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Las dificultades del sexo en otro idioma

Hay a quien le resulta sexy, pero en mi opinión, relacionarse con alguien en la cama en un idioma que no es el tuyo puede resultar más complicado de lo que parece. Porque, si a veces uno tiene problemas de comunicación con su pareja en ese terreno, a menos que seas bilingüe y tengas un dominio total, imaginaos cómo debe de ser cuando no se habla en la misma lengua.

Aunque sepas defenderte. Que una cosa es conversar durante una cena o en una reunión de trabajo y otra muy distinta explicarle el compañero de catre lo cachonda/o que te pone y las ganas que tienes de esto de aquí o de un poquito más allá. Supongo que cuando has repetido lo suficiente, las piezas van encajando y, a medida que aumentan el aprendizaje y la confianza, todo se vuelve más relajado y natural. No obstante, los primeros encuentros pueden resultar de lo más tragicómico, y hay que tener mucho cuidado con el tono, el contexto y las traducciones literales.

pareja en la cama

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Porque mal que bien, al menos en inglés, uno va aprendiendo algunas frases típicas. Que si you make me so horny (me pones muy cachondo/a), que si go harder (dale más duro), que si I’m coming (me voy a correr)… Pero, aunque se te venga a la mente una frase concreta en un momento concreto, son muchos los que se cortan, ya sea porque les da vergüenza o porque, como me dice una amiga, sienten que les va a sonar “muy falso”. “El problema muchas veces no es ya qué decir, sino cómo decirlo”, me cuenta.

Recuerdo a otra que hace unos meses se enrolló con un tipo de Nueva York, un chaval bastante majo que pasaba una temporada en España por cuestiones de trabajo. Compartía piso con un amigo suyo (nuestro) y una noche, en una fiesta de andar por casa, acabaron revueltos. Ambos se gustaron mucho y se vieron un par de veces más. Todo apuntaba buenas maneras hasta que un día, ella recibió un WhatsApp del chico en cuestión. El texto decía “I wanna fuck your brains out”, lo que viene a significar algo así como “quiero follarte de arriba a abajo”. Pero mi amiga, no muy ducha en esto de los idiomas, entendió que lo que el tipo quería era follársela mientras le masacraba el cerebro, o algo por el estilo. El caso es que lo tomó por un psicópata y, acojonada perdida, no volvió a responderle ni a verlo. Para cuando se dio cuenta de su error y quiso arreglar el malentendido, era demasiado tarde. Aún hoy se da de cabezazos.

El caso de este otro amigo, madrileño de pura cepa, es muy curioso. Se pasó varios años con una novia estadounidense y, aunque ambos eran bilingües, siempre usaban el inglés para dos cosas concretas: el sexo y los enfados. No era algo premeditado, les salía por instinto. Al final lo segundo ganó tanto peso sobre lo primero que lo acabaron dejando, pero a él le costó cambiar el chip. La consecuencia fue que más de una vez, en sus primeros encuentros sexuales con otras chicas tras la separación, en el momento culminante se le escapaba un “fuck”, o “shit”, o alguna otra palabra malsonante en el idioma de Shakespeare. Y claro, el personal alucinaba.

Aunque a veces no hace falta que se trate de una lengua distinta para que el asunto chirríe. Ayer mismo me descojonaba con lo que me vino contando un compañero del curro. Resulta que el fin de semana había conocido a una chica argentina a la que describía como “despampanante”. “Realmente impresionante”, repetía una y otra vez. La pena fue que la concentración se le fue al garete cuando a ella, en pleno lance amoroso, le dio por decir: “¡Dale dale Maradona!”. “Intenté ignorarlo, pero no pude. Me dio un ataque de vergüenza ajena y todo me empezó a parecer ridículo. No podía quitarme a Maradona de la cabeza, era como si estuviéramos allí los tres”, me decía. Yo creo que exageraba para hacernos reír, pero algo de eso hubo y no puedo dejar de imaginármelo sin que se me escape una sonrisa.

En cualquier caso, viva el multiculturalismo, que todo aprendizaje es bueno y que, a las malas, pues a callarse uno y a centrarse en el lenguaje corporal, que es universal y ese sí que no falla.

Situaciones ridículas y embarazosas durante el sexo

En los libros y en el cine nunca pasa. Sobre el papel y en la pantalla, salvo excepciones, el sexo se suele mostrar en forma de encuentros de pasión desmedida y una erótica perfecta. Pero claro, luego uno vuelve a la vida real y, a veces, se encuentra con algunas situaciones que, o acaban en carcajada y complicidad, o equivalen a un barril repleto de dinamita. Depende, sobre todo, de la relación que tengamos con la otra persona y del nivel de confianza. No es lo mismo una pareja de años que alguien con quien lleves pocas semanas, no digamos ya si se trata de una persona a la que acabamos de conocer.

La horquilla es muy amplia y hay historias de todo tipo, aunque hay algunas, por recurrentes, que son casi míticas. A mí, esta en concreto nunca me ha pasado, lo juro, pero son varios los/las que me han contado que pasaron un momento realmente embarazoso cuando vieron que, al quitarse la ropa interior, ya fueran bragas o calzoncillos, una mancha parduzca de tamaño considerable arruinó la magia del momento. No sé quiénes pasaron más vergüenza, si los dueños de dicha ropa interior o quienes lo presenciaron. No quiero ni imaginarlo.

GTRES

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Otro clásico son los pedos. Estar ahí, en plena faena, y que a uno de los dos se le escape un “gas” inoportuno. Si encima es de los que huelen mal, apaga y vámonos, sobre todo si es alguien con quien estamos “empezando” y estamos en esa etapa en la que tratamos de parecer perfectos. El colmo de los colmos, según me cuenta un amigo, es que suceda durante el cunnilingus o el 69. La chica le gustaba desde hacía tiempo, pero dice que aquello le cortó “el rollo” hasta el punto de que, al menos esa noche, no fue capaz de nada más.

En el caso inverso, o parecido, está el caso de otro amigo que me contaba, avergonzadísimo, que durante una noche romántica con su chica, con la que llevaba saliendo un mes, tuvo la necesidad imperiosa de ir al baño. El tipo se lo curró mucho, en plan disimulado, ni un ruidito ni nada de nada. Solo que, cuando volvió al catre, ella le avisó de que llevaba trocitos de papel higiénico pegados al culo.

Más de una (y de dos) me han contado a su vez el sonrojo que pasaron cuando, durante una felación, el chico eyaculó sin avisar y ellas, sin poder evitarlo, vomitaron de inmediato. Sobre él o sobre la cama, no importa. El mal rato se lo llevaron igual.

También hay que tener cuidado con el alcohol, que hace que nos desinhibamos y nos puede jugar malas pasadas. Que un streptease está muy bien, pero si el baile no es tu fuerte y te da por improvisar, es bastante probable que acabes haciendo el ridículo. Un amigo de mi ex siempre contaba espantado la performance a lo 9 semanas y media que le montó una chica a la que había conocido una noche y que, según sus palabras, hizo que se le helara la sangre. O el supuesto actor que, flipado perdido, empezó a hacer de Mr. Hyde sin previo aviso, provocando una mezcla entre patetismo y acojone en su compañera de cama.

Como todo en la vida, habrá quien se lo tome con más o menos humor, pero lo que está claro es que son anécdotas que no se olvidan y que forman parte del bagaje vital que siempre recordaremos. Por si acaso, ya se sabéis: echad un vistazo a vuestra ropa interior antes de quitárosla.

¿Luz encendida o apagada?

Ver o no ver, ser vistos o no, esa es la cuestión. Porque “no hay nada donde la vergüenza sea más dominante que en el sexo”, afirma Anita Clayton, psiquiatra y profesora de Ciencias Neuroconductuales de la Universidsad de Virgnia.

Muchos de los que optan por el “luces fuera” sostienen que así, en la oscuridad, pueden concentrarse solo en sentir, en apreciar a la otra persona agudizando el resto de los sentidos. Otros hablan de la necesidad de crear un espacio propicio para dejar volar la imaginación y las fantasías.

No digo que no sea verdad, que ya se sabe que entre el blanco y el negro hay miles de grises, pero lo cierto es que muchas de las veces, aunque no se reconozca, el trasfondo está lleno de inseguridades, de complejos, de pudor, de falta de confianza, de sensación de suciedad y de conciencias maltrechas. Que tantos años de opresión, de castración y mentes manipuladas por los preceptos sociales, culturales y religiosos acaban por pasar factura.

Sexo en penumbra“Ningún aspecto del ser humano está más cargado de denigración y deshonra que el sexo“, añade Clayton, al tiempo que explica que todos, en algún momento, nos hemos avergonzado de nuestras pasiones o de la sexualidad en sí misma, de lo que envuelve. El caso es que, por esa y otras razones, muchos no quieren ser vistos en ese proceso.

Es el caso de María. Tiene 49 años y lleva más de 30 casada. Jamás ha encendido la luz para tener relaciones con su marido. Se siente gorda, la acomplejan las estrías de sus tres embarazos y como casi toda mujer, tiene celulitis. Detesta su cuerpo y cree que no merece algo mejor, que el sexo y su disfrute son para otro tipo de personas.

Afortunadamente, cuando pregunto, cada vez son más las personas que me responden que a la hora de hacer el amor (o follar, según cada cual) prefieren tener la luz encendida y disfrutar así de todos los sentidos. Claro que, casi siempre, se trata de personas más o menos jóvenes. Normalmente, a mayor edad, más fácil es que alguien te conteste que su opción es la oscuridad y su amparo. Especialmente las mujeres, siempre sometidas a mayores niveles de exigencia.

Para aquellos que huyen de la luz, una buena opción siempre son las velas, el ámbito intermedio de la penumbra. Un buen lugar para sacar tu sexualidad de las sombras y enriquecerla. No ya por placer, sino por salud. Mental y física.