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El mundo del turismo sexual infantil

Querid@s,

México, Brasil, Colombia, Perú, Tailandia, Vietnam y Camboya son algunos de los destinos turísticos más conocidos del planeta. También los países más afectados por la sucia pandemia de la prostitución de menores, según un mapa llevado a cabo por Unicef. De acuerdo a estos estudios, la mayoría de turistas que recurren a la prostitución infantil lo hacen de forma ocasional. No son pedófilos, no van expresamente en búsqueda de estos cuerpos de infantes. Como si esto fuera un atenuante de la barbarie. “Simplemente se encuentran con disponibilidad de estos niños y se aprovechan de ello”, asegura Selma Fernández, responsable del Programa de Prevención de la Explotación sexual Comercial Infantil de la red Ecpat International.

Unicef, que vela por los derechos de niños y adolescentes en todo el globo, calcula que 1,8 millones de niños y niñas son víctimas de la prostitución infantil. A pesar de que existen cifras aproximadas, se desconoce el verdadero alcance y naturaleza de este aberrante fenómeno sexual debido a que es un problema muy difícil de abordar. Primero porque los países afectados lo ocultan, por lo que no hay estadísticas oficiales. Plantearse la cuestión como una situación totalmente ilegal es también muy complejo de manejar. Por alarmante que nos resulte, en algunas culturas la trata de menores no se reconoce como “problema”. Es el caso de la capital de Camboya -por mencionar una de tantas ciudades-, donde los mayores fomentan este ofrecimientos de sus jóvenes a cambio de dólares. Ni me lo invento ni hace fata que me lo cuente nadie, pude verlo con mis propios ojos. Estuve unas horas en Nom Pen. No pude sentir más asco y una profunda decepción al contemplar hombres blancos y asiáticos de entre 50 y 60 años paseando alegremente y cogidos de la mano de jóvenes de ambos sexos de apenas 16 años por la orilla del río Mekong. Absolutamente repugnante, me entraron unas profundas ganas de vomitar. Un vómito nauseabundo que seguro no se curaba echando ni hasta la primera papilla.

Holly

«Nosotros queremos dólares, ellos quieren a nuestras chicas. Trato hecho,» me dijo un local. Me marche en el siguiente autobús.

¿De dónde vienen esos hombres blancos que van agarrados de la mano por la orilla del río? Estados Unidos, Europa y Canadá son los países de donde más ciudadanos provienen para aprovecharse de la permisividad de los países asiáticos y latinos, y explotar la vulnerabilidad de los menores. El quid de la cuestión en estos países la mayoría de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, son miserables y mucho de ellos analfabetos. Ser pobre es una mierda. En países así y con panoramas de este calibre es muy sencillo y barato conseguir los favores sexuales de estos niños así como el consentimiento de muchos padres. Ropa y alimentos son fácilmente intercambiados por tocamientos, sexo oral o sexo con penetración. Aunque estas cosas ocurren en cualquier contexto en el que existe oferta y demanda de servicios sexuales – estoy hablando tanto de países ricos como pobres –, la desigualdad y la pobreza extrema son cuestiones claves para la perpetración de estas ignominias sexuales. Para mí eso de irse de vacaciones a Tailandia y hacerse acompañar por jóvenes locales a cambio de cuatro perras es, entre otras muchas cosas, hacer leña del árbol caído. No se puede ser más miserable.

Uno de los programas para erradicar y luchar contra esta abominable práctica es el “Código de Conducta,  una especie de “pacto” suscrito por más de 1,000 operadores turísticos, agentes de viajes, aerolíneas, hoteles, y otros negocios y establecimientos de la industria del turismo, entre ellas las españolas son NH Hoteles, Meliá, Iberia y Grupo Barceló. En este código las empresas asumen un compromiso de lucha activa contra la explotación infantil en forma de esclavismo sexual y prostitución mediante el establecimiento de «una política ética corporativa contra la explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes; formar a su personal tanto en el país de origen como en los países de destino; introducir una cláusula en los contratos con proveedores estableciendo el rechazo común de la explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes; proporcionar información a los usuarios (turistas) por medio de catálogos, folletos, vídeos durante los vuelos, etiquetas en los billetes, páginas web; proporcionar información a los agentes locales clave en cada destino. Informar anualmente sobre la implementación de estos puntos”.

A pesar de las múltiples campañas y medidas llevadas a cabo por organismos competentes dedicados a la defensa de los derechos infantiles, tristemente esta iniciativa está logrando tímidos resultados en países como Tailandia, el mayor burdel  del planeta y meca del turismo sexual infantil. Ping pong shows y lady boys aparte, lo que ahí se puede contemplar a cualquier hora del día, cualquier día del año es escalofriante. Prostitución infantil, la forma más cruel de explotación infantil.

Otros países asiáticos toman Tailandia como país de referencia e imitan esta permisividad hacia la trata de menores y la prostitución infantil. Las vecinas Vietnam y Camboya aprovechan los logros de la turísticamente aventajada Tailandia para tomar el relevo en esta repugnante práctica. Siempre he creído que estos crímenes han de perseguirse y castigarse sin piedad alguna, faltaría más. También hay que concienciar a la población, las nuestras y las de los países de destino, que ni se prostituye ni se consume a los niños, bajo ningún concepto. Pero poco más que para paliar los síntomas de este mal endémico servirán estas acciones si no se corta el problema de raíz. Hay que ir al grano, llegar al foco del cáncer y ponerle fin: miseria y desesperación por sobrevivir.

Mi padre me violó cuando tenía siete años

Raymond Prescott ha sido finalmente encarcelado después de que su hija Layla, de la que abusó durante 20 años, grabase secretamente cómo su violador se jactaba de que el sexo con ella era «el mejor sexo que había tenido», según el periódico The Sun.

«Mi padre me violó cuando tenía siete años» confiesa Layla.

¿Cómo se digiere una cosa así? La primera vez que abusó de su hija Prescott le dijo que estaba muy orgulloso de ella por «no mojar la cama» y le prometió que le daría un regalo. Solía decirle además que ese sería «su pequeño secreto«. Hay que ser malnacido. Layla, de 31 años, afirma que ella era la favorita de los seis hermanos y que su progenitor, una suerte de «Jekyll y Hyde», pasó de ser su «mejor amigo» a un completo predador sexual.

Cuando en 2001 Layla habló con la policía por primera vez sus familiares no la creyeron. Por si ya no hubiera tenido suficiente se lo contó a su madre y ella dejó de mirarle y hablarle. «Creo que estaba más avergonzada por no haberse enterado antes. Me creía, pero estaba en shock» declara Layla.

Finalmente retiró los cargos y de nuevo se abandonó al consumo de drogas y alcohol. Digo de nuevo porque cuando tenía sólo siete años su padre le daba cervezas, hábito que adquirió cuando era una adolescente de catorce años. «Bebía mucho, iba borracha al colegio, pero nadie me decía nada porque conseguía ocultarlo» revela Layla.

Después de que Prescott tratara de violarla por última vez en diciembre de 2012, Layla se armó de valor. Logró que su padre confesara las abominaciones perpetradas y lo grabó en su teléfono móvil. En el escalofriante clip que podéis encontrar en este enlace a la noticia del diario inglés The Sun su padre le espeta con un cigarro en la mano: «No puedo tener sexo con nadie más y disfrutarlo, así que quiero tener sexo contigo«.

Con la prueba del delito en su poder acudió a la policía en febrero de 2013 y se puso en marcha la investigación. Prescott fue acusado de cinco cargos de violación yaunque negó los cargos, finalmente ha sido condenado a 12 años de prisión. A pesar de que Prescott ha sido acusado de cinco violaciones a Layla le resulta difícil recordar cuántas veces la violó su padre ya que ha borrado una gran parte de su memoria. Refiriéndose a la condena, Layla dijo: «Es increíble que le hayan caído 12 años.» Estoy de acuerdo contigo Layla. Pocos años, muy pocos. Especialmente si tenemos en cuenta que mientras abusaba de ella gritaba «estoy teniendo sexo con mi propia hija».