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Es el momento de olvidar el concepto ‘perder la virginidad’ (y te explico por qué)

La historia de mi himen fue tan misteriosa que, si tuviera que firmar la razón por la que desapareció, no lo tendría nada claro.

No sé si fue mi curiosidad -esa que me llevó a experimentar a edades tempranas-, un tampón mal puesto o cualquier golpe fruto de las actividades extraescolares.

Lo cierto es que, cuando llegó mi primera vez, no había no rastro de él. La suerte fue que mi caso sucedió en el siglo XXI.

En otros momentos históricos, esa situación me habría metido en un aprieto.

CALVIN KLEIN

Me encantaría afirmar que, la primera vez que tenemos sexo en nuestra vida, es igual que la primera vez que vamos al Aquopolis o a Roma.

Pero todavía existe una gran distinción, ya que la primera sigue anclada en el pasado mediante un concepto que te resultará más que familiar: perder la virginidad.

Y no solo eso, que hasta hace poco, era algo únicamente ligado a las mujeres.

Así que antes de que digas que ya estoy con mi discurso feminista de turno, quejándome de la desigualdad entre unos y otras, te voy a explicar por qué la virginidad es un mito machista.

Pero para eso te tienes que venir conmigo al pasado, concretamente algunos siglos a. C., cuando las sociedades patriarcales de la Antigüedad ligaban la virginidad con el valor de la mujer.

Ya en la Antigua Grecia, el himen era la estrella. Su ruptura simbolizaba el paso de niña virgen a mujer casada y garantizaba al marido que toda la descendencia que ella tuviera iba a ser suya.

En cambio, los mismos coetáneos de esa niña, pero varones, claro, eran animados a seguir sus impulsos desde el principio, yendo incluso a burdeles a tener sus primeras relaciones.

Primero era responsabilidad del padre vigilar que su hija no tuviera ningún tipo de encuentro, una vez conseguido, la dominación de la mujer pasaba a manos del marido. La excusa perfecta para controlar su cuerpo y su deseo, ¿no te parece?

Fíjate si funcionó bien que seguía repitiéndose en la Edad Media (en la novela caballeresca Tirant lo Blanc se refleja a la perfección) e incluso, a día de hoy, muchas culturas siguen comprobando, en ceremonias tradicionales, que el himen siga intacto.

Hay más razones por las que este es un mito machista. Que se centre únicamente en la penetración, sin llegar a considerar pérdida de virginidad otro tipo de prácticas sexuales, deja claro a qué sector de la población le interesa mantener esa idea (al que tiene pene, claro).

Y sí, quizás a día de hoy, en una sociedad desarrollada, nos parece muy lejano lo de perder la virginidad ligado a otra cosa que no sea tener la primera relación sexual (siendo hombre o mujer).

Pero lo cierto es que el mito continúa haciendo estragos. El himen ha escalado alcanzando un nuevo nivel: el de la fetichización.

La joven mujer virgen -tiene que ser joven, otro detalle importante-, es una fantasía sexual andante.

Y para encontrar hombres que encuentran excitante ser el primero, no tenemos que irnos al siglo IV.

Britney Spears al comienzo de su carrera, la subasta de himen de adolescentes en ciertos países o incluso la cantidad de vídeos que hay en cualquier página porno con la etiqueta de “virgen” -incluso cuando se limitan a falsificar la ruptura de la membrana con sangre falsa- hablan por sí solas del peso que sigue teniendo hoy en día la virginidad.

¿Mi conclusión? Que realmente espero que lleguemos a desembarazarnos de esta construcción social que sigue pasando factura (especialmente a las mujeres).

Al final, que arrastremos sin darnos cuenta un concepto tan desigual y desfasado solo provoca presión y ansiedad a la hora de vivir las primeras experiencias sexuales.

Y, en nuestro caso, recordar que somos mucho más que un himen, algo que no controlamos y que puede romperse por cualquier situación.

¿No sería mejor que llegáramos a la conclusión de que no nacemos con ella, sino que la virginidad nos la encasquetan?

Y, sobre todo, ¿por qué hablamos de perderla como si fuera el móvil o la cartera? ¿Por qué descubrir nuestra intimidad con otra persona (del tipo que sea) es algo que se va cuando debería ser una experiencia que ganamos?

Duquesa Doslabios.

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La primera vez

Querid@s,

Les ruego que tengan a bien prestar atención a este breve pero intenso corto de Borja Cobeaga. Protagonizado por Mariví Bilbao y Aitor Beltrán, fue nominado a los premios Goya en 2001 como mejor cortometraje de ficción. Comentamos la jugada en 10 minutos.

Desternillante guión el del guipuchi. Ole tu coño Mariví. Y si me lo permiten, me cuestiono el título. La primera vez. ¿Para ella o para él?

-Lo siento, estoy un poco nervioso, no sé lo que me pasa. Es la primera vez que me pasa.

A lo que la salada de Mariví contesta:

-¿Esto te ha pasado más veces?

Pues no Begoña (Mariví). Tú eres su primera vez, al igual que él sería la tuya. Al menos, ese era el plan A. Entiendo que no en todas las ocasiones que al imberbe puto le ha tocado desatascar tuberías, las exigencias del guión le hayan obligado a acostarse con alguien que podría ser su abuela.

Divertida escena de la película Gigoló por accidente

¿Qué decir de Aitor? En cuantico ve que la cosa va en serio y no es una broma de cámara oculta, se queda con cara de pastel de boniato ante lo que se le viene encima. Me choca y me hace especial gracia que se saque el preservativo. ¿En qué momento piensa que se le va a empalmar? Con todos mis respetos a la difunta Mariví o a cualquier mujer en su situación.

Yo me tiro horas hablando en compañía de un abuelito o abuelita. Me gusta mucho la gente mayor. Que me enseñen, que me expliquen cómo funcionaba eso del amor en su época, que me cuenten sus batallitas. Me despiertan ternura, complicidad, respeto, adoración. Pero ganas de follar no. Permítanme que insista con el respeto.

Gigoló por accidente

Begoña me recuerda a mi tía Carmen. Murió de vieja (yo quiero morirme así) hace poco más de un año. La pobre se fue a la tumba soltera y entera. Virgen. Un novio que tuvo murió y desde entonces no quiso saber nada de los hombres. No estaba preparada para que le volvieran a romper el corazón. Además, aquella época no era esta, y por lo que me contaba, tuvo que ocuparse de su prima que enfermó en la adolescencia y tardó muchos años en palmarla. Todos esos años, mi tía Carmen estuvo pendiente de ella y cuando se dio cuenta, tenía 70 años y estaba compuesta y sin novio.

Mientras se consumía en la cama y se tornaba en una uva cada vez más pasa, yo intentaba aportarle un poquito de sal, de luz y de vida a esa oscura habitación y esa cama que cada día se la tragaban un poquito más. Y un día le propuse: Tía, te voy a buscar un maromo que te de lo tuyo y lo de tu prima. Con esa gracia que sólo tienen las abuelitas me decía. Menudo disparate hija.

Tía Carmen, aquello no era un disparate. Un disparate fue que tú te murieras sin que te desvirgaran (la flor). Sin saber a qué huele una polla, a qué sabe una polla. Sin que te empotraran, sin gemir con los cinco sentidos. Sin sudar hasta quedarte sin gotas. Sin que te pusieran mirando pa Cuenca (con lo mucho que te gustaba a ti ir a Cuenca), sin correrte de gusto, sin sentir que casi tocas el cielo, sin disfrutar de tu cuerpo serrano y sin hacer el amor. Pero sobre todo, sin volverte a enamorar.

Sólo espero que no te quedaras con demasiadas ganas de no haber sentido en el corazón, la piel y en el coño lo que es la primera vez. La primera vez de todo, tía. De todo.

Que follen mucho y  mejor.