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No es que no queramos ser madres, es que no nos lo podemos permitir

Solo dos de mis amigas son madres. El resto ni nos lo planteamos ahora mismo.

Al borde de los 30 años, o incluso habiéndolos superado, muchas no tenemos ni ingresos fijos, porque nos siguen ofreciendo contratos basura o salarios por los suelos.

Está en la inopia quien piensa que, con esta situación, podemos tener estabilidad económica.

pareja chupete

PEXELS

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Tampoco hemos ahorrado mucho ‘gracias’ a los alquileres, que se comen nuestros -bajos e irregulares- sueldos.

Para nosotras es imposible apartar un pedacito para pensar en el futuro, y más si tenemos en cuenta que, en España, la brecha salarial entre hombres y mujeres es del 28,6%.

Independizarnos supone tirarse en plancha a la precariedad. Terminar viviendo en un estudio de 60 metros cuadrados, sumándole unas facturas de luz y gasolina por las nubes, y un carrito de la compra más caro que nunca.

Donde apenas dos personas pueden revolverse y mantenerse, como para pensar en incluir a una tercera.

La hipoteca es imposible de imaginar si no tienes un contrato indefinido. Y tu única opción, en el caso de no poder pagar esa entrada al piso, es que te ayuden tus padres.

Si es que pueden, porque las pensiones no están para tirar cohetes, y a lo mejor todavía están pagando una letra o manteniendo a otro hijo (o ambas cosas).

Tampoco podemos plantearnos dejar el trabajo y buscar uno nuevo. Para empezar no tenemos una red económica de seguridad.

En segundo lugar, ser mujer ya te aumenta las posibilidades de formar parte del grupo con mayor tasa de desempleo. Para nosotras, no hay garantía de conseguir un trabajo mejor.

Y tener esta edad, no pone las cosas fáciles precisamente. Es más probable que le den el trabajo a él si os presentáis al mismo puesto un hombre y una mujer.

Animarse a ser madre cuando las reducciones de jornada son la trampa, es como darte un chapuzón en una playa llena de medusas. Vas a salir peor de cómo entraste o, tratándose de la vida laboral, no volver a entrar en tu vida.

Esa correspondiente bajada de salario, si pides menos horas (cosa que hace el 30% de las mujeres respecto al 8% de los hombres), es lo único que se respeta. Los horarios para facilitarte la dinámica con el nuevo miembro, ya son otra historia.

La flexibilidad de parte de tu jefe ni está ni se la espera.

No nos preparan para una maternidad que viene con una capacidad de ahorro mermada, dificultades de reincorporarnos a la vida laboral (lo que nos empuja a abandonar nuestra trayectoria profesional) y vivir, desde ese momento, por y para los cuidados.

Nos hemos preparado estudiando, hecho la carrera, el máster o el posgrado, los idiomas y más cursos para seguir actualizando los conocimientos, hemos vivido fuera para tener más y mejor experiencia laboral

Renunciar a todo ello, sin poder volver al punto en el que estábamos antes de tener un hijo -como si pueden lograr los hombres que son padres, que no ven su puesto afectado ni relegados a proyectos con menor importancia-, nos parece una pérdida enorme.

Es injusto.

Empleamos toda nuestra vida en convertirnos en mujeres adultas para vernos en el embarazo siendo tratadas con paternalismo desde que damos el aviso de que hay un bebé a bordo.

Como si no estuviéramos presentes aunque seamos las madres, las protagonistas de nuestra experiencia con la maternidad, sufriendo violencia obstétrica.

Todo esto sin contar con la gran dificultad de dar con un compañero que esté alineado con el feminismo. Que entienda que la pareja no es sumisión ni ceder a sus órdenes porque es el ‘hombre de la relación’.

Que sois dos y ambos tienen igualdad de condiciones. Algo bastante difícil de encontrar si tenemos en cuenta que no reciben una educación de tratarnos como miembros del mismo equipo.

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Y compartir la crianza no es sencillo si se sigue educando al sector masculino en que el mayor peso de la crianza sigue recayendo en nuestros hombros en vez de un 50% para cada uno.

Si tienes la suerte de que, con quien estás, se encargue de la mitad, haréis malabares para dar con un hueco en la agenda para que vuestra relación de pareja no se quede por el camino.

Eso si cuentas con la ayuda de una niñera o de tu familia porque el tiempo es limitado y no llegas a todo.

No me olvido de que tendrás que pagar una guardería, que cuesta casi como el alquiler, porque la municipal tiene lista de espera desde antes de que te quedaras embarazada. Tu bebé aún no ha nacido, pero ya no llegas a conseguirle una plaza.

En definitiva, no es que no queramos ser madres. Es que no podemos permitirnos serlo.

Así que a lo mejor hacer deporte, tatuarnos, cuidar a los perros o gatos, salir con las amigas es lo que sí nos entra en el presupuesto cuando, a día de hoy en este país, elegir el camino de la maternidad es elegir ser más pobres, más dependientes de nuestras parejas y estar más expuestas a que, si la relación termina, no habremos podido ahorrar lo suficiente como para empezar de nuevo solas.

Hace falta mucho valor para decir que quienes no podemos tomar esa salida «solo nos preocupa conseguir derechos», porque precisamente consiguiendo hacer desaparecer estas desigualdades que enumero, la maternidad no resultaría tan inalcanzable para muchas.

O quizás es que es una afirmación que se puede permitir quien no se enfrenta a ninguno de estos problemas por haber nacido hombre.

Mara Mariño

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Sobre la congelación de óvulos: la solución no es retrasar la maternidad

La revolución sexual, por mucho que empezara hace décadas, continúa. Hemos pasado de la popularización de los métodos de protección al control casi absoluto de nuestra maternidad gracias a las diferentes técnicas que se encargan de mandar sobre la fertilidad.

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Una de ellas, cada vez más popular, es la congelación de óvulos, que consiste en extraerlos y conservarlos con el objetivo de poder utilizarlos más adelante sin el miedo de que se agoten (recordemos que las mujeres nacemos con un número determinado de ellos).

Los motivos para someterse a la práctica son diversos, pero según el estudio publicado en Human Fertility, que investigó a varias mujeres que congelaron sus óvulos por motivos no médicos, reveló que el ochenta por ciento de ellas lo hicieron por no tener pareja o porque actualmente se encontraban con una pareja que no quería tener hijos todavía.

El resto declaró que era para poder relajarse respecto al tema de la maternidad y algunas pocas que no esperaban tener que usarlos, pero eran su «por si acaso», una especie de antibiótico contra un futuro arrepentimiento, para tener la conciencia tranquila de que no habían puesto todos los huevos en una sola cesta (literalmente).

Mientras que el esperma se lleva congelando desde hace décadas, la congelación resulta más complicada. De hecho, no fue hasta 2012 que se pudieron usar los óvulos con éxito sin que volviera a considerarse un tratamiento experimental.

Pero, no nos engañemos, todavía falta mucha información del proceso. Aún no se sabe a ciencia cierta si los óvulos van a poder dar lugar a una vida ya que el éxito absoluto no está garantizado y no hay mucha experiencia previa al ser una tecnología relativamente reciente.

Eso añadido a que no abundan las mujeres con los medios suficientes como para someterse al tratamiento, equivale a que no se puede dar el apoyo o información necesaria. Y a eso hay que añadirle la energía y el despliegue emocional del asunto.

Personalmente tengo opiniones encontradas con el tema de la congelación de óvulos. Por un lado, considero que, como el preservativo en su día, es algo que nos da control sobre la maternidad (aunque no tengan nada que ver más que darnos el poder de decisión) y que, si nos encontramos con la duda, podemos retrasarla, aunque siempre esté el riesgo de que, en el caso de decidirnos a descongelarlos, luego no llegue a buen término el proceso.

Por otro lado, me preocupa el hecho de que la mayor parte de mujeres de mi generación con las que he hablado del tema, no tengan prisa por la maternidad por el hecho de que, por sus trabajos, no podrían cuadrarla con su vida laboral independientemente de si lo tienen ahora o dentro de diez años, lo que les llevaría a elegir entre el desempeño de su profesión o el deseo de ser madres.

Esto indica que el problema no es tanto que exista o no una tecnología que te permita retrasar la maternidad sino más bien que parece que no tienes ningún tipo de facilidad a la hora de compaginar ambos mundos. Las jornadas laborales o el hecho de repartirse en casa las responsabilidades son los dos grandes inconvenientes de esto.

Que algunas compañías como Facebook hayan anunciado que apoyarían que sus empleadas congelaran sus óvulos (para poner tener durante más tiempo empleadas valiosas) o que se hayan puesto de moda fiestas empresariales en las que se les habla de los beneficios de la técnica, en una especie de baby shower pero de los óvulos, vuelve sobre la misma idea. Nosotras somos las principales encargadas de la crianza y en vez de poner facilidades en el trabajo para conciliar, se retrasa.

Y es que la edad de tener hijos tradicionalmente, es entre finales de los veinte y principios de los treinta, un momento que coincide totalmente con el periodo en el que estamos centradas en desarrollar la carrera, algo que no afecta a los hombres.

De hecho, cuantas más horas trabaja una mujer, menos hijos está dispuesta a tener según reveló un censo de los 2000, mientras que los hombres decían estar dispuestos a tener más hijos a más horas de trabajo, demostrando que la mentalidad sigue siendo que el hombre es el pilar familiar, con el papel de sustentador, mientras que a la mujer le toca el papel de criadora.

¿El mundo ideal? Para mí está claro, empieza por ajustar la estructura del lugar de trabajo, así como cambios sociales que permitan ver con buenos ojos que ambos progenitores puedan dedicarse a su carrera y a la crianza de los hijos que quieran (y puedan) tener.

Estoy convencida de que, si tuviéramos esa situación, no necesitaríamos ni plantearnos congelar nada que no fuera el guiso que nos ha sobrado del fin de semana.

Duquesa Doslabios.

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La teta es un derecho, no una obligación

Querid@s,

Para rematar esta semana que ha sido las antípodas del sosiego y la placidez, la que nos habló de esos amores tóxicos que ocurren cuando la mierdas se idealiza, se deja caer de nuevo por este blog para hablarnos de lo que opina sobre la lactancia. Me consta que el asunto se sale un tanto del tema que nos ocupa, pero como esta semana he querido brindarle al feminismo los respetos que se merece- además de que hoy es viernes- me permito el lujo de confundir velocidad y tocino. Tanto da.

Bienvenida de nuevo. El escenario es todo tuyo y mucha mierda.

La teta es un atraso, por Tantoda.

tetaNo soy madre, todavía. De hecho confieso que puede que esté más seca que una uva pasa y que se me esté pasando el arroz. Aún así, de serlo, he tomado la firme decisión de no darle el pecho a mi hijo porque para mí, la teta es un atraso. Sobre todo porque, por encima de todo, lo que mejor sé hacer en este mundo es dormir.

Al observar que todas las madres que se estrenan son el mismito retrato de una walking dead cumpliendo el estoico régimen dictatorial de la vaca dispensadora que cada 3 horas o incluso “a demanda” se saca la teta para alimentar a su bebé pienso: pues va a ser que no.

Al compartir este pensamiento con mamás primerizas amigas, conocidas y allegadas, me topo con dos posturas diametralmente opuestas. Tenemos por un lado al grupo #yo-soy-la-mejor-madre-del-mundo que no te ha escupido en toda la cara de milagro cuando le has contado eso de que la teta es una atraso porque tu lo que quieres es dormir.

Y por otro lado tenemos al grupo #no-hay-teta que son aquellas madres que no dan de mamar a sus hijos porque no pueden o no quieren.  Éstas suelen estar alertas y cagadas de miedo a partes iguales ante las miradas inquisitivas o comentarios yugulares del grupo #yo-soy-la-mejor-madre-del-mundo.

Un amiga mía, a la sazón brillante doctora, me dijo que las leches artificiales no tienen la misma “calidad” que la leche materna. Con esto de “calidad” hablo de nutrientes y movidas médicas/químicas que desconozco por completo pero que protegen mejor al bebé. Correcto.

Estamos hablando de que el niño en vez de comer caviar come mújol. Pues muy bien que me parece. Mismamente mis hermanas y yo somos de las del mújol porque mi señora madre no nos dio el pecho. (Ella era de las que no podía) Oye, pues todas hemos salido muy hermosas y lustrosas, limpias y aseadas. OJO. Aquí no se cuestionan los beneficios de la lactancia materna para madre e hijo, que son innumerables, pero insisto: elijo que va a ser que no.

De manera que cuando sea madre repartiré la tetilla, no la mía, la del biberón, con el padre de la criatura y los dos dormiremos a pierna suelta al menos 6 horas seguidas, hasta que nos llegue el turno siguiente. Y si me apuras, le planto al niño una teta por goteo y se acabó la función. Ciao.

P.D. ¿Qué opinan al respecto? Yo no me aventurare a pronunciar si amamantare o no a mi prole con mi propia leche. Lo que si digo es que si la teta es mía, seré yo la que decida si quiero que mi hijo se amorre o no. Dar de mamar es un derecho, no es una obligación.