El nutricionista de la general El nutricionista de la general

"El hombre es el único animal que come sin tener hambre, que bebe sin tener sed, y que habla sin tener nada que decir". Mark Twain

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Los intrigantes números en la base de los «cartones» de leche

He de reconocer que me da una cierta vergüenza tener que hacer esta entrada a resultas del mito o leyenda que corre por ahí como la pólvora. Me refiero al bulo sobre si los números que figuran en la base inferior que los envases de leche son el número de veces que esa leche ha sido reciclada tras vencer su fecha de consumo preferente.

Pues sí, aunque no lo crean no son pocas las personas que piensan que esto es cierto y que por tanto opinan, y también defienden de forma vehemente, pese a no aportar prueba alguna, que ese numerito que aparece en el culo de los cartones de leche se refiere a eso, al número de veces que el fabricante ha recogido del punto de venta la leche que no se ha vendido y que ya ha «caducado» (o va a caducar) la lleva a su empresa, allí vacía cada cartón y rellena otros nuevos envases con una fecha de consumo preferente en vigor.

En especial la duda podría sorprender así en frío a alguien que le da la vuelta a su cartón de leche y observa que pone 3, 8, 15, o incluso 36 por decir una burrada, pero el tema se pone divertido si como en mi caso, le doy la vuelta a un cartón de leche que acabábamos de finiquitar en familia y pone un número como el que les ilustro.

 

 

Lo que ven, 480.550 supuestos reciclados. Para hacer unos pocos cálculos he supuesto algo bastante normal, que es que la leche de este tipo tenga una fecha de consumo preferente de unos 6 meses desde su puesta a la venta (en concreto en este cartón comprado hace unos 15 días pone: “Fecha de consumo preferente 30-10-2012”). Esto supone para el caso de este cartón y no de otro, dos reciclados al año. Despreciando la imposibilidad de que el mismo día que la recojan la vuelvan a colocar con la fecha cambiada este dato haría suponer que mi leche es de una vaca que se ordeñó hace 240.275 años. Y esto me ha hecho dudar de la veracidad de la leyenda.

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Ahora en serio. Los números que aparecen en la base de los cartones de leche y que tanto intrigan a algunas personas tienen que ver, tal y como se explica en este video, con la numeración de las bobinas que el fabricante de los envases usa para identificar su producto y que luego vende a los distintos productores de, en este caso, leche. Es decir, el productor de leche ya recibe los cartones con dicha numeración y por tanto los dígitos no aportan información alguna del producto que contiene, en este caso de la  leche.

Como pueden comprobar el mito en cuestión ha alcanzado una dimensión tal que una de las empresas que manufacturan este tipo de envases y que luego sirven a la industria alimentaria, el fabricante de Tetra-Pak  y también la Federación Nacional de Industrias Lácteas han tenido que salir al quite para responder a la pregunta de qué significan los números y también para desmentir de forma explícita estas tonterías:

Explicación del número en la base del envase

Los envases de Tetra Pak se producen en grandes bobinas como la de la imagen superior [ver enlace]. Las bobinas se dividen después en 5 (en el caso de envases de 1 litro) rollos de envases.

Cada rollo de la bobina recibe una numeración que permite identificar en qué pista de la bobina fue producido un determinado envase. Tetra Pak tiene así un control de su producción para garantizar la máxima calidad de los envases.

Los números se imprimen durante la fabricación de los envases en las fábricas de Tetra Pak, mediante diversos sistemas de identificación. Estos números no siempre son visibles, a veces quedan ocultos bajo una solapa.

De esa forma, Tetra Pak tiene un control de la producción y así garantiza la máxima calidad de los envases.

Un número del 1 al 5 en la base del envase, indicaría a cuál de los cinco rollos de envases de litro pertenece el envase en cuestión.

NO hay ninguna relación entre los números en la base del envase y el producto contenido.

Para más información rogamos contacten con nosotros a través de info.es@tetrapak.com

La leche de consumo es tratada y envasada una sola vez (Comunicado de FENIL: Federación Nacional de Industrias Lácteas)

La leche de consumo que se vende envasada en los establecimientos comerciales, es obtenida exclusivamente a partir de leche cruda a la que le ha sido aplicado un tratamiento térmico, ya sea pasterización, esterilización o UHT.

Una leche envasada a la que ya se ha aplicado alguno de los tratamientos térmicos mencionados, no puede sufrir en ningún caso otro tratamiento posterior, ni ser nuevamente reenvasada para comercializarse como leche de consumo. La legislación no permite esta práctica.

Por tanto, y de acuerdo con la legislación vigente, una leche que no sea vendida, incluso dentro de su plazo de caducidad, no puede, en ningún caso, ser envasada nuevamente para ser comercializada como leche de consumo.

Así, según se establece en el Reglamento Europeo nº 1774/2002 relativo a normas sanitarias aplicables a los subproductos de origen animal no destinados al consumo humano, una leche caducada debe ser retirada del establecimiento comercial y a partir de ese momento se considera como subproducto no apto para el consumo humano y por tanto debe disponerse de ella de forma que en ningún caso pueda entrar en la cadena de la alimentación humana.

Para más información rogamos que contacten con FENIL: info@fenil.org

 

Ahora toca lo de siempre: o bien creerse esta explicación lógica, normal, previsible y comprobable llegado el caso, o bien apelar a las conspiraciones y a las añagazas del monopolio alimentario. Que haberlas las hay, pero no son estas. Son algo más sutiles como iremos viendo.

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Nota: Alfred López, mi veterano vecino de blog (Ya está el listo que todo lo sabe) me acaba de poner al corriente de que él hace 5 años ya hizo una entrada con este tema. Una curiosidad (serendipia que dirían algunos) su entrada fue el mismo 19 de junio pero de hace 5 años. Por cierto, no dejen de visitar su interesante blog.

Para gustos los colores y las opiniones (de nutrición)

 

No es nada infrecuente qué, ante determinadas circunstancias, sintamos el estímulo casi irrefrenable de expresar nuestra opinión aunque no seamos tan conocedores del tema objeto de debate como sí lo podrían ser otras personas. Es entonces cuando una vocecita surge de nuestro interior para expresar el parecer sobre temas en los que en muchas ocasiones no somos especialistas. Algunas de las materias en las que tradicionalmente esto sucede son ya clásicas: el fútbol y la nutrición. Parece como si dentro de todo el mundo habitaran tanto un entrenador nacional en potencia, como un consumado dietista-nutricionista y, en circunstancias concretas, nos sentimos libres de enunciar nuestro parecer, en ocasiones además con no poca vehemencia. Y opino que no está mal que así sea, somos libres de hacerlo siempre y cuando estas opiniones no se traduzcan en imposiciones o nos lleven al menosprecio, o peor aún, a la agresión verbal de terceros o de los posibles interlocutores. Lo que ya no me parece tan normal es que los no expertos, cuando se les contradice, cuestionen incluso violentamente la opinión de los sí expertos.

Esta -mí- opinión es compartida por algunos entendidos en la materia (y me refiero ahora a las cuestiones relacionadas con la nutrición, alimentación y salud), por ejemplo, por D. Roberto Sabrido, exdirector de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) que en 2011, en el prólogo de “Recomendaciones nutricionales basadas en la evidencia para la prevención y el tratamiento del sobrepeso y la obesidad en adultos” sostniene que: “pocas personas se atreverían a ofrecer recomendaciones sobre cómo puede construirse un cohete espacial; sin embargo, en nutrición ocurre todo lo contrario […]. Este hecho favorece la existencia de multitud de mitos y prejuicios, incluso entre profesionales sanitarios, así como la proliferación de dietas milagro”.

Que las dietas de adelgazamiento son controvertidas todo el mundo lo sabe; los intereses comerciales, la autoafirmación personal de que “la mía es la buena”, el “amimefuncionismo”, etc. son poderosos motores para que se hable de nutrición con el mismo énfasis que podría utilizar un anacrónico dictador. Pero no sólo se opina cuando se tratan las dietas de adelgazamiento. La alimentación, la nutrición y su relación con la salud despierta el debate sea cual sea el tema. Por ejemplo, hay un aspecto del mundo de la nutrición que no sé por qué suscita tanta polémica y tan acaloradas discusiones cuando sale a colación, se trata del vegetarianismo. Veamos, los vegetarianos no hacen mal a nadie por haber optado por ése estilo de vida y llevarlo a la práctica; de hecho no es que no hagan mal a nadie, sino que además, están contrastados los beneficios del vegetarianismo sobre la salud cuando «el plan» está bien estructurado; y digo lo de “bien estructurado” porque también hay claroscuros en algunas dietas vegetarianas cuando son mal entendidas (muchas veces cuando se relacionan con cuestiones más esotéricas o filosóficas que científicas). Por tanto, como digo, me choca la furia con la que en no pocas ocasiones se cuestiona este tipo de opciones personales. Bueno, me choca a medias, ya que también suele ser habitual que dicha furia sea directamente proporcional a lo absurdo de los argumentos utilizados (más se grita, agrede y menosprecia verbalmente, a medida que los «razonamientos» ganan en irracionalidad).

Al final va ser cierto eso de que las opiniones (de nutrición) son como el ano (o sea, el culo), que todo el mundo tiene uno. Pero en el caso de las opiniones, y a diferencia de los culos, esta variopinta diversidad es problemática, sobre todo cuando no coinciden. Genera graves casos de «infoxicación» o intoxicación de la información.

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Foto 1: theogeo

Foto 2: Mike Babcock

Foto 3: GasBombGirl

¿Es el Ser Humano el único que consume leche tras la lactancia?

Recurrente, aburrido y simple como él solo es el dilema que se le plantea a mucha gente y que pretende defender que el consumo de leche por parte del Ser Humano más allá del periodo de lactancia es una circunstancia inusual, paradójica y, por todos estos calificativos (y muchos otros con los que este comportamiento se suele catalogar), también “aberrante”. El colmo de la “aberración” para los defensores de esta forma de comportarse contra natura es que, además, lo hagamos con la leche de otra especie.

Pues sí, somos los únicos, pero no, no es un comportamiento “aberrante”. En cualquier caso, estaría dispuesto a admitirlo, sólo si consideramos que también es aberrante que seamos los únicos que consumen, por ejemplo, pimientos rellenos de merluza, o alcachofas con jamón, paella de conejo, huevos (de gallina) rellenos de atún o cualquier otra receta que se quiera considerar. Porque, no me negarán que también en estos casos seamos los únicos en consumir estos “alimentos”.

En realidad resulta que no somos los únicos en consumirlos, pero sí que somos los únicos en poder prepararlos. La prueba: Guisen cualquiera de las recetas que un animal omnívoro no pueda preparar (¿acaso pueden “preparar” alguna?) y déjenlo a su alcance. ¿Qué pasará? que se lo comerán. Ya no les digo si tienen hambre. Y con la leche (de vaca o cualquier otra) igual. Se podría argumentar también que somos los únicos animales que preparamos sándwiches de nocilla, pero no así que seamos los únicos que se lo comen:

Es decir, si otros animales mamíferos y omnívoros no toman leche después del periodo de lactancia responde a dos circunstancias que nada tienen que ver con que ellos sí sepan seguir los dictados de la madre naturaleza y que nosotros rememos en su contra:

  • El resto de animales no realiza labores de cría y cuidado de otras especies con el fin de asegurarse el sustento en un tiempo futuro, es decir, no ejercen la ganadería como nosotros sí la practicamos.
  • Carecen, en la mayor parte de los casos de pulgares (salvo los chimpancés u otros homínidos que, siendo omnívoros, sí los poseen). La original posición de este dedo, oponible en su función a los otros cuatro, permite una serie de acciones que al resto de animales les resultan imposibles; entre ellas el ordeñar. Y si no fíjense bien y comprobarán que cuando un ternero toma leche, lo hace mamando y no a partir de un vaso.

Sí, ya sé que la leche de vaca es el alimento ideado por la sabia madre naturaleza para alimentar a un ternero… pero supongo que siguiendo con este razonamiento también habrá de considerarse que las trufas, por ejemplo, son el sistema que la misma omnisapiente naturaleza ha diseñado para que las encinas, robles, castaños y nogales completen su ciclo vital gracias a las micorrizóticas relaciones de simbiosis. O considerar que el comer sardinas es labor exclusiva de los atunes (entre otras especies) porque estas son su alimento “natural”.

Afortunadamente, el Ser Humano tiene la capacidad de modificar el entorno en beneficio propio, y tanto la ganadería y la agricultura como el ars culinaria son tres de esas labores que ejerce con semejante objetivo. Sobre el valor nutricional de la leche ya hablaremos otro día, pero ya les adelanto que no hay, que no existen, alimentos buenos o malos, sino frecuencias y cantidades de consumo adecuadas o inadecuadas.

Y ya que estamos con cuestiones de esta índole, lo que sí que me parece aberrante es que se tache con semejante calificativo el consumo de leche usando para ello el argumento de que el Ser Humano, en su adultez, utilice la leche de otra especie para alimentarse. ¿No sería más aberrante que se siguiera haciendo con la leche de la misma especie?

No sé qué opinarán ustedes, las mujeres me refiero, pero yo en su lugar protestaría si alguien hiciera defensa de estas cuestiones en mi presencia. Aunque de todo hay en esta vida, y si no me creen, vean:

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Foto: etrenard

¿Qué son las calorías?

 

Algunas definiciones libres de “caloría” la describen como “esas pequeñas hijas de puta que se meten en tu armario por la noche y encogen tu ropa”. No es de extrañar entonces que algunas personas tengan miedo a las calorías.

Siendo un poco más serios, hablar de alimentación, de nutrición, es hablar, en cierto sentido, de energética; ya que como adjetivo, la energética alude a todo aquello que es relativo o perteneciente a la energía; o bien, aquello que la produce. El último es el caso de los alimentos, que si bien no la “producen” sí es cierto que los animales podemos obtener la energía “encerrada” o contenida en los enlaces químicos de los principios inmediatos que los constituyen.

De hecho, entre los primeros datos que se aportan cuando se quiere conocer un alimento, se informa sobre la energía que aporta. Basta con coger casi cualquier alimento y mirar su “información nutricional”. Siempre y desde la primera línea, si la información está bien hecha -cuestión ésta no siempre bien observada- encontramos una referencia a la energía que ése alimento contiene, siempre por 100g. y, a veces, por ración estándar (en este último caso es para conocer sin reglas de treses ni básculas cuánta nos metemos al cuerpo cada vez que nos comemos la ración estándar propuesta por el fabricante). Esa información de la energía en un alimento se ofrece en dos unidades: julios (J.) en el Sistema Internacional y calorías (cal.) en el Sistema Técnico de Unidades.

¿Qué son y para qué sirven realmente las calorías? Por lo visto, y entre otras cosas, para calentar agua; porque la caloría se define como la cantidad de calor necesario para aumentar un grado (Celsius) la temperatura de 1 gramo (1 mL) de agua, más en concreto de 14,5 a 15,5ºC a una presión de 1 atmósfera.

Como puede apreciarse es una cantidad de calor muy pequeñita (y el julio aún menor, 1 cal = 4,1868 julios) y por eso, sensu stricto, la información del contenido energético de los alimentos no se aporta en calorías, sino en kilocalorías (kcal). Por tanto, decir que 100 gramos de manzana aportan 45 calorías está mal, lo correcto es decir que aportan 45 kcal. También se podría decir que 45.000 calorías son tantas como las contenidas en 100g. de manzana, pero entiendo que esto además de ser incómodo terminaría por asustar a la gente y las manzanas dejarían de comerse.

No pasaría nada si siempre habláramos con propiedad o con la proporcional propiedad al decir que la energía que suele precisar al día por término medio una mujer son unas 2.000.000 de calorías, la real. Como hablar de milones de calorías es más largo que de miles, en su lugar, abreviamos y decimos que precisa 2.000 kcal/día. Pero nunca 2.000 calorías, que es lo que se suele decir.

Existe además, una forma diferente de abreviar las kilocalorías de forma que:

1.000 cal.  = 1 kcal. = 1 Cal. (con la incial en mayúscula)

 

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Foto: Dreamstime

El término «Doctor» se usa en ocasiones mal

En el DRAE, el término «Doctor» recoge 7 entradas, de las que voy a destacar dos:

1. m. y f. Persona que ha recibido el último y preeminente grado académico que confiere una universidad u otro establecimiento autorizado para ello.

4. m. y f. coloq. Médico, aunque no tenga el grado académico de doctor.

En España tenemos la mala e inadecuada costumbre de nombrar a todos los médicos como doctores cuando no lo son, de hecho la mayor parte de ellos no han obtenido el último y preeminente grado académico otorgado por una universidad o similar para los efectos. Que así se haga por parte de la, llamémosle, población general pues pase, por ejemplo: «tengo cita con el Dr. Guasa para que me ponga una dieta». Pero que los propios implicados abusen haciendo un mal uso, intencionado y torticero, pues como que no. Estos saben muy bien que para el inconsciente popular, al parecer, no es lo mismo que la magufada dietética de turno te la venda «un médico» que «un doctor». La segunda da más caché; no sé el porqué ya que la magufada sigue siendo la misma.

El uso del término doctor debería emplearse siempre que el destinatario hubiera obtenido el grado académico correspondiente. También se podría usar coloquialmente (4ª entrada en el diccionario) para referirnos a cualquier médico, por ejemplo cuando nos pone el fonendoscopio en el pecho y nosotros decimos poniendo acento de ultramar: «Aaaaay doctorssssito, qué frío tiene usted el fonendo». Pero de otra forma no.

Por lo tanto, autoproclamarse «doctor», sin el preciso título, en una placa dorada y con letra cursiva junto a un apellido en la entrada de un portal, por ejemplo: «Dr. Aprovechategui. Dietas y Nutrición» no es el lugar correcto para expresarse de modo coloquial y no es de recibo. Al igual que tampoco lo es cuando se pone en la portada de un libro, por ejemplo: «No consigo Adelgazar. Dr. Pierre Dukan«. Tampoco en un rótulo de televisión cuando se luce corbata y gesto grave mientras se habla de salud o cuando se aparece en una página web como parte de un determinado equipo médico. No son lugares para expresarse coloquialmente… me parece.

Hacerlo así es una jugarreta muy fea tanto hacia la población general que sigue pensando que por tener el título se es mejor (cuando no tiene porqué haber una relación directa), como hacia los esforzados doctorandos de no importa qué área de conocimiento (arquitectos, farmacéuticos, biólogos, teólogos, abogados, filólogos, filósofos, periodistas etc. y así hasta considerar cualquier licenciado o graduado con la intención de doctorarse, e incluidos los propios médicos) que saben muy bien qué es pasarlas canutas para poder obtener el titulito de marras.

Sirva esta información como bálsamo para aclarar posibles malentendidos en el futuro cuando me refiera a médicos sin el título académico de doctor.

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Nota Bene: Es el momento de aprovechar estas líneas para ofrecer una explicación de las ocasiones (escasas) en las que ha aparecido mi nombre precedido del título de Doctor (o Dr). No lo soy, de momento, y por lo tanto no me identifico nunca como tal. Quien lo haya utilizado en algún medio lo ha hecho por su cuenta, y siempre que me he dado cuenta de ello he tratado de corregir el error haciéndoselo saber y le he pedido por favor que lo rectificara. Sirva también esta aclaración como disculpa.