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El misionero puede ser la postura sexual más divertida (si sigues estos consejos)

Los puentes sobre el río Madison, un Cadillac, el Chanel 2.55, los álbumes de los Beatles, el sillón Egg de Arne Jacobsen, una fotografía de Helmut Newton o el misionero tienen algo en común, entran en la categoría de clásicos.

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Amada y denostada a partes iguales, la postura más conocida del sexo juega con la ventaja de lo placentera que resulta para los participantes, pero también con que, de lo fácil, tendemos a recurrir a ella más que a otras, lo que la convierte en un básico poco sorprendente de nuestro repertorio.

Y aunque siempre podemos poner música de fondo (cualquiera de los discos de los Beatles, ya que los he mencionado), hay más formas de añadirle picante.

Como todo en esta vida, el secreto no está tanto en la posición que escogemos sino en la actitud que ponemos al elegirla. De nada sirve repasar el kamasutra si las ganas que ponemos al hacerlo son las mismas con las que contestamos los mails de trabajo el lunes a primera hora de la mañana.

El misionero se adapta a todo: puede ser romántico con intercambio de miradas, puede ser salvaje con mordiscos, puede ser duro con arañazos o puede ser profundo y suave haciéndolo más tierno.

¿La clave? No centrarse tanto en la postura sino en la experiencia, en el momento. De hecho, ¿por qué no aprovechar la coyuntura, y con coyuntura me refiero a tener su oreja a la altura de tu boca, y decirle lo que te está gustando, lo mojada que estás o que quieres sentirle más lento, pero hasta el fondo?

Encuentra la postura que mejor te funcione. El misionero no es solo tirarte en la cama con las piernas abiertas y esperar a que hagan todo el trabajo. Arquea la espalda, estira los pies, apóyate sobre la punta de los dedos, ayuda con el movimiento… Puedes incluso añadir un cojín que te haga estar con la cadera más incorporada.

Las dos manos libres te permiten jugar. Puedes pasarlas por su cabeza, su espalda, puedes agarrar las nalgas, acompañar con las manos o incluso tocarte. Y es que no hay nada más placentero que poner en práctica las posturas con el clítoris a mano (literalmente).

Es quizás ese uno de los grandes inconvenientes del misionero, que la estimulación femenina en esa zona brilla por su ausencia. O bien te encargas tú de ella o le pides a la otra persona que realice un poco de TAC. No, no es que te haga un diagnóstico médico en pleno polvo.

El TAC es la Técnica de Alineación en el Coito (hablaré de ello más adelante), una variación del misionero que consiste en que el hombre se alce un poco para que su pubis alcance el clítoris y lo estimule con el movimiento.

¿Te parece una variante simplona? Pues más de la mitad de las mujeres que la integraron en su rutina, llegaron al orgasmo según un estudio publicado en el Journal of Sex and Marital Therapy.

Así que, llega el momento de hacer del misionero algo menos más religioso y más visceral, que suele ser lo más divertido del sexo.

Duquesa Doslabios.

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El sexo oral, ¿primera víctima de la rutina?

Dicen que la rutina es la principal y más temible amenaza que se cierne sobre el sexo en pareja. Ya sabéis, el cansancio, las jornadas laborales interminables, las obligaciones, los hijos (para aquellos que los tienen), la convivencia… Todo es un suma y sigue y son muchos los que sucumben y acaban en aquello del “sábado sabadete…”

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Algunos más que otros, todo sea dicho. Pero, si hay algo en lo que ha coincidido toda la gente con la que he hablado de este asunto es que, hagan el amor más o menos, el sexo oral es la primera víctima de la vorágine cotidiana. No es que haya hecho una encuesta a miles de personas, ni mucho menos, pero de verdad que ha habido unanimidad casi absoluta en todos aquellos que llevan más de dos años con sus parejas.

¿Pereza? ¿Acomodo? ¿Falta de voluntad? ¿De ganas? “Es por la falta de tiempo, le dedicamos menos a los preliminares y vamos directamente al grano”, me dice alguien. “Uf, me resulta muy cansado”, me dice otra persona. Cierto es que, al menos entre mis consultados, son ellas las que más claudican, mientras que ellos admiten haberse “resignado”. Puede que no sea representativo de la realidad, no lo sé, pero es lo que me he encontrado.

Y sabiendo esto, me viene a la cabeza aquello que hablamos de que en el sexo, como en muchas otras cosas en la vida, cuanto más se practica, más se quiere. Así que si uno detecta que la monotonía se ha instalado entre sus sábanas, que piense si hay una forma mejor de romper la rutina del misionero.