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Desencanto sexual: ¿por qué nos desilusiona el sexo esporádico?

«Me he vuelto exquisita, ya solo me apetecen abrazos largos, conversaciones reales y miradas sinceras. Me he cansado de todo lo demás», escribía Ona, una escultora especializada en arte genital, en sus redes sociales.

Su mensaje me caló, de alguna manera, por una reflexión a la que llevo tiempo dándole vueltas: ¿y si lo del sexo casual es mentira?

pareja cama desencanto sexual

PEXELS

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O, más en concreto, la idea que nos han vendido de que es una fuente de felicidad perseguir el placer a través del sexo, el hedonismo sexual.

Habrá a quien esta opinión le suene impensable, ¿cómo voy a poner en tela de juicio uno de los productos estrella del neoliberalismo: el sexo completamente vacío de sentimientos visto como una actividad mecánica para lograr un rato de disfrute?

A nadie le hace mal pasarlo bien. Y esto viene siendo como masturbarse, pero con una persona de carne y hueso, en vez de la mano, para que nos entendamos.

No, yo tampoco me esperaba que, en un blog en el que defiendo la liberación de la sexualidad, hablaría en contra de la revolución sexual.

Pero ejercicio profesional aparte, desde mi experiencia, el sexo esporádico ha sido decepcionante.

No por lo que pudiera pasar entre las sábanas (eso queda entre nosotros), sino por el pacto no escrito del «solo es sexo», que impera cuando aceptas acostarte con el tío al que, un rato antes, le hiciste swipe right.

Y digo que no hace falta decir que solo es sexo porque ha quedado claro de antemano, bien por una biografía donde la palabra «fluir» vaticina que no se puede esperar nada posterior al encuentro, o por algún indicativo de «sin etiquetas», que suele ser sinónimo de «sin sentimientos».

«Solo es sexo», pensamos cuando estamos vistiéndonos de nuevo. Como si el sexo fuera una especie de trámite rápido que se hace en la ventanilla de una oficina y luego pasas a otra cosa.

Creo que en esa mentalidad está la raíz de mi desilusión, en esa separación de lo afectivo respecto a lo sexual en la que se ofrece una barra libre de prácticas con cero responsabilidad afectiva.

Fueron esos líos de una noche (o de una tarde, me da igual), lo que me hizo llegar a lo que la escritora Louise Perry define como «desencanto sexual».

Sexo banal, desencanto sexual

Lo explica de maravilla en su libro Contra la revolución sexual, donde comenta que el sexo en la sociedad occidental ha mutado hasta convertirse en un nuevo tipo de ocio, que solo tiene significado si sus componentes deciden dárselo.

Pero claro, cuando la mayoría de matches dan a entender que por su parte no va a haber ese trato especial -esa distinción emocional-, sabes que de añadirle tú el sentido sentimental, no puedes reprocharles nada, estabas avisada.

Defienden a capa y espada esta idea los neoliberales, quienes afirman que el sexo no tiene carácter especial intrínseco, ni es distinto a otro tipo de interrelaciones sociales (de ahí también que se pueda mercantilizar, aunque eso da para otro artículo).

Pero ¿es algo que podemos hacer? ¿Nos beneficia vivir así la sexualidad? Y, sobre todo, ¿es esta la sexualidad que queremos?

El sexo es una forma de intimidad, palabra que viene de íntimo, lo que, según la filosofía, se aplica a las cosas profundas del alma humana.

Extirparle al sexo su lado humano, nos lleva a muchas personas a sentir que sí, tenemos encuentros sexuales consentidos y deseados, pero nos dejan igualmente con una sensación amarga en la boca, en la piel, en las manos…

La de vernos en situación de haber tratado como algo banal, algo que en realidad es serio.

Es difícil verlo como una interacción más cuando es en el sexo que el nivel de vulnerabilidad, de desnudarte físicamente, pero también de compartir todo el cuerpo (corazón y cerebro incluidos) es algo que solo sucede ahí.

No creo en equiparar el sexo con tomarte un café, con echar una partida de cartas en la cafetería de la facultad o tener una reunión de trabajo.

Tampoco en ninguna otra interacción social tienes riesgo de contraer ITS, de tener un embarazo no deseado o de arrastrar las consecuencias de un mal encuentro (que incluso afecten a tu salud mental).

No, definitivamente el sexo no es solo sexo.

Y mientras siga viéndose así, nos pasará como a la artista que abogaba por los abrazos, las miradas o las conversaciones.

Que cada vez nos apetecerá menos follarnos y querremos todo lo demás.

Mara Mariño

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No es que a las mujeres no nos guste el sexo casual, es que no nos renta

Cuando Terri Conley, psicóloga social, se puso a investigar sobre las diferencias entre hombres y mujeres a la hora de tener sexo casual, se encontró con un mito en el que quiso profundizar: biológicamente, a las mujeres les gusta menos el sexo casual que a los hombres.

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Esa especie de afirmación extendida, que lo que hace es idealizar la forma en la que las mujeres tienen relaciones sexuales en las que parece imprescindible un vínculo emocional, fue la que se encargó de desmitificarlo.

Por si alguien tenía alguna duda, no, no hay nada en nuestro ADN que nos frene a la hora de tener sexo casual.

Sí, nos gusta el sexo sin ataduras emocionales tanto como a los hombres, aunque, para todas aquellas heterosexuales, son ellos el problema que termina derivando en una falsa creencia.

Y no lo digo yo, fue a la conclusión a la que llegó la psicóloga con su investigación.

Tras una encuesta entre alumnos de diferentes universidades estadounidenses, averiguó que la principal razón por la que las mujeres evitan este tipo de sexo es porque, aunque afirmaban elegir en función de quién les parecía que podía ser buen amante, lo cierto es que ya tenían claro -antes de acostarse con él- que el sexo no iba a ser bueno.

Por otro lado, los hombres que fueron encuestados, llegaron a contestar -si se trataba de un rollo de una noche-, que su acompañante llegara al orgasmo no era algo que les preocupara.

Así que parecen las dos caras de la misma moneda. Por un lado, nosotras mismas no tenemos mucho interés al saber de antemano que la experiencia no va a conseguir buena nota.

Por otro, somos más que conscientes (no necesitamos un estudio) de que con este tipo de polvos, el acompañante en cuestión no va a ir más que a lo suyo.

De ahí que las mujeres lleguemos a la conclusión de que para qué meterse en este tipo de relaciones esporádicas si no nos van a aportar mucho placer.

Curiosamente, cuando en la investigación examinó la opción de tener sexo entre homosexuales, los resultados eran todo lo contrario.

Los gays y lesbianas que participaron en el estudio, fueron preguntando por la calle a desconocidos si querían tener sexo y tanto hombres como mujeres recibieron respuestas positivas en mayor medida. No había diferencias.

También se repitió el experimento con bisexuales. Mientras que si la mujer era quien hacía la pregunta, recibía una respuesta positiva tanto por hombres como por mujeres, si era hombre recibía la misma cantidad de respuestas positivas por parte de hombres y en menor medida de mujeres.

Si a eso le sumamos que socialmente, y a diferencia de ellos, somos criticadas por este tipo de comportamientos (especialmente por ellos), ¿cómo no mostrarse un poco reacia siendo una mujer heterosexual?

Así que la conclusión a la que llegó Terri -y que me toca reafirmar- es que el problema es más el estigma por tener sexo casual, así como las diferencias que se dan por las distintas actitudes ante la relación sexual, no tanto porque biológicamente no nos guste.

En resumen, ¿sexo malo y encima humillación pública? No compensa.

Duquesa Doslabios.

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Los beneficios (o no) del sexo casual

Ni tanto ni tan calvo. Ni follar con desconocidos es la panacea, el modelo de sexo perfecto al que aspirar, ni tampoco una práctica vergonzosa y condenable cercana al apocalipsis espiritual, como muchos pretenden hacernos creer. Además, aunque hay quienes se rasgan las vestiduras por lo que se ha venido a llamar “cultura del polvo” (hookup culture) y alertan sobre los peligros de la banalización del sexo, lo cierto es que las relaciones sexuales ocasionales no tienen por qué ser banales en sí mismas, ni vacías, calificativos estos elegidos por la escritora estadounidense Donna Freitas, que abordó el tema en su libro The End of Sex.

Condón

GTRES

Así se deprende del último estudio sobre el asunto, realizado por la Universidad de Nueva York. Según esta investigación, publicada este mes en la revista Social Psychilogical & Personality Science, el sexo casual no sólo no causa problemas psicológicos, sino que en muchos casos resulta hasta beneficioso. Para ello entrevistaron previamente a los participantes, a fin de conocer su posición inicial sobre la cuestión, y luego examinaron su vida sexual durante un año.

En realidad, no es que hayan descubierto la pólvora. Vienen a decir, más o menos, que no es ni bueno ni malo en sí mismo, sino que a aquellos a los que no les parecía una mala práctica, el sexo ocasional le proporciona bienestar psicológico, autoestima, satisfacción… En cuanto a los que no veían previamente con buenos ojos las relaciones sexuales esporádicas, practicarlas no les hizo sentir bien, pero tampoco mal, como afirman los acólitos de la hookup culture. Además, no había diferencia alguna entre hombres y mujeres.

En definitiva, que al que le apetezca y quiera, adelante, y al que no, pues no. Pero sin proselitismo, por favor, que ya somos mayorcitos.