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El morbo (machista) de las agresiones sexuales

Hace poco, una seguidora me preguntaba si, como periodista, veía normal la cobertura que se había hecho de un asesinato por violencia machista en su ciudad.

En el artículo que me enviaba, no faltaban detalles acerca de qué partes del cuerpo de la víctima -y de qué manera- había forzado el agresor.

«No he podido terminar de leerlo», me escribió confesando que le daba náuseas. Respondiendo a su pregunta, sí, ese tratamiento mediático es lo normal.

mujer violencia machista

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De las primeras cosas que nos contaban en la carrera de periodismo es que cubrimos el servicio de informar a la ciudadanía de manera veraz, que nos debemos a la audiencia y a la objetividad.

Y, de la misma forma, el periodismo se moldea a la sociedad a la que comunica, convirtiéndose en un reflejo de sus valores e intereses.

Así que no se puede evitar: el periodismo es machista.

El periodismo es machista cuando hay un perfil concreto que es un factor añadido de interés, el de las víctimas femeninas.

Delitos a menores de edad y mujeres son los sucesos que más atraen a la ciudadanía. Y vemos ese alto impacto en casos como Diana Quer o Marta del Castillo.

La amplia cobertura responde al «síndrome de la mujer blanca desaparecida», que lo llama la periodista Paula Carroto, refiriéndose a la atención que se produce sobre un caso en el que una mujer joven, atractiva, de clase media o alta, procedente de una familia estructurada, está desaparecida o es asesinada.

Son las que se usan como gancho para que esa voracidad informativa se vea satisfecha. Y la razón responde al problema estructural del machismo, ya que el público percibe a las mujeres y los menores como sujetos débiles.

De esta concepción parte la conmoción ante los hechos que hayan podido experimentar y es cuando el sensacionalismo brilla en todo su esplendor.

Del sensacionalismo del crimen a la sensibilidad

Temáticas como la violencia, el escándalo, la polémica, una tragedia, el sexo u otras intimidades son empleadas para lograr una mayor efectividad a la hora de transmitir la noticia.

Por ello, esa excesiva narración de las agresiones es algo intencionado para aumentar el interés (y los clics) del público sobre el caso.

Pero aquí encontramos dos problemas: que o bien se potencia la brutalidad de los hechos delictivos o bien lo sucedido a las mujeres raya la pornificación, por la manera en la que se construye la narrativa.

«Lo que tienen que relatar son las lesiones resultantes, no las agresiones, a mi modo de ver», explica Cristina Fallarás, escritora y periodista española que además ganó el Premio Buenas Prácticas de Comunicación No Sexista.

«Es decir, no ‘penetración anal’ sino desgarro anal severo, alteración en las funciones del esfínter, trastornos varios… No cómo sucedió la agresión, sino qué lesiones de todo tipo provoca en la víctima y cuáles son sus consecuencias».

El sesgo de la cobertura mediática ‘normal’ -normal por frecuente, no porque sea su estado natural- se hace aún más evidente cuando nos resulta imposible imaginar esas descripciones que leemos diariamente a la inversa, es decir, si fueran sufridas por hombres.

O si imagináramos las acciones de un cura pederasta -que en nuestro país tenemos unos cuantos casos- en ese mismo estilo de crónica de sucesos.

Nos llevaríamos las manos a la cabeza y tacharíamos a ese medio de hacer apología de la pedofilia, así como de violar los derechos fundamentales de los menores.

Puede parecer sorprendente para un 44% de la población, pero las mujeres también tenemos derecho a nuestra intimidad y a ser tratadas dignamente.

Rehumanizar a las víctimas

No cebarse en la escabrosidad no es ocultar información ni negarle información a la ciudadanía, es respetar ese derecho humano de mantener una parcela privada, sin intromisiones de terceros, pero también dar ese trato mediático igualitario a las mujeres.

La apelación a la emoción de la audiencia, como afirma Cristina, no debería ir ligada a la lectura de hechos violentos y crueles, porque son caldo de cultivo de la revictimización.

Exponer a las víctimas a los detalles puede llevarles a recordar lo que sucedió, evocando su trauma.

Una cobertura más cuidadosa alejada de la ultraexposición promueve la recuperación, pero también evita que pueda afectar negativamente a su vida personal y profesional.

No necesitamos piezas informativas de alta calidad desde el punto de vista del morbo, sino de alta calidad humana, de concienciación, que fomenten la empatía y la comprensión del impacto de las agresiones sexuales.

Centrarse menos en la cosificación de las agresiones y más en la responsabilidad del agresor, es lo que conseguirá una nueva definición de periodismo de sucesos normal y un cambio más profundo como sociedad.

Esa sí es una manera efectiva de comprometerse con la erradicación de la violencia machista: dejar de hacer de ella un espectáculo.

Mara Mariño

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Ni sola ni con ropa de deporte: la desacertada campaña contra las agresiones sexuales de la Xunta de Galicia

«Se viste con mallas de deporte. Va a correr sola por la noche. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa».

Con ese argumento, la Xunta de Galicia saca su nueva campaña contra la violencia de género, utilizando imágenes que imitan el día a día de mujeres y acompañadas de reflexiones.

Xunta Galicia campaña violencia de género

XUNTA DE GALICIA

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Además de la foto de la chica haciendo running, encuentro también en la campaña otros mensajes: «Le envía una foto íntima. Él está con sus amigos. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa».

«Una discoteca, una copa desatendida. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa». «Una chica camina sola de noche. Lleva las llaves en la mano. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa».

El foco de los mensajes es claro: prevenir violaciones. Lo que pasa es que, a la hora de escoger el destinatario, se han liado.

Así que la mejor manera de evitar sufrir una agresión sexual es que las mujeres cambiemos nuestra forma de vestir, nuestras zonas de paso o tu manera de vivir el ocio… O al menos, es la solución según la Xunta.

Lo que quizás deberían tener presente es que, según los datos de Amnistía Internacional, una de cada cinco mujeres será violada en algún momento de su vida. Y spoiler: la ropa no tiene nada que ver.

Repasando una de las muestras más impactantes de hace unos años, una exposición que mostraba qué ropa llevaban las víctimas de agresiones sexuales, las mallas de deporte no son el común denominador.

Chilabas, pijamas, el uniforme de policía, una camiseta de manga corta y pantalones vaqueros, una camisa blanca… Lo que ellas llevaban puesto aquel día es tan variado como lo que puedes encontrar en un armario.

Hacer de la ropa no solo la protagonista, sino la causante directa, es señalar a la víctima y mantener el estereotipo de que es la ropa la que va provocando.

En otras palabras, la responsabilidad de sufrir una agresión es de quien la sufre, no de quien decide ejercerla.

Una idea que refuerza la cultura de la violación, que normaliza la violencia minimizándola y la fomenta con las actitudes misóginas.

Entre ellas están, por ejemplo el ideal de la ‘buena mujer’, esa que la Xunta nos invita a ser: la misma que está en casa a las 5 de la tarde y no se maquilla ni hace nada que pueda provocar (como si no hubiera violaciones a plena luz del día o en lugares concurridos).

No falta en la misoginia de la cultura de la violación la cosificación: la mujer es un objeto sexual y por tanto vive expuesta a ser agredida por ello, por lo que no debe exponerse.

Y por supuesto, no se puede minimizar una agresión sexual sin exculpar al verdadero causante.

Por eso decir «No debería pasar, pero pasa» es invitarnos a asumir que las violaciones son inevitables.

Considerar que el hombre es violento por el hecho de ser hombre y que solo en nuestra mano está evitar que dé rienda suelta a sus deseos.

Unos deseos que «no deberían pasar, pero pasan» como si no pudiera controlarse, quitándole peso a sus actos.

Sin embargo, las feministas no nos cansamos de repetir que nosotras no tenemos la responsabilidad de ser acosadas, abusadas o agredidas.

«La culpa no era mía, ni donde estaba ni como vestía. El violador eres tú».

Tampoco la tenemos de sufrir revenge porn porque hemos mandado una foto a una persona con la que teníamos una atracción y esta decide filtrarlo hasta el punto de que es tan insostenible el acoso que ella decide terminar con todo y suicidarse.

O de ir solas por la calle cuando nos sucede algo. Todo esto es también achacárselo a la víctima.

Decir que es culpa suya dejar la bebida sola por lo que pudiera pasar. Está a la altura del Xocas alabando a su amigo (al que definió como un «crack») porque se mantenía sobrio para así aprovecharse de mujeres que habían bebido.

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¿Cómo vamos a atajar la violencia de género si seguimos obviando el origen real de la violencia, que es las personas que ejercen esa violencia?

¿Empezaremos también a prevenir el bullying en el colegio pidiéndole a los menores de edad que sean menos ‘insultables’ o ‘agredibles’ para sus compañeros?

¿Combatiremos la homofobia pidiéndole a las personas que, por favor, sean más heterosexuales, que con su orientación sexual van provocando?

Y ya de paso, ¿lucharemos contra el racismo pidiendo a todas las etnias que no sean tan poco caucásicas porque, aunque no debería pasar que las ataquen física o verbalmente por el color de su piel, pasa?

Las mujeres tenemos el mismo derecho a vivir seguras que los hombres y eso significa igualdad de poder andar, quedar, salir o hacer deporte como nos dé la gana, sin que eso suponga un riesgo.

No necesitamos que nos sigan machacando a nosotras, que somos las que lo padecemos en la propia piel, con el tipo de víctima que debemos ser, necesitamos que el prisma cambie de dirección y se les empiece a concienciar a ellos.

Lo que realmente no debería pasar, pero pasa, es esta campaña.

Mara Mariño

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Maltrato en pareja: por qué se recurre a la violencia, cómo detectarlo… Esta psicóloga resuelve las dudas más frecuentes

‘Esa historia algo tóxica’ es como, a día de hoy, sigo refiriéndome a lo que mi psicóloga llamó «relación de maltrato».

Una especie de salvoconducto que me permite hablar de ello sin que mi mente reproduzca algunas escenas.

pareja maltrato

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Supongo que no había comprendido que aquel mote le quitaba peso (o más bien gravedad) a la situación.

Era mi particular mecanismo de defensa.

Y ha sido entrevistando a Isabel Zanón, psicóloga feminista (@isabelpsicofem en Instagram), que he entendido mejor este apaño de mi cerebro sobre la forma de expresarme sobre esa historia.

Para la psicóloga, usar «tóxico» nos supone una alternativa sencilla.

«Nombrar la violencia es como mínimo, incómodo. Sin embargo, cuando hablamos de toxicidad en lugar de nombrar la palabra violencia, estamos olvidando el contexto y relegando el problema a una ‘cosa de pareja’, a la esfera privada, lo cual es peligroso», afirma.

Hablar con ella es reabrir mi personalísima caja de Pandora y resolverme las dudas que, ocho años después de haber vivido esa relación, aún me acompañan.

¿Podría haberme defendido? ¿Podría él haberse tratado? ¿Por qué a mí? ¿Por qué él? ¿Por qué todos los casos que conozco son tan parecidos que casi parecen calcados unos de otros?

Sobre la última pregunta, Isabel me explica que esa semejanza tiene su razón en las formas del patriarcado, que «mutan a medida que lo hacen las personas, su estilo de vida y sus códigos sociales».

«Si hablamos de violencia, estaremos poniendo el foco en que hay una estructura, una jerarquía de poder en que una parte ejerce ese poder (el hombre) y la otra se somete (la mujer)», explica.

No son solo el control y los celos las conductas violentas, también se encuentran «las que tienen por objetivo aislar socialmente, las humillaciones en público o en privado, la descalificación, el acoso, la indiferencia afectiva o la manipulación, así como las amenazas. También solemos encontrarnos con unos inicios de relación muy positivos, casi abrumadores».

Me ha rondado la cabeza en varias ocasiones la pregunta de cómo se llega a ese punto. Cuando algo hace ‘clic’ y empiezas a tratar mal a tus parejas.

La clave, como me explica la experta, está en los agentes socializadores, individuos, grupos como la familia o instituciones como el colegio, por poner unos ejemplos.

«Los agentes socializadores de estos hombres que maltratan son muchos: hombres sexistas a su alrededor, carecen de referentes más igualitarios con las mujeres o que asuman que es importante hacer autocrítica sin ponerse a la defensiva, la pornografía es otro importante agente socializador, el grupo de iguales, que a menudo también tiene muy normalizado e incluso romantizado el sexismo y conductas como la dominación, el control o la humillación», aclara Isabel.

«Aprenden de distintos canales y amparados por un sistema violento en muchos más aspectos: vivimos en una sociedad en la que la violencia no tiene demasiadas repercusiones porque se normaliza y se legitima como forma de resolver conflictos y mantener privilegios».

¿Es cierto que el maltrato suele estar relacionado con las inseguridades y personalidades muy narcisistas? Es decir, ¿hay predisposición a que este tipo de personas se conviertan en maltratadoras?
Hay muchos factores de riesgo para que un joven o adulto ejerza violencia contra las mujeres: se ha estudiado que la baja autoestima puede ser uno. También el ponerse siempre por delante en tanto que a los niños se les educa para ser cuidados y pensar en ellos, lo cual no quiere decir que esté mal. El problema es que a nosotras en lugar de en el YO se nos educa en los OTROS y por eso nos ponemos casi sistemáticamente en segundo lugar. A ellos no se les educa en la empatía y a nosotras se nos educa en la sobreempatía: se espera de nosotras que seamos comprensivas incluso con quienes no nos tratan bien. Otros factores de riesgo podrían ser el bajo control de impulsos, las creencias sexistas, las creencias de amor romántico…

Los rasgos narcisistas tienen que ver con sentirse por encima o mejores que otras personas, pero en realidad beben de una autoestima bastante baja. No tienen problema en violar las normas o en saltarse los límites de otras personas con tal de dominar y conseguir una imagen exterior positiva. Son habituales los comportamientos que buscan humillar y crear confusión psicológica.
Sin embargo, no hay un solo perfil de maltratador igual que no hay un solo perfil de mujer que recibe violencia. De hecho, es importante huir de esas visiones estereotipadas que a menudo solo hacen que si nos topamos con un chico con carisma y de maneras tranquilas o con una chica de modales bruscos y con la rabia a flor de piel descartaremos automáticamente que puedan estar en una relación de violencia por el simple hecho de no entrar en el ‘perfil’.

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¿Yendo a terapia pueden cambiar su forma de relacionarse (y por tanto de dañar a sus parejas)?
Opino que sí, pero es muy complicado. Seguramente solo será efectiva una terapia específica y solo suelen acudir a esta por orden judicial, cuando la violencia que han ejercido ha sido tan grave y explícita que se han tenido que tomar medidas judiciales. Y a menudo por desgracia, ya es bastante tarde. El primer paso que tienen que dar es reconocer la violencia y entender que nada la justifica. Que una cosa es tener conflictos en pareja y otra muy diferente responder con violencia, maltrato y trato desigual. Hace falta un trabajo profundo en cómo se ven y viven las relaciones, no es solo una cuestión de trabajar en la empatía, la rabia o la resolución de conflictos.

Además de ser específicas, estas terapias deben durar lo suficiente y en ocasiones no se ponen los recursos adecuados para que así sea. Muchas de estas personas no son capaces de hacer ningún tipo de autocrítica, se ceñirán a su versión de los hechos y en caso de acudir a terapia, podría ser que lo hicieran como una forma de defender su imagen pública o incluso como medio para recuperar a la pareja.

¿De alguna manera pueden los amigos y familiares detectar que se encuentran ante un maltratador?
No es sencillo, pero sí pueden. A menudo se comenta que todas las mujeres conocemos a alguna mujer que está recibiendo violencia, pero curiosamente nadie conoce a ningún hombre que la ejerza. Esto no es prueba de que ellas mientan o exageren. Es prueba de que el sistema social normaliza y ampara la violencia. Por eso es importante que el entorno deje de mirar a otro lado, esté más atento y pueda hablar con la persona en cuestión. Porque es responsabilidad de todo el mundo.

Independientemente de si creemos que esta persona puede o no cambiar, lo ético sería no legitimar a alguien que no trata bien a otras personas. Es posible detectarlo viendo cómo se comporta con su pareja, aunque no siempre lo mostrará en público. Pero a menudo, se escapan gestos de una parte o de la otra que delatan la verdadera naturaleza de la relación: dominación-sumisión.
Es posible prestar atención a cómo habla sobre la relación o sobre su pareja. También es importante observar cómo se comporta su pareja cuando él está cerca y en general, qué estado de ánimo muestra.

¿Hay alguna manera de que la víctima se pueda defender de estas estrategias de control?
Es difícil porque algunas de las secuelas de la violencia de género son que la mujer se inhiba, desconfíe de ella misma (incluso de sus propios sentimientos), disminución de la autoestima, desvalimiento, confusión, culpa y dudas sobre las propias capacidades y sobre todo, una gran dependencia emocional. Lo primero es tener identificadas esas estrategias de control y ponerles nombre. Darles la importancia que tienen. Poner cuanta más distancia mejor, para que sea más difícil volver a entrar en el laberinto.
Hacer uso de la autodefensa feminista, que nos da algunas pistas de cómo defendernos de la violencia.

Por ejemplo, necesitaremos mucho entrenamiento en conectar con nuestra propia intuición, con nuestras sensaciones de malestar y con nuestra voz. Será importante también conocer y reconocer nuestros derechos. Por último, necesitaremos también una red de apoyo, por pequeña que sea, que entienda que lo habitual es normalizar la violencia, también la recibida. Esta red de apoyo, cuando sea conocedora de lo que ocurre, debe estar siempre disponible y armarse de paciencia, para derribar los muros de la vergüenza que normalmente sentirá la víctima; especialmente, si sufre recaídas. En estos casos se necesita una red que no la juzgue en ningún sentido.

¿De qué manera el apoyo es vital tanto para la víctima como para el agresor que quiere cambiar su comportamiento?
Por el mismo motivo por el que el iceberg de la violencia no tiene razón de ser sin la base, que es la estructura social, entre la que se cuentan las otras personas, las redes de cada cual. Y es que el posmachismo resta importancia y niega la existencia o magnitud de la violencia contra las mujeres. El apoyo ha de ir dirigido a romper el aislamiento, a tender puentes, a paliar las secuelas y a ofrecer espacios seguros donde procesar lo vivido e integrar nuevas maneras de relacionarse desde el buen trato.

¿Cómo puede la educación prevenir que nuestro hijo (o hija) se convierta en maltratador?
Con mucha prevención para no llegar tarde. Es importante que los niños aprendan a relacionarse con niñas viendo a hombres
igualitarios relacionarse con mujeres no sumisas. Y es que la violencia en pareja solo puede ser ejercida por quien está en una posición de poder. Claro que hay mujeres que tratan mal a sus parejas, pueden hacer uso de conductas de control, humillación, etcétera. Y esto es intolerable porque no se daña a quien se quiere.

Sin embargo, tanto la estructura social (que legitima la superioridad y dominación de los hombres) como los datos, avalan que son ellos quienes ejercen esa violencia efectiva. Las relaciones de maltrato en la pareja han sido identificadas por el feminismo, pero no es un problema que debamos resolver las mujeres, es un problema que deben resolver los hombres. Y esto empieza por educar a los niños cuando son pequeños. Recordemos que sin agresor, no hay violencia.

¿Cómo gestionar que tu ex, que te ha maltratado, vuelva a contactarte diciendo que ha cambiado?
Tapándote los oídos y observando. Observando cómo se comporta, lo que hace y también observando cómo estás tú, tus emociones y tu cuerpo. A menudo lo que nos dicen, así como lo que nos cuenta nuestra cabeza, hay que contrastarlo con el cuerpo, que no engaña. Recordemos que hay algo llamado ilusión de control, que nosotras mismas podemos sentir (estemos en una relación de pareja de violencia o solo insatisfactoria): y es que los mitos románticos nos predisponen para aguantar, insistir y quedarnos en relaciones que no nos aportan porque nos quedamos atadas a la idea de ‘cambio’ y ‘potencial’ de la pareja.

Creo que es importante gestionarlo contándolo en el entorno, pero también trabajando mucho en nuestra autonomía y en construirnos una vida que nos encante. Es más difícil que nos convenzan cuando llevamos una vida rica y basada en nuestros valores. Si no estamos seguras de poder aguantar sin que nos vuelvan a arrastrar, no esperemos a tocar fondo: hay que pedir ayuda profesional.

Mara Mariño

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‘365 días’, ni tan erótica ni sucesora de ‘Cincuenta sombras de Grey’

Cada vez estoy más convencida de que el cine es una de las herramientas más potentes del patriarcado para romantizar la violencia de género.

No dejes de leer todavía, que voy a justificar mi respuesta.

@iammichelemorroneofficial

Desde hace unas semanas, la película 365 días no deja de salir en la lista de las más populares en Netflix. Una popularidad que viene, en parte, por quienes dicen que es la nueva versión de Cincuenta sombras de Grey.

Para que te ahorres el verla, te voy a resumir la trama en una línea: un mafioso millonario secuestra a una mujer con la que una vez soñó y le da un año para enamorarse de el.

Ya para empezar, solo pensar en que un desconocido que ha soñado conmigo me mantenga retenida a la fuerza durante un año (o el tiempo que sea en realidad) me parece escalofriante.

Pero ahí empieza la capa de purpurina: el actor que interpreta al protagonista no tiene nada que ver con los que suelen salir detenidos en las noticias. Es guapo, joven, está en forma y se compromete a no tocarla hasta que ella se enamore de él. ¿Todo un caballero? Todo un lavado de cerebro.

Mientras una sucesión de escenas que parecen salidas de Pretty Woman -por aquello de que él le compra todo tipo de cosas-, ponen el lazo al objetivo de sacarle el romanticismo a un delito, muchas de las espectadoras de la película afirman fantasear con secuestros.

Que una mujer vea este tipo de películas y sueñe con protagonizar algo así es como si una persona homosexual comienza a fantasear con agresiones homófobas porque hay una película que las expone como parte de una historia romántica.

Si eso parece una barbaridad, ¿por qué esto no?

Y eso solo en cuanto al hilo conductor. En la película no faltan estereotipos de industria pornográfica como violaciones, violencia física durante el sexo y por supuesto la premisa de que lo que más desea la víctima es practicarle una felación a su secuestrador.

No que le hagan un buen cunnilingus de esos en los que terminas sudada, con el pelo enmarañado y despatarrada, no. Viendo que así es cómo se representa el deseo femenino, da la sensación de que las personas autoras la ficción saben poco o nada de lo que realmente nos excita a las mujeres.

O quizás es que, una vez más, estamos ante el nuevo ejemplo de adoctrinamiento por parte de la cultura popular y sus productos de éxito. Violencia física, sexo sin consentimiento y una relación sexual en la que el pene es el centro.

¿Y lo peor? Que esta ficción tenga cabida en una plataforma del alcance de Netflix.

Una historia tan vieja, casposa, machista y cansina que de verdad hace que me pregunte por qué no parece haber interés en sacar tramas nuevas en las que se inviertan los papeles.

En explorar otros tipos de relaciones que no estén basadas en un hombre dominante y una mujer sumisa, que nos conviertan en sujetos activos y no en las habituales víctimas. Unas ficciones que nos empoderen, no que nos sigan doblegando.

Porque aunque solo sea una película, el cine nos moldea, nos enseña y nos sirve de referente. Así que yo pregunto, ¿son estas las relaciones que queremos? ¿No es una forma de perpetuar relaciones desiguales entre hombres y mujeres?

Duquesa Doslabios.

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Acoso sexual, el verdadero ‘secreto’ de Victoria’s Secret

Mientras que las mujeres de Hollywood o del mundo del deporte alzaban la voz para denunciar todo tipo de agresiones, un sector parecía resistirse a los embistes de la violencia de género: la fantasía lencera de Victoria’s Secret.

Si ya de por sí, solo por nacer mujer, tienes un 30% de posibilidades de sufrir violencia (a lo que se le puede sumar que 4 de cada 5 mujeres en España han sido acosadas), parecía imposible que en el desfile más visto del mundo en el que la ropa interior era denominador común, se escapara.

Casi como si las modelos más famosas de la industria de la moda hubieran encontrado un universo alternativo en el que era segura la (casi) desnudez.

O al menos hasta que un reportaje de The New York Times ha sacado a la luz que no todo eran push ups, tangas y alas de ángel.

Las modelos han hablado en ‘Ángeles en el infierno: La cultura de la misoginia dentro de Victoria’s Secret‘ porque llevan mucho calladas.

Andy Muise o Alyssa Millerson algunas de las que han denunciado una figura fundamental en toda la trama del gigante de la lencería: Ed Razek, quien era director ejecutivo hasta 2019 y encargado de los célebres castings para el desfile.

Las quejas que llegaron al departamento de Recursos Humanos de la firma iban desde tocamientos hasta comentarios lascivos, una serie de comportamientos que la empresa justificaba como algo ‘normal’ en ese trabajo sin darle ninguna importancia.

En el caso de Andy, el resistirse a los intentos del director de tener un encuentro sexual con ella tuvo una consecuencia inmediata: no volver a ser llamada para recorrer la pasarela.

Aunque es quizás Bella Hadid en nombre más destacado del artículo, quien también ha tenido mucho que decir sobre Razek y sus comentarios sexuales en fittings previos al desfile o en el mismo día del espectáculo.

Tocamientos a la fuerza, sesiones de fotos con las modelos desnudas que nunca habían sido aprobadas por la agencia, viajes con hombres mayores con los que debían flirtear y hasta una red de captación de mujeres para la prostitución son algunas de las ‘perlas’ detrás de la fantasía de color de rosa.

Afortunadamente, por motivos alejados de las acusaciones, Victoria’s Secret está cayendo por sí sola junto a su rancio estereotipo de belleza.

No serán las únicas historias de supermodelos que escucharemos (¡tiempo al tiempo!). No descarto que llegue el día en que Cindy Crawford, Naomi Campbell o Claudia Schiffer digan lo que han visto o vivido.

Duquesa Doslabios.

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De un vagón de metro y de violencia machista

Ayer iba sentada en el Metro de Madrid. A mi izquierda, un hombre iba escribiendo una carta. Si ya de por sí me llaman la atención las personas que escriben en libretas (gajes del oficio, supongo), este, que iba redactando una carta, me intrigó hasta el punto de encontrarme leyendo disimuladamente por encima de su brazo.

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Aquella misiva empezaba con lo que empiezan todas mis cartas favoritas, el amor. Un mensaje destinado a su hijo donde empezaba deseándole que se encontrara bien y le mandaba recuerdos a su madre.

Lo que en un principio parecía una epístola amable y cariñosa, se empezó a convertir en algo menos romántico y más oscuro.

«Te voy a hablar de mi verdad, esa que tu madre te ha ocultado», escribía con rapidez mi vecino de asiento. A continuación empezaba a desglosar una serie de razones que, en su opinión, demostraban el poco afecto que le tenía su madre en realidad, quien, por la carta, pude averiguar había roto la relación con él pidiéndole que se fuera de casa.

El hombre no solo afirmaba por escrito a su hijo que su antigua pareja no le quería, sino que empezó a esgrimir toda la serie de mitos del amor romántico (ese tan machista que, a muchas, nos termina matando), como que el amor verdadero es lucha constante, una fuerza que puede con todo, que su madre no le amaba realmente y que quienes se quieren nunca se abandonan, no como había hecho su mujer.

A continuación diferentes insultos rebajados aparecían sobre el papel para esa mujer a la que tanto decía amar. Una serie de menosprecios destinados a ella, pero que pasarían por los ojos de su hijo previamente.

También le decía al hijo que había intentado hablar con su madre mediante una amiga y que ella había rechazado el contacto, pidiéndole que respetara su decisión.

Su última baza, como dejaba por escrito en la carta, era que su hijo intercediera por él, por su relación de pareja. Una responsabilidad sobre una tercera persona que poco o nada pinta en un matrimonio que se da entre dos.

Una presión para el hijo innecesaria, injusta y, encima, fruto de una manipulación escrita mediante argumentos de novelas románticas machistas que se estaba desarrollando delante de mis narices.

Aquel hombre tildaba la situación de inmerecida mientras escribía con rabia. Pedía otra oportunidad para hablar porque esa vez sí que iba a cambiar. Se había dado cuenta de todo lo que había hecho mal y solo necesitaba que su hijo le hiciera de mensajero para poder volver a verse cara a cara con ella una vez más, y, según él, solucionarlo definitivamente.

Hasta ahí pude leer. Llegó mi parada y me tocó bajarme del vagón, no sin antes sentirme tentada de quitarle aquella carta.

De vuelta a casa, solo pude darle vueltas a aquellas palabras que había leído. A esa maniobra desesperada de retomar el contacto con su expareja que, en un primer momento, me pareció enternecedora para ver cómo se iba convirtiendo, según leía, en una manipulación por escrito con insultos y violencia sobre el papel.

Como víctima de violencia de género -hace unos años me topé con un indeseable de estos- solo puedo confiar en que, si a la mujer de la carta le llega el mensaje, se mantenga firme. Ojalá no se crea nada de todo lo que lee, de todo lo que le dice. Porque él no va a cambiar. Porque nunca lo hace.

Porque el mayor amor que puede profesarse es así misma y esta persona, la misma que la va poniendo en un vagón de Metro por tierra, nunca se lo va a poder dar.

Ojalá no lo haga por la presión de su hijo después de resistir la presión que ya le hizo su amiga. Ojalá él lo respete y recuerde que ella no es su posesión.

Ojalá no le pase nada.

Duquesa Doslabios.

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Amor, si el karma existe, que no vuelva a ponerme en tu camino

Estoy a punto de cumplir 27 años. La edad que tú tenías cuando me conociste. En aquel momento, los seis años que nos diferenciaban me parecían una tontería por mucho que tú te empeñaras en llamarme «pequeñaja» continuamente.

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Hay quien dice incluso que es hasta recomendable que el hombre sea más mayor. Yo creo que lo recomendable es que sea buena persona.

Voy a cumplir 27 años y, hubo un momento de mi vida, en el que no las tenía todas conmigo de si llegaría a cumplirlos. Por ti, claro. Por ti que me hiciste dudar tantas tardes de si volvería o no a mi casa.

Con los acelerones, los frenazos, las conducciones en sentido contrario con coches viniendo de frente, tus manos fuertes, tus puños llenos de arañazos, tu boca sangrando.

Y todavía alguien se preguntará por qué a punto de cumplir 27 años tengo miedo a la oscuridad. Y al día, no nos engañemos. No me acuerdo de lo que es pasar por mi calle sin miedo, sin el corazón galopándome en el pecho antes de abrir el portal, sin salir de casa mirando antes a ambos lados, sin que se me atenace la garganta cuando veo un Peugeot morado.

Desde que llegaste a mi vida y yo me fui de la tuya, cumplo, cada año, con miedo. Pensando si algún día volverás a cumplir todas las sentencias que me pusiste por escrito. Los mails, mensajes y whatsapps en los que me declaras muerta son tantos que se me antoja aún increíble que no acataras ninguna.

De ahí que nunca esté tranquila. Porque dijiste que sería tuya para siempre. Que, aunque me fuera, seguiríamos perteneciéndonos. Y ahora que he aprendido que no soy de nadie más que de mí misma, me da miedo que vuelvas a terminar el trabajo.

Voy a cumplir 27 años, que es cuando tú te topaste con una yo de 21 y le dijiste que no valía nada y que su único valor residía en el amor que decías sentir por mí.

No me imagino, a mis casi 27 años, amenazando a nadie ni de 21 ni de 22 ni de 30 ni de 60. No me imagino diciendo las cosas que me hiciste escuchar.

Que estaba liada con todos mis amigos, que, si había karma en este mundo, terminaría con sida o algo peor por puta, por zorra. Que cómo me atrevía a moverme por el presente si no era contigo al lado, a tener un pasado, a pelear por mi futuro, en definitiva, a ser yo sin ti.

A punto de cumplir los 27 sigo andando más rápido si siento pasos detrás de mí, sigo con miedo de espacios abiertos con gente donde podamos encontrarnos, sigo evitando pasar por tu Madrid.

Tú decías que, si la justicia poética existe, volveríamos a encontrarnos algún día. Yo rezo porque si realmente hay en el mundo algo así, no vuelva a ponerme en tu camino. Porque sigo con el temor de estar en él sin darme cuenta y de que decidas que hasta ahí han llegado mis pasos.

Escapar de ti fue el más pequeño de los desafíos incluso con cubertería afilada, golpes, gritos, escupitajos, persecuciones y casi un accidente con un conductor de autobús de por medio.

Eso es lo gracioso, que aquella tarde infernal fue lo más sencillo de todo. Lo complicado es llegar así a los 27 años.

Pero puedo garantizarte que, cuando llegue mi día, soplaré esas velas con todo el aire de mis pulmones. Porque el acto más revolucionario que se me ocurre, después de ese amor tan envenenado que trajiste bajo el brazo, es vivir y seguir cumpliendo (y celebrando) los años.

Y aún con miedo seguir saliendo a la calle, seguir riéndome a carcajadas, seguir maquillándome cuando tanto te molestaba, seguir teniendo amigos, compañeros, hombres de confianza, amigas que me quieren y no como las que te encargaste de apartar de mi vida dejándome aislada.

Lo más rebelde de mis 27 años es tener la suerte de darle las gracias a mis padres por apoyarme, por saber que algo pasaba, por pagarme una psicóloga, por darme tanto cariño y apoyo en casa.

Porque el acto más insurrecto de todos ha sido aprender, de nuevo, a querer, a quererme.

Duquesa Doslabios.

(Y acuérdate de seguirme en Twitter y Facebook).

Ni la violes ni la mates

Son las siete y media de la tarde. A estas horas, normalmente, cojo las zapatillas, el abrigo más grueso que tengo y salgo a correr. Hoy no, hoy no hay ganas, ni fuerzas ni nada. Hoy hay, además de una pena que me llega al tuétano, miedo.

PIXABAY

No es que haya empezado hoy a sentirlo, siempre ha estado ahí, siempre lo he vivido. Pero hoy pesa más que de costumbre.

Tengo miedo de salir por mi barrio, mi parque con sus columpios donde he pasado tantas tardes de mi vida, mi zona de siempre, y no volver.

Porque quizás un día, o tú que me lees, o yo, que te escribo, no volvamos a casa. Y no dependerá de ti ni de mí. No es que, motu proprio, hayas decidido irte sin mirar atrás, es que han decidido por ti que ese era el final de tu camino.

Como tantas mujeres que se han cruzado a lo largo de mi vida en la universidad o en el trabajo, aviso siempre a alguien cuando salgo de casa a hacer ejercicio y mi madre o mi padre me piden encarecidamente que «me cuide», que tenga «sentidiño».

Pero que «me cuide» no es suficiente, porque por mucho que vaya por el camino que no tiene pendiente, por la zona iluminada para evitar tropiezos y que pueda caerme al suelo, mi seguridad desde que salgo de casa, por mucho que tanto a mí como a ellos nos pese, deja de estar bajo mi control.

Pienso en mis amigos, en mi hermano, en cómo no tienen que preocuparse de estas cosas, en como salen a correr, a andar, de fiesta, de viaje, a estudiar, en como vuelven a la hora que quieran solos o con las compañías que deciden sin ese miedo a no regresar.

Y entonces solo cabe preguntarse, ¿esto es vivir en libertad? ¿Es libertad vivir con miedo de salir de casa? ¿Con miedo de ir por la calle independientemente de la hora, de la gente que circule, de la zona, de mi ropa, de mi edad?

¿Cuándo van a dejar de pedir que nos cuidemos? ¿Por qué el planteamiento es que, siendo mujer, te protejas en vez de que, si eres hombre, no agredas?

Igual si empezáramos a enseñar de manera diferente, a decir que si ves a una chica sola por la calle a las tres de la mañana, que si te cruzas con una que va borracha, que si coincides en el parking, que si es una vecina que te encuentras en el rellano, que si tu pareja quiere romper la relación, que si va viajando sola, que si es tu compañera de trabajo y ha ido al baño, ni la violes ni la mates.

Duquesa Doslabios.

(Y acuérdate de seguirme en Twitter y Facebook)

Stealthing: la nueva tendencia de quitarse el condón durante el sexo

Querid@s,

El fin de semana pasado conocí a un apuesto (macabro, descubrí a posteriori) francés en un evento Couchsurfing en Chicago, ciudad imponente a la que acabo de mudarme de nuevo hasta nueva orden. Lo cierto es que el del país de la Marseillaise ostentaba una planta bárbara y le sobraba pinta de majo, educado, limpio/aseado. O eso creía yo. No voy a entretenerme en la historia de cómo llegamos hasta su alcoba porque el asunto no va de eso. Lo que quiero contaros es que una vez enredados y en un descanso del mete-saca, el muy tirano aprovechó un momento de despiste por mi parte para deslizar con sigilo el condón por su miembro viril hasta quedarse en bolas. Será… Menos mal que estuve atenta -yo ya no me fío ni de mi sombra, tal y como me aconseja mi madre prácticamente a diario- y le pillé con el condón en la mano. Y con toda la intención de no decir ni mu. Le dije más que a un perro y me fui e esa habitación envenedada como alma que lleva al diablo, no sin antes decirle que lo que había hecho es/podría ser punible y que recibiría noticias mías en algún momento. Ahí acabó la historia.

Esta inquietante tendencia, que nada tiene que ver con nuevas posturas o técnicas amatorias, tiene muy poco de sexy y se conoce como Stealthing.

Pues bien, resulta que esta maniobra no es sólo cosa del francesito, sino que se trata de una más que  incipiente tendencia de alcoba que amenaza con tornarse global. De ella habla alto y claro Alexandra Brodsky en un informe publicado en el Columbia Journal of Gender and Law. Para los entusiastas de los estudios, aquí lo tenéis. Entre otros argumentos la autora documenta en su informe que esa maligna «furtividad» cuando un hombre descapota su miembro viril durante el sexo con sigilo, en secreto y sin el consentimiento y conocimiento de la pareja se considera una forma de de agresión sexual y debería tratarse como tal.

Con este artículo la autora pretende proponer una nueva ley que facilite un vocabulario para que la gente se refiera a una experiencia, desgraciadamente demasiado habitual, a la que frecuentemente calificamos de mala experiencia sexual o mal sexo, cuando deberíamos decir violencia, según declaró Brodsky al Huffington Post.

El estudio arranca con Rebecca, una estudiante de doctorado que trabaja en un Call Center en el que se atiende a víctimas de violación. Rebecca se dio cuenta de que cada vez recibía más llamadas de mujeres que se encontraban con un caso de stealthing. La propia Rebecca había experimentado la misma situación con un ex novio. Al parecer “las historias suelen comenzar de la misma manera,” afirma Rebecca. “’No estoy convencida de que sea violación pero…’” Todas se sentían violadas pero “no tenían el vocabulario” para expresar lo que había ocurrido.

La práctica de “stealthing” no solo expone a las víctimas a embarazos no deseados o a enfermedades de transmisión sexual, sino que además provoca el mismo tipo de daño emocional y físico que otro tipo de abuso o acoso sexual con violencia. Una de las victimas que Brodsky entrevistó para el informe se refirió a lo ocurrido como de “cuasi-violación.” Otra víctima calificó lo sucedido de “flagrante violación de lo que habíamos acordado.”

Lo más perturbador de todo es que existen páginas encubiertas en las que hombres homosexuales y heterosexuales comentan y comparten sus hazañas sexuales animándose y aconsejándose sobre la práctica del stealthing ya que es el derecho de todo hombre esparcir su semilla. ¿Cómo? Por ejemplo, metiendo el preservativo en el congelador o haciéndole agujeros. En la web Experience Project un hombre que dice ser onesickmind (una mente enferma) escribe una guía completa sobre stealthing en la que fanfarronea y se jacta de haber hecho la misma jugada con tantas chicas que no puede ni contarlas.

Otro internauta sinvergüenza se suma a la causa y nos deja las siguientes perlas.

 

¿Cómo os quedáis?

A follar a follar que el mundo se va a acabar.

Día Internacional de la Mujer: Google homenajea a 13 mujeres pioneras que hicieron historia

Querid@s,

Mi amigo cubano Toni – con el que tuve un idílico affaire hace unos años, ya os contaré-, me felicita hoy desde Cuba por el Día Internacional de la Mujer. No se olvida de las mías y me pide que le haga llegar las felicitaciones a todas las mujeres de mi familia. Gracias mi amol. No olvidéis felicitar a las mujeres de vuestras vidas.

El Día Internacional de la Mujer se celebra, como cada año desde hace más de un siglo, este 8 de marzo. Como en aniversarios anteriores, este año Google conmemora este día con un doodle que recuerda a 13 mujeres pioneras “que allanaron el camino para poder llegar hasta donde hoy estamos”, según el propio Google. La protagonista de la imagen es una niña que viaja en el tiempo mientras su abuela —antes de irse a dormir—, le cuenta las historias que vivieron estas increíbles mujeres a lo largo del tiempo por todos los rincones del mundo: desde una pintora a una astronauta, pasando por una bailarina o una tenista.

No es la primera vez que Google crea un doodle para conmemorar el #DíaInternacionalDeLaMujer, aunque este año ha decido recopilar a 13 que hicieron historia. Para comprender la relevancia a escala mundial que supusieron los avances, investigaciones y descubrimientos llevados a cabo por las homenajeadas, el buscador explica los méritos alcanzados por las trece.

Ida Wells

Periodista estadounidense, sufragista, y activista por los derechos civiles.

Lotfia El Nadi

Primera mujer piloto en Egipto.

Frida Kahlo

Pintora y activista mexicana.

Lina Bo Bardi

Arquitecta brasileña de orgine italiano.

Olga Skorokhodova

Científica e investigadora soviética en el campo del lenguaje de signos

Miriam Makeba

Cantante sudafricana y activista por los derechos civiles

Sally Ride

Astronauta americana y la primera mujer americana en el espacio

Halet Çambel

Arqueóloga turca y la primera mujer musulmana en competir en los Juegos Olímpicos

Ada Lovelace

Matemática inglesa, escritora y primera programadora informática del mundo

Rukmini Devi

Bailarina india y coréografa aclamada por revivir la danza clásica india

Cecilia Grierson

Médico argentina y la primera mujer en Argentina en recibir un título médico

Lee Tai-young

Abogada y activista coreana que fue la primera abogada y juez de Corea.

Suzanne Lenglen

Campeona de tenis francesa que popularizó el deporte

Además de conmemorar estas 13 mujeres, ¿a quién se debe rendir homenaje en este día? ¿A todas las personas a las que biológicamente se les considera mujer? No sólo a ellas, sino también a todas las personas que se sientan mujer. También a la mujer transexual que lucha día a día para que se les reconozcan sus derechos, a las lesbiana que siguen sufriendo discriminación por el simple hecho de amar a otra mujer. Conmemoramos a las víctimas de violaciones y abusos sexuales, conmemoramos a esas niñas que han sufrido acoso por no compartir esa feminidad que supuestamente todas debemos lucir y conmemoramos también a todas esas generaciones pasadas (y presentes) que han vivido en represión durante sus vidas, bajo el yugo de la sumisión, el machismo y ese monstruo llamado violencia de género. Ese que Mariano Rajoy parece no darle demasiada importancia.

Por ello, hoy brindo, por cada día del año, por todas esas mujeres con el poder de decidir sobre sus cuerpos, sus derechos y sobre su sexualidad. Brindo por todas las mujeres; las fuertes, las menos fuertes, las marginadas, las integradas, mujeres que han sido discriminadas de una u otra forma, mujeres que en una lucha titánica por superarse han dejado de ser víctimas, mujeres que siguen batallando por el reconocimiento de sus derechos e imaginan, y hacen posible, un futuro mejor.

Brindad conmigo.

A follar a follar que el mundo se va a acabar.