la calidad de la vida pues nuestro estándar era muy elevado, y que encajemos con deportividad una degradación innecesaria de los servicios públicos.

    Como tantos secuestrados estamos al borde de sufrir un shock emocional que afecta a la comprensión racional de la realidad. Estamos expuestos a sufrir eso que se conoce como síndrome de Estocolmo que puede llevar a bloquear el aparato perceptivo, modificar la capacidad de análisis y neutralizar la voluntad para poner en pie una revisión crítica de aquello que nos acontece. El síndrome de Estocolmo es una respuesta disfuncional que hace que el sujeto dominado por la fuerza asuma las posiciones del sujeto dominador para dar salida al estrés que supone el haber perdido la autonomía.

    Y cuando esto ocurre, como es el caso del estado avanzado del secuestro que sufrimos, la soberanía del individuo frente a los poderes se diluye como un azucarillo y ya no nos parece sino un cuento feliz que nuestra mamá nos contaba para hacernos más reconfortante el sueño. Los estándares de vida ligados al disfrute de techo digno, trabajo responsable y convivencia moralizante quedan trasnochados entre todas las expectativas de la inocencia perdida de una juventud alocada e ignorante. El esfuerzo colectivo coordinado para el disfrute de servicios de salud, ayuda a los más dependientes, educación, movilidad, deporte, etc dejan de ser realidades de nuestra vida y se transforman en excentricidades de rico, en ensueños imposibles y hasta en exigencia soberbia de modos de vida que no están hechas para nosotros.

    Porque en el estado de secuestro, inermes e imposibilitados, comenzamos a comprender primero, a aceptar después y hasta apoyar las razones que llevan a nuestros captores a forzarnos por nuestro bien a esta nueva realidad. Aceptamos salarios de mierda porque no somos competitivos (aunque la competitividad tiene poco que ver con la retribución salarial). Convivimos con la imagen feudal que desprende el lugar donde reposan nuestra soberanía, el Parlamento sumido en una barricada, separado de los ciudadanos por un foso metálico como el castillo feudal de los siervos y por las mismas razones de seguridad (de seguridad de quienes están al otro lado de la valla perenne que lo rodea). Hemos oído tantas veces las alabanzas de la gestión privada de los servicios públicos, que hay quienes ya albergan dudas sobre la auténtica intención escondida tras la persecución implacable hasta la eliminación de los mecanismos de ayuda colectiva y solidaridad intergeneracional, pues en esto consisten los servicios públicos creados y gestionados por el estado.

    Nos secuestraron cuando con argucias y zalamerías que muchos querían oír (todo va a ir bien, basta con que cambie el gobierno dijeron sin esforzarse mucho más). Consiguieron maniatarnos con mayoría en el parlamento transmitida a todo tipo de ente, agencia o poder subalterno. A partir de ese momento comenzó la tortura sicológica de la mentira, la tergiversación, la negación de los hechos, la burda creación de mundos paralelos, la exaltación de lo inane.

    Nos han mentido tanto en todo, con tanta intensidad, constancia y perfidia que ahora estamos al borde del síndrome de Estocolmo. A punto de aceptar su discurso: que ya salimos de la crisis, que los males que nos aquejan además de estar identificados están a punto de ser erradicados, que los culpables de lo ocurrido van a recibir su merecido. Y nosotros, bajo el síndrome de Estocolmo, reaccionamos con credulidad y hasta con euforia. De hecho ya hay quienes les desbordan: Populistas, etnicistas, homófobos, victimistas…».

    por Emilio Jurado | Director de CDIEM
    nuevatribuna.es | 31 Octubre 2013

    28 febrero 2014 | 04:43

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