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Segundas partes nunca fueron hasta que son

(Si prefieres escucharlo leído por mí, dale al play)

«Segundas partes nunca fueron buenas» me digo mientras se hace de día en la habitación del hotel. Ese tan ridículamente caro por el que hemos pasado tantas veces por delante soñando con que, algún día, nos alcanzaría para una noche memorable entre sus sábanas. Y vaya si lo ha sido.

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«Segundas partes nunca fueron buenas» pienso mientras recorro con la mirada tu silueta, que altera la forma de la cama. Que me pide volver a perderme en ella y olvidarme de que existe una salida de ese laberinto que encuentro cuando empiezo a besarte la espalda y pierdo la noción del tiempo y del espacio.

Pero es que «Segundas partes nunca fueron buenas» me repito cuando desayuno el chocolate de tus ojos acompañado de un yogur artesanal y una rebanada de pan con tomate. Ahora entiendo lo elevado del precio. Aquella primera comida se merecía al menos un cometa, que el hotel ya cuenta con las cinco estrellas.

«Segundas partes nunca fueron buenas» pero qué culpa íbamos a tener de que después de meses sin vernos hubiera nervios a flor de piel, piel que no sabe cómo portarse por los nervios, que volvieran a escaparse sonrisas incontenibles a la mitad de un ceño fruncido, de que se te fuera el santo al cielo y la mano a mi pantalón, como tantas veces antes, por una de las calles de Malasaña. Esas que vieron la primera cita de verdad.

No fueron buenas, no. Pero el tiempo separados volvió a desvanecerse. Se me había olvidado lo difícil que era resistirse a tus miradas infinitas y al olor de tu cuello, no el de tu colonia, no, sino el auténtico.

Y así fue como dejé de echar de menos tu espontaneidad y tus expresiones tan de un pueblo de algún lugar de La Mancha de cuyo nombre siempre voy a poder, y querer, acordarme.

«Parecía nada y sin embargo aquí estamos» dice la canción que llevamos desde entonces escuchando. Porque dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero igual es que aún no conocían la nuestra.

Duquesa Doslabios.

¿Por qué escribo este blog?

¿Por qué escribo esta bitácora? Muchos blogueros de 20minutos hemos recogido el guante que la semana pasada arrojó Daniel Díaz en su ‘Nilibreniocupado’, dentro del post ‘Al otro lado’. Él daba razones de peso y yo, como siempre, me quito el sombrero. En mi caso, es fácil de entender, aunque escribir, lo que se dice escribir, con mayúsculas, es algo que desde este pequeño espacio me parece demasiado grande.

escribirDejémoslo, pues, en que lo intento. Porque eso es lo que me ofrece este blog: oportunidades. Oportunidades de experimentar, de descubrir, de reinventarme. De aprender cada día, de ponerme a prueba, de superarme. Y de acercarme a vosotros, los lectores, que me ponéis del revés con vuestros comentarios y opiniones al hacerme saber que estáis ahí, que existís, que al otro lado hay gente y que sois de carne y hueso.

Porque, al fin y al cabo, este blog habla de eso, de vosotros, de mí, de las relaciones que tejéis y tejemos entre nosotros y de cómo nos mantenemos atados a la vida a través de lo más elemental, básico y ancestral: el amor, el sexo y todo el universo que gira en torno a ellos.

Pocas cosas me dan más miedo que un folio en blanco; pero también es cierto que me he enfrentado a ello muchas menos veces de las que me gustaría; muchas menos veces de las que debería.

Así que no puedo más que estar agradecida.