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El doble drama de romper una relación antes de Navidad

Sabía que iba a llegar este momento tarde o temprano. Así como sé que van a llegar muchos otros igual de amargos.

Sí, hoy he puesto el árbol de Navidad.

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Y no ha sido el nuestro, ese que compramos hace justo un año para que hiciera juego con nuestra casa de aquel momento y todas las que vinieran por delante. Los hogares que, independientemente del barrio de Madrid, crearíamos juntos.

Pero no. Como si de un Grinch te trataras, me has robado la Navidad.

Lo peor de todo es que sabías que las fiestas de 2020 ya iban a ser lo bastante duras para mí.

Como me he prohibido hablarte, me toca desahogarme por aquí. El mismo sitio por el que apenas te pasabas en nuestros años de relación.

Primero coloqué un adorno. Luego otro. Al tercero ya me estaba rompiendo.

Ni siquiera pasó por mi cabeza llevarme la caja de nuestra decoración navideña cuando recogía de forma apresurada mis pertenencias.

No tenía sentido pensar en una Navidad sin ti. En caer en que aquello era -esta vez sí- el final.

Pero tengo que asumir que el 6 de enero de 2021 no nos haremos nuestra clásica foto que siempre te insistía en repetir. Yo sentada en tu regazo y mirándonos el uno al otro.

En mi mesa navideña habrá dos huecos inmensos. Uno el de ella y el otro el tuyo. Que, aunque no hubiéramos podido reunirnos, los sentiré como si realmente faltaran los juegos de plato y cubiertos.

En todo eso estaba pensando cuando llegó un abrazo de mi madre al vuelo, esos que son tan reparadores como un oasis en mitad del desierto.

Y aunque me insistió en que dejara de hacerlo, que ya pondría ella el resto de adornos, hice de lágrimas gasolina para no frenar.

Porque si algo me ha enseñado 2020 es que la vida hay que celebrarla, cada pequeño momento.

Incluso si tú ya no formas parte de ella.

Duquesa Doslabios.

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Cirugía plástica para superar los divorcios

Lo leo y no lo creo. Resulta que alrededor del 10% de las personas que pasan por el cirujano plástico lo hacen para superar un proceso de divorcio. Así al menos lo afirma en una entrevista con Efe el doctor Javier de Benito, director Médico de un grupo de clínicas donde interviene anualmente a más de mil pacientes.

«Vemos que hasta un 9% de hombres y un 11% de mujeres vienen a practicarse algún tipo de cirugía o tratamiento estético después de separarse», comenta el doctor. Las razones: intentar recuperar la confianza y darse otra oportunidad. «Es un nuevo fenómeno que antes no se veía tanto y que ahora estamos observando que crece cada año de forma importante». Pretenden «aumentar una autoestima que ha sido claramente vapuleada por procesos casi siempre traumáticos, en donde uno de los dos abandona al otro».

divorcio

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Es su «perfil tipo». La mayor parte de ellos ronda la cuarentena en una sociedad en la que las rupturas matrimoniales aumentan y cada vez se producen más pronto. Ana es un buen ejemplo. Su marido la abandonó de un mes para otro tras 21 años de matrimonio y ella se sintió «morir». «Mi vida se hundió», dice. «A los 6 ó 7 meses empecé a mitigar mi dolor y llegó un día en que decidí volver a retomar mi vida. Es entonces cuando te miras en el espejo y ves que el paso de la edad no perdona y cosas a las que antes no dabas importancia se vuelven imprescindibles de corregir», explica.

Ania es bastante más joven, pero cuando lo dejó con su novio no dudó en operarse el pecho.»Siempre me habían acomplejado», me dice. Yo me callo y no le digo nada, pero sus tetas no tenían nada de malo y, casualmente, su «sustituta» tiene dos melones de escándalo.

En cuanto a los hombres, el doctor De Benito afirma que buscan sobre todo implantes de cabello en casos de alopecia, extraerse abultadas bolsas de los ojos y corregir una más que frecuente papada. Otra intervención que también se está demandando de forma «exponencialmente elevada» es la colocación de prótesis en los glúteos masculinos. De estos últimos no conozco ninguno, pero casi todos los amigos de mis padres que se han separado han recurrido al bisturí para las citadas «bolsitas» de las ojeras.

Pues eso. Por lo visto, ir al psicólogo ayuda, pero ponerse guapo también. Va a ser que yo, de momento, me conformo con el yoga.

Separados que quieren volver a casa por Navidad

La dejó de la noche a la mañana. Un día cualquiera de este otoño reciente, solo horas después de una comida familiar y una siesta con polvo incluido. Mirada perdida, unos cuantos suspiros para provocar los miedos y la conversación y voilà, un disparo a bocajarro y sin anestesia. La historia, aburrida de tan corriente. Que si tengo que encontrarme a mí mismo y vivir cosas nuevas, que si eres la mujer más maravillosa del mundo pero necesito estar un tiempo solo… Eso, en cuanto al manido discurso de manual; la verdad, como casi siempre, tenía nombre de mujer. El de otra, claro, una desconocida llegada tan solo unos meses antes a la oficina.

Tras la bomba y el aturdimiento iniciales ella vivió su duelo, con todas sus etapas. En ninguna de ellas él mostró el más mínimo signo de arrepentimiento, duda o siquiera compasión. Sin embargo, a medida que la Navidad se acercaba, empezó a dar sospechosas muestras de acercamiento. Aparecía por la casa con cualquier excusa, adoptó un estúpido tono paternalista y no dejaba de curiosearle los planes.

Comida de NavidadLa guinda llegó anoche, cuando con cara de corderito a punto de ser degollado le soltó con ojos llorosos que estaba confundido, que la echaba mucho de menos y que por qué no cenaban todos juntos en Nochebuena y comían en Navidad, en familia, como siempre. Daba la casualidad de que la chica de la oficina, que era de la otra punta de España, se iba a pasar las fiestas con su gente.

Mientras me lo contaba, no pude evitar acordarme de mi madre y de su horda de amigos jseparados, todos cincuentones. “Los ‘medias pagas’ siempre vuelven a casa por Navidad”, le he oído decir toda la vida. Así es como llama ella a los/las separados que tienen que pagar pensión a sus ex por los niños, etc. “Estas fiestas son muy malas, te remueven por dentro y la gente quiere volver a donde se siente seguro”. En definitiva, volver a sentir de cerca el calor del hogar perdido.

Mi madre es un poco chunga, lo reconozco, pero cuando hago un repaso a los amigos de la familia veo multitud de episodios en los que no ha parado de repetirse ese patrón. Y justo cuando empezaba a creer que era cosa de hombres, resulta que me entero de que la chica de la oficina, la de la otra punta de España, en realidad no se ha movido de la ciudad. Y no lo ha hecho porque ha preferido quedarse estos días a compartir el turrón con el que hasta hace poco ha sido su novio. El mismo al que hace unos meses le dijo que necesitaba tiempo, espacio para pensar. El mismo con el que ha compartido los últimos cinco años. Cosas del espíritu navideño.

Felices fiestas a todos.

Recomponer un corazón tras una ruptura inesperada

Me había propuesto escribir sobre algo trivial en el siguiente post, en plan ligerito y nada denso. Pero por más que lo intento, no puedo. Es difícil abstraerse de la tristeza y el sufrimiento, aunque sean ajenos. Y este fin de semana el dolor de alguien muy querido se ha instalado en mi casa pidiendo refugio, buscando arropo y un poco de consuelo. Solo que no hay forma de consolar a un corazón al que acaban de partir en mil pedazos.

Esta historia no tiene nada nuevo; es una más de tantas sobre desamor y abandono. Una separación repentina e inesperada y un divorcio inminente. En este caso es el dolor de una mujer, aunque igualmente podría ser el de un hombre, nada más lejos de mi intención que intentar poner sexo al sufrimiento. Como decía, no hay nada de especial en esta historia, salvo la inmensidad de un dolor que me conmueve hasta lo indecible.

Mujer llorandoPero por más que quisiera aliviar su pena, no se pueden llorar las lágrimas de otro, ni llenar sus huecos. Dicen que lo más duro y estresante por lo que puede pasar una persona es el fallecimiento de un ser querido y una separación, por ese orden. Y es verdad, aunque es lo mismo, en cierto modo. Porque una separación es como una forma de muerte, sobre todo cuando es unilateral y se está enamorado. Es la desaparición repentina de una forma de vida, de un proyecto común, y a ello hay que sumar la sensación de fracaso y el sentimiento de rechazo y abandono.

“Me ha echado de su vida”, me repite. “No me ha elegido a mí…” Hace tres semanas estaban buscando tener un hijo; hoy se ha dado cuenta de que ya no la quiere. La consecuencia es alguien roto, confuso, desorientado. Aniquilado.

La veía así, hecha un ovillo en la cama, con el rostro congestionado por el llanto, y sentía una impotencia enorme. Cualquier gesto o palabra por mi parte me resultaba groseramente ridículo e intrascendente ante semejante despliegue de desolación. Me parecían casi un insulto o una falta de respeto hacia sus sentimientos, hacia la profundidad de su tristeza.

Así que la única forma digna que hallé de acompañarla fue acordarme de mi propio dolor. Pero no el reciente, ya superado y diferente, sino otro muy lejano. Heridas de otra vida, casi. Una vida prácticamente olvidada, si no fuera porque, muy de vez en cuando, cuando menos me lo espero, me veo la cicatriz. Y entonces me acuerdo; me acuerdo de sentir dolor en partes del cuerpo que ni siquiera sabía que existían, de las noches oscuras y eternas repasando todos los detalles y preguntándome qué hice mal, qué fue lo que malinterpreté y cómo coño pude pensar que era tan feliz.

Y así estuvimos las dos. Ella lamiéndose las heridas y yo luciendo cicatrices mientras intentaba convencerla, sin éxito, de que no hay mal que dure 100 años.