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La La Land, o lo que pudo ser y no fue

Querid@s,

Me gustaría hablaros de La La Land, quisiera hacerlo antes de que sea demasiado tarde. No de su calidad estética, ni de su deslumbrante coreografía o su sublime banda sonora, ni de sus siete Globos de Oro, ni de su trama, ni del Oscar de Emma Stone a la mejor actriz, ni siquiera de esa clamorosa cagada histórica que daba el Oscar a la Mejor Película 2017 a La La Land en lugar de a Moonlight, sino de lo que para mi es La La Land.

Este Damien Chazelle me ha dejó con el cuerpo raro, como de bajón. Y encima un domingo por la tarde, esto no te lo perdono Chazelle. Ellos dos se querían, se amaban profundamente. Cuando nadie más les conocía, ellos se veían, cuando no “eran nadie” y fracasaban, caminaban de la mano. Secuaces en el fracaso y socios de vida. Pero ella acaba convirtiéndose en una diva (a mi juicio ridícula) y al fin logra tocar el cielo de la fama con las manos. Sus películas colgarán el cartel de entradas agotadas, todos la aplaudirán en salas abarrotadas, pero ¿qué hay de la amor? ¿Acaso hay que renunciar a él para alcanzar la fama y el éxito? Los dos acaban encumbrados y saboreando fama y éxito, pero ¿son felices? Uno triunfa en la música, la otra en la gran pantalla, pero ¿qué pasa con el amor?

Para mí La La Land es pura nostalgia. El film del la ciudad de las estrellas me despierta una nostalgia agridulce, esa que se siente una desolada Caye a la que ya le han arrebatado la vida. La princesa reflexiona con la contagiosa inocencia de una niña y se pregunta si es posible sentir nostalgia de algo que aún no han pasado.

Algo parecido me ocurre con Mi vida sin mí. Conmovedora hasta la médula, una vitalista Anne escribe una lista de cosas que hacer antes de morirse. Entre ellas, algo precioso y devastador a la vez: Buscarle una buena mujer a su marido, y una madre para sus hijas, claro está. Su sustituta, la mujer que habrá de ser ella, la que vivirá su vida por ella. Y esa carta póstuma que ella redacta y ese Lee que se enamora perdidamente lee cuando ella ya se ha desvanecido. Me encantó bailar contigo.

¿Se puede decir algo tan bonito en menos palabras?

Para mí La La Land es todo lo que pudo haber sido y no fue. Vayamos ahora a la escena final; no continuéis si no queréis convertirme en la spoiler más odiada. Ella y él, apenas a unos metros de distancia, se vuelven a encontrar. Parece que el resto del mundo no existe, y él comienza a tocar esa canción sólo para ella, porque es obvio que se la suda el resto de los asistentes salvo ella. Y sólo cuando vuelve a sonar esa canción todo parece cobrar sentido y vuelven a estar juntos. Pero no tan deprisa, porque es una suerte de espejismo que apenas dura unos segundos, lo que consiente la imaginación. Hasta que ese dulce sueño se pulveriza de nuevo en realidad. Todo vuelve a su sitio; él al piano (más solo que la una) en su club de jazz que lleva el nombre que ella le sugirió un día y ella, una aclamada estrella del celuloide, junto a un elegante hombre del que seguramente no está enamorada.

Te hubiera cuidado, te hubiera mimado, te hubiera timbrado a la puerta cada mañana para verte porque no aguanto más tiempo sin contemplarte sonreír. Te hubiera querido por siempre jamás. Pero al final nadie cuidó ni cuidará de nadie, nadie amó ni amará a nadie para siempre. Ni mimó, ni timbró a ninguna puerta. Me resulta desolador, casi insoportable pensarlo.

Un final perverso, diría incluso que aterrador, porque amándose como se aman, cada uno sigue su camino. Aún deseando estar juntos y cuidar el uno del otro, la vida les lleva a cada uno por su camino. Te hubiera querido tanto, te hubiera cuidado tanto. Pero nadie quiere, nadie cuida. ¿Será esto la vida misma? Espero que no, de corazón espero que no.

Emma Stone y Ryan Gosling en La La Land

A follar a follar que el mundo se va a acabar.