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Segundas partes nunca fueron hasta que son

(Si prefieres escucharlo leído por mí, dale al play)

«Segundas partes nunca fueron buenas» me digo mientras se hace de día en la habitación del hotel. Ese tan ridículamente caro por el que hemos pasado tantas veces por delante soñando con que, algún día, nos alcanzaría para una noche memorable entre sus sábanas. Y vaya si lo ha sido.

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«Segundas partes nunca fueron buenas» pienso mientras recorro con la mirada tu silueta, que altera la forma de la cama. Que me pide volver a perderme en ella y olvidarme de que existe una salida de ese laberinto que encuentro cuando empiezo a besarte la espalda y pierdo la noción del tiempo y del espacio.

Pero es que «Segundas partes nunca fueron buenas» me repito cuando desayuno el chocolate de tus ojos acompañado de un yogur artesanal y una rebanada de pan con tomate. Ahora entiendo lo elevado del precio. Aquella primera comida se merecía al menos un cometa, que el hotel ya cuenta con las cinco estrellas.

«Segundas partes nunca fueron buenas» pero qué culpa íbamos a tener de que después de meses sin vernos hubiera nervios a flor de piel, piel que no sabe cómo portarse por los nervios, que volvieran a escaparse sonrisas incontenibles a la mitad de un ceño fruncido, de que se te fuera el santo al cielo y la mano a mi pantalón, como tantas veces antes, por una de las calles de Malasaña. Esas que vieron la primera cita de verdad.

No fueron buenas, no. Pero el tiempo separados volvió a desvanecerse. Se me había olvidado lo difícil que era resistirse a tus miradas infinitas y al olor de tu cuello, no el de tu colonia, no, sino el auténtico.

Y así fue como dejé de echar de menos tu espontaneidad y tus expresiones tan de un pueblo de algún lugar de La Mancha de cuyo nombre siempre voy a poder, y querer, acordarme.

«Parecía nada y sin embargo aquí estamos» dice la canción que llevamos desde entonces escuchando. Porque dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero igual es que aún no conocían la nuestra.

Duquesa Doslabios.

A veces las segundas citas son las mejores

Querd@s,

Tras el monumental batacazo con el terror de las nenas (sin duda la peor cita que he tenido en mi dilatada experiencia de citas a ciegas) conocí a Jaime, todo un gentleman. Sabía que toparme con alguien peor que el informático era estadísticamente imposible y demasiado para el body, pero Jaime superó sobradamente mis expectativas. Todo hay que decirlo, yo estaba acojonada y a Dios rogando y con el mazo dando mientras pensaba en la joyita que me podía caer teniendo en cuenta la patética suerte que me había tocado otrora.

Pero esta vez tuve suerte. Jaime era, y sigue siendo, un tipo con clase, educado, simpático, guapete y además de mi mismo pueblo. La bella Jávea. Aunque cada uno es de su padre y de su madre, con Jaime conecté enseguida. Hubo química, buen feeling y lo cierto es que la cita se me pasó volando. Hablamos como lo hacen las personas normales, la conversación fluyó desde el principio, ninguno de los dos tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para mostrar interés por la vida del otro, y me di cuenta de que teníamos tantas cosas en común que la cita me supo a poco.

Además esta vez si pude probar el postre, que estaba de rechupete. Gracias Jaime por el buen rato que pasamos juntos. Me hizo olvidar con creces el mal trago del día anterior y pensar que, a veces, las primeras citas son las peores. Y las segundas, las buenas.

Como ya les he comentado, actualmente me encuentro en Chicago hasta nueva orden. Pero una paellita en el pueblo donde los dos pasamos los veranos no nos la quita nadie.

Diganme que les pareció la cita. ¿A que Jaime mola? No me defrauden y sean sinceros plis. Como siempre.

Aunque en el restaurante de Primeras Citas lo de menos es la comida, les animo a que si están solteros y sus corazones abiertos a encontrar el amor, se sienten en una de sus mesas desconociendo por completo con que partenaire les va a tocar compartir mantel y velada. Y que se dejen llevar en esta especie de ruleta rusa del amorPor malérrima suerte que tengan con la cita que les caiga en gracia, les aseguro que, al menos, se lo pasarán bien. Que no se lo tengan que contar.

Que follen mucho y mejor.