Entradas etiquetadas como ‘mañanas’

Esas mañanas incómodas del día después…

A quien no le ha pasado alguna vez. Bostezar, abrir los ojos y darte cuenta de que has pasado la noche con la persona equivocada. No es que tenga nada de malo, es solo que, lo que unas horas antes no te parecía mala idea, a plena luz del día se te hace incómodo, molesto y, a veces, hasta insoportable. ¿En qué diablos estaría pensando?, te dices.

Si estás en casa de la otra persona no es tan problemático. Te vistes, le dices que tienes mucha prisa, haces un esfuerzo para no parecer antipática y te despides con educación. Pero si en un momento de debilidad has cometido el error de invitarlo a tu casa, a la mañana siguiente la cosa se complica. Sobre todo, si la otra persona no tiene la misma percepción que tú sobre cómo ha ido la noche y, por alguna misteriosa razón, parece incapaz de advertir que sus besos y caricias ya no son bienvenidos.

Mañanas incómodasHay gente que lo resuelve de manera más o menos brusca, según el pie con que se hayan levantado ese día o dependiendo de su umbral de sensibilidad. Hay otras, por el contrario, que no soportan la idea de herir los sentimientos ajenos y son capaces de prolongar la situación más allá de lo claramente recomendable con tal de no incomodar. La virtud, como decía Aristóteles, está en el punto medio.

Conozco a un tipo, bastante capullo, por cierto, que siempre que se enrollaba con una chica a la que luego no quería volver a ver usaba la misma excusa: “No mira, es que me siento muy mal porque me estoy acordando mucho de mi exnovia, que lo hemos dejado hace poco, y preferiría que te fueras, la verdad”. Para más inri, lo decía a los 10 minutos de haber terminado la faena, y al día siguiente lo contaba como una gracia, muerto de risa. El método perfecto para lograr que la otra persona se sienta como una mierda.

En el extremo contrario está el caso de una conocida, que no sabía cómo deshacerse de una visita que ya le resultaba más que incomoda e improvisó que tenía un partido de tenis inaplazable en la otra punta de la ciudad. El tipo no pillaba la indirecta, así que la chica, para ir animándolo, se puso el chándal, preparó la bolsa de deporte, la raqueta y toda la parafernalia. Para rematar, cuando él le preguntó dónde era exactamente, la pobre tuvo la mala suerte de recurrir a las pistas que, casualidad de la mala, estaban al lado de la casa de él. “Ah genial, pues bajo contigo y me acercas”. Así que allí que se fue, vestida como Arancha Sánchez Vicario y con una resaca de muerte, a cruzarse medio Madrid un sábado por la mañana por no herir el amor propio del muchacho.

Por la parte que me toca reconozco que, aunque creo que nunca he perdido la educación, cuanto más vieja me hago más me cuesta disimular según qué cosas. Por otro lado, es algo que me ha ocurrido pocas veces porque, por lo general, cuando me voy a la cama con alguien es porque no me desagrada la idea de amanecer a su lado. Pero ya se sabe, que tire la primera piedra el que esté libre de pecado.