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Mobbing turístico en Barcelona

Una vez más, cuanto más cerca están las elecciones municipales, más se acentúa la importancia del distrito 1 de Barcelona: Ciutat Vella. Todos los comicios tienen sus claves y, en el caso de la capital catalana, los barrios del centro de la ciudad marcan el pulso político. Este verano lo hemos visto con la Barceloneta, donde el llamado turismo de borrachera y los pisos turísticos ilegales han ocupado las primeras páginas… Otra vez. También se está poniendo en peligro la convivencia en el sur del Raval, donde las mafias de la prostitución han descubierto que, si revientan las puertas de las fincas de los vecinos, las prostitutas pueden ofrecer sus servicios sexuales exprés a los turistas sin que la Guardia Urbana les moleste. El conflicto de los apartamentos ilegales viene de lejos, al igual que el turismo de borrachera (local y foráneo) del Raval, y son asignaturas pendientes de resolver por esta Barcelona donde se está extendiendo el fenómeno del mobbing turístico: la ciudad es incapaz de absorver el gran crecimiento de turistas que está experimentando año tras año y eso se traduce en un acoso a la vida de los barceloneses e, incluso, en la expulsión de los vecinos de sus casas víctimas de la especulación turística.

El origen del problema cabe encontrarlo en el boom inmobiliario, por lo que podríamos decir que es uno de los últimos coletazos de aquel pelotazo que tanto daño hizo a Barcelona y a sus barrios más populares. Lejos de desaparecer, durante la crisis se ha incrementado el fenómeno: primero, porque es la salida que han encontrado los especuladores para sus pisos acumulados durante los años de bonanza y que, con la crisis, no pudieron vender; y, segundo, porque hay barceloneses de a pie que han visto en el alquiler de habitaciones y de sus pisos a los turistas una fuente de ingresos extra y suculenta («en agosto me largo de la ciudad y alquilo el piso a los guiris y me saco una pasta», piensan). Si todo eso lo metemos en la misma coctelera y lo removemos, el combinado acaba siendo muy amargo (y nada refrescante) para los vecinos que sufren las consecuencias de este turismo llamado de low cost. Todo ello, alentado por los llamados Pla d’Usos municipales, que, mandato tras mandato, han dado alas a la proliferación de una ofera turística y de ocio nocturno que ha atraído a ese turismo de borrachera.

Pero, hay que mirar atrás para entender el problema presente. Primero, los JJOO de 1992, bajo mandato de Pasqual Maragall, proyectaron una imagen de Barcelona muy mediterráneamente festiva. Pero, el «amigos para siempre» se le ha ido de las manos a esta ciudad. Y no tardó mucho, ya que el boom de la barra libre del incivismo asociado al turismo se produjo bajo el mandato de Joan Clos, sucesor de Maragall. La imagen del alcalde saltando y bailando samba en el Passeig de Gràcia junto a Carlinhos Brown en pleno Fòrum de les Cultures de 2004 fue muy elocuente. Pero, Clos (o su equipo) se dieron cuenta de que habían creado un monstruo cuando ya era demasiado tarde.  Eran tiempos en los que la burbuja inmobiliaria estaba en pleno apogeo y en los que los ancianos y ancianas del Raval y el Gòtic eran víctimas del más terrible de los mobbings inmobiliarios. ¿Dónde han ido a parar muchos de esos pisos en los que vivían barceloneses de toda la vida y que fueron despojados de unas casas que luego, con la crisis, no se vendieron? Que se lo pregunten a los vecinos de la Barceloneta…

Protesta de vecinos de la Barceloneta

Vecinos de la Barceloneta protestan contra el turismo de borrachera y los pisos turísticos ilegales. BEGOÑA FUENTES / ACN

Con Clos, la situación llegó a ser tan insoportable que, tras la presión vecinal, el ayuntamiento tuvo que inventar figuras como la del barcelonés «voluntario del civismo». El alcalde pasó de bailar con Carlinhos Brown a hacerse fotos quitando carteles de las paredes del Raval. Pero, el cáncer del incivismo ya se había enquistado y la operación de los voluntarios duró dos días mal contados y fracasó. Aún así, los socialistas continuaron gobernando, con apoyos de ERC y de ICV. En el PPC, su líder, Alberto Fernández Díaz, hizo famoso aquello de que «Barcelona es jauja», y desde CiU, Xavier Trias (hoy alcalde), también criticaba la espiral incívica. Entonces es cuando llegó la Ordenanza de Civismo, que pretendía erradicar ese incivismo en Barcelona. Se establecierom multas por orinar en la calle y hasta se prohibió ir con el pecho descubierto en plan guiri por la calle para evitar la imagen de los turistas en chancletas y bañador paseando por la Rambla.

Pero, la ordenanza también ha fracasado, porque, en realidad, nunca ha habido una voluntad política real de erradicar esa economía de turismo low cost y de borrachera porque mueve muchísimo dinero en Barcelona y, especialmente, en los barrios de Ciutat Vella, como la Barceloneta, el Raval y el Gòtic. Tanto es así que otro alcalde, Jordi Hereu, sucesor de Clos, recibió una bofetada un día que paseaba por el Raval de una vecina cabreada. Era marzo de 2010 y la mujer le dijo: «Dales un toque a la Guardia Urbana, no te digo que trabajen mal, pero muchas veces llamas a la Guardia Urbana cuando hay problemas y no vienen». Esta misma frase se la hemos podido oir a los vecinos de la Barceloneta que este verano se han manifestado contra los apartamentos turísticos ilegales y a los vecinos del Raval que sufren el turismo de borrachera.

La Ordenanza de Civismo se ha retocado cada vez que los vecinos han salido a la calle a protestar, pero el cáncer, como decíamos, está enquistado. Se erradicaron los liampiaparabrisas de los semáforos y los gorrillas aparcacoches y, en cierta manera, lo que se vino a llamar mendicidad organizada, pero no el turismo de borrachera, porque forma parte de un buen pedazo de pastel de la economía más lucrativa de Barcelona, de la misma forma que los lateros -vendedores ilegales ambulantes de bebidas alcohólicas- que lo alimentan.

Ahora, Trias es el alcalde que se enfrenta a este cáncer y que, pese a ser él médico de profesión, tampoco ha sabido extirpar. El distrito 1 barcelonés es seguramente el más difícil de gobernar, sobre todo, porque es el escaparate de Barcelona. Lo hemos visto con Maragall, con Clos, con Hereu y, ahora, con Trias, que tendrá que ir con cuidado de aquí a las próximas elecciones. Después del conflicto de Can Vies, ahora le ha estallado Ciutat Vella, donde siempre se juega la gran batalla electoral de Barcelona, que ha pasado del más crudo mobbing inmobiliario a padecer las consecuencias del mobbing turístico.