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Vida en pareja feminista: ¿cómo repartirnos los gastos?

Hace unos meses dejé mi trabajo de jornada completa para lanzarme al vacío de volver a estudiar. Y digo vacío porque mi cuenta bancaria fue la primera que apreciaría la nueva situación de dejar de recibir aquellos ingresos estables.

Estando independizada, con un alquiler, las facturas de la casa y una nevera por llenar, de repente, aquello de estar independizada se sentía como una carga. Una carga cara que mantener a costa de mis ahorros.

Mi pareja lo veía distinto, durante esa nueva fase de estudiante quería ser él quien se encargara de los gastos.

pareja gastos

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Pero claro, educada en el feminismo, en la independencia, aquello me hacía sentir fatal conmigo misma.

En la medida que pudiera, quería aportar, así que al final quedamos en hacer una distribución equitativa que ha llegado para quedarse.

Y es que, por primera vez, le vi las goteras al discurso de la igualdad entre hombres y mujeres. Nos vamos a convivir con nuestra pareja pagando todo al 50%. Pero, ¿nuestros ingresos son los mismos?

Me encantaría dar un golpe en la mesa con cifras paritarias en lo que a salarios de la gente de mi edad se refiere. Pero no puedo hacerlo.

En la mayoría de parejas de mi entorno, nosotras ganamos menos que ellos. El desfase de la muestra podría no ser representativo, pero que, llevado a la población española, se mantiene.

Es lo que conocemos como «brecha salarial» o que cobremos un 28,6% menos que nuestros novios o maridos (según datos de Técnicos del Ministerio de Hacienda del año 2020).

¿Igualdad? Mejor equidad

Después de hablarlo con mi pareja instauramos una nueva distribución de los gastos.

Ajustando mi porcentaje de participación a los ingresos que recibo, como puede ser esta colaboración con 20 Minutos o trabajos puntuales, coincidimos en que tenía todo el sentido del mundo dividirlo de esa manera, más justa.

A fin de cuentas, los dos nos estamos beneficiando de vivir juntos en un piso que nos encanta y él tiene una situación mucho más desahogada que la mía.

Aunque debería ser ‘lo normal’, igualmente me sorprendió ver su mentalidad de equipo, su predisposición a que este cambio se hiciera cuanto antes porque, en su opinión, tenía que centrarme en los estudios y olvidarme del resto.

Y no porque le urgiera que, en cuanto empezara a trabajar, «devolviera» la parte que él había puesto de más.

Más bien por el simple motivo de que quiere verme crecer y su forma de apoyarme en el proceso es disipando agobios externos que pueda tener.

Porque, como sabemos, si las tornas se invirtieran, yo haría lo mismo por él.

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Nuestro caso no es el habitual, ya que el reparto que se hace normalmente es del 50-50. Algo muy asimétrico, por otro lado.

No digo que este sistema sea el modelo perfecto, pero sí que bien merece la pena revisar cuáles son las condiciones económicas de los miembros de la pareja para ver de qué manera se puede equilibrar la balanza.

Es una manera de hacer activismo feminista sin salir de casa y que -aprovecho para hacerme publicidad, que como te he dicho más arriba ahora mismo llevo vida de estudiante y la venta de libros me viene como agua de mayo- explico largo y tendido en Todo lo que mi novio debe saber sobre feminismo (Grijalbo, 2023).

Quiero terminar el artículo con una reflexión final para quienes todavía no ven esto claro.

Estamos a favor de que las personas con rentas altas paguen más impuestos y, las personas con rentas más bajas, menos, lo que se conoce como equidad distributiva.

Esta proporcionalidad tributaria se basa en que los gastos públicos no sean desmesurados en cuanto a las capacidades económicas, porque beneficiarían a los contribuyentes económicamente privilegiados.

Si eso implica que se reconozcan las características y condiciones personales, para asegurar que todo el mundo tenga acceso a lo necesario para vivir dignamente, ¿por qué en pareja no es igual de habitual llevarlo a cabo?

Mara Mariño

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¿Por qué se está debatiendo sobre el BDSM en redes sociales?

Durante este fin de semana, el BDSM se ha convertido en uno de los temas de conversación en la red y no porque E. L. James haya sacado otra entrega de Cincuenta sombras de Grey.

La controversia sobre las prácticas sexuales que engloban estas siglas (bondage, dominación, sumisión y masoquismo) empezó cuando la politóloga y activista digital feminista, Júlia Díaz Collado (@salander 33), compartía un vídeo en el que hablaba de su preocupación sobre la erotización de la violencia.

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«Estamos hablando de violencia de verdad, no de pasión desmedida», explica en un reel que acumula decenas de miles de reproducciones. «Hablamos de latigazos, de golpes fuertes, es que estamos hablando de sentir dolor de verdad».

Y es que para quienes buscan la sensación, la explicación está en que tanto el dolor como el placer se producen desde el sistema límbico, y las neuronas liberan dopamina cuando se da cualquiera de esos momentos, de ahí que sea un cúmulo de sensaciones que se disfrutan.

Pero para la activista, el problema está en «erotizar y sexualizar la violencia», sobre todo porque la línea parece muy fina si tenemos en cuenta que nos encontramos en una sociedad en la que muchas mujeres ya sufren de violencia por parte de sus parejas.

«El problema es convertir una agresión en algo excitante. Es el paralelismo entre deseo sexual y violencia. Me parece más preocupante excitarte haciendo daño que no recibiéndolo», comenta.

Es difícil ser mujer y no entender las preocupaciones de Júlia escuchándola. Todas o casi todas, hemos tenido algún encuentro menos deseado del que, por cualquier motivo, no hemos sabido salir o donde nos hemos sentido en peligro.

En esas circunstancias, el denominador común eran nuestros compañeros, hombres en la gigantesca mayoría de los casos. «Cuando nos adentramos en el mundo del BDSM, casi todos los tíos heterónimo quieren dominar y ser ellos los que agreden», otra razón que explica la activista.

Sin embargo, si nos paramos a hacer memoria recordando a esos hombres que han ejercido violencia en la cama hacia nosotras, ¿lo han hecho como parte de un rol o ha sido porque, según ellos, es lo que nosotras deseamos o lo que han aprendido a ejecutar en la intimidad?

Gabriel (@gaby_dom.waves) responde a esta preocupación en otro vídeo como experto en el tema: «los boludoms o fakedoms, son detestados por la comunidad porque sus intereses van en contra de eso».

Según el divulgador, estos hombres, además de egoístas en la cama, se aproximan siempre de forma violenta a las personas con las que se relacionan, «que habitualmente son mujeres sumisas».

Como Gabriel recuerda, una agresión es «cualquier acto que atente contra la libertad sexual de una persona realizado sin su consentimiento. El BDSM se practica entre dos personas o más de forma segura, sensata y consensuada. Todas las personas participantes han expresado sus preferencias y límites».

«El BDSM es un juego de intercambio de poder en el que existe un juego de roles». Es más, en el BDSM existe una comunicación gustos, expectativas, respeto por límites y se puede parar en cualquier momento, algo que como explica el divulgador, «no es tan común en el sexo normativo».

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Coincido con la politóloga en que la permeabilización de la violencia en la cama es un tema que se debe abordar. Especialmente si tenemos en cuenta que las agresiones cada vez se dan a edades más tempranas, aumentando un 45,8% en menores de edad respecto a 2022.

Pero sí creo que esto no va de BDSM, porque estamos ante un problema estructural. Así que cabría analizar por qué se ha extendido una violencia no consentida ni consensuada, hasta el punto de que es difícil no tener un encuentro sexual sin cierta subida de tono (en cuanto a exceso de fuerza se refiere).

Júlia toca una de las claves en su vídeo cuando habla del impacto de la pornografía: «el contenido cada vez es más violento. Hemos pasado de ver fotos en una revista a vídeos cortos y profundamente violentos. Esto hace que conectemos violencia con sexo. Además es accesible para todo el mundo».

Sin educación sexual, la violencia se ha colado en el sexo, pero no bajo unos parámetros establecidos y seguros, como un juego deseado, sino como denominador común de cualquier encuentro y siempre hacia nosotras.

Es una dominación que no hemos elegido, no sabemos si nos gusta y definitivamente no sabemos cómo frenar.

Mara Mariño

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Hay que llevar el 8M a la cama para tener una sexualidad más feminista

Hace unas horas, una chica me mandaba un mensaje por Instagram preguntándome que qué hacía después de que su pareja alcanzara al orgasmo. Que cómo podían seguir si él no tenía la erección.

Si eso era todo.

pareja beso

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Vi claro que la educación sexual que tanto necesitamos debe ser feminista. Porque solo desde esa igualdad de posiciones ponemos nuestro placer a la misma altura que el de ellos (hasta para nosotras mismas).

Es la manera de que la pregunta de «¿Eso es todo?» cuando él termina, sea convierta en «Él ya ha tenido su orgasmo, ¿cómo quiero alcanzar el mío ahora?».

Así se cambiaría la expectativa que recae en nosotras, la que continúa siendo la de mantener, a toda costa, una vida sexual en torno a la penetración que nos sigue dejando a dos velas.

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Un feminismo llevado al lado íntimo nos permite cambiar la imagen impuesta que tenemos de cómo debe ser nuestro físico.

Hasta el punto de que solo desprendiéndonos de esas ideas -que se basan en estereotipos que no hemos elegido-, lograremos dejar de ser cosificadas hasta por las inteligencias artificiales.

Porque es difícil vivir constantemente criminalizadas por el propio cuerpo, objeto de censura en redes sociales y de deseo al mismo tiempo, cuando te llegan fotos no solicitadas de quien decidió que debías ver el interior de sus calzoncillos para ‘seducirte’.

Es el mismo cuerpo femenino sobre el que gira todo el sistema anticonceptivo si tenemos en cuenta que la mayoría de métodos (pastilla anticonceptiva, píldora del día después, DIU, anillo hormonal, parche…), que solo somos fértiles 5 días al mes cuando ellos lo son todo el año.

El 8M es la ocasión perfecta para recordar que, tal y como somos, está bien. Perfectas para sentir placer independientemente de la forma de nuestra vulva, a la que hay quienes intentan armonizar cuando lo natural es su asimetría.

Poner el disfrute por delante es tener una vida íntima feminista, donde nos gozamos en libertad. Una en la que el deseo va de la mano con el consentimiento.

Porque hablar en términos de consentir nos distancia de la verdadera esencia del sexo, que no es algo a lo que se accede, sino algo que se desea.

Así que trasladar el feminismo a nuestra intimidad debería ir también por ahí, por lo que queremos.

Y, que si decimos que no lo queríamos, no se ponga en tela de juicio. Menos aún hasta el punto de tener que renunciar a una indemnización si se ha sido víctima de una agresión sexual, como fue el caso de la mujer que denunció a Dani Alves.

Caso, que nos recuerda cómo socialmente se nos hace sentir aún más estigmatizadas en el momento en el que los abogados del futbolista argumentaron que la víctima no presentaba lesiones, por lo que (según ellos) la lubricación invalidaría la violación.

Sí, este 2023 por increíble que parezca, tenemos que seguir protestando por la cultura de la violación que libera de responsabilidad a los agresores y pone de mentirosas a quienes sufrieron el ataque.

Es la misma que sostiene que es imposible que un hombre exitoso recurra a la fuerza para obtener sexo. Menos aún si es guapo o tiene una pareja modelo, como es el caso del brasileño.

Son protestas que parecen nuevas por la actualidad de todas ellas, pero son las de siempre.

Aunque no por ello tenemos que dejar de señalarlo y protestarlo para que la Justicia sea reflejo de las sábanas, feminista en vez de patriarcal.

Solo así tendremos la garantía de poder vivir nuestro placer verdaderamente libres.

Mara Mariño

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Cosificar el pecho o por qué no nos sentimos cómodas yendo sin sujetador al trabajo

Fue a mis 25 años cuando decidí empezar a ir sin sujetador por la vida. Y lo que significaba que, tampoco lo llevaba cuando iba al trabajo.

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Es verdad que, pasando varios años en una redacción donde la mayoría de mis compañeras eran mujeres, nunca me sentí que estuviera haciendo algo especial.

Ahora me doy cuenta de que tenía el privilegio de estar en un sitio donde tenía la libertad de vestir como quería sin que nadie me mirara distinto por ello o llegara a escuchar ciertos comentarios.

No pasa así con muchas de mis seguidoras, que, tras una ronda de preguntas por Instagram, me contaron que era algo que no se sentirían cómodas de poner en práctica.

Y claro que si tienes un pecho grande -que no es mi caso-, el sujetador cumple una función de sujeción, como su nombre indica, que evita el dolor de espalda logrando que descansen los hombros y la columna vertebral.

Pero hablo de quienes teniendo la opción de ir más cómodas sin nada puesto, terminan utilizándolo por causas externas.

En su mayoría, personas que no les hacen sentir a gusto si no lo llevan:

«Si al no llevarlo con amigos no faltan los comentarios, no me imagino en el ambiente de trabajo».

«Los tíos te van a mirar sí o sí si vas sin sujetador. A mí eso me intimida».

«Muchas veces voy sin porque me siento cómoda y bien conmigo, pero si aspirara a ascender sí que me condicionaría».

«Cuando trabajaba de cara al público 90% masculino, sobre todo en verano, prefería con sujetador».

«Tengo los pechos tirando a grandes y noto las miradas».

«Siendo profe es complicado incluso ir con bralette porque me da palo que se note algo el pezón».

«Me encantaría ir sin, pero soy enfermera y puedes imaginar las miradas de los señoros».

«Muchas veces me apetece no llevarlo, pero siento que llamaría la atención o parecería poco profesional y me jode porque sé que no debería, pero luego sigo sin atreverme».

«Trabajo en hostelería y depende del día no quiero lidiar con según qué mierda de clientes hombres».

Estas son solo algunas de las historias que me dejaron respondiendo a la pregunta de si querían compartir sus experiencias.

La (larga) sombra del sexismo

Sí, soy consciente de que reflexionar de que me gustaría que hombres y mujeres se sintieran igual de cómodos en el trabajo con su ropa no es una lucha que pueda parecer tan urgente como muchas otras a las que se enfrenta el feminismo.

Pero puesta a hablar de la igualdad, ¿por qué no reivindicar esta también?

La igualdad de que no nos sintamos obligadas a llevar algo porque, de no llevarlo, nos sentimos acosadas o que se nos toma menos en serio en el trabajo.

Por lo pronto, la valía profesional no se mide en los pezones, en serio.

Tengo conocidos en departamentos de recursos humanos, en la parte de contratación de nuevos talentos, y no es en lo que me dicen que se fijan.

Tampoco ir sin sujetador hace que seas peor trabajadora en equipo, que tardes más en realizar tus funciones o que te hagas más lío en las conversaciones de Slack -porque ahí nos liamos todos sin distinción.

Hombres y mujeres tenemos pezones, pero que aún muchas se sientan así demuestra que venimos arrastrando que, siendo la misma zona del cuerpo, no se percibe por igual.

El pezón masculino tiene vía libre en playas, piscinas, redes sociales o incluso la oficina cuando se marca por debajo de la camisa (sí, amigos, a vosotros también os pasa).

En cambio, el femenino, continua abriéndose camino en todos esos ambientes.

Y no es otra cosa que la enésima prueba de que el sexismo que venimos cargando incluye la cosificación de las mujeres.

Es decir, reducirlas a su cuerpo o partes de este-, algo que las discrimina porque se las trata de manera distinta (con miradas, comentarios, etc).

Consejos para cuando tu compañera va sin sujetador al trabajo

¿Lo bueno? Que ponerle las cosas más fáciles está en nuestra mano.

Empieza por no pensar en el pezón femenino como una invitación a mirarlo ni a hacer comentarios si se aprecia de alguna manera por debajo de la ropa.

Hay una diferencia grande entre un vistazo que se escapa de refilón, que a todos nos puede pasar en algún momento, y mirar fijamente -con la incomodidad que produce-.

A continuación, todos los comentarios al respecto se pueden ahorrar, en serio. No queremos que nuestro pecho sea tema de conversación.

Da igual que sea para hacer una apreciación que crees que puede ser positiva como por ejemplo «Se te marcan los pezones» (sí, es normal que se marquen, se marcan porque los tengo).

Si yo no comento a mi compañero de trabajo que se le marcan las entradas, por muy a la vista que esté, creo que debería ser igual al contrario.

También evitar bromas de esas que para algunos son muy graciosas del tipo «Parece que hace frío».

Y por supuesto, no sugerir que el pecho no quedaría tan caído sin el sujetador.

Para resumir en este caso, aunque se puede aplicar a cualquier observación del físico, se debería aplicar la regla de los 5 segundos.

Si hay algo de mi aspecto que no se pueda cambiar en cinco segundos (un moco, un trozo de ensalada…) no lo comentes.

Por tentador que resulte preguntar  «¿Hoy no llevas suje?», no es necesario. Si da esa sensación es probable que no llevemos, pero no hace falta que sea tema de conversación de la misma manera que no vamos preguntando si se llevan o no calcetines.

Para terminar, la única manera de evitar que se considere que es poco profesional, es recordar que el pecho no es algo que nos aleja del puesto de trabajo ideal.

Si no llevar sujetador fuera lo que realmente evita que logremos el ascenso de nuestros sueños, ¿por qué las que sí llevan sujetador también se han encontrado con el techo de cristal?

Mara Mariño

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No soy una ‘Mónica’, pero también me han llamado ‘zorra’

Ayer, después de descubrir que los famosos insultos del colegio mayor, habían tenido lugar en Madrid, escribí a una amiga y le pregunté si quería acompañarme a manifestarnos delante del Elías Ahúja.

No, no éramos las damnificadas de manera directa, porque los insultos no iban hacia nosotras.

No éramos unas ‘Mónicas’. Pero, a la vez, sí que lo éramos.

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La universidad hace tiempo que la dejamos atrás, y, sin embargo, no podíamos quedarnos sin hacer nada. Estábamos molestas con la manera en la que había sucedido todo.

Sobre todo descorazonadas pensando que, en vez de ir hacia delante, en dirección a una sociedad igualitaria, fueran esos los comportamientos que nos esperaban en el futuro.

Cada acción viene acompañada de una reacción y ante acciones machistas, que celebren esa supremacía de que los estudiantes pueden hacer o decir lo que quieran, no nos parecía mejor ‘contraataque’ que plantarnos allí.

De manera pacífica, por supuesto, con dos carteles y en silencio.

Organizadas, a diferencia de ellos (que lo hicieron para su cántico machista), para decir que no estábamos de acuerdo con ese trato vejatorio.

No sé si la imagen de estar allí, dos mujeres en la treintena, lejos de la vida universitaria, con pancartas en alto pidiendo un lenguaje respetuoso hacia nosotras, contrarrestó de alguna manera el ya famoso speech de «Conejas, salid de vuestras madrigueras».

Pero algo hizo que, tras ver ese vídeo con un edificio entero de hombres aullando y vociferando como si de verdad se encontraran preparándose para un ataque en manada, nos tocara la fibra y nos empujara a salir de casa.

 

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Porque no somos ‘Mónicas’, ni universitarias de la Complutense, pero sabemos muy bien lo que es que nos insulten con esos mismos términos.

La palabra «puta» o «zorra» la llevamos oyendo desde el colegio. En el patio, en clase soltada por lo bajito o bien alto por algún compañero, en la discoteca, cuando no estábamos interesadas por el chico que nos estaba insinuando que si queríamos dejar la pista y terminar en su cama.

La hemos oído en la calle, de parte de algún desconocido que consideró que merecíamos el mote, también desde coches en marcha, gritado a voces desde un edificio sin poder identificar, en esa ocasión, quién ha sido.

Como nos lo llevan llamando en incontables ocasiones a lo largo de nuestra vida, es imposible no empatizar con las alumnas que los reciben y sentir que, de cierta manera, también van para ti.

Porque has sido la destinataria tantas otras veces…

Y si cada vez que oímos un «puta» nos sentimos automáticamente identificadas, solo por el hecho de ser mujeres, quizás es porque estamos en un país en el que se ha normalizado hasta ese punto que ese sea el trato que recibamos.

Por eso, para nosotras, era tan importante hacer algo al respecto. Lo que fuera.

Porque estamos ya cansadas de ser insultadas por hombres, conocidos o desconocidos, porque nos duele aún más cuando se le quita peso llamándolo «broma» o «tradición», para garantizar que puedan seguir haciéndolo.

Porque si enseñamos a las generaciones que están de camino que aquí está la diversión, en un trato denigrante hacia nosotras, en una agresión verbal, ¿qué hacemos sino preparar el terreno a que, en un futuro, eso termine en una agresión física, en una violación?

Mara Mariño

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La deconstrucción sexual será feminista o no será

¿Cómo que ahora hay que deconstruir el sexo? ¡Si has tardado toda tu vida en averiguar cómo va (y especialmente los últimos 10 años) en ponerlo en práctica intentando mejorar!

Entiendo que suena dificilísimo. Como montar un mueble de Ikea o explicarle a tus padres cómo adjuntar archivos en un mail.

pareja beso intimidad

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Pero en el momento en el que dejamos que nuestra vida íntima se contagie de lo que sucede a nivel social -y esa sociedad no nos da los mejores ejemplos en cuanto a relacionarnos- es cuando toca desmontarlo todo.

El proceso puede ser igual de divertido. Pero además, mucho más placentero.

Primero, olvida todo lo que has aprendido del porno. Todo es todo.

La forma de los cuerpos, los pelos (o la falta de ellos), los roles, los movimientos, la violencia…

En serio, no me vengas con golpes o brusquedades, a lo mejor prefiero un trato cariñoso, ternura antes que rudeza.

En el cóctel molotov de la pornografía se suman cánones físicos inalcanzables, genitales descomunales, pieles que solo cambian de color para ser sexualizadas y una serie de coreografías perfectas para cámara -y para un espectador mayoritariamente masculino-.

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Pero ni representan cómo son las personas con las que vas a encontrarte ahí fuera (a no ser que solo salgas con actores y actrices porno) ni enseñan lo que queremos en la cama.

De verdad, no quiero que la metas durante 45 minutos sin parar. La lubricación vaginal tiene un límite y empiezo a sentir la fricción en mi vagina como cuando retiras un velcro.

Deconstruirte significa aceptar que, a diferencia de quedarte con un producto mainstream como es la pornografía, tu sexualidad es como tu cepillo de dientes. Tuya y solo tuya.

Debe ajustarse a lo que te pone, a lo que te gusta. A ti. Es algo que incluye dejar de pensar que, si también te gustan las mujeres (o los hombres), es solo una fase. Que es lo que te dicen sin parar.

Que solo estás experimentando o que no eres bisexual o gay de verdad, de los de ‘pura cepa’.

Pero lo cierto es que con la deconstrucción, te animo a que dejes las etiquetas solo para la ropa. Porque eso significa que lo que hagas en la cama -o en la parte de la casa que te dé la gana- no está sujeto a nada.

Eso significa que puede gustarte una zona concreta, un fetiche distinto, que te llamen al oído de cierta manera porque es lo que te pone.

Y a lo mejor es algo que no te parece que pegue con lo que te han enseñado. Por eso tienes que olvidar ese imaginario que te has montado y disfrutarlo.

A ti, amigo, te invito a que gimas. Aunque nunca hayas escuchado a ningún otro hombre hacerlo. Porque es algo que se te engancha en la garganta y merece que lo dejes salir.

A que respetes un ‘no’, pero también a que frenes si no lo oyes. A que ni drogues ni esperes a recoger a la chica más borracha de la discoteca, esa que ha perdido a sus amigas y casi la capacidad de hablar.

Porque está igual de mal y la falta de consentimiento es la misma, aunque pienses lo contrario.

A ti, amiga, despréndete de la culpa y la vergüenza, de vivir tu sexualidad casi en secreto y siempre al servicio de los demás. No eres el objeto de consumo, ¡eres la coprotagonista!

Sí, me refiero a esos orgasmos que a día de hoy todavía finges, la prueba de que para ti es más importante que la otra persona sienta que lo estás disfrutando a que verdaderamente goces de tu sexualidad, abriéndote y diciendo qué te gusta.

Y a ambos, a que dejemos de pensar en la primera vez como un examen de valía.

Que si no sale bien, o la erección brilla por su ausencia, ya no se puede disfrutar de la velada.

También que si sucede al poco tiempo de conocernos es porque no nos valoramos lo suficiente, cuando es algo que ni nos planteamos en el caso de que ellos quieran sexo a la primera.

La mayor deconstrucción es que la libertad sexual la tengamos por igual.

Mara Mariño

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5 podcast de sexo para este verano (o cuando quieras)

Ahí va un dato que no sabías de mí: lo paso fatal en los aviones. Es entrar a la cabina y agobiarme. Del momento del despegue ya ni hablamos. Entre el zarandeo, la velocidad, el miedo a volar y el ruido, solo pienso en escapar.

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Así que una amiga me recomendó para el miedo a volar ponerme música durante el vuelo. Hice el cambio por los podcast y las cosas entre los aviones y yo van mucho mejor, tengo que admitirlo.

No sé si es el hecho de escuchar voces conocidas o que siempre tiro por temas que me interesan, pero consigo alejarme de todo.

¿Y por qué tipo de podcast tiro? Pues, como imaginarás, los de sexo están entre mis favoritos.

Así que tengas o no miedo a volar, o simplemente estés en busca y captura de podcast que te acompañen a todo, he querido compartir algunos de mis últimos descubrimientos.

Estos son cinco de los que he escuchado recientemente y, cada uno por unas cosas y otras, merecen que les des una oportunidad este verano:

  1. Macho Alfalfa: ¿quieres zambullirte en lo que es ser un hombre español heterosexual? Este podcast es para las que no sabíamos que nuestros compañeros del colegio se masturbaban juntos de pequeños, pero poniendo los cojines en el sofá a modo de biombos. Esta puerta a la mente masculina que abren Raúl (@masculinidadsbersiva) y Guillermo (@damepistachos) es un poco escatológica, pero si disfrutas de ese tipo de humor -como es mi caso-, te va a encantar.
  2. Los relatos de Bantia: una noche con sorpresa en un hotel es a donde te llevarán los audiorelatos eróticos de Bantia. Si tienes entre 20 minutos y media hora, cierra los ojos y piérdete en las historias de los clientes que pasan por el establecimiento de una protagonista que se encarga de que la experiencia de sus visitantes sea más que satisfactoria. El único spoiler que te voy a hacer es que te costará mantener las manos alejadas de tu cuerpo mientras lo escuchas.
  3. Spank U, next: el lugar donde descubrirás todo (pero todo) sobre el BDSM. Es perfecto si quieres entrar en el mundillo -y no sabes ni por dónde empezar- o convertirte en la persona más experta. Tienes historias, entrevistas y un sinfín de información que harán que Anna y Gregor se conviertan en tus maestros del fetiche. Además te va a venir de maravilla para repasar el inglés y mantenerlo en forma durante el verano (nunca sabes cuándo vas a necesitar decirle a alguien «Get on your knees»).
  4. X preguntas: quien ha salido de fiesta con Daniela Requena (@danielasirena3), sabe que tiene anécdotas picantes para rato. Pero, a falta de poder quedar con ella en vivo y en directo, su podcast hace el apaño. Es una de las novedades de Spotify y precisamente busca lo que su propio título indica, darle visibilidad a esas historias algo más peculiares (o incluso incómodas) que nos han podido pasar estando en compañía. ¿Lo mejor? La naturalidad con la que nos anima a enfrentarnos a la vergüenza que pueda aparecer en momentos íntimos.
  5. La revolución del placer: el punto más formativo sobre sexualidad femenina corre a cargo de Irasema y Fabiola. Hablan del romanticismo, la masturbación, el aborto, la maternidad o el gaslighting desde una perspectiva feminista. Especialmente recomendable si todavía estás un poco verde en cuanto a conocerte a ti misma, quieres empezar a ver las cosas con las gafas de color violeta o, sencillamente, empoderarte (más).

Mara Mariño

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‘Los hombres feministas somos menos, pero cada vez somos más’

Hace unos meses me quedé prendada de una cuenta de Instagram. Usaba colores impactantes como el negro, blanco y amarillo, era imposible no quedarte con esa paleta grabada en la retina. Pero lo más fuerte era el mensaje de las publicaciones.

Un hombre heterosexual se abría en canal en su perfil sobre lo que implicaba, precisamente, ser hombre heterosexual en la sociedad actual.

Y lo hacía con un pensamiento crítico, acerca de los roles que le tocaban asumir, y reflexionando sobre ellos desde una perspectiva feminista.

hombre feminista

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Algo casi tan raro de ver como un animal mitológico. Así que, como no podía ser de otra manera, me puse a seguir a esa cuenta unicornio, @masculinidadsubersiva.

Porque de feminismo es algo que hablo a diario con las mujeres de mi entorno, con mi madre, mis amigas, compañeras de trabajo… Pero hacerlo con un hombre que también tenía esa mentalidad era algo nuevo y necesario.

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Raúl, que además de romper la cabeza a la mayoría de su comunidad con sus publicaciones, también está grabando un podcast en Spotify, Macho Alfalfa (que deberías escuchar porque va en la misma línea), me comenta que la idea de hacerse la cuenta vino un poco por necesidad de expresar y compartir su propia deconstrucción.

«Tras muchas lecturas, formaciones como alumno, conversaciones con personas que estaban más metidas en el feminismo, se generó la curiosidad. Y desde ahí vino la voluntad para moverme. Necesitaba escribir, hablar en alto para asimilar todo lo que iba aprendiendo y me iba removiendo. Fue cuando decidí hacer un perfil donde reflexionar sobre todo lo que me inquietaba».

«La cuenta es el resultado de hacer colectivo mi propio proceso de revisión de la identidad. Para mí es una herramienta para compartir, debatir, aprender y el lugar donde deposito mi transformación identitaria, donde también he conocido a seres maravillosos de los que me nutro constantemente».

Instagram tanto para Raúl como para mí, es una plataforma perfecta para esto, para concienciar a personas que, de otra manera no llegaríamos, solo que él lo explica mucho mejor: «Necesitamos colectivizar los discursos y transformar la sociedad desde la suma exponencial y no desde el individualismo».

«Lo positivo de estar en contacto con otras personas, cuando nos ponemos a revisar nuestro machismo, racismo, capacitismo, etc, es que te permites conocer otras realidades y escuchar. Si todo se queda en uno, pensaremos que nuestra realidad es el absoluto», afirma.

¿Qué es una masculinidad subversiva en el marco del feminismo?
Es precisamente la forma de romper con todo aquello establecido como una norma en lo político y social. La masculinidad subversiva no es una, sino que cada persona puede hacer de su masculinidad una forma diferente y transformadora de vivir su identidad. La idea no es crear una nueva forma de ser igual para todas las personas. No queremos una nueva hegemonía. En mi caso intento que, replantear lo masculino, venga de la mano de acercarse y entender el feminismo.

Creo que es muy complicado revisar la masculinidad y entender las desigualdades, las violencias y los malestares que pueden sufrir las mujeres, sin haber hecho el ejercicio de escuchar las demandas del movimiento feminista. Sin feminismo no hay subversión posible.

¿Cuáles son los primeros recuerdos que tienes del machismo?
Mentiría si dijera que tengo primeros recuerdos muy tempranos. Ha sido en la actualidad cuando he ido profundizando en mi propio proceso de revisión de la masculinidad y lo he ido complementando con formación, lecturas…

Hoy día me arrepiento de cómo en muchas ocasiones en pareja he insistido para tener relaciones sexuales, me he enfadado si incluso no lo he podido conseguir. También me viene el recuerdo de cómo no supe gestionar correctamente el rechazo con una chica, que no quería tener nada conmigo, y le di la vuelta a la situación diciendo que ella me había seguido el juego. Hoy sé que ella hizo lo que quiso, sin eso implicar nada más allá de lo que deseaban mis expectativas.

En cuanto a las grandes violencias llevadas a cabo contra las mujeres, desde joven ya me posicioné contra ellas, pero no ha sido hasta hace unos años cuando me he dado cuenta de que el machismo es mucho mas que maltratar, violar y matar. Dicho así parece ridículo, pero creo que hay mucha gente que niega hasta la existencia de esto.

¿Cómo fue tu propio proceso de deconstrucción?
Hablar de deconstrucción debería ser en presente y nunca como algo alcanzado. Plantearnos la deconstrucción como un sitio al que se llega, lo único que conseguirá es que dejemos de seguir haciéndonos preguntas y, por lo tanto, dejemos a un lado cuestiones que aún no nos habíamos ni planteado.

Mi proceso es un volcán de sensaciones: contradicciones, malestar, bienestar, culpabilidad, responsabilidad, autoconocimiento, autocrítica… Lo mejor de este proceso para mí es la razón por la que lo inicié, que es entender que el mundo necesita ser más justo para ser mejor y para eso necesitamos feminismo y personas con conciencia política y social.

La idea no es convertirnos en seres inmaculados y perfectos, si no en reconocernos desde un lugar más humano y por lo tanto incierto, pero esa propia incertidumbre podrá liberarnos de mandatos predeterminados. Yo diría que esto no debe hacerse para ser mejor uno mismo, sino para que nuestra presencia mejore el mundo y rompa de una vez con las dinámicas de poder que tanto tenemos interiorizadas, producto de las lógicas patriarcales.

¿Cómo reaccionan a tus publicaciones los hombres que no comparten el feminismo?
Pues con mucha resistencia. Donde veo el problema no es en compartir la totalidad del discurso. La brecha no está en los matices, sino que directamente hablan de falacias en mi discurso porque niegan la violencia de género y el patriarcado. Y ¿cómo vamos a hablar de dinámicas de poder, heteronormatividad, violencias simbólicas y un largo etc, si negamos que la mujer sufre violencia como consecuencia del machismo, el sexismo y la misoginia?

Estas interacciones suelen acabar en insultos, odio y mi pertinente block. En la parte positiva, hay muchos hombres con ganas de repensar su identidad y sus acciones y me lo comparten a diario. Quizá seamos menos pero creo que cada vez somos más.

¿Y las mujeres?
Pues en general bastante bien. Mentiría si no dijera que me he sentido mirado con lupa por alguna, como si buscara mi fallo o incoherencia para señalarme como una farsa. Pero no necesitan buscarlo, ya les digo yo que tengo incoherencias y no tengo ningún problema en asumirlas. Por lo demás comparto muchas conversaciones también con mujeres y me nutro de sus comentarios y opiniones y agradezco el refuerzo que me dan con el contenido de divulgación que genero.

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¿Merece la pena ponerse a dialogar con cada persona y formarla en el feminismo o hay veces que es mejor pasar?
Pienso que una cosa es hacer activismo y otra que tu vida se base en estar constantemente señalando todos aquellos comportamientos con los que no se comulga. No creo que sea bueno para la salud mental estar entrando en conflicto ante cualquier comentario o acción machista. Más que nada porque está tan extendido en la cotidianidad, en cualquiera de las esferas en las que nos movamos, que tendríamos que hacer de nuestra vida, un activismo perpetuo.

Con esto no digo de cerrar los ojos y taparse los oídos, sino en marcar unos límites que no estamos dispuestos a que traspasen y actuar desde diversas intenciones comunicativas. Habrá veces que estemos en disposición de llevar a cabo una intención cultivo-comprensiva y otras veces lo hagamos desde la intención combativa. Por otra parte, creo que debemos evitar el paternalismo y la condescendencia. Alejarnos de esa idea que nos hace creer que estamos en el lado bueno de la historia.

Una cosa es no querer ser ese tipo de hombre conservador, patriarcal y rígido en sus creencias hegemónicas y otra muy diferente que pensemos que, por repensar nuestro lugar en el mundo, estamos por encima de aquellos que no han iniciado el proceso de revisión identitario. En mi caso, hay días en los que estoy con más ganas de debatir y entro fácil al conflicto, pero otros días no tengo esas ganas o fuerzas. Creo que aparte de hacer de cortafuegos en según qué conversaciones, la clave para romper estas dinámicas, está en dejar de ser cómplices y transmitir qué no estamos dispuestos a tolerar.

¿Qué consejos le darías a otros hombres para acercarse al feminismo?
No creo que se necesiten consejos. Estamos hablando de una realidad que provoca malestar en millones de mujeres en el mundo. Lo que se necesita es empatía y dejar de mirarse el ombligo. Tener voluntad de cambio y muchas ganas de escuchar y no tantas de hablar.

Acercarse al feminismo es acercarse a la justicia social y creo que no se necesitan muchos motivos. Necesitamos transformar el mundo y romper con todos aquellos valores que consideramos biológicos, innatos y esenciales, que no son más que normas perpetuadas y construidas social y culturalmente.

¿Te consideras un referente masculino?
No, aunque quizá para algunas personas pueda serlo, por lo que me transmiten en redes sociales, mi intención no era ser referente ni lo será. Mi intención es tomar conciencia del machismo y dejar de reproducirlo en la medida de lo posible.
Si en este viaje, que es el repensar mi lugar en el mundo y en la sociedad, favorece que otras personas se replanteen cosas, pues maravilloso. Pero no creo que eso te haga referente.

 

Raúl, podrás decir lo que quieras, para mí lo eres.

 

Mara Mariño

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Más políticas de igualdad, mejor sexo

Hace poco debatía con un amigo sobre los millones que irán destinados al nuevo plan que ha aprobado el Gobierno.

Teníamos puntos de vista muy diferentes. Mientras que él veía que otros asuntos podrían necesitar antes ese dinero, yo sostenía que ya tocaba que se hicieran más políticas feministas.

PEXELS

(Inciso: ¿no me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

Y es que iban a ser una de las razones por la que el sexo de todos va a mejorar.

Pero, ¿qué tienen que ver los 20.000 millones con lo que pase en tu vida íntima? Yo te lo cuento.

Ser mujer no es tan estupendo como te lo pintan los anuncios de compresas. En el momento en el que por comprarlas, ya nos hacemos con un producto cuyo IVA es el mismo que el de ir al cine, nacer mujer te hace ser más pobre que nacer hombre (¿para cuándo una política que lo reduzca, por cierto?).

A eso súmale que llegas a una empresa. Eres mujer, el perfil perfecto para trabajar con clientes que quieren proyectos de cara al público. Que necesitan una imagen. Y piensan en ti, por supuesto.

Ya les tocará a tus compañeros de carrera hombres los proyectos grandes. Los que mueven dinero. A ti bastante que te han dado eso.

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Te frustras, te fastidia la situación, la desigualdad. Algo te quema por dentro. Y llegas a la cama y no conectas con tu cuerpo. No paras de pensar en ese trabajo que te quita más horas de vida que dártelas.

En que el compañero junior recién contratado cobra más que tú. En que, desde que eres madre, te desplazan de los proyectos importantes porque creen que tu único compromiso es con la familia (incluso cuando en esos equipos hay personas menos comprometidas que tú).

No puedes conciliar porque la teoría es preciosa, pero tu empresa no la pone en práctica. Vas a matacaballo a todo y pasas el día sintiendo que te faltan horas para poder respirar.

Así pasa. Que no te centras, no disfrutas, no te corres porque el tío que tienes enfrente no solo puede permitirse una hipoteca, vivir por su cuenta, también ha aprendido que tiene el poder, que puede hacer contigo lo que quiera.

No ha recibido una educación de respetarte, de frenar ante un «no». Si existiera, si la tuviera, no te frenaría ese miedo de que puede usar su fuerza -casi siempre mayor a la tuya- en tu contra.

Porque disfrutas más en la cama sin la señal de alarma de que puedes ser asesinada si sigues tu calentón y te vas con ese desconocido. Porque es algo que tantas veces te frena.

Pero sin irme al peor de los casos, es también la educación de no llamarte «guarra» en cuanto sales por la puerta de tu casa. Porque tu placer es tan válido como el suyo y, gracias a esas enseñanzas que deben ponerse en marcha, el deseo femenino dejaría de estar mal visto y señalado.

Si la pedagogía igualitaria nos llega -por favor, que llegue-, si las brechas salariales empiezan a disminuir, si vamos menos agobiadas, menos estresadas, menos precarias, más independientes económicamente, estaremos más tranquilas, más relajadas, más predispuestas a pasarlo bien entre las sábanas.

Podremos llegar a casa y dejar el trabajo y las inseguridades fuera. Cerrar la puerta y que seamos solo nosotras y el sexo. Con quien sea.

Mara Mariño

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Menos tabúes, más mujeres hablando de sexo

Hace cinco años me ofrecieron la oportunidad de hacer algo inesperado, escribir un blog de sexo.

Y, como buena ex alumna de colegio de monjas, mi único requisito fue poder hacerlo bajo el pseudónimo de Duquesa Doslabios.

(No fuera a ser que alguien de mi entorno estuviera al tanto de que escribo la palabra «vagina» tantas veces al mes y provocara un escándalo).

PEXELS

En aquel momento, muy poca gente era consciente de mi doble vida. De que, además de periodista de otras cosas, escribía artículos de BDSM, pareja, ghosting o enfermedades de transmisión sexual.

El Satisfyer todavía no había aparecido, y algunos de los temas -como el hecho de que el clítoris fuera un órgano para dar placer- todavía estaban lejos de convertirse en la carne de Twitter que son hoy en día.

Compatibilizar ambos mundos me parecía un reto al principio. ¿Qué podía aportar que resultara interesante?

No era una experta en sexo. Pero sí podría hablar con personas que lo fueran.

Las entrevistas han sido y son mi perdición. Cuando una sexóloga, psicólogo, doctora o eminencia del mundillo con ‘X’ me cuenta algo para que escriba sobre ello, me doy cuenta de lo grande y variado que es nuestro ámbito más íntimo.

En estos cinco años he aprendido a estar en pareja, he reflexionado de relaciones del pasado, he compartido anécdotas de otras mujeres que querían que hablara sobre algo que les había pasado.

Me he enfadado, me he reído, he escrito artículos llorando de rabia. Porque si algo ha conseguido Lilih Blue es conectarme conmigo misma en todos los niveles de mi vida.

Tanto emocional como sexual, el más evidente quizás.

Este viaje que me ha llevado a sitios tan inesperados como el Salón Erótico de Barcelona o a charlas en boutiques eróticas. He entrevistado lo mismo a un sumiso por Facebook que a una chica que vendía sus bragas.

En estos cinco años de bloguera, he visto un cambio imparable. De repente el clítoris, las red flags, los amores tóxicos o el consentimiento -que algo se hablaba, pero menos-, eran temas de conversación fuera de la pantalla.

Pienso que, hasta hace nada, una violación se seguía considerando abuso. El porno era nuestra única ‘escuela’ educación sexual. Y una mujer que hablara de sexo, de deseo, era una ninfómana.

O una mala mujer por disfrutar con su cuerpo y enseñar a otras a hacer lo mismo -y no necesariamente acompañadas-.

El placer femenino ha sido invisibilizado durante siglos y tengo (y tenemos) la suerte de que ahora podemos hablar de ello. Y, ser escuchadas.

Escuchadas en grupos de amigos, en reuniones familiares, escuchadas en el blog de 20minutos.es. No tener límites ni impedimentos tratando este tema es dar un paso hacia el mundo que quiero.

Ese en el que no se nos juzga por vivir libremente nuestros deseos, en el que hay menos tabúes y más igualdad tanto dentro como fuera de la cama.

Y esto me ha llevado aquí, a desprenderme de la máscara -aunque lleve una en la foto-, a quitarme los prejuicios de los que sigo hablando y en los que sigo trabajando, a reeducarme sexual y afectivamente, a salir a la luz y decir que estoy orgullosa de este espacio, de tener la oportunidad de hablar en este diario, de que me encanta mi trabajo.

Así que, ¿por qué no empezar a firmarlo, después de cinco años, con mi nombre y apellido reales?

Mara Mariño.

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