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Cuidado con los adictos a los principios

Para él, todas y cada una de las veces son la verdadera y definitiva. No lo hace a propósito, ni por joder, sencillamente es su naturaleza. Igual que el escorpión en la fábula, que no puede evitar picar a la rana aún a sabiendas de que ambos morirán ahogados. Hay gente diabética, hipertensa, alcohólicos, cocainómanos… y luego están los de su clase. Adictos a los principios, que yo les digo. Y adictas. Calcomanías emocionales de Don Draper (véase Mad Men), aunque no siempre son tan atractivos/as. Depredadores a su pesar.

Don y Megan Draper

Fotograma de ‘Mad Men’

En el caso de este amigo en particular, no importa lo fantástica, guapa o divertida que sea la chica en cuestión. En realidad no se trata de ella, sino del enamoramiento y del proceso de seducción. Eso es lo que le engancha, lo que le hace sentir vivo. Un yonqui de la dopamina que envuelve nuestro cerebro cuando nos enamoramos. Mientras esta permanece ahí, en su hipotálamo, no hay problema. Pero cuando empieza a diluirse con el curso de la vida, ya es otro cantar.

Y así sigue, enlazando una novia detrás de otra cada dos o tres años, lo que tarda en volver a iniciar el proceso. A todas les da las llaves de su casa, a todas les presenta a su familia, con todas se ve teniendo hijos. Hasta que, simplemente, se le pasa. Como una pelota de playa que se va desinflando hasta quedar inútil, apartada en el trastero o en el cubo de la basura. Solo que la pelota ni cuestiona nada ni necesita respuestas, a diferencia de la larga lista de mujeres que andan por ahí intentando comprender qué ha pasado, preguntándose si fue culpa suya y repasando mil veces todos los detalles intentando hallar una explicación.

“Es ley de vida”, me dice. “En realidad le pasa a todo el mundo, solo que el resto se conforma”. Pero no, no le pasa a todo el mundo. Y no todo el mundo se conforma. ¿O sí?

Coaching sexual, ¿una tendencia en aumento?

El buen sexo requiere tiempo y lo que no se entrena se atrofia. Esas dos grandes verdades son los principales argumentos esgrimidos por una amiga para recurrir a los servicios de un coach sexual, una especie de entrenador que ayuda a la gente, ya sea en pareja o en solitario, a mejorar su encuentro carnal y darle vidilla y frescura a su puesta en escena erótica.

coach boxElla ha contratado un par de sesiones, a las que asistió con su novio más por curiosidad que por otra cosa, pero no contenta con eso, me ha regalado a mí una cajita (ver foto), condones incluidos, con una tarjeta dentro válida por una sesión de 90 minutos. Solo hay que llamar al número de teléfono que aparece y pedir cita.

“¿Qué pasa, te parece que necesito ayuda?”, le dije molesta, mientras ella se descojonaba. “Anda ya tonta, que no tiene por qué ser para eso. Es muy divertido y te ayuda a ver nuevas perspectivas. Abre tu mente, guapa”, fue su respuesta. “Y puedes ir acompañada”, me soltó picarona.

Ya sola, me puse a cotillear, y resulta que es una tendencia que está creciendo muy rápidamente en Nueva York y otras ciudades estadounidenses. Fui allí donde surgió en la década de los 70, pero parece que ha vuelto a ponerse de moda y que, poco a poco, va ganando adeptos en España.

Al parecer hay varios tipos de coaching sexual. Puede ser en forma teórica o “in situ”, sugiriendo en el momento cómo actuar. Los expertos en la materia afirman que las parejas que buscan este tipo de ayuda pretenden mejorar algunas partes del juego erótico, ya sea porque consideran que pueden ser más interesantes o creativas, o bien porque creen que deben corregir algo.

coach boxA diferencias de las terapias habituales, tiene un enfoque positivo. Es decir, que no se centra en disfunciones, problemas, trastornos… más bien su objetivo es enseñar habilidades sexuales y de seducción, trabajando con la desinhibición y acciones concretas para recuperar la pasión y animarse a más.

Cojo mi cajita, y leo: “Thecoachbox es una experiencia única, sexy y divertida. Para salir de la monotonía, entrenar tus órganos sexuales, encender el deseo, para ser el amante perfecto de ti mismo y responsable de tu placer”. Va a ser que igual llamo.

El inolvidable olor del (buen) sexo

Hay olores que, por mucho tiempo que pase, no soy capaz de olvidar. Uno es el de las natillas de mi abuela, que en paz descanse, y el resto, el de los hombres de mi vida. Los importantes, quiero decir, los que han dejado huella. Aquellos con los que hay historia y solera. El primero, más moreno, de piel oscura, con un aroma más intenso y penetrante. El segundo, más dulzón; el tercero, muy suave. Todos ellos con sus matices, con sus cambios, dependiendo del cuándo, cómo y dónde.

GTRES

GTRES

Pero de todos esos entonces y circunstancias me quedo con el del mismo instante repetido: ese que sobrevuela la habitación y te envuelve, te impregna, justo después de un encuentro perfecto, ansioso y recién satisfecho con el hombre (o mujer) que en ese momento te revuelve las entrañas. Ese olor es insuperable. Tanto que, las primeras veces, me quedaba un buen rato en la ducha, sin abrir el grifo, olisqueándome toda la piel que podía antes de que el agua se lo llevara por el desagüe.

He encontrado decenas de artículos sobre las feromonas y la importancia del olor corporal para la seducción entre hombres y mujeres, pero no puedo evitar que me parezcan estúpidos. La estúpida lo seré yo, sin ninguna duda, que seguro que son muy científicos y que tienen mucha razón, pero no hay dios del marketing que logre convencerme de que me van a entrar ganas de irme a la cama con un tipo solo porque se haya echado por encima un frasco de hormonas envasadas con olor a verraco.

Sí que coincido en que el olfato es uno de los sentidos más importantes (¿cuál no lo es?) y constituye un factor fundamental en el deseo sexual y su intensidad. Nada como hundir la cara en el cuello del ser ansiado, en sus rincones, y respirarlo profundamente hasta que te duelan los pulmones. Como si quisiéramos guardárnoslo dentro. Pero de ahí a pensar que es el olor que desprende el otro el factor fundamental que me ha llevado a perder la cabeza por él… Más bien no, me resisto a creer eso por mucho estudio que valga.

Aunque puede que esté equivocada. Al fin y al cabo soy solo una mortal mamífera.