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Sales sin sodio (y con poco “salero”): ¿para hipertensos?

sal a paladasEn no pocas ocasiones se relaciona la hipertensión o el aumento de su riesgo con el consumo de una cantidad de sodio importante en la dieta. Sin embargo, sobre el papel del sodio en la hipertensión planean no pocas controversias al respecto de la cuantificación es esa relación. A priori, parece que hay personas cuya hipertensión es más “sodio dependiente” que en otras. En las primeras, una reducción de este elemento en la dieta podría aportar un beneficio considerable, sin embargo, en las otras, no tanto. No faltan datos para apoyar esta posibilidad afirmando que tan apenas un tercio de los pacientes hipertensos se podrían beneficiar de una dieta hiposódica, frente a los dos tercios restantes que no verían modificada dicha hipertensión por la mencionada reducción de sodio. De hecho las actuales perspectivas apuntan más hacia un balance entre el exceso de sodio y el déficit de potasio, ambos juntos, como una situación de incremento del riesgo, más que al propio exceso de sodio.

Sea como fuere, la mayor parte de los más recientes consensos terminan concluyendo que en nuestro actual patrón dietético terminamos por introducir una cantidad considerablemente alta de sodio en nuestra dieta y que sin ser necesaria una drástica restricción, conviene reducir su consumo dado, como digo, nuestros actuales hábitos.

Gran parte del problema, ya te lo conté en esta entrada, es que en cierta medida las fuentes dietéticas de sodio en nuestra dieta escapan a nuestro control directo. Esto es así debido a su vez a las (malas) elecciones alimentarias que caracterizan el actual patrón de consumo de alimentos, cuajadas en exceso de alimentos procesados que incorporan a su vez una cantidad de sodio elevada a partir de sus ingredientes.

Sin embargo, otro de los puntos típicos para controlar la cantidad de sodio en la dieta lo encontramos en manos del propio consumidor cuando se dispone a preparar o ingerir los alimentos, mediante el uso del salero. Para ellos, desde hace no poco tiempo existen una serie de “sustitutos” o “sucedáneos” de la sal de mesa en los que la cantidad de sodio se ha reducido de forma más o menos considerable.

La presentación más habitual consiste en sustituir parte del cloruro sódico (compuesto que caracteriza el 99% del 99% de la mayoría de las sales típicas sea cual sea su denominación) por cloruro potásico… otra “sal” que sustituye sodio por potasio. Miel sobre hojuelas que diría aquel… quitamos sodio y ponemos potasio, el primero baja y el segundo sube. De hecho algunos estudios han mostrado una disminución de la mortalidad causada por las enfermedades cardiovasculares cuando se sustituyó la sal de mesa común por sal enriquecida en potasio… ¿se trataba de eso, no? Pues sí, pero no.

Se trata de un “sí” con tres matices a tener en cuenta

  • Por un lado, el cloruro potásico no “sala” tanto los alimentos en el sentido que el comensal está esperando que lo haga, o al menos no tanto como el cloruro sódico (la sal de toda la vida). Así pues, la mayor parte de los preparados que se venden como “sustitutos de la sal” sustituyen una cantidad más o menos importante de cloruro sódico con cloruro potásico (u otras sales… de calcio, magnesio, etc.). Parte del problema es que estas sales no salan tanto como la propia sal de mesa y por tanto, para la misma cantidad, para el mismo gesto (el de agitar el salero encima del plato) el resultado no es el mismo. Así, el usuario tiende a echar más cantidad de este sustituto que de la propia sal de mesa hasta que obtiene un resultado similar al paladar. Una especie de “para este viaje no hacían falta alforjas”.
  • Por otro lado, está la cuestión de su uso en la cocina, antes que en la propia mesa, sabiendo que el uso del cloruro de potasio deja un importante retrogusto amargo cuando se calienta… un hecho que acompaña a la mayor parte de preparaciones culinarias.
  • Y por último, es preciso tener en cuenta cada caso en particular a la hora de incrementar de forma significativa el potasio en la dieta a partir de este tipo de estrategias. Hay pacientes que bien por su particular fisiopatología, bien por el tipo de fármacos que usan, deben observar una especial atención a la cantidad de potasio que incorporan con su alimentación. Así, siendo imprescindible la consulta con el médico, a la hora de tomar este tipo de decisiones, deberían prestar especial atención aquellas personas con diabetes, aquellos con algún tipo de alteración renal, los que padezcan obstrucción o dificultad en el flujo urinario, así como los usuarios de diuréticos (que propician una retención del potasio) o de inhibidores de la enzima conversora de angiotensina.

En resumen

Si bien el uso de sustitutos de la sal de mesa podría ser de utilidad para determinadas personas, su empleo debiera estar circunscrito a un adecuado asesoramiento previo por parte de un profesional de la salud cualificado: siempre teniendo en cuenta las posibles circunstancias del paciente; la posible influencia de un tratamiento farmacológico… y sobre todo no sin antes haber gestionado un cambio en los patrones dietéticos en el que primen los alimentos menos procesados, más “naturales” frente a los más procesados, con especial presencia de aquellos de origen vegetal fresco.

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Imagen:  zole4 vía freedigitalphotos.net