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Fóllame hasta las lágrimas

Querid@s,

Lloras en esos orgasmos en los que sientes un maravilloso latigazo entre el coño y el culo y que te hace sentir de puta madre. Son orgasmos empapados de algo profundamente salvaje.

Todos compartimos la misma forma de alcanzar el clímax. Contracciones rítmicas vaginales, contracciones del esfínter anal y la eyaculación definitiva. A pesar de esto, cada persona vive el orgasmo de una forma diferente. A su manera. En el goce sexual hay un ingrediente subjetivo muy personal e intransferible para cada uno de nosotros. Como las huellas de los dedos. Jamás habrá dos orgasmos iguales. Y eso es precioso. Esos espasmos divinos en los que buscas como una loca sabanas a las que agarrarte mientras mueres pequeñamente.

Los orgasmos se viven como una gran explosión de placer y calor que te inunda el cuerpo y sientes que ardes. Algunas mujeres perdemos el sentido durante unos segundos, abandonamos la consciencia y extraviamos nuestro propio rumbo. Una desorientación involuntaria que sabe a gloria. Como cuando uno se va de viaje y se pierde a propósito. Sólo que cuando se tiene un orgasmo, uno se pierde por los rincones de su propia existencia.

Un orgasmo puede tener miles de matices subjetivos. En cada uno  se imprime un colorido distinto, un aroma diferente, una tonalidad propia. Acaso tornasol. O sabor a chocolate. A veces hasta dan ganas de llorar. ¿Por qué lloramos cuando follamos? Puede que usted no haya llorado nunca y piense que la que le habla es una loca. Pero es posible, muchas mujeres lloramos. Se puede llorar antes, durante y después del orgasmo. Especialmente inquietantes son esas lágrimas que asoman tímidamente o con una fuerza desgarradora en la cuenta atrás del orgasmo, si es de los antológicos. Hablo de ese instante en que una viene o se va en forma de una descarga incontrolable de tensión sexual desbordante de serototina, oxitocina, prolactina y endorfinas. Pura felicidad.

Porque hay muchas maneras de follar. No siempre, normalmente casi nunca, pero a veces, cuando se alinean los planetas y los astros pactan mágicamente, cuando se conecta de verdad con alguien y con el universo, cuando un@ se enamora del@ otr@ mientras folla, un@ siente que alberga entre sus piernas uno de esos polvos tan virtuosos que conmueven, tan intensos que son capaces de ablandar y suavizar los esguinces del alma, que son los que más duelen.

El sexo, intuyo, es un catalizador. También quitapenas y medicina redentora. Porque alivia la piel, sacia las ganas y consuela el alma cuando uno se siente desgraciado. El sexo (el buen sexo) es todo lo que no es feo, egoísta, malvado y ruin. Es todo lo que no duele ni lastima. Bendito lenitivo que mitiga el dolor y amengua tormentos.

Confieso que he llorado unas cuantas veces. Confieso que me gustaría llorar infinitamente más de lo que lloro y no dejar de hacerlo nunca, pero eso no es algo que se escoja. Ocurre o no ocurre, así de simple. Es un llanto involuntario, son lágrimas inmigrantes que no saben de donde vienen ni hacia dónde se dirigen. Quizás más allá de los confines de nuestras propias parcelas.

La primera vez que lloré fue mientras hacía el amor con mi primer novio. Mi padre se había muerto sin despedirse hacía ya unos meses. No eran buenos tiempos. Sin duda los peores hasta ahora. Estaba apenada todo el día porque se despidió a la francesa y me quedé con dos de sus frases que las tengo grabadas a fuego en las entrañas: Hija, se me va la vida (horas antes de palmarla) y Si no fueras mi hija me casaría contigo (esto me lo decía prácticamente cada día). Sorprendentemente también estaba cachondísima y ansiaba sexo a todas horas. Mi novio se había marchado a vivir al extranjero y esa era la primera vez que nos veíamos después de varios meses. Después de olerle tanto y tan profundamente que su esencia se me había metido en ese hueco que hay entre la nariz y el cerebro, hicimos el amor en la cama de sus padres. Por la tarde, con las luces encendidas y tumbada sobre él, sentía que se me acababa el aire. Mientras follábamos pensé que iba a morirme de tanto amor.

Empecé a notar como un conmovedor y larguísimo orgasmos me catapultaba, y me acariciaba las alas como si fuera una mariposa. Le sentí de verdad, le deseaba sobreexcitada, acelerada y con la respiración entrecortada. Sentí un brutal latigazo entre el coño y el culo y me di cuenta de cuánto le quería, de que estaba tan dentro de mí que podía atravesarme el alma. Y de repente fui consciente de que estaba encharcada de felicidad como nunca y me entraron unas enormes ganas de llorar. Lloré. Lloro al recordarlo. Lloraba porque me sentía viva de cojones. Ahora creo que también lloraba porque sabía que aquello no duraría para siempre. Pero qué bien me sentaba.

Mi amiga Micaela, que es una de esas mujeres entre un millón, dice que cuando llora es porque siente que está pasando a una fase más allá. Que está jugando en otra liga, un polvo Champions League. De repente siente que se va, que se la llevan a otra parte. Ayer mismo me contaba “El otro día lloré. Tuve un orgasmo brutal. Es como volver de ese placer. No querer volver, pero de repente vuelves. Es maravilloso. Es un llanto a la vida. Es un llanto brutal. Es rematadamente maravilloso. Es de los llantos más bonitos que hay.”

Lo que mi adorada Micaela me contó me recordó algo. También lloré la última vez que me acosté con el amor de mi vida. Ese que tuve, no retuve y jamás volveré a tener. La última noche que pasamos juntos me metí en su cama con mucha ansia. Quería que me atravesara el cuerpo literalmente e hicimos el amor. Y lloré. Esta vez lloré después de correrme gloriosamente. Lloré lágrimas negras. Lloré amargamente como lo hace el cielo en una tormenta perfecta porque esta vez, mientras follábamos, me di cuenta que ya no le quería. Al menos no de esa manera loca e irracional en la que le había amado hasta darme cuenta de que ya no quedaba nada de lo que sentía por él. Me dio mucha pena darme cuenta de que se nos había acabado el amor. ¿Cómo es posible? Con lo mucho y bien que le quise. Siempre pensé que le querría para toda la vida, que tendría suficiente amor a borbotones para regalarle el resto de su vida. Y de la mía.

Siempre que he llorado he sido plenamente consciente de que estaba viva en todos los sentidos y a todos los niveles posibles de la palabra “viva”. He sentido ese instante por todos los poros de mi piel y en cada puto centímetro de mi cuerpo. Incluso en recovecos perdidos que había olvidado que existían. Sin embargo, no conozco a ningún hombre que haya llorado. No lo digo a malas, simplemente nunca he conocido a ningún hombre llorón. Será que ellos no lloran. No lo creo.

Una última pregunta para terminar. ¿Qué es lo que un@ se deja en cada orgasmo? Yo me dejo la vida, parte de mí, por eso es como si me muriera pequeñamente. También siento que me voy a otro sitio. Creo que cuando uno se corre a lo grande es como si te montaras en una máquina del tiempo que te permite correr o volar y te lleva a cualquier otra parte. Un lugar en el que quieres quedarte para siempre. Pero sólo permaneces unos instantes, que siempre saben a poco. Saben tan bien y están tan ricos, que saben a demasiado poco. Y entonces lloras, porque no puedes controlar el llanto. Desnud@ en cuerpo y alma, libre de todo estigma, no tienes que esconder esas lágrimas. Morriña de esos instantes de felicidad infinita. ¿Nada más amargo que lo que perdí? Sentimos que estamos donde queremos estar y con quien queremos estar. Que podríamos morirnos en ese preciso instante y tan contentos.

Y sentimos que alcanzamos el cielo con la punta de los dedos. Que podemos rasgar las nubes y atravesarlas.

Dicen los franceses que el orgasmo es como morirse pequeñamente, de ahí la pétite mort. Pero sin dolor. Quizás por eso también se llora, porque se está muriendo un poquito. Para mí es como pegarle un bocado a la vida tan grande que no me cabe en la boca. Es tanto lo que siento que incluso después de vaciarme, de irme, venirme y correrme, todavía queda felicidad dentro de mí. Y para sacarla, no me queda otra que llorar. A veces como una descosida. Si alguna vez follamos y me hacen llorar, no se asunten ni me pregunten. Que mi llanto no les desconcierte. Ya saben por qué lloro. Simplemente sigan amándome. Si alguna vez follamos, fóllenme hasta las lágrimas. Como habrá confianza, fóllame hasta las lágrimas.

Que follen mucho y mejor.

Hablemos de los orgasmos: con sinceridad, alto y claro

Querid@s,

Denle al play. Está en versión original para que no se pierdan ningún detalle por culpa de la traducción.

Hablemos de los orgasmos fingidos. Imagino que todas nosotras (muy mal hecho) hemos fingido un orgasmo en algún momento. Les ruego que se sinceren y que levante la mano la que nunca ha hecho lo mismo que nuestra querida Meg Ryan. No les estoy hablando de montarle el número a su amante, hablo de fingir orgasmos.

Como lectora habitual de blogs de vicios varios y exquisitos, leo mucho y variado sobre los orgasmos, tema que me apasiona especialmente. Orgasmos, divinas palabras. Hoy me gustaría debatir con ustedes sobre las mujeres y el por qué de sus (nuestros) orgasmos fingidos. Las cifras son escandalosas y escandalosamente preocupantes. Dos de cada tres mujeres admiten que han fingido en la cama, según un estudio publicado en el Journal of Sex Research por las sexólogas Charlene Muehlenhard y Sheena Shippee.

¡Ya está bien de fingir orgasmos! Le hacemos a nuestra vida sexual un flaco favor. Todas hemos fingido un orgasmo alguna vez, para ser sinceras, más de una vez. Dos ya son demasiadas veces. Es un craso error. Plagiando la Wikipedia, el orgasmo es el resultado final del clímax explosivo de una relación sexual, que produce una sensación de liberación repentina y placentera luego de un punto casi insoportable e irrefrenable de esa tensión sexual, acumulada y guardada de manera continua desde que se inicia la excitación.

Quizás les guste más esta otra.

Y ahora, la pregunta del millón ¿Cuál es la razón por la que hacemos creer que hemos llegado a la cima?

Obviamente no fingimos orgasmos porque sí, siempre hay un motivo detrás. Al fingimiento del orgasmo va ligada la incapacidad para comunicar que no estamos satisfechas y una clara falta de autoestima. El miedo a la comunicación en la cama es un pésimo aliado. De hecho es un contrasentido si tenemos en cuenta que es uno de los pilares fundamentales de cualquier relación sexual, por esporádica que sea.

Otro motivo es no dañar el ego masculino. Nos sabe mal, nos da pena. Creo que no es un drama no alcanzar el orgasmo siempre que se tiene una relación sexual. Me parece más dramático fingirlo. Si no se consigue el orgasmo, ¿por qué no decirlo al otro?. Con tacto, con ternura, con amor, con pasión, con delicadeza, con inocencia. Cómo quieran ustedes, pero díganlo alto y claro. Tan alto y claro como fingen los orgasmos.

Pero aún hay más. Hay quienes consideran que no se trata de solidaridad para levantar la moral a la pareja, ni tampoco de mostrarse condescendiente con el que no logra estar a la altura. La principal conclusión del estudio Do Women Pretend Orgasm to Retain a Mate? por un equipo de investigadores de la Universidad de Columbia, Oakland y del Instituto Psiquiátrico de Nueva York resuelve que el orgasmo es una estrategia en beneficio propio: consolidar la relación de pareja y disminuir el riesgo de infidelidad. Toma geroma pastillas de goma.

(Tomen nota de estos orgasmos. Son auténticos y pueden ver uno detrás de otro.)

No la niego, pero esta teoría me resulta especialmente absurda. Gemir, jadear, respirar entrecorto, dar micro gritos de placer, gritar como una loca, pronunciar esas palabras o frases, cada una tenemos las nuestras, pero remitiéndonos a los básicos “mmmm”, “si si”, “sigue sigue” o incluso hiperventilar, son síntomas de que uno se lo está pasando muy bien en la cama. Si una mujer hace algo de esto sin sentirlo, puede que le haga sentirse más sensual, puede incrementar su deseo y excitar así aún más a su compañero de cama. Pero es absurdo fingir todo esto, no creen. ¿Piensan de verdad que gemir más, mejor y más fuerte es una razón suficiente para retener a su pareja? Lo dudo. Según el estudio que les he mencionado, cuanto menos consolidada sea la relación y cuánto más desconfianza exista sobre una infidelidad potencial, las mujeres fingirán sus orgasmos con mayor frecuencia e intensidad.

Las cosas no son blancas o negras y considero que en algunas ocasiones es justo y necesario fingir. Personalmente digo SI a fingir orgasmos una noche loca en la que nos sale el tiro por la culata, no hay ese feeling sexual deseado y por no lastimar el ego y terminar rapidito, dar gato por liebre. Pero sólo en estas circunstancias.

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Desde luego que para disfrazar un falso orgasmo hay que tener talento, pero al tratarse ya de una estrategia evolutiva cada vez más lograda y repetida por las mujeres en algún momento de nuestras vidas, se ha convertido en una herencia genética que cualquier mujer puede reproducir a la perfección. Y cuela como uno real. No debemos de estar orgullosas de esta «hazaña interpretativa». Para terminar, les dejo con unas divinas palabras del poeta uruguayo Eduardo Galeano.

“No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele. Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman, pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace”.

Si no quiere seguir siendo una mal follada, deje de fingir. Por favor se lo pido.

Que follen mucho y mejor.