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El placer de mirar

Una cerradura, un pequeño agujero, una ventana, un resquicio… Si cualquiera de estos estuviera a vuestro alcance, si además estuvierais solos en una habitación y supierais que al otro lado de la pared alguien está practicando sexo, ¿echaríais un vistazo?

Yo siempre había pensado que no, no sé bien si por pudor o por rechazo. Supongo que una mezcla de ambos. O quizás porque aún me estremezco del mal cuerpo que se me quedó cuando, a mis 16 años, descubrí a un tipo con la cara pegada al cristal trasero del coche de mi padre mientras pelaba la pava con mi primer novio. Nos llevamos un susto de muerte.

Como mucha gente, siempre había unido a los mirones, también llamados voyeurs, con una connotación peyorativa. Vamos, que los tomaba (y a algunos los sigo tomando, lo admito) por unos pervertidos que se excitaban tocándose mientras observaban porque eran incapaces de conseguir otra cosa. De hecho, el voyeurismo en sí es definido como una conducta, que puede llegar a ser parafílica, caracterizada por la contemplación de personas desnudas o realizando algún tipo de actividad sexual con el objetivo de conseguir excitarse.

a00193482 001Como siempre, y como en todo, hay niveles. Yo nunca lo he hecho, pero hay quien me asegura que explorarlo en pareja puede ser interesante. El cine y la literatura están repletos de historias de amantes que llevan al límite su relación incluyendo a un tercero en su vida íntima, ya sea para mirar o para ser mirados. En este sentido muchos estudios apuntan, además, que todo aquel que disfruta observando es, igual o en cierta medida, exhibicionista.

Y volviendo al principio… De estar en esa habitación, ¿miraríais, o no? Insisto en que yo pensaba que no, hasta este septiembre. Aún no había acabado el verano y tuve que ir al típico bodorrio familiar del que no hay manera de escaquearse. Además era de la parte pija, y malditas las ganas que yo tenía de ir a dejarme un pastizal en viaje, regalo, traje y suite (no había otra cosa) en un club de golf lleno de guiris tan blancos como forrados. Si hay algo con lo que no puedo es con un hombre en pantalones cortos y mocasines…

Pues ahí estaba yo, en el día previo al evento, dispuesta a aguantar estoicamente las charlas y preguntas indiscretas de familiares varios, cuando, al salir de mi habitación no compartida con nadie me topé con la ventana de la suite de enfrente. Ni me hubiera fijado si no hubiera sido porque se oía una débil melodía, se percibía una luz muy tenue y las cortinas (no había persianas) no estaban corridas del todo. Desde mi puerta no se veía nada, había que acercarse para hacerlo, y antes de saber por qué y sin ni siquiera tiempo para preguntármelo me encontré a mí misma junto a la ventana, moderadamente nerviosa por el miedo a ser descubierta. Ni lo pude ni lo quise evitar, así que miré a través del cristal.

Lo que vi aún me perturba. Había un hombre joven, de unos treinta y tantos, moreno y completamente desnudo. Estaba erguido pero de rodillas, en la cama, donde yacía tumbada una mujer rubia a la que no pude ver bien la cara. Tampoco a él, que todo el tiempo se mantuvo de espaldas a mí. Lo vi acariciarla, desde el pelo a los pies pasando por los ojos, los labios, los pechos… toditos los rincones. Y sobre todo, lo vi moverse, lento y acompasado, ese culo perfecto danzando en semicírculos que me resultaban hipnotizantes.

No sé cuánto tiempo pasé allí, observando como la más pervertida de todas las mironas. Solo sé que escuché un ruido, me asusté y salí corriendo. “¿Dónde estabas niña, te estábamos esperando para ir a cenar?”, me espetó mi padre, que me seguirá llamando así incluso el día que cumpla 50 años. “Es que me ha dado un mareo y he tenido que tumbarme un rato”, respondí acalorada. A la mañana siguiente, mientras paseaba por la piscina de aquel pijerío en las horas previas a la boda, no podía dejar de mirar a mi alrededor preguntándome si estaría allí el dueño de aquel culo. La verdad es que me pareció que ninguno de los presentes estaba a la altura. Mejor así, pensé. No fuese a ser que la realidad me arruinase el recuerdo.