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¿Cuál es el mejor momento para el sexo?

Por la mañana, en la siesta, por la tarde, por la noche… ¿Varía el apetito sexual según la hora y el día de la semana? Varios estudios sobre libido masculina y femenina concluyen que sí, que las hormonas y los biorritmos influyen, aunque los resultados que he encontrado son totalmente contradictorios. Por ejemplo, uno, encargado por la revista británica Women’s Health, deduce que el clímax sexual entre las mujeres se produce los sábados por la noche, mientras que otro de la London School of Economics afirma que ellas prefieren las mañana de los jueves para tener relaciones sexuales.

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A mí que me perdonen, pero esto de los jueves por la mañana me parece una memez. A menos, claro, que estemos hablando de un jueves de vacaciones, pero en ese caso valdría cualquier día de la semana. Esto es lo primero que tendrían que tener en cuenta los dichosos estudios, porque anda que no varía el asunto si estamos en días laborables, madrugando y trabajando a tope; si estamos en fin de semana o si, como decía, andamos de vacaciones. El panorama cambia radicalmente.

La mayoría de las investigaciones al respecto deducen que los horarios matutinos favorecen la segregación de testosterona en los hombres y de estrógeno en las mujeres. Es decir, que las respectivas hormonas sexuales de ambos son bastante mayores al comienzo del día. No deben de andar muy desencaminados estos estudios, porque la mayoría de los que he consultado han elegido este momento como su favorito. Eso sí, siempre y cuando no estemos hablando de días entre semana con trabajo de por medio. Me cuentan que en ese caso se suelen levantar con el tiempo justo para ducharse y salir pitando, así que tanto a ellos como a ellas les queda poco tiempo para disfrutar de las famosas erecciones mañaneras.

Pero cuando llega el sábado, ya es otra cosa. Muchos han sido también los que, pensando en el fin de semana y en el tiempo de ocio, han optado por la siesta para remolonear entre las sábanas. Tengo que aclarar, no obstante, que estoy hablando de parejas más o menos estables. Cuando he preguntado a solteros/as o parejas recién formadas, las respuesta ha sido unánime: cualquier momento es bueno. Claro, así cualquiera.

La erótica de los camareros

¿Quién no le ha entrado alguna vez a algún camarero/a? No sé si es porque están ahí delante, tan cerquita y tan visibles, o porque la gente va con dos copas de más y se envalentona en las distancias cortas, pero es un hecho: poniendo copas se liga como nadie. Lo he visto cientos de veces. Tíos y tías que en la calle no harían girar ni media cabeza pero que detrás de la barra se transforman, empoderados por la erótica nocturna y el morbo del otro lado de la frontera.

Estos días atrás, con tanta fiesta de por medio, he vuelto a confirmarlo. En fin de año, en concreto. Como no soy de cotillón, acabé de bares con los amigos de toda la vida, a cientos de kilómetros de Madrid, y la verdad es que fue una noche de lo más reveladora. No sé si será cosa de la edad, pero me encontré al personal con la vida patas arriba y poco menos que aullando (por no llorar). Parejas recién rotas, otras a medio camino, calzonazos eternos al borde del hartazgo, solteros en busca de amor y/o sucedáneos y alguna que otra salida del armario… Una bomba de relojería, vaya. Y ese día, casi todas y casi todos querían poner fin a sus males con un camarero/a. Al menos por un rato…

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Uno, el calzonazos, me confesó que estaba harto de su novia la sargentona y que llevaba dos meses liándose con la camarera del garito de la esquina de su casa. Diría el nombre, porque el sitio mola, pero no quiero meter a nadie en problemas. Ya se lo dijo Hannibal Lecter a Clarice en El silencio de los Corderos: “Empezamos a codiciar lo que vemos cada día”. Y eso fue lo que le pasó a mi amigo. Un pusilánime en casa que juega a reinventarse entre las paredes de un bar cualquiera, arropado por la cercanía, el alcohol y la falta de suspicacia. Y ya sabéis lo que pasa con el cántaro cuando va mucho a la fuente… Por supuesto esa noche tocó la visita de rigor, aunque fuese solo para conformarse con el dolor de huevos y el juego de miradas.

Otra, la soltera en búsqueda eterna, quedó prendada del camarero que nos puso las primeras copas después de comernos las uvas. La pobre está falta de cariño y se confunde, porque el muchacho lo único que hizo fue ser agradable y mirarla a la cara al servir la bebida, lo cual forma parte de su trabajo, pero eso fue suficiente para que ella se montara la película. Y venga a pedir cervezas, y venga sonrisas empalagosas y tocarle el brazo, y venga a darle conversación al hombre con el bar abarrotado… Al final, cabreo cuando no accedimos a quedarnos toda la noche. Convencida como estaba de que era mutuo, se atrevió a dejarle su móvil apuntado en una servilleta, que él guardó sin entusiasmo por no parecer maleducado. Al menos eso me pareció. Y no debo de equivocarme mucho porque a día de hoy no la ha llamado.

Y ojo que no la critico, que yo hice lo mismo este verano (bastante parecido) con aquel maravilloso camarero de la playa de Las Salinas, en Ibiza. Como ya os conté en su día, fue el primer hombre que me devolvió las ganas después de mi última ruptura. Y aunque todo acabó en eso, en ganas, me hizo gracia acordarme de aquello ese día. O esa noche, mejor dicho. Y me acordé también de otra, hace años, en una cueva en El Sacromonte, en Granada, donde una amiga se encoñó del camarero gitano y se le fue la mano. Por poco no salimos de allí despelucadas, que resulta que el tipo, pese a ser veinteañero, tenía mujer e hijos y la mitad del clan estaba allí en la cueva metido.

Y con todo esto en la cabeza vuelvo a Madrid y lo primero que me encuentro es a otro amigo, uno de los grandes, suplicándome para que vayamos este fin de semana al Penta porque está enamorado de la camarera. En realidad, este post es para ver si me lee, se anima, y me libro del marrón.

Esas mañanas incómodas del día después…

A quien no le ha pasado alguna vez. Bostezar, abrir los ojos y darte cuenta de que has pasado la noche con la persona equivocada. No es que tenga nada de malo, es solo que, lo que unas horas antes no te parecía mala idea, a plena luz del día se te hace incómodo, molesto y, a veces, hasta insoportable. ¿En qué diablos estaría pensando?, te dices.

Si estás en casa de la otra persona no es tan problemático. Te vistes, le dices que tienes mucha prisa, haces un esfuerzo para no parecer antipática y te despides con educación. Pero si en un momento de debilidad has cometido el error de invitarlo a tu casa, a la mañana siguiente la cosa se complica. Sobre todo, si la otra persona no tiene la misma percepción que tú sobre cómo ha ido la noche y, por alguna misteriosa razón, parece incapaz de advertir que sus besos y caricias ya no son bienvenidos.

Mañanas incómodasHay gente que lo resuelve de manera más o menos brusca, según el pie con que se hayan levantado ese día o dependiendo de su umbral de sensibilidad. Hay otras, por el contrario, que no soportan la idea de herir los sentimientos ajenos y son capaces de prolongar la situación más allá de lo claramente recomendable con tal de no incomodar. La virtud, como decía Aristóteles, está en el punto medio.

Conozco a un tipo, bastante capullo, por cierto, que siempre que se enrollaba con una chica a la que luego no quería volver a ver usaba la misma excusa: “No mira, es que me siento muy mal porque me estoy acordando mucho de mi exnovia, que lo hemos dejado hace poco, y preferiría que te fueras, la verdad”. Para más inri, lo decía a los 10 minutos de haber terminado la faena, y al día siguiente lo contaba como una gracia, muerto de risa. El método perfecto para lograr que la otra persona se sienta como una mierda.

En el extremo contrario está el caso de una conocida, que no sabía cómo deshacerse de una visita que ya le resultaba más que incomoda e improvisó que tenía un partido de tenis inaplazable en la otra punta de la ciudad. El tipo no pillaba la indirecta, así que la chica, para ir animándolo, se puso el chándal, preparó la bolsa de deporte, la raqueta y toda la parafernalia. Para rematar, cuando él le preguntó dónde era exactamente, la pobre tuvo la mala suerte de recurrir a las pistas que, casualidad de la mala, estaban al lado de la casa de él. “Ah genial, pues bajo contigo y me acercas”. Así que allí que se fue, vestida como Arancha Sánchez Vicario y con una resaca de muerte, a cruzarse medio Madrid un sábado por la mañana por no herir el amor propio del muchacho.

Por la parte que me toca reconozco que, aunque creo que nunca he perdido la educación, cuanto más vieja me hago más me cuesta disimular según qué cosas. Por otro lado, es algo que me ha ocurrido pocas veces porque, por lo general, cuando me voy a la cama con alguien es porque no me desagrada la idea de amanecer a su lado. Pero ya se sabe, que tire la primera piedra el que esté libre de pecado.