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"El hombre es el único animal que come sin tener hambre, que bebe sin tener sed, y que habla sin tener nada que decir". Mark Twain

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Tengo la tensión arterial baja (hipotensión), ¿puedo tomar toda la sal que quiera?

MareoLa lógica subyacente aparenta no tener fisuras: si a las personas con la presión arterial alta se les recomienda de forma habitual el restringir la cantidad de sal en su dieta… a las que tienen la presión arterial baja podría recomendárseles el tomar más sal de la habitual. Si… pero no.

Antes de continuar es preciso hacer una aclaración importante: además de poder tener la tensión arterial alta (algo relativamente habitual en nuestro medio) o baja (algo relativamente poco frecuente) hay más posibilidades, entre ellas, la de tener una tensión arterial considerada normal o entre valores “adecuados”. Aquí, gran parte del problema viene de creer que si no la tengo alta… la tengo baja, cuando no es así.

Al mismo tiempo hay que tener en cuenta otra importante consideración. El consumo de sal por parte de la población general está muy por encima de las recomendaciones, así pues, lo que debería hacer la gran mayoría es reducir su consumo, y tener en cuenta que los que verdaderamente tengan la tensión arterial baja (no normal, si no baja de verdad) lo más probable es que ya hagan un consumo de sal por encima de las recomendaciones. En cuyo caso no veo nada razonable el darle importancia al mensaje de aumentar su consumo.

De todas formas veamos qué es eso de la tensión arterial baja.

Conociendo un poco la hipotensión

La definición de hipertensión o presión arterial alta es unánime. Para creo todo el mundo los criterios diagnósticos para esta situación están meridianamente claros, tener la tensión alta implica realizar lecturas constantes y en distintas ocasiones de valores de 140 / 90 o superiores. Se trata de un criterio objetivo basado en valores absolutos.

Curiosamente, este tipo de criterios no sirven para definir y establecer los casos de tensión arterial baja o hipotensión. Partiendo de lo que he mencionado antes, lecturas de la tensión arterial por debajo de 130 / 80 son consideradas normales y deseables. Por debajo… y punto, nada más, ni hasta cierto límite inferior, simplemente por debajo. No obstante, sin ser criterios universales se considera en general que se tiene la tensión arterial baja cuando se observan valores por debajo de lecturas de 90 / 60. No obstante y tal y como anticipaba, cuando se trata de calcular la incidencia de hipotensión de una muestra o población dada, lo que se suele hacer es distribuir dicha población en percentiles y atribuir a aquellos que están por debajo del percentil 5 la condición de hipontensos. Por ejemplo, en este caso, se terminó concluyendo que eran hiponesos aquellos varones que tenían valores de tensión arterial diurna por debajo de 114,7/69,7 y nocturna de 97/56; y por su parte las mujeres con tensión arterial diurna por debajo de 104,6/64,6 y nocturna de 91,6/52.

El tener una tensión arterial baja suele propiciar síntomas como mareos, pérdida del equilibrio, pérdida de la consciencia y por tanto desmayos, confusión, visión borrosa, palpitaciones cardiacas, náuseas y debilidad en general.

Por su parte, las causas más habituales de sufrir de hipotensión pueden ser más o menos inherentes a la propia persona y difíciles de modificar: la propia genética, la hora del día (más baja por las mañanas), la edad (la tensión suele aumentar con la edad), el estrés, el ejercicio (la actividad física aumenta la tensión arterial), la temperatura (el frío hace descender la presión arterial) y el comer (las digestiones hacen descender la tensión); o bien circunstanciales y debida a “elementos externos”: ciertos fármacos, padecer un cuadro de deshidratación (menos volumen de sangre, menos tensión arterial), ciertos trastornos neurológicos, problemas hormonales, pérdida de sangre o líquido importantes por traumatismos o quemaduras, shock anafiláctico, infecciones bacterianas masivas o shock séptico,

La hipotensión y la sal

Las posibles herramientas terapéuticas de los cuadros tanto crónicos como agudos son variadas. Además de algunos fármacos existen ciertas medidas de estilo de vida que pueden ayudar a sobrellevar o mejorar los estados hipontesivos. Entre estas últimas medidas el incremento del consumo de sal es una de ellas en determinadas circunstancias, en especial cuando dicha hipontensión está causada por una deshidratación… pero difícilmente lo será en otras circunstancias.

Así pues, la respuesta rápida a título del post de hoy, de si se puede o debe tomar más sal ante los casos de hipotensión es que NO. Y, en cualquier caso, habrá de ser el médico el que valore esta posibilidad terapéutica que como tal está ahí. Habrá que considerar la ingesta actual del paciente de sal, el origen de su hipotensión y con todos los datos en la mano decidir el mejor tratamiento. Sobre todo por lo ya comentado en la introducción: la mayor parte de la gente, hipertensa e hipotensa, ya incluye demasiada sal.

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Imagen: iosphere vía freedigitalphotos.net

Guía básica para reducir la ingesta de sodio (sal) y alternativas

Salero (2)Tal y como te comentaba en esta entrada, la mayor parte del sodio que ingiere el ciudadano medio con los alimentos no la ha puesto él sino que está ya presente en las elecciones alimentarias que hace. Es más, apenas el 20% de la sal ingerida es incorporada libremente por el usuario. Este es un tema tan flagrante y conocido que la reducción de sodio en los alimentos procesados es uno de los objetivos prioritarios de la industria alimentaria.

El exceso de sodio en la dieta se ha relacionado con el aumento del riesgo de hipertensión arterial y favorecer la retención de líquidos. Por eso, más allá de lo que los distintos productores de alimentos establezcan dejo aquí una guía elemental para reducir la presencia de sodio en nuestra alimentación cotidiana y ofrecer al mismo tiempo unas alternativas válidas.

En líneas generales

  • Reducir la presencia de sal presente en nuestro entorno tanto en saleros de cocina como en los de mesa.
  • Ni la «sal marina» ni otras sales “exóticas” (tipo «del Himalaya», o la que sea) son en ningún caso mejor opción para el tema que nos ocupa que cualquier otro tipo de sal al uso. Te lo conté en esta entrada.
  • Como primera elección en la compra de alimentos, optar por los menos procesados. La mayor parte de ingredientes frescos son “naturalmente” bajos en sodio.
  • Al hacer la compra de alimentos procesados prestar atención al etiquetado. Un producto con un “contenido reducido de sodio” es aquel que aporta menos de 0,04g de sodio, o el valor equivalente de sal (0,1g de sal), por 100g o por 100 ml. En cuanto a los alimentos etiquetados “sin sodio” o “sin sal” aludirá a aquellos con una cantidad máxima de sodio de 0,005g, o su equivalente en sal, es decir, no más de 0,0125g.
  • Hay no pocos aditivos alimentarios que contienen sodio, el principal entre otros el glutamato monosódico. Lee las etiquetas y contrasta su presencia.
  • Existen sustitutos de la sal de mesa consistentes en la inclusión de cloruro potásico en diferentes porcentajes. Su uso debería ser comunicado al médico ya que existen condiciones concretas que hacen inadecuado su uso como sustituto (dedicaré próximamente un post a este tema)
  • Algunos medicamentos constituyen una fuente importante de sodio, en especial muchos que son efervescentes.

Carnes, aves, pescado, legumbres, huevos y frutos secos

  • Son altos en sodio: Los alimentos de este origen ahumados, curados, salados (evidentemente) o en conserva, los productos rebozados y congelados, los frutos secos salvo que sean naturales y los platos preparados con estos ingredientes entre ellos los potajes de legumbres.
  • Alternativas: Cualquier carne o pescado fresco, los huevos frescos y sus sustitutos (huevina), las legumbres “naturales” y los frutos secos al natural.

Productos lácteos

  • Son altos en sodio: Por lo general la mayor parte de todos los quesos, los que son “para untar” y el requesón.
  • Alternativas: la leche, el yogurt, los helados (en general), los quesos en los que se especifique “bajos en sodio” y en particular habitualmente el queso ricotta y la mozzarella.

Alimentos típicamente ricos en hidratos de carbono

  • Son altos en sodio: el pan, los panes congelados, la harina que se comercializa con levadura, en general las galletas (aunque no sean “saladas”, que también, claro), la pizza, los platos preparados con base de arroz, pasta, patata etcétera, la pasta rellena lista para su cocción (tortellini, ravioli…) los gnocchi de patata preparados. Algunas conservas de frutas (contrastar la etiqueta)
  • Alternativas: El pan sin sal, arroz y pasta “al natural”.

Verduras, hortalizas y frutas

  • Son altos en sodio: Verduras enlatadas, purés de verduras (salvo que afirmen lo o contrario) los encurtidos, entre ellos también el chucrut, platos preparados que incluyan verduras u hortalizas, salsas industriales de no importa qué origen, como la propia salsa de tomate, el kétchup, mayonesas y similares, mostazas…
  • Alternativas: Las verduras frescas o congeladas “al natural”, patatas frescas, patatas fritas congeladas y el puré de patatas instantáneo, fruta fresca, congelada y desecada, los zumos de fruta (contrastar la etiqueta, a veces se encuentra uno con sorpresas).

Sopas, puré y cremas

  • Son altos en sodio: Las sopas envasadas, deshidratadas o en polvo, los caldos con idéntico origen, las sopas con pasta, arroz, en polvo para reconstituir, los concentrados de caldo…
  • Alternativas: Sopas y preparados caseros (sin sal añadida, claro), cualquiera de los elementos arriba señalados en cuyo etiquetado se manifieste ser bajos en sodio o sal.

Miscelánea

  • Son altos en sodio: La salsa de soja, mantequilla y margarina, flanes y postres preparados o listos para su reconstitución.
  • Alternativas: Los aceites vegetales “naturales”, vinagre, la mantequilla y la margarina sin sal.

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Imagen: Carlos Porto vía freedigitalphotos.net

¿Se puede padecer obesidad y estar sano?

Obesidad pensarEl padecer obesidad es considerado casi siempre y prácticamente sin excepción como una situación que facilita un mayor riesgo de sufrir algunas complicaciones de salud, en especial metabólicas. Entre ellas y a modo de ejemplo, la diabetes, el incremento del colesterol en sangre o el aumento de la tensión arterial entre las más destacadas, aunque hay muchas más.

Sin embargo, algunos estudios constatan una posibilidad que planea desde hace tiempo en este terreno: el padecer un fenotipo (o imagen)  de obesidad no es siempre sinónimo de un estado de salud peor que mantener un peso “adecuado”. Esta “adecuación” al peso a la que se alude en estos estudios hace casi siempre referencia al sempiterno Índice de Masa Corporal (IMC). Por ejemplo, en este artículo que observó una importante muestra de más de 43.000 personas entre 1979 y 2003, y tras categorizarlos por grupos en función de su obesidad, resultó que entre un 30 a un 40% de aquellos que estaban obesos eran al mismo tiempo metabólicamente sanos. Es decir, más de un tercio de los obesos de este estudio no presentaba las frecuentes comorbilidades asociadas de forma común a su gruesa circunstancia tales como colesterol alto, diabetes o tensión arterial elevada. Hay bastantes ejemplos en la literatura científica sobre este tema. También entre los más recientes tenemos este otro, en el que se pone de manifiesto que esta particular circunstancia, el ser obeso y al mismo tiempo ser metabólicamente sano, no implica estar sometido a un mayor riesgo cardiovascular. Las claves como puedes figurarte son dos, por un lado determinar las causas que favorecen el que teniendo un sobrepeso manifiesto se mantengan a raya aquellos marcadores de riesgo metabólico y, por el otro cómo saber, una vez que se determina el estatus de obesidad en una persona, si se tiene un riesgo aumentado o no.

¿Cómo se puede ser obeso y estar metabólicamente sano?

Algunos teorías apuntan a que la causa principal es el nivel de actividad física. Tal es el caso del primer estudio que he señalado. En él los autores señalan que la clave parece que estaría vinculada al nivel de condición física de cada persona en particular. Se sospecha que el hacer ejercicio y el mantenerse activo, influye de forma positiva en los principales sistemas y órganos del cuerpo, y por lo tanto contribuye a que esas personas estén más sanas desde el punto de vista metabólico; incluidas aquellas que sean obesas. Es más, en esta investigación se sugiere que con el fin de hacer un mejor diagnóstico de la situación concreta de cada persona, además del peso, la cantidad de grasa corporal y otros valores analíticos, sería también importante observar el nivel general de condición física, y así poder estimar mejor, el riesgo de enfermedad cardiovascular, cáncer o diabetes en los pacientes obesos.

Pero no es la única teoría. Otras atribuyen a nuestra flora intestinal un papel decisivo en el que una persona termine presentando un mayor o menor riesgo metabólico con independencia (o en relación) con el estatus ponderal. Tal y como explica Francisco Guarner, director de la unidad de Sistema Digestivo en el hospital Vall d’Hebron, y que puedes consultar en este enlace:

Un individuo resulta más sano cuando su flora intestinal está formada por especies más variadas. Las personas con un intestino menos frondoso soportan, en cambio, más fallos en los mecanismos que regulan la insulina, la glucosa y el apetito”.

Y lo que es mejor: esta dualidad entre causas o motivos no tiene por qué excluir a ninguna de ellas. Es decir, lo más probable es que ambos elementos, la actividad física y la cuestión de la flora intestinal, tengan su papel a la hora de determinar el estatus metabólico de una persona concreta. Sobre la cuestión del ejercicio parece que no hay ninguna duda, y sobre la de la segunda, a día de hoy es una de las corrientes de investigación bastante potente en este terreno. Si a todo esto le sumamos las cuestiones genéticas y más en concreto, las epigenéticas, ya tenemos casi seguro la triada más importante de elementos que condicionan de nuestra salud, más allá de lo que marque nuestra báscula.

Entonces, ¿los riesgos asociados a la obesidad son una engañufla?

No, ni mucho menos. El “pesar de más” no ha de ser un objetivo deseable. Los elementos más interesantes de estas investigaciones ponen de manifiesto que los beneficios de la práctica de actividad física y de una correcta alimentación (que a su vez podría condicionar nuestra flora) van más allá de los relacionados directamente con la báscula. Por tanto, el mantener un patrón de vida más o menos activo y comer de forma saludable, con una proporción adecuada de alimentos de origen vegetal (más integrales y frescos y menos refinados) ha de ser uno de nuestros objetivos prioritarios a la hora de pretender alcanzar y mantener un adecuado estado de salud a lo largo de toda nuestra vida.

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Nota: En la entrada de hoy quiero agradecer la aportación de @_SergioGR, quien el otro día me preguntaba sobre estas cuestiones.

Imagen: David Castillo Dominici vía freegigitalphotos.net

¿Qué haces tú por tu hipertensión?

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Comentaba el otro día en esta entrada, que vivimos demasiado pendientes de las pastillas, de las soluciones rápidas sin tomar en consideración que quizá, la modificación de nuestros estilos de vida podrían tener en muchos casos un mayor beneficio sobre la salud en general que el fármaco o la pastilla de turno. Y el colesterol no es, ni mucho menos, el único aspecto que mejora cuando se cambia hacia unos mejores hábitos. «Hábitos» repito, algo que forma parte de nuestro estilo de vida… de por vida; no los «arrebatos» puntuales.

Cambiar de estilo de vida para disminuir la presión arterial alta

Si hay una situación agradecida en el ámbito de la salud que se puede ver beneficiada por el cambio de estilos de vida, sin la necesidad inicial de un fármaco esa es sin dudas la hipertensión. Son diversos los elementos sobre los que se puede intervenir y hacer frente a esta situación, aunque lo mejor es, poco a poco, ir abordando pequeños cambios sobre todos ellos: sobre el perder peso, hacer más ejercicio, cuidar la ingesta de sal y mejorar la alimentación en general.

Para que te hagas una idea, teniendo sobrepeso, la pérdida de, aproximadamente, un kilo de peso se traduce en una caída de 1 mm de mercurio, tanto en la presión sistólica (el número superior) como en la diastólica (el inferior).

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La actividad física es otro elemento hipotensor que además es independiente de la pérdida de peso. Así, si te decides a empezar por practicar ejercicio físico de forma más o menos regular (y adaptado a tus circunstancias, no empieces de golpe con grandes intensidades) tu presión arterial se podrá ver beneficiada incluso si tu peso no se modifica.

La reducción de la ingesta de sodio, bien a partir de la sal de adición o de los alimentos que lo contienen en forma de aditivo (alimentos procesados), podría también disminuir la presión sistólica en cinco puntos y la diastólica en tres. Recuerda que una buena parte del sodio que ingieres no lo has puesto tú en los alimentos. Así que ya no es solo la sal que tú adiciones, sino más en especial el tipo de alimentos que escoges.

En cuanto a la alimentación, existe un conjunto de recomendaciones dietéticas para reducir la hipertensión abreviado como DASH que consigue bajar la presión arterial sistólica hasta 12 puntos y la presión diastólica hasta cinco. Estas recomendaciones implican el incorporar una cantidad importante de frutas y verduras (de siete a nueve raciones al día), con dos a tres raciones al día de lácteos desnatados, el aumento del consumo de cereales integrales, frutos secos, carnes magras y pescado, al mismo tiempo que se mantiene a raya la incorporación de alimentos ricos en grasa saturada (carnes rojas) y dulces. Si tienes la disciplina suficiente para seguir un estilo de alimentación de este tipo (nada que por otra parte no se recomiende de forma general en este blog) es probable que la disminución de la presión arterial observada sea comparable a aquella obtenida sólo con medicamentos. Así, está bastante claro que la pérdida de peso, el ejercicio y la alimentación pueden hacer bajar la dosis de la medicación contra la hipertensión o incluso eliminar por completo la necesidad de medicación.

Nota: Esta entrada es una opinión personal basada en la apreciación de la Harvard Medical School sobre “estado emocional y salud”, y no sustituye la consulta con un profesional sanitario.

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Foto: djuggler